El kichnerismo está encerrado en una paradoja aterradora. La vergüenza de los bolsos de José López, el segundo de Julio De Vido durante la “década ganada”, le tendió aquella trampa. Los kirchneristas se esfuerzan en exhibir al ex secretario de Obras Públicas como un cuerpo ajeno a ellos. Como un infame y un traidor. Un exceso aislado en medio de un ciclo que habría dado vuelta de campana a la prolongada decadencia argentina.
Tal explicación brotó en labios de una tropa de figuras connotadas. Lo dijo Héctor Recalde, el jefe del bloque de diputados del FpV. Fue repetido por Hebe de Bonafini, la jefa de las Madres de Plaza de Mayo. “Infiltrado”, llamó a López. Estuvo doce años en el poder y casi tres décadas junto al matrimonio Kirchner. En su atontamiento, el kirchnerismo terminaría haciendo suya una argumentación que supo combatir. Durante años la blandieron los militares de la dictadura para explicar los miles de muertos y desaparecidos. Machacaron con los excesos de la represión. Negaron la existencia de un plan premeditado de exterminio que resultó blanqueado cuando Jorge Rafael Videla describió, en prisión, lo que llamó “la solución final”. La eliminación de terroristas, sospechosos y simples supuestos adversarios.
El kirchnerismo no afronta la obligación, por fortuna, de explicar muertes. Su drama posee otra matriz. Pero tampoco está en condiciones de admitir, sin volar de inmediato por el aire, que López no representa la excepción que sostienen que es. En todo caso, constituiría la pieza más valiosa descubierta hasta ahora de un sistema de poder construido para delinquir. Para robar, entre variados ardides, con sobreprecios de la obra pública.
La tardía desazón de kirchneristas encuadraría con conductas sociales recurrentes en la Argentina. También, aunque no únicamente, durante la dictadura. Pocos se privaron de la fiesta del Mundial 78 y de la euforia que desató la fugaz recuperación de las Malvinas. La tragedia ya había sucedido. Una mayoría creyó durante demasiado tiempo en los 90 que un peso equivalía a un dólar. Cristina también se suma al juego del ilusionismo. Reclama que aparezcan los responsables de la plata que López llevaba en los bolsos. Como si ella misma, que fue la jefa del reo, no tuviera nada que ver. No habría de qué sorprenderse. La ex presidenta gobernó ocho años aquí pero ante cada dificultad dejó la impresión de residir en Estocolmo. Se trata de un ADN de ajenidad que perdura y se replica. De otro modo sería difícil explicar el fallo de la Cámara de Casación, con tres jueces de Justicia Legítima, que consideró que la muerte de Alberto Nisman no tuvo que ver ni con su condición de fiscal, ni con su investigación del atentado en la AMIA, ni con la denuncia por encubrimiento terrorista que le había estampado a Cristina. Una verdadera joya.
La caída de López no sólo deja desnudo a De Vido. Confirmaría la existencia de la máquina recaudatoria que administraron Néstor Kirchner y Cristina, varios de cuyos engranajes parecen ahora forzados, antes por la presión pública que por la pericia judicial, a empezar a rendir cuentas. Lázaro Báez está preso junto a un lote de compinches. Se asoma a un umbral para revelar su sociedad política y comercial con el matrimonio. Ricardo Jaime, el ex secretario de Transporte, también permanece entre rejas. Aunque abandonado por los K. Ricardo Echegaray, tras un procesamiento, fue tumbado de la Auditoría General de la Nación por encubrir al empresario patagónico. José Sbatella, el titular de la Unidad de Información Financiera (UIF), ha sido procesado por el juez Luis Rodríguez y amontona decenas de causas. Fue el funcionario que nunca informó sobre los movimientos extraños de fondos de funcionarios kirchneristas. Cristóbal López está cercado por su evasión fiscal y las irregularidades con el juego. Alicia Kirchner aparece jaqueda por una cadena de denuncias y la anarquía que persiste en Santa Cruz. Máximo, el diputado e hijo presidencial, es un muchacho atribulado.
López, el ex secretario, está lejos de significar un simple exceso de la década K. Ladeó a la pareja del poder desde fines de los 80. Y pretendió ser más de lo que terminó siendo. El ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, memora que cuando Kirchner diseñaba su gabinete antes de asumir, De Vido se postulaba para Economía y López para el Ministerio de Planificación. Hubo una puja interna que concluyó no bien el ex presidente comprendió que no podía prescindir de Roberto Lavagna. El entonces ministro llegaba con Eduardo Duhalde y constituía una señal confiable para una economía en recuperación pero aún precaria. López le gritó “traidor” a Fernández en el velorio de Kirchner. Otro ex jefe de Gabinete recuerda cómo López retaceaba obras para su municipio. Cuando pedía explicaciones, el mandamás de Obras Públicas le respondía monocorde: “Son órdenes de Cristina”. Sergio Massa administraba Tigre. Tuvo un paso breve por la Casa Rosada que concluyó mal.
