Alejandro Bercovich
abercovich@diariobae.com
La conferencia de prensa de anteayer de Mauricio Macri cumplió con el objetivo trazado por los comunicólogos de la Rosada: endosarle al kirchnerismo el costo del “sinceramiento” y plantar el segundo trimestre de 2016 como el mojón lo más alto posible para exhibir una reducción de la pobreza durante el 2017 electoral. Poco pueden patalear quienes convirtieron al oscurantismo estadístico en gesta patriótica, por lo que la maniobra se perderá en los anales del país donde todos los datos son opinables. Pero el Presidente también sostuvo que el preocupante cuadro social actual “es el equilibrio económico de la Argentina, sin cepos y sin distorsiones”. Y en esa afirmación, casi dicha al pasar, blanqueó su satisfacción por lo que considera haber logrado durante el 20% de su mandato ya transcurrido. Bajo la óptica oficial, el país que esta semana recibió en simultáneo y después de una década larga al secretario del Tesoro estadounidense y a una misión revisora del FMI se acerca mucho más al deseable que el heredado el 10 de diciembre, aunque en aquél el PBI creciera al 2,5% interanual y en éste caiga a un ritmo simétricamente opuesto. Y pese a que en el medio, según la única medición comparable (la de la UCA), se haya hundido en la pobreza al menos un millón y medio de personas.
El secretario Jack Lew, auténtico régisseur del desmantelamiento del control de cambios, la devaluación y el pacto con los fondos buitre, recibió del Gobierno un trato de jefe de Estado. Decenas de diplomáticos trabajaron para que el hombre que fijó la hoja de ruta del primer semestre de la gestión el 4 de diciembre último, en una larga conversación telefónica con el entonces designado Alfonso Prat-Gay, se encontrara el lunes con Macri en el sector militar de Aeroparque sin que ninguno de los dos esperara demasiado al otro. Al caer la noche del martes, mientras el jefe del Tesoro volaba de regreso a Washington, la algarabía en el Palacio Bosch por el éxito de la primera visita de ese nivel desde la de Paul O’Neill en 2002 era desbordante. Un consejero del embajador Noah Mamet, dueño de casa, llegó incluso a expresar entre copas su admiración por Marcos Peña y a consultar a sus invitados si lo imaginaban presidente alguna vez.
El jefe de Gabinete se sabe lejos de seguir el derrotero sucesorio de Horacio Rodríguez Larreta. Y no oculta su resentimiento por los yerros que le achacan sus enemigos internos a la comunicación oficial, su heredad exclusiva. Puertas adentro respondió de forma inusualmente destemplada a quienes bromearon sobre el escándalo que suscitó el breve tránsito presidencial en un colectivo de la línea 520 y su bucólico paseo en bicicleta por el Central Park neoyorquino. El retiro espiritual que organizó en el Centro Cultural Kirchner la semana pasada, donde desgranó ante los 1.000 (¡mil!) voceros de las distintas reparticiones del Gobierno una serie de originales directrices como la de hablar con los periodistas “como personas humanas”, también exhibió la superposición de tareas entre esa multitud de portavoces y las consultoras privadas que muchos ministerios contrataron en paralelo. La más resonante fue la asesoría por un millón y medio de pesos que encargó Fabricaciones Militares a la agencia de lobby e imagen del padre de Nacho Viale, pero el “Davosito” fue antes promocionado por su competidora Urban. Para instalar la conversación que reemplace al relato, el macrismo no repara en gastos.
Tiranteces
El Presupuesto que debate el Congreso plasmó la resignación del Presidente a abandonar el objetivo de la disciplina fiscal con el que asumió. Lo que busca ahora es reanimar la actividad de cara a las elecciones, montado sobre un endeudamiento vertiginoso. El giro todavía enfrenta una tenaz resistencia de una parte del equipo económico y el establishment, que reclaman más ajuste del gasto sin cuestionar las rebajas de impuestos del inicio de la gestión que abultaron el rojo fiscal. En la conferencia anual que organizó ayer en el Four Seasons, por ejemplo, la calificadora de riesgo Moody’s recomendó que el Tesoro deje de pedir prestado dinero hasta el año entrante. Y apuntó que las fortalezas económicas de Argentina “se diluyen por sus políticas históricamente débiles y las dificultades que enfrenta” para financiarse. “Déjenme contagiarles algo de optimismo”, imploró al disertar allí el secretario de Finanzas, Luis Caputo, quien sin embargo admitió que “con las tasas que pagábamos en los 90, o incluso en los 2000, financiar un déficit como el que tenemos ahora sería imposible”.
A pocas cuadras, en el hotel Plaza y convocado por la ortodoxa FIEL, Carlos Melconian hizo advertencias aún más duras que las de Moody’s. “El peor escenario que podemos tener por delante es que nos rompamos todo para bajar los subsidios y luego veamos que no bajó el déficit”, dijo el presidente del Banco Nación. Tras embestir nuevamente contra el reajuste de haberes para los jubilados, que se cansó de torpedear su socio y alter ego Rodolfo Santangelo, opinó que “cuando el déficit se dispara de 6 a 10 (puntos del PBI), es muy difícil meterse ahí”. Después aclaró, para disipar versiones de internas, que “el problema lo tenemos todos los que integramos el equipo del presidente Macri”. Ante sus íntimos se cuida menos.
