Tras el sorpresivo triunfo de Mauricio Macri en la Argentina, es necesario detenerse en el posible impacto que podría tener el ascenso de la derecha en América Latina. Es que desde que el líder del PRO llegó al poder, se produjo un importante crecimiento del conservadurismo regional. Primero fue la irrupción del antichavismo en Venezuela, en las elecciones parlamentarias de diciembre. Más tarde llegó la derrota de Evo Morales, en Bolivia, el mes pasado. Y, finalmente, la reciente avanzada judicial contra Lula da Silva en Brasil. Cada uno de estos acontecimientos tienen, no hay que dudarlo, razones disímiles. Pero todos esconden el mismo resultado: el retroceso de la izquierda latinoamericana. Es en ese paradigma donde se agiganta la figura de Macri.
Para entender el fenómeno que representa el nuevo gobierno argentino es importante rastrear los fundamentos que le dieron sustento a su consolidación. Solo así será posible comprender si el macrismo representa un suceso que llegó para instalarse o, si en cambio, se trata de una aparición efímera. ¿Es Macri la cara de la neoderecha democrática que se ofrece como una alternativa superadora para América Latina? ¿O estamos frente a la peligrosa irrupción del marketing político desprovisto de contenido? ¿O es, en definitiva, todo eso a la vez?
La tercera vía invertida
Macri no se referencia en Antonhy Giddens. Que se sepa, el presidente argentino nunca ha hecho mención al sociólogo británico que reinterpretó a Marx, Durkheim y Weber en su ya clásico El capitalismo y la moderna teoría social. Pero Macri debería releer al ex director de la London School of Economics que se doctoró en Cambridge. Es que hay algo del legado de Giddens que podría reflejarse en el macrismo. Aunque como en un macabro juego de espejos, lo haría de manera inversa.
Giddens representó el sustento ideológico de los líderes socialdemócratas que triunfaron en los 90 para contrarrestar la hegemonía de Margareth Thatcher y Ronald Reagan. En La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia, Giddens ofreció «una vía distinta al capitalismo de mercado norteamericano y al socialismo soviético» para rejuvenecer a la izquierda vapuleada tras el fracaso del socialismo real. «Es una tercera vía –explicó el autor–, en cuanto que es un intento por trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el neoliberalismo».
El problema para Giddens y sus seguidores fue que la experiencia creó falsas expectativas y naufragó al sostener una alternativa socialdemócrata basada en estrategias de mercado. Hacia el final del mandato de Tony Blair, Giddens llegó a justificar que el gobierno británico adoptara una postura dura sobre la inmigración, sosteniendo que la izquierda debía retomar los temas de la derecha y aportarles otro sentido.
Macri debe volver a Giddens, decíamos, porque algo de lo que el autor proponía a fines del siglo XX para el New Labor británico y el Partido Democráta estadounidense, está sucediendo ahora mismo en la Argentina, pero ya no para el progresismo, sino para los sectores conservadores. Ocurre que el macrismo se presenta como una instancia superadora a los «errores del pasado» producidos por un neoliberalismo descontrolado o por el populismo demagógico.
Por caso, en la Argentina macrista, han sido convocados al gobierno una elite de ejecutivos provenientes del sector corporativo que reivindica el feroz proceso de privatización que se inició durante el gobierno de Carlos Menem, pero se trata también de una «CEOcracia» que cuestiona la corrupción desenfrenada de ese modelo. Por otro lado, la propuesta de Macri es retomar la senda del desarrollismo que se experimentó en la Argentina en los 60, pero al hacerlo, el presidente utiliza recetas impulsadas en medio del apogeo neoliberal del Consenso de Washington: criticar al Estado elefantiásico, denostar al sector público y promover una brutal ola de despedidos. Una nueva tercera vía, entonces, ya no para la izquierda, sino para la derecha.
El arte de ganar
Macri se referencia en Jaime Durán Barba. El presidente argentino construyó su efímera carrera de la mano del filósofo ecuatoriano doctorado en Derecho y en Historia. El gurú del nuevo poder argentino concibe la política con herramientas de márketing y focus group. Para el asesor estrella de Macri los símbolos se deben priorizar a la transmisión de un concepto, por lo que recomienda hacer a un lado «las palabras que transmiten ideas» para aludir a «las imágenes que transmiten sentimientos». Y recomienda a un político «invocar a los sentimientos, no a la razón» porque «los humanos somos simios con pretensiones cartesianas».
Para rastrear el pensamiento de Durán Barba hay que remitirse a El arte de ganar. Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas, el trabajo que publicó junto a su amigo y colega Jaime Nieto. En esas páginas, que aspiran continuar la línea de autores como Sun Tzu y Maquiavelo, pero que muchas veces parecen remitirse a libros de autoayuda, el ecuatoriona sostiene que la militancia es cosa del pasado. «Hacer una campaña dirigida a partidarios duros que son capaces de sacrificarse concurriendo a algo tan aburrido como una manifestación, es tan absurdo como suponer que ellos representan los sentimientos de la mayoría», sostiene el autor.
En su juventud, Durán Barba fue anarquista y llegó a presidir la Federación de Estudiantes Universitarios de su país, organización muy vinculada a la izquierda. Pero con los años, su pensamiento fue mutando y supo trabajar para dirigentes tan notorios de la derecha latinoamericana como Vicente Fox, Felipe Calderón o Jamil Mahuad. A todos ellos les aportó el mismo consejo: «La práctica nos indica que en muchas campañas se privilegia la publicidad pintoresca sobre la que consigue votos, especialmente en países donde aún se piensa que las campañas pueden ser manejadas por publicistas, que los candidatos son mercaderías, y que necesitan una marca y algo de marketing para ganar».