En ese tránsito, el diputado del Frente Renovador pudo haberse ganado alguna enemistad que todavía paga. La historia arranca con Héctor Di Monte, el titular de la diócesis Mercedes-Luján que regenteó hasta su fallecimiento, en abril último, el monasterio de General Rodríguez donde López intentó esconder casi US$ 9 millones. Ese predio puede deparar todavía más sorpresas. Di Monte mantenía una estrecha relación con Oscar Sarlinga, obispo de la diócesis Zárate-Campana. Jorge Bergoglio, hoy Francisco, siempre barruntó que Massa, por instrucciones de Kirchner, buscó apartarlo del Arzobispado de Buenos Aires y sustituirlo justamente por Sarlinga. Los hechos hablan por sí solos. No bien se coronó Papa, Francisco conformó una comisión investigadora en la diócesis de Zárate-Campana. Sarlinga terminó renunciando en noviembre del 2015.
El escándalo de López funcionó como un verdadero terremoto entre kirchneristas y peronistas. Los primeros parecen atrapados por el devenir judicial. Los segundos, por el destino político. ¿Podrá seguir soñando Cristina con una postulación en las legislativas del año próximo? ¿Hasta cuándo le seguirán respondiendo los incondicionales? ¿Quién querrá arrimarse al Frente Ciudadano que lanzó en Comodoro Py para confrontar con Mauricio Macri? La mujer, pese a todo, no afloja ni ante la tormenta más severa. El FpV de Diputados apenas pudo condenar de modo tangencial el revoleo trasnochado de López. No hubo una sola mención a De Vido. El diputado se ausentó por primera vez de un debate en la Cámara. Se aprobó el blanqueo de capitales y la reparación a los jubilados. En el Senado imperó silencio estricto.
El kirchnerismo ni siquiera dispuso de margen para maniobrar cuando el macrismo planteó que se discutiera el dictamen de la Comisión de Asuntos Constitucionales, que habilita la posibilidad de un allanamiento en un departamento de De Vido. Lo tuvo que rechazar por orden de la ex presidenta. Se tensaron muchos rostros. Axel Kicillof sondeó alternativas con diputados del Frente Renovador. “Ella no acepta nada”, confesó resignado.
Aquella jugada macrista estaba condenada a la derrota. Porque requería de los votos de las tres cuartas partes de los asistentes para conseguir el tratamiento. Imposible en una minoría parlamentaria que gobierna la nación. Sirvió de todos modos para acentuar el incordio entre kirchneristas y peronistas. Tres diputados decidieron emigrar del FpV. También, una senadora. Puede haber en los próximo días otra fractura, parecida a la que produjo Diego Bossio, el ex titular de la ANSeS, en vísperas de la votación del acuerdo con los fondos buitre. Fue posible escuchar, a propósito, un discurso llamativo. El diputado peronista Oscar Romero habló sobre el blanqueo y los jubilados. Pero cargó su mensaje con alusiones a la necesidad de fortalecer el bloque peronista. Para aislar definitivamente al cristinismo.
Los gobernadores peronistas suponen imposible afrontar el año electoral que vendrá con el pesado estigma de la corrupción. José Luis Gioja y Daniel Scioli, la conducción formal del PJ, estuvieron deliberando a solas. El sanjuanino se animó a votar a favor ciertos aspectos de las leyes del blanqueo y jubilados consensuadas por el macrismo. El ex gobernador bonaerense promete que esta vez le dirá adiós a Cristina. Pero siempre entre sus dichos y sus hechos se abre un abismo.
Las imágenes de la corrupción explícita mantiene crispada a la opinión pública. También explicaría la súbita celeridad de los jueces en asuntos emblemáticos. Daniel Rafecas se acordó del enriquecimiento ilícito de López que sustancia desde el 2008. Desde una fecha similar Julián Ercolini evalúa sobreprecios de la obra pública. Marcelo Martínez de Giorgi citó a declarar a López, De Vido y Bonafini por la denuncia sobre Sueños Compartidos que le compete desde el 2011. Casi no valdría la pena refrescar que Sebastián Casanello anda con la ruta del dinero K desde el 2013. Se le vendría otro apercibimiento.
Semejante mora y especulación concedería más realce a la decisión y el triunfo de Macri al conseguir por nocaut en el Senado los nombramientos de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz como nuevos jueces de la Corte Suprema. En uno de los casos, un sapo difícil de tragar para el kirchnerismo. Rosatti renunció como ministro de Justicia de Kirchner por un negocio oscuro –la construcción de cárceles en Mendoza– que le propusieron López y De Vido. Había aterrizado en el planeta K de la mano de Cristina: en la Procuración del Tesoro.
