La profunda recesión y la crisis política en las que ha caído Brasil no son de extrañar si tomamos en cuenta los antecedentes de inestabilidad política y económica del país.
La actual, sin embargo, no es la crisis brasileña clásica.
Brasil, al igual que muchas economías emergentes durante los años 80 y 90, sufría a menudo de lo que los economistas denominan una frenada brusca, o sudden stop, es decir una interrupción masiva, imprevista y generalizada de los flujos de ca-pitales que ingresan a un país. Una moneda sobrevaluada y la alta inflación socavan la competitividad y alientan el endeudamiento externo. El capital extranjero se fuga, la divisa colapsa y los gobiernos, los bancos y las empresas entran en cesación de pagos de su deuda en moneda extranjera.
La situación actual es muy distinta. El valor del real lo determina el mercado. La inflación ronda 10% y está cayendo. La mayor parte de la deuda está en moneda local. Los bancos son sólidos y las reservas de divisas extranjeras son abundantes y ascienden a US$370.000 millones.
Lejos de ser producto de una frenada brusca, la crisis actual es el resultado de años de inversión deficiente, proteccionismo y una regulación excesiva. El auge de las materias primas ocultó estos problemas, pero se acabó.
La crisis política gira en torno a sobornos extraídos de la petrolera estatal Petróleo Brasileiro SA, o Petrobras. El verdadero escándalo, sin embargo, es que la riqueza petrolera haya generado beneficios tan escuálidos.
El ingreso per cápita de Brasil, ajustado para tomar en cuenta el poder adquisitivo de la moneda, equivale a 27% del de Estados Unidos, después de haber alcanzado 30% en 2010 y 38% en 1980.
Aunque la crisis de Brasil es particularmente aguda, sus problemas son comunes en muchas economías emergentes, como Rusia y Sudáfrica, que se beneficiaron del auge de las materias primas impulsado por China.
Muchos países en desarrollo emularon el modelo de desarrollo estatal de China, pero por desgracia no hicieron el mismo hincapié en una alta inversión y las exportaciones de manufacturas como motores de la productividad y el crecimiento. Un estudio del Fondo Monetario Internacional entre 18 países, incluidos Arabia Saudita, Bolivia y Ecuador entre 1998 y 2011 halló que en ninguno de ellos la productividad en los sectores ajenos a las materias primas se aceleró durante la época de bonanza.
La inversión pública y privada en China equivale a 43% del Producto Interno Bruto. Eso tiene sus desventajas, como un exceso de capacidad y deuda, pero ha generado un crecimiento de la productividad impactante. Brasil, en cambio, invierte demasiado poco, apenas 17% del PIB, incluso menos que otros países latinoamericanos como Chile, Colombia y México.
Históricamente, la inversión privada en Brasil ha sido afectada por las altas y volátiles tasas de inflación y de interés. Durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, a fines de los años 90 e inicios de la siguiente década, la moneda pasó a flotar libremente y la inflación se contuvo, al igual que las cuentas fiscales. Sus políticas conservadoras continuaron bajo su sucesor en la presidencia, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, elegido en 2002.
Brasil, al igual que muchos mercados emergentes, casi no sintió la crisis de los países desarrollados en 2008. Después de una leve contracción en 2009, la economía se expandió 7,5% en 2010, de la mano del boom de los commodities, el descubrimiento de gigantescos depósitos de petróleo frente a sus costas y una inyección keynesiana de gasto fiscal y crédito subsidiado. Ese año, el FMI estimó que el crecimiento potencial de largo plazo del país era de 4%.
No obstante, tanto Brasil como el FMI cometieron el error de considerar que el auge era sostenible. El crecimiento se frenó en 2014 mientras el alza de la inflación y la caída del desempleo indicaban que la economía había alcanzado sus límites productivos.
«El éxito macroeconómico cegó a las personas respecto de la ausencia de reformas», dice Ilan Goldfajn, economista jefe de Itaú Unibanco. El sistema tributario fue y sigue siendo oneroso y de una complejidad impresionante. Los enormes créditos subsidiados distorsionan la asignación de capitales y debilitan la política monetaria.
Lo más grave es que los ingresos provenientes del auge de las materias primas fueron pésimamente mal gastados. Entre 2000 y 2015, el gasto del gobierno federal se disparó de 14% del PIB a 20% del PIB, señala Goldfajn. El aumento, sin embargo, fue a parar casi en su totalidad al consumo y la distribución del ingreso.
