Cambiamos futuro por pasado”. Esta frase, que será recordada como uno de los furcios más impactantes en la política reciente, sirve para describir como pocas el camino que hoy transitan la TV y los medios en general. Presa de sus propios laberintos e inmersa en una lógica que se copia a sí misma, la televisión responde a los nuevos desafíos replegándose sobre fórmulas demasiado gastadas y vetustas.
Es sintomático que todos los ojos y expectativas estuvieran puestos esta semana en el arranque de un programa que ya lleva 27 temporadas al aire. Líder y bisagra de la tele vernácula, Marcelo regresa desde la ostentación de recursos plasmados en una apertura más aspiracional que estética. La escasa innovación se maquilla con despliegue de cierto glamour y riqueza, mientras el resto de la tele empobrecida observa con la ñata contra el vidrio.
Ante los cambios que impone el nuevo paradigma, la televisión abierta se resiste a dar vuelta la página y se apoltrona en un presente adormecido, sin demasiados sobresaltos.
La tele de hoy cada vez se escucha más y se ve menos, estrechando sus diferencias con la radio. Ya no encandila ni apantalla. Las apuestas a una producción que supo marcar las diferencias y poner a la TV argentina como referente de calidad e innovación en el mundo desvanecen al ritmo en que se concentra la inversión en unos pocos programas y se achica para el resto.
Si la tecnología convierte las múltiples plataformas en una amenaza para la televisión tradicional como resultado de que la inversión publicitaria no crece pero se atomiza, la respuesta es el ajuste. Y el ajuste tiene mucho de pasado y poco de futuro.
Es por ello que se desanda el camino recorrido y se invade la pantalla con repeticiones que supieron ser éxitos, latas extranjeras que ocupan lugares centrales en la grilla, una producción local de ficción que no supera los ocho capítulos semanales, formatos de entretenimiento traídos de afuera, y una sucesión de programas que en décadas pasadas fueron patrimonio del cable: abundantes paneles y entrevistas.
La tele aparece como un sonido de fondo en el que se superponen las imágenes de personajes que discuten, comen, cantan, bailan y hasta duermen. El show es el escándalo que se retroalimenta de palabras. Es la liviandad de lo efímero, de la vacuidad que se reafirma en imágenes que buscan completar un relato inverosímil. La edición de fragmentos de declaraciones en otros programas o audios radiofónicos se virilizan ante la imperiosa necesidad de llenar tiempo sin recursos.
La imagen, que es la esencia de la televisión, cae en picada, se devalúa y le quita identidad. La exacerbación de las contradicciones de una tele que pierde su rumbo atenta contra el hecho artístico, en una suerte de repetición y simulacro.
Un poco de todo eso ocurre en el universo de los medios. Empujados por la oleada digital, deben responder a las nuevas multiplataformas sin que por ahora sean financiables ni rentables. Profesionales prestigiosos y no tanto del periodismo gráfico, se suman al safari farandulesco en busca de un reconocimiento mediático, en el que el trofeo de la popularidad compensa la pérdida de la rigurosidad profesional.
La preocupación central es que la lógica económica de corto plazo está hipotecando el futuro. No es la única amenaza. Probablemente el mayor desafío sea poder romper la matriz de un modelo resquebrajado que alcanzó sus propios límites y reemplazarlo por otro que responda al pulso y las necesidades de estos tiempos. No se trata de una cuestión de gustos sino de supervivencia. En un escenario mundial en el que la apuesta es producir más y mejores contenidos, la tele argentina eligió apenas retransmitirlos.
No es casualidad que el cable le gane a una televisión abierta que ha perdido en los últimos diez años aproximadamente el 30% de su audiencia. Mientras en mayo de 2006 la sumatoria del rating de los canales abiertos era de 38.1 contra 18.5 de todo el cable, en mayo de 2016 esa cifra cayó a 27.4, mientras el cable la superó con un 28.7 de rating. Y no se trata solo de que los televidentes le hayan dado la espalda. Mientras la televisión abierta se desangra, los argentinos siguen migrando en la búsqueda de lo que ella quizás da hoy en cuentagotas: originalidad, calidad, identificación, sorpresa.