Tal explicación brotó en labios de una tropa de figuras connotadas. Lo dijo Héctor Recalde, el jefe del bloque de diputados del FpV. Fue repetido por Hebe de Bonafini, la jefa de las Madres de Plaza de Mayo. “Infiltrado”, llamó a López. Estuvo doce años en el poder y casi tres décadas junto al matrimonio Kirchner. En su atontamiento, el kirchnerismo terminaría haciendo suya una argumentación que supo combatir. Durante años la blandieron los militares de la dictadura para explicar los miles de muertos y desaparecidos. Machacaron con los excesos de la represión. Negaron la existencia de un plan premeditado de exterminio que resultó blanqueado cuando Jorge Rafael Videla describió, en prisión, lo que llamó “la solución final”. La eliminación de terroristas, sospechosos y simples supuestos adversarios.
El kirchnerismo no afronta la obligación, por fortuna, de explicar muertes. Su drama posee otra matriz. Pero tampoco está en condiciones de admitir, sin volar de inmediato por el aire, que López no representa la excepción que sostienen que es. En todo caso, constituiría la pieza más valiosa descubierta hasta ahora de un sistema de poder construido para delinquir. Para robar, entre variados ardides, con sobreprecios de la obra pública.
La tardía desazón de kirchneristas encuadraría con conductas sociales recurrentes en la Argentina. También, aunque no únicamente, durante la dictadura. Pocos se privaron de la fiesta del Mundial 78 y de la euforia que desató la fugaz recuperación de las Malvinas. La tragedia ya había sucedido. Una mayoría creyó durante demasiado tiempo en los 90 que un peso equivalía a un dólar. Cristina también se suma al juego del ilusionismo. Reclama que aparezcan los responsables de la plata que López llevaba en los bolsos. Como si ella misma, que fue la jefa del reo, no tuviera nada que ver. No habría de qué sorprenderse. La ex presidenta gobernó ocho años aquí pero ante cada dificultad dejó la impresión de residir en Estocolmo. Se trata de un ADN de ajenidad que perdura y se replica. De otro modo sería difícil explicar el fallo de la Cámara de Casación, con tres jueces de Justicia Legítima, que consideró que la muerte de Alberto Nisman no tuvo que ver ni con su condición de fiscal, ni con su investigación del atentado en la AMIA, ni con la denuncia por encubrimiento terrorista que le había estampado a Cristina. Una verdadera joya.
La caída de López no sólo deja desnudo a De Vido. Confirmaría la existencia de la máquina recaudatoria que administraron Néstor Kirchner y Cristina, varios de cuyos engranajes parecen ahora forzados, antes por la presión pública que por la pericia judicial, a empezar a rendir cuentas. Lázaro Báez está preso junto a un lote de compinches. Se asoma a un umbral para revelar su sociedad política y comercial con el matrimonio. Ricardo Jaime, el ex secretario de Transporte, también permanece entre rejas. Aunque abandonado por los K. Ricardo Echegaray, tras un procesamiento, fue tumbado de la Auditoría General de la Nación por encubrir al empresario patagónico. José Sbatella, el titular de la Unidad de Información Financiera (UIF), ha sido procesado por el juez Luis Rodríguez y amontona decenas de causas. Fue el funcionario que nunca informó sobre los movimientos extraños de fondos de funcionarios kirchneristas. Cristóbal López está cercado por su evasión fiscal y las irregularidades con el juego. Alicia Kirchner aparece jaqueda por una cadena de denuncias y la anarquía que persiste en Santa Cruz. Máximo, el diputado e hijo presidencial, es un muchacho atribulado.
López, el ex secretario, está lejos de significar un simple exceso de la década K. Ladeó a la pareja del poder desde fines de los 80. Y pretendió ser más de lo que terminó siendo. El ex jefe de Gabinete, Alberto Fernández, memora que cuando Kirchner diseñaba su gabinete antes de asumir, De Vido se postulaba para Economía y López para el Ministerio de Planificación. Hubo una puja interna que concluyó no bien el ex presidente comprendió que no podía prescindir de Roberto Lavagna. El entonces ministro llegaba con Eduardo Duhalde y constituía una señal confiable para una economía en recuperación pero aún precaria. López le gritó “traidor” a Fernández en el velorio de Kirchner. Otro ex jefe de Gabinete recuerda cómo López retaceaba obras para su municipio. Cuando pedía explicaciones, el mandamás de Obras Públicas le respondía monocorde: “Son órdenes de Cristina”. Sergio Massa administraba Tigre. Tuvo un paso breve por la Casa Rosada que concluyó mal.