Algunos de estos programas son admirables, como Bolsa Familia, que ofrece subvenciones en efectivo a las familias si los hijos asisten al colegio o se vacunan. Otras prácticas son menos loables. Los sobornos que los proveedores de Petrobras presuntamente pagaron a los políticos son sólo el ejemplo más prominente del favoritismo endémico que aqueja al país. Un estudio de Francesco Caselli y Guy Michaels del London School of Economics encontró que en las municipalidades que se beneficiaron de ingresos extraordinarios del petróleo, las casas de los empleados municipales fueron ampliadas, pero el resto de las viviendas siguió igual.
Muy pocos fondos se dirigieron a la subdesarrollada infraestructura del país, que probablemente será puesta a prueba durante los Juegos Olímpicos que tendrán lugar este año.
La inversión pública apenas supera 2% del PIB, de la cual alrededor de 1% corresponde al gobierno federal. China ha priorizado mucho más el crecimiento que la redistribución y la inversión en infraestructura local se acerca a 6% del PIB. Hoy, China tiene 32 veces la cantidad de kilómetros pavimentados y el triple de vías férreas por kilómetro cuadrado que Brasil, según un informe de McKinsey Global Institute. Tal disparidad es una razón importante por la que China está muy integrada a las cadenas globales de suministro y Brasil no. Otro motivo son las barreras brasileñas a las importaciones. Las exportaciones de China representan 26% del PIB; las de Brasil sólo 13%, uno de los porcentajes más bajos entre las mayores economías del mundo. Brasil tiene casi la misma cantidad de compañías exportadoras que Noruega, pese a contar con una población 40 veces mayor, según un estudio.
La tasa de crecimiento de largo plazo de Brasil se ubica probablemente un poco por encima de 2% en estos momentos. Monica de Bolle, economista de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro, estima que la inflación podría llegar a 20% conforme el país la transforma en un impuesto de facto sobre los tenedores de bonos. «El escenario parece listo para una reconstitución modificada del pasado de Brasil», afirma.
Todavía no se trata de una frenada brusca como las de antaño, pero no es una crisis menos dolorosa por haberse gestado durante varios años en lugar de explotar de improviso.
La actual, sin embargo, no es la crisis brasileña clásica.
Brasil, al igual que muchas economías emergentes durante los años 80 y 90, sufría a menudo de lo que los economistas denominan una frenada brusca, o sudden stop, es decir una interrupción masiva, imprevista y generalizada de los flujos de ca-pitales que ingresan a un país. Una moneda sobrevaluada y la alta inflación socavan la competitividad y alientan el endeudamiento externo. El capital extranjero se fuga, la divisa colapsa y los gobiernos, los bancos y las empresas entran en cesación de pagos de su deuda en moneda extranjera.
La situación actual es muy distinta. El valor del real lo determina el mercado. La inflación ronda 10% y está cayendo. La mayor parte de la deuda está en moneda local. Los bancos son sólidos y las reservas de divisas extranjeras son abundantes y ascienden a US$370.000 millones.
Lejos de ser producto de una frenada brusca, la crisis actual es el resultado de años de inversión deficiente, proteccionismo y una regulación excesiva. El auge de las materias primas ocultó estos problemas, pero se acabó.
La crisis política gira en torno a sobornos extraídos de la petrolera estatal Petróleo Brasileiro SA, o Petrobras. El verdadero escándalo, sin embargo, es que la riqueza petrolera haya generado beneficios tan escuálidos.
El ingreso per cápita de Brasil, ajustado para tomar en cuenta el poder adquisitivo de la moneda, equivale a 27% del de Estados Unidos, después de haber alcanzado 30% en 2010 y 38% en 1980.
Aunque la crisis de Brasil es particularmente aguda, sus problemas son comunes en muchas economías emergentes, como Rusia y Sudáfrica, que se beneficiaron del auge de las materias primas impulsado por China.
Muchos países en desarrollo emularon el modelo de desarrollo estatal de China, pero por desgracia no hicieron el mismo hincapié en una alta inversión y las exportaciones de manufacturas como motores de la productividad y el crecimiento. Un estudio del Fondo Monetario Internacional entre 18 países, incluidos Arabia Saudita, Bolivia y Ecuador entre 1998 y 2011 halló que en ninguno de ellos la productividad en los sectores ajenos a las materias primas se aceleró durante la época de bonanza.
