Muchos se preguntan para qué sirven esos que se dicen profesionales de Recursos Humanos. Estamos pasando por un momento paradigmático para entender de qué se ocupan esos personajes, tan destacados a veces y tan ignorados otras, en las organizaciones.
Estamos sobre una ola de desvinculaciones en empresas públicas y privadas, cuyas razones no es el tema del que nos ocuparemos. No es el qué sino el cómo, un objeto de preocupación. Se han difundido casos -no importa que sean pocos o muchos ni tampoco son exclusivos de estos tiempos- en los que los empleados se enteraron de que habían sido despedidos o de que habían finalizado sus contratos, a través de una lista de incluidos y excluidos que estaba en manos de los agentes de seguridad de la empresa en cuestión. Es decir, hubo quienes llegaban a la puerta y allí se enteraban que no podían ingresar y que el telegrama estaba en camino.
La ruptura del vínculo laboral, quedarse sin trabajo, no es un tema menor. Hanna Arendt, filósofa reconocida como pocas, escribe al inicio de su libro La condición humana: «Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida». Si tomamos este párrafo como válido, se hace más evidente aún que desvincular a una persona de su trabajo no es un trámite banal, que puede ser llevado a cabo por cualquiera en cualquier momento, sino que es necesaria la presencia de profesionales, como lo sería en el caso de una operación quirúrgica.
Precisamente, quien se expone, por ejemplo, a una intervención cardíaca, abdominal o de cualquier tipo, donde está en juego «la misma vida», como diría Arendt, deberá estar atendido por médicos, enfermeras, anestesistas, en fin, todos aquellos que saben de qué se trata e intentan solucionarlo.
Es difícil imaginar a un señor que entre al quirófano con uniforme de la agencia y le anuncie: «Le voy a sacar el apéndice». Habrá, seguramente, un cirujano que hablará con el paciente para explicarle los motivos, las consecuencias y qué deberá hacer para recuperarse tan pronto como sea posible. Implica una serie de cuidados ante una situación traumática. Hasta el cirujano más experimentado se enfrenta a algún grado de tensión cada vez que toma el bisturí en sus manos.
Lo mismo sucede con los actores antes de entrar a escena, los pilotos antes de despegar y con otros profesionales. Hay que saber desvincular a una persona, para lo cual no solamente son necesarios los conocimientos, sino también sensibilidad y vocación.
Esto es, claro, si la vida humana merece respeto. Sería doloroso sospechar que la administración de la lista de incluidos y excluidos se delega a cualquiera para evitar esa tensión inevitable. Un dirigente que se precie de tal y hasta se enorgullezca de ello tiene la obligación de dar tanto las buenas como las malas noticias. Por lo general se elige las primeras porque no vienen acompañadas de conflictos. Al contrario, pueden ser objeto de halagos, admiración y agradecimientos. Un agente de seguridad, con todo el respeto que merece su función, no está capacitado para llevar a cabo la difícil tarea de contener a alguien que pierde su trabajo. Por si queda alguna duda, los profesionales de Recursos Humanos -si son virtuosos de verdad- se preparan específicamente para encarar este tipo de crisis, conteniendo al protagonista de la desvinculación, con el menor daño posible
Estamos sobre una ola de desvinculaciones en empresas públicas y privadas, cuyas razones no es el tema del que nos ocuparemos. No es el qué sino el cómo, un objeto de preocupación. Se han difundido casos -no importa que sean pocos o muchos ni tampoco son exclusivos de estos tiempos- en los que los empleados se enteraron de que habían sido despedidos o de que habían finalizado sus contratos, a través de una lista de incluidos y excluidos que estaba en manos de los agentes de seguridad de la empresa en cuestión. Es decir, hubo quienes llegaban a la puerta y allí se enteraban que no podían ingresar y que el telegrama estaba en camino.
La ruptura del vínculo laboral, quedarse sin trabajo, no es un tema menor. Hanna Arendt, filósofa reconocida como pocas, escribe al inicio de su libro La condición humana: «Labor es la actividad correspondiente al proceso biológico del cuerpo humano, cuyo espontáneo crecimiento, metabolismo y decadencia final están ligados a las necesidades vitales producidas y alimentadas por la labor en el proceso de la vida. La condición humana de la labor es la misma vida». Si tomamos este párrafo como válido, se hace más evidente aún que desvincular a una persona de su trabajo no es un trámite banal, que puede ser llevado a cabo por cualquiera en cualquier momento, sino que es necesaria la presencia de profesionales, como lo sería en el caso de una operación quirúrgica.
Precisamente, quien se expone, por ejemplo, a una intervención cardíaca, abdominal o de cualquier tipo, donde está en juego «la misma vida», como diría Arendt, deberá estar atendido por médicos, enfermeras, anestesistas, en fin, todos aquellos que saben de qué se trata e intentan solucionarlo.
Es difícil imaginar a un señor que entre al quirófano con uniforme de la agencia y le anuncie: «Le voy a sacar el apéndice». Habrá, seguramente, un cirujano que hablará con el paciente para explicarle los motivos, las consecuencias y qué deberá hacer para recuperarse tan pronto como sea posible. Implica una serie de cuidados ante una situación traumática. Hasta el cirujano más experimentado se enfrenta a algún grado de tensión cada vez que toma el bisturí en sus manos.
Lo mismo sucede con los actores antes de entrar a escena, los pilotos antes de despegar y con otros profesionales. Hay que saber desvincular a una persona, para lo cual no solamente son necesarios los conocimientos, sino también sensibilidad y vocación.
Esto es, claro, si la vida humana merece respeto. Sería doloroso sospechar que la administración de la lista de incluidos y excluidos se delega a cualquiera para evitar esa tensión inevitable. Un dirigente que se precie de tal y hasta se enorgullezca de ello tiene la obligación de dar tanto las buenas como las malas noticias. Por lo general se elige las primeras porque no vienen acompañadas de conflictos. Al contrario, pueden ser objeto de halagos, admiración y agradecimientos. Un agente de seguridad, con todo el respeto que merece su función, no está capacitado para llevar a cabo la difícil tarea de contener a alguien que pierde su trabajo. Por si queda alguna duda, los profesionales de Recursos Humanos -si son virtuosos de verdad- se preparan específicamente para encarar este tipo de crisis, conteniendo al protagonista de la desvinculación, con el menor daño posible