En ese tránsito, el diputado del Frente Renovador pudo haberse ganado alguna enemistad que todavía paga. La historia arranca con Héctor Di Monte, el titular de la diócesis Mercedes-Luján que regenteó hasta su fallecimiento, en abril último, el monasterio de General Rodríguez donde López intentó esconder casi US$ 9 millones. Ese predio puede deparar todavía más sorpresas. Di Monte mantenía una estrecha relación con Oscar Sarlinga, obispo de la diócesis Zárate-Campana. Jorge Bergoglio, hoy Francisco, siempre barruntó que Massa, por instrucciones de Kirchner, buscó apartarlo del Arzobispado de Buenos Aires y sustituirlo justamente por Sarlinga. Los hechos hablan por sí solos. No bien se coronó Papa, Francisco conformó una comisión investigadora en la diócesis de Zárate-Campana. Sarlinga terminó renunciando en noviembre del 2015.
El escándalo de López funcionó como un verdadero terremoto entre kirchneristas y peronistas. Los primeros parecen atrapados por el devenir judicial. Los segundos, por el destino político. ¿Podrá seguir soñando Cristina con una postulación en las legislativas del año próximo? ¿Hasta cuándo le seguirán respondiendo los incondicionales? ¿Quién querrá arrimarse al Frente Ciudadano que lanzó en Comodoro Py para confrontar con Mauricio Macri? La mujer, pese a todo, no afloja ni ante la tormenta más severa. El FpV de Diputados apenas pudo condenar de modo tangencial el revoleo trasnochado de López. No hubo una sola mención a De Vido. El diputado se ausentó por primera vez de un debate en la Cámara. Se aprobó el blanqueo de capitales y la reparación a los jubilados. En el Senado imperó silencio estricto.
El kirchnerismo ni siquiera dispuso de margen para maniobrar cuando el macrismo planteó que se discutiera el dictamen de la Comisión de Asuntos Constitucionales, que habilita la posibilidad de un allanamiento en un departamento de De Vido. Lo tuvo que rechazar por orden de la ex presidenta. Se tensaron muchos rostros. Axel Kicillof sondeó alternativas con diputados del Frente Renovador. “Ella no acepta nada”, confesó resignado.
Aquella jugada macrista estaba condenada a la derrota. Porque requería de los votos de las tres cuartas partes de los asistentes para conseguir el tratamiento. Imposible en una minoría parlamentaria que gobierna la nación. Sirvió de todos modos para acentuar el incordio entre kirchneristas y peronistas. Tres diputados decidieron emigrar del FpV. También, una senadora. Puede haber en los próximo días otra fractura, parecida a la que produjo Diego Bossio, el ex titular de la ANSeS, en vísperas de la votación del acuerdo con los fondos buitre. Fue posible escuchar, a propósito, un discurso llamativo. El diputado peronista Oscar Romero habló sobre el blanqueo y los jubilados. Pero cargó su mensaje con alusiones a la necesidad de fortalecer el bloque peronista. Para aislar definitivamente al cristinismo.
Los gobernadores peronistas suponen imposible afrontar el año electoral que vendrá con el pesado estigma de la corrupción. José Luis Gioja y Daniel Scioli, la conducción formal del PJ, estuvieron deliberando a solas. El sanjuanino se animó a votar a favor ciertos aspectos de las leyes del blanqueo y jubilados consensuadas por el macrismo. El ex gobernador bonaerense promete que esta vez le dirá adiós a Cristina. Pero siempre entre sus dichos y sus hechos se abre un abismo.
Las imágenes de la corrupción explícita mantiene crispada a la opinión pública. También explicaría la súbita celeridad de los jueces en asuntos emblemáticos. Daniel Rafecas se acordó del enriquecimiento ilícito de López que sustancia desde el 2008. Desde una fecha similar Julián Ercolini evalúa sobreprecios de la obra pública. Marcelo Martínez de Giorgi citó a declarar a López, De Vido y Bonafini por la denuncia sobre Sueños Compartidos que le compete desde el 2011. Casi no valdría la pena refrescar que Sebastián Casanello anda con la ruta del dinero K desde el 2013. Se le vendría otro apercibimiento.
Semejante mora y especulación concedería más realce a la decisión y el triunfo de Macri al conseguir por nocaut en el Senado los nombramientos de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz como nuevos jueces de la Corte Suprema. En uno de los casos, un sapo difícil de tragar para el kirchnerismo. Rosatti renunció como ministro de Justicia de Kirchner por un negocio oscuro –la construcción de cárceles en Mendoza– que le propusieron López y De Vido. Había aterrizado en el planeta K de la mano de Cristina: en la Procuración del Tesoro.