Entre el pasado imperfecto de Giddens y el futuro inquietante de Durán Barba, Macri inicia su camino en clave borgiana. Era Borges, pues, el que sostenía que «bastan dos espejos para construir un laberinto».
Para entender el fenómeno que representa el nuevo gobierno argentino es importante rastrear los fundamentos que le dieron sustento a su consolidación. Solo así será posible comprender si el macrismo representa un suceso que llegó para instalarse o, si en cambio, se trata de una aparición efímera. ¿Es Macri la cara de la neoderecha democrática que se ofrece como una alternativa superadora para América Latina? ¿O estamos frente a la peligrosa irrupción del marketing político desprovisto de contenido? ¿O es, en definitiva, todo eso a la vez?
La tercera vía invertida
Macri no se referencia en Antonhy Giddens. Que se sepa, el presidente argentino nunca ha hecho mención al sociólogo británico que reinterpretó a Marx, Durkheim y Weber en su ya clásico El capitalismo y la moderna teoría social. Pero Macri debería releer al ex director de la London School of Economics que se doctoró en Cambridge. Es que hay algo del legado de Giddens que podría reflejarse en el macrismo. Aunque como en un macabro juego de espejos, lo haría de manera inversa.
Giddens representó el sustento ideológico de los líderes socialdemócratas que triunfaron en los 90 para contrarrestar la hegemonía de Margareth Thatcher y Ronald Reagan. En La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia, Giddens ofreció «una vía distinta al capitalismo de mercado norteamericano y al socialismo soviético» para rejuvenecer a la izquierda vapuleada tras el fracaso del socialismo real. «Es una tercera vía –explicó el autor–, en cuanto que es un intento por trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el neoliberalismo».
El problema para Giddens y sus seguidores fue que la experiencia creó falsas expectativas y naufragó al sostener una alternativa socialdemócrata basada en estrategias de mercado. Hacia el final del mandato de Tony Blair, Giddens llegó a justificar que el gobierno británico adoptara una postura dura sobre la inmigración, sosteniendo que la izquierda debía retomar los temas de la derecha y aportarles otro sentido.
Macri debe volver a Giddens, decíamos, porque algo de lo que el autor proponía a fines del siglo XX para el New Labor británico y el Partido Democráta estadounidense, está sucediendo ahora mismo en la Argentina, pero ya no para el progresismo, sino para los sectores conservadores. Ocurre que el macrismo se presenta como una instancia superadora a los «errores del pasado» producidos por un neoliberalismo descontrolado o por el populismo demagógico.
Por caso, en la Argentina macrista, han sido convocados al gobierno una elite de ejecutivos provenientes del sector corporativo que reivindica el feroz proceso de privatización que se inició durante el gobierno de Carlos Menem, pero se trata también de una «CEOcracia» que cuestiona la corrupción desenfrenada de ese modelo. Por otro lado, la propuesta de Macri es retomar la senda del desarrollismo que se experimentó en la Argentina en los 60, pero al hacerlo, el presidente utiliza recetas impulsadas en medio del apogeo neoliberal del Consenso de Washington: criticar al Estado elefantiásico, denostar al sector público y promover una brutal ola de despedidos. Una nueva tercera vía, entonces, ya no para la izquierda, sino para la derecha.
El arte de ganar
Macri se referencia en Jaime Durán Barba. El presidente argentino construyó su efímera carrera de la mano del filósofo ecuatoriano doctorado en Derecho y en Historia. El gurú del nuevo poder argentino concibe la política con herramientas de márketing y focus group. Para el asesor estrella de Macri los símbolos se deben priorizar a la transmisión de un concepto, por lo que recomienda hacer a un lado «las palabras que transmiten ideas» para aludir a «las imágenes que transmiten sentimientos». Y recomienda a un político «invocar a los sentimientos, no a la razón» porque «los humanos somos simios con pretensiones cartesianas».
Para rastrear el pensamiento de Durán Barba hay que remitirse a El arte de ganar. Cómo usar el ataque en campañas electorales exitosas, el trabajo que publicó junto a su amigo y colega Jaime Nieto. En esas páginas, que aspiran continuar la línea de autores como Sun Tzu y Maquiavelo, pero que muchas veces parecen remitirse a libros de autoayuda, el ecuatoriona sostiene que la militancia es cosa del pasado. «Hacer una campaña dirigida a partidarios duros que son capaces de sacrificarse concurriendo a algo tan aburrido como una manifestación, es tan absurdo como suponer que ellos representan los sentimientos de la mayoría», sostiene el autor.
En su juventud, Durán Barba fue anarquista y llegó a presidir la Federación de Estudiantes Universitarios de su país, organización muy vinculada a la izquierda. Pero con los años, su pensamiento fue mutando y supo trabajar para dirigentes tan notorios de la derecha latinoamericana como Vicente Fox, Felipe Calderón o Jamil Mahuad. A todos ellos les aportó el mismo consejo: «La práctica nos indica que en muchas campañas se privilegia la publicidad pintoresca sobre la que consigue votos, especialmente en países donde aún se piensa que las campañas pueden ser manejadas por publicistas, que los candidatos son mercaderías, y que necesitan una marca y algo de marketing para ganar».
Entre el pasado imperfecto de Giddens y el futuro inquietante de Durán Barba, Macri inicia su camino en clave borgiana. Era Borges, pues, el que sostenía que «bastan dos espejos para construir un laberinto».