Ojalá que la tele deje de autodevaluarse, y apueste a un futuro que le será previsible y promisorio en la medida que ayude a inventarlo.
*/**Directores artísticos de Telefe (2000-2009). *Politóloga. **Sociólogo.
Es sintomático que todos los ojos y expectativas estuvieran puestos esta semana en el arranque de un programa que ya lleva 27 temporadas al aire. Líder y bisagra de la tele vernácula, Marcelo regresa desde la ostentación de recursos plasmados en una apertura más aspiracional que estética. La escasa innovación se maquilla con despliegue de cierto glamour y riqueza, mientras el resto de la tele empobrecida observa con la ñata contra el vidrio.
Ante los cambios que impone el nuevo paradigma, la televisión abierta se resiste a dar vuelta la página y se apoltrona en un presente adormecido, sin demasiados sobresaltos.
La tele de hoy cada vez se escucha más y se ve menos, estrechando sus diferencias con la radio. Ya no encandila ni apantalla. Las apuestas a una producción que supo marcar las diferencias y poner a la TV argentina como referente de calidad e innovación en el mundo desvanecen al ritmo en que se concentra la inversión en unos pocos programas y se achica para el resto.
Si la tecnología convierte las múltiples plataformas en una amenaza para la televisión tradicional como resultado de que la inversión publicitaria no crece pero se atomiza, la respuesta es el ajuste. Y el ajuste tiene mucho de pasado y poco de futuro.
Es por ello que se desanda el camino recorrido y se invade la pantalla con repeticiones que supieron ser éxitos, latas extranjeras que ocupan lugares centrales en la grilla, una producción local de ficción que no supera los ocho capítulos semanales, formatos de entretenimiento traídos de afuera, y una sucesión de programas que en décadas pasadas fueron patrimonio del cable: abundantes paneles y entrevistas.
La tele aparece como un sonido de fondo en el que se superponen las imágenes de personajes que discuten, comen, cantan, bailan y hasta duermen. El show es el escándalo que se retroalimenta de palabras. Es la liviandad de lo efímero, de la vacuidad que se reafirma en imágenes que buscan completar un relato inverosímil. La edición de fragmentos de declaraciones en otros programas o audios radiofónicos se virilizan ante la imperiosa necesidad de llenar tiempo sin recursos.
La imagen, que es la esencia de la televisión, cae en picada, se devalúa y le quita identidad. La exacerbación de las contradicciones de una tele que pierde su rumbo atenta contra el hecho artístico, en una suerte de repetición y simulacro.
Un poco de todo eso ocurre en el universo de los medios. Empujados por la oleada digital, deben responder a las nuevas multiplataformas sin que por ahora sean financiables ni rentables. Profesionales prestigiosos y no tanto del periodismo gráfico, se suman al safari farandulesco en busca de un reconocimiento mediático, en el que el trofeo de la popularidad compensa la pérdida de la rigurosidad profesional.
La preocupación central es que la lógica económica de corto plazo está hipotecando el futuro. No es la única amenaza. Probablemente el mayor desafío sea poder romper la matriz de un modelo resquebrajado que alcanzó sus propios límites y reemplazarlo por otro que responda al pulso y las necesidades de estos tiempos. No se trata de una cuestión de gustos sino de supervivencia. En un escenario mundial en el que la apuesta es producir más y mejores contenidos, la tele argentina eligió apenas retransmitirlos.
No es casualidad que el cable le gane a una televisión abierta que ha perdido en los últimos diez años aproximadamente el 30% de su audiencia. Mientras en mayo de 2006 la sumatoria del rating de los canales abiertos era de 38.1 contra 18.5 de todo el cable, en mayo de 2016 esa cifra cayó a 27.4, mientras el cable la superó con un 28.7 de rating. Y no se trata solo de que los televidentes le hayan dado la espalda. Mientras la televisión abierta se desangra, los argentinos siguen migrando en la búsqueda de lo que ella quizás da hoy en cuentagotas: originalidad, calidad, identificación, sorpresa.
Ojalá que la tele deje de autodevaluarse, y apueste a un futuro que le será previsible y promisorio en la medida que ayude a inventarlo.
*/**Directores artísticos de Telefe (2000-2009). *Politóloga. **Sociólogo.