El casi póstumo plan de Barack Obama para cerrar el infierno de Guantánamo, en el que aún se arrastran 91 detenidos, subraya sus dudas: debió hacerlo por la brava al llegar al poder en 2008.
Pero también destaca su mejor virtud, la tenacidad. Obama será un pato cojo —los presidentes en su fase final, cuando apenas imperan—, de acuerdo, pero de los que ni se rinden ni se resignan, en la más espléndida y exigente tradición de la gente de su color.
La prueba es que desde las legislativas de 2014 ha cosechado buenos éxitos. Entre ellos, el acuerdo contra el calentamiento en la cumbre del cambio climático de París (diciembre de 2015), que tanto contrastó con la de Copenhague de 2009, en la que EE UU y China impidieron todo pacto. O el restablecimiento de relaciones con Cuba, tras decenios de embargo —el pasado julio—, y el pacto con Irán —febrero— por el que los ayatolás retornan al mundo de los vivos a cambio de no nuclearizarse militarmente.
No está mal para un líder mundial aquejado de cojera. De hecho, casi siempre exhibió debilidad parlamentaria, por lo que debió combinar seducción y palmetazos sobre la mesa. Empleó ambos métodos, vencer y convencer, para lograr sus objetivos. Como la reforma sanitaria de 2010 (validada por el Tribunal Supremo el pasado junio) que extendió el Estado de bienestar, más allá de Lindon Johnson, a 40 millones de desatendidos.
O una sabia política económica. Negoció su política fiscal expansiva para superar tres bloqueos parlamentarios. Y logró que acompañase a la agresiva política monetaria de la Reserva Federal: EE UU lideró la recuperación tras la Gran Recesión —había heredado el desastre— y su economía creció al ritmo del 3%, bajando el paro a la mitad, un 5%. América relocalizó industria centrifugada —sin dañar a los emergentes—, reestrenó la automoción y se encaramó al liderazgo de la producción petrolera.
Pero desde el hermoso discurso en la Universidad de El Cairo en junio de 2009, en el ámbito internacional ha registrado más bien vaivenes, quieros-y-no-puedos, marchas atrás-y-adelante: en Siria, Libia, Afganistán, Oriente Próximo. Aunque le queda Irán, el descreste del militarismo, la diplomacia, el multilateralismo.
Patos así, ojalá unos cuantos. Incluso cojos.
Pero también destaca su mejor virtud, la tenacidad. Obama será un pato cojo —los presidentes en su fase final, cuando apenas imperan—, de acuerdo, pero de los que ni se rinden ni se resignan, en la más espléndida y exigente tradición de la gente de su color.
La prueba es que desde las legislativas de 2014 ha cosechado buenos éxitos. Entre ellos, el acuerdo contra el calentamiento en la cumbre del cambio climático de París (diciembre de 2015), que tanto contrastó con la de Copenhague de 2009, en la que EE UU y China impidieron todo pacto. O el restablecimiento de relaciones con Cuba, tras decenios de embargo —el pasado julio—, y el pacto con Irán —febrero— por el que los ayatolás retornan al mundo de los vivos a cambio de no nuclearizarse militarmente.
No está mal para un líder mundial aquejado de cojera. De hecho, casi siempre exhibió debilidad parlamentaria, por lo que debió combinar seducción y palmetazos sobre la mesa. Empleó ambos métodos, vencer y convencer, para lograr sus objetivos. Como la reforma sanitaria de 2010 (validada por el Tribunal Supremo el pasado junio) que extendió el Estado de bienestar, más allá de Lindon Johnson, a 40 millones de desatendidos.
O una sabia política económica. Negoció su política fiscal expansiva para superar tres bloqueos parlamentarios. Y logró que acompañase a la agresiva política monetaria de la Reserva Federal: EE UU lideró la recuperación tras la Gran Recesión —había heredado el desastre— y su economía creció al ritmo del 3%, bajando el paro a la mitad, un 5%. América relocalizó industria centrifugada —sin dañar a los emergentes—, reestrenó la automoción y se encaramó al liderazgo de la producción petrolera.
Pero desde el hermoso discurso en la Universidad de El Cairo en junio de 2009, en el ámbito internacional ha registrado más bien vaivenes, quieros-y-no-puedos, marchas atrás-y-adelante: en Siria, Libia, Afganistán, Oriente Próximo. Aunque le queda Irán, el descreste del militarismo, la diplomacia, el multilateralismo.
Patos así, ojalá unos cuantos. Incluso cojos.