La inversión pública y privada en China equivale a 43% del Producto Interno Bruto. Eso tiene sus desventajas, como un exceso de capacidad y deuda, pero ha generado un crecimiento de la productividad impactante. Brasil, en cambio, invierte demasiado poco, apenas 17% del PIB, incluso menos que otros países latinoamericanos como Chile, Colombia y México.
Históricamente, la inversión privada en Brasil ha sido afectada por las altas y volátiles tasas de inflación y de interés. Durante el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, a fines de los años 90 e inicios de la siguiente década, la moneda pasó a flotar libremente y la inflación se contuvo, al igual que las cuentas fiscales. Sus políticas conservadoras continuaron bajo su sucesor en la presidencia, el izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva, elegido en 2002.
Brasil, al igual que muchos mercados emergentes, casi no sintió la crisis de los países desarrollados en 2008. Después de una leve contracción en 2009, la economía se expandió 7,5% en 2010, de la mano del boom de los commodities, el descubrimiento de gigantescos depósitos de petróleo frente a sus costas y una inyección keynesiana de gasto fiscal y crédito subsidiado. Ese año, el FMI estimó que el crecimiento potencial de largo plazo del país era de 4%.
No obstante, tanto Brasil como el FMI cometieron el error de considerar que el auge era sostenible. El crecimiento se frenó en 2014 mientras el alza de la inflación y la caída del desempleo indicaban que la economía había alcanzado sus límites productivos.
«El éxito macroeconómico cegó a las personas respecto de la ausencia de reformas», dice Ilan Goldfajn, economista jefe de Itaú Unibanco. El sistema tributario fue y sigue siendo oneroso y de una complejidad impresionante. Los enormes créditos subsidiados distorsionan la asignación de capitales y debilitan la política monetaria.
Lo más grave es que los ingresos provenientes del auge de las materias primas fueron pésimamente mal gastados. Entre 2000 y 2015, el gasto del gobierno federal se disparó de 14% del PIB a 20% del PIB, señala Goldfajn. El aumento, sin embargo, fue a parar casi en su totalidad al consumo y la distribución del ingreso.
Algunos de estos programas son admirables, como Bolsa Familia, que ofrece subvenciones en efectivo a las familias si los hijos asisten al colegio o se vacunan. Otras prácticas son menos loables. Los sobornos que los proveedores de Petrobras presuntamente pagaron a los políticos son sólo el ejemplo más prominente del favoritismo endémico que aqueja al país. Un estudio de Francesco Caselli y Guy Michaels del London School of Economics encontró que en las municipalidades que se beneficiaron de ingresos extraordinarios del petróleo, las casas de los empleados municipales fueron ampliadas, pero el resto de las viviendas siguió igual.
Muy pocos fondos se dirigieron a la subdesarrollada infraestructura del país, que probablemente será puesta a prueba durante los Juegos Olímpicos que tendrán lugar este año.
La inversión pública apenas supera 2% del PIB, de la cual alrededor de 1% corresponde al gobierno federal. China ha priorizado mucho más el crecimiento que la redistribución y la inversión en infraestructura local se acerca a 6% del PIB. Hoy, China tiene 32 veces la cantidad de kilómetros pavimentados y el triple de vías férreas por kilómetro cuadrado que Brasil, según un informe de McKinsey Global Institute. Tal disparidad es una razón importante por la que China está muy integrada a las cadenas globales de suministro y Brasil no. Otro motivo son las barreras brasileñas a las importaciones. Las exportaciones de China representan 26% del PIB; las de Brasil sólo 13%, uno de los porcentajes más bajos entre las mayores economías del mundo. Brasil tiene casi la misma cantidad de compañías exportadoras que Noruega, pese a contar con una población 40 veces mayor, según un estudio.
La tasa de crecimiento de largo plazo de Brasil se ubica probablemente un poco por encima de 2% en estos momentos. Monica de Bolle, economista de la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro, estima que la inflación podría llegar a 20% conforme el país la transforma en un impuesto de facto sobre los tenedores de bonos. «El escenario parece listo para una reconstitución modificada del pasado de Brasil», afirma.
Todavía no se trata de una frenada brusca como las de antaño, pero no es una crisis menos dolorosa por haberse gestado durante varios años en lugar de explotar de improviso.