La pregunta es cuánto se mantendrá el ciclo de bajas tasas de interés con el que Estados Unidos y Europa procuran volver a crecer a fuerza de crédito barato. El director para América del FMI, Alejandro Werner, mostró en la conferencia de FIEL que los inversores de Wall Street apuestan a que, en 20 años, los países ricos seguirán pagando menos del 2% anual. Si se equivocaran no sería la primera vez. Para Wall Street ni para el FMI. Pero el default y la crisis no ocurrirían allí sino acá.
No tan rápido
Werner, un economista ortodoxo de la escudería de Agustín Carstens, un posible sucesor de Christine Lagarde, tiene ascendencia argentina. Su padre era un estrecho colaborador del ministro peronista José Ber Gelbard y debió exiliarse en México, donde él creció. Ya de joven abjuró de la heterodoxia paterna y fue alumno en el MIT de Federico Sturzenegger, de quien se despidió calurosamente ayer, al dar por concluida la misión que redactará el primer informe del Fondo sobre el país en 10 años. Pero tanto en el texto preliminar como en las breves declaraciones que hizo a la prensa, si bien saludó las “reformas” que introdujo Macri, advirtió que no deberían ahogar el crecimiento. Y recordó que reducir la inflación a un dígito, como quiere hacer el jefe del Banco Central en 2019, no llevó menos de una década a ninguno de los países que lo consiguió.
Otro dato con el que sorprendió ayer Werner fue cómo se estancaron en los últimos cuatro años tanto el comercio internacional como las inversiones, cuyo crecimiento se redujo a cero en los últimos 12 meses. Es el mundo al que tal vez se apuró a abrirse el Gobierno, al menos a juzgar por las fábricas que cierran aplastadas por las importaciones, como la que mantuvo abierta durante los últimos 30 años TN Platex en el Chaco. Es la apuesta que ahora también revisa Macri, al menos según proyecciones como los de la consultora Contexto, que augura para 2017 un rebote del 2,8% basado exclusivamente en lo que se recupere el consumo doméstico.
El problema, para el establishment, no es tan económico como político. Tanto a los inversores que reclutó Moody’s como a muchos empresarios criollos les preocupa que Macri choque contra una derrota electoral que entierre las chances del erradicar al peronismo y a la demagogia populista en general. El cisne negro puede nacer en cualquier estanque en cualquier momento, sobre todo en plena temporada de pases antes de los primeros punteos de listas legislativas. ¿O el callado Florencio Randazzo no cultiva una añeja amistad con el embajador Martín Lousteau, quien también recibió a Sergio Massa un par de meses atrás en Washington?
El vicejefe de Gabinete Gustavo Lopetegui, víctima de una de sus primeras traiciones, ya advirtió puertas adentro sobre la camaleónica habilidad para reciclarse del joven embajador apadrinado por Enrique Nosiglia a quien todo el Pro porteño mira con desconfianza. Por las dudas, en la Rosada guardan bajo siete llaves el decreto mediante el cual autorizó los fondos para el quimérico tren bala de Julio De Vido y Ricardo Jaime (que se habían negado a firmar los dos ministros de Economía anteriores) y las resoluciones mediante las cuales contrajo la deuda más cara de la historia: los Boden 2012 al 15% en dólares con Venezuela.
abercovich@diariobae.com
La conferencia de prensa de anteayer de Mauricio Macri cumplió con el objetivo trazado por los comunicólogos de la Rosada: endosarle al kirchnerismo el costo del “sinceramiento” y plantar el segundo trimestre de 2016 como el mojón lo más alto posible para exhibir una reducción de la pobreza durante el 2017 electoral. Poco pueden patalear quienes convirtieron al oscurantismo estadístico en gesta patriótica, por lo que la maniobra se perderá en los anales del país donde todos los datos son opinables. Pero el Presidente también sostuvo que el preocupante cuadro social actual “es el equilibrio económico de la Argentina, sin cepos y sin distorsiones”. Y en esa afirmación, casi dicha al pasar, blanqueó su satisfacción por lo que considera haber logrado durante el 20% de su mandato ya transcurrido. Bajo la óptica oficial, el país que esta semana recibió en simultáneo y después de una década larga al secretario del Tesoro estadounidense y a una misión revisora del FMI se acerca mucho más al deseable que el heredado el 10 de diciembre, aunque en aquél el PBI creciera al 2,5% interanual y en éste caiga a un ritmo simétricamente opuesto. Y pese a que en el medio, según la única medición comparable (la de la UCA), se haya hundido en la pobreza al menos un millón y medio de personas.
El secretario Jack Lew, auténtico régisseur del desmantelamiento del control de cambios, la devaluación y el pacto con los fondos buitre, recibió del Gobierno un trato de jefe de Estado. Decenas de diplomáticos trabajaron para que el hombre que fijó la hoja de ruta del primer semestre de la gestión el 4 de diciembre último, en una larga conversación telefónica con el entonces designado Alfonso Prat-Gay, se encontrara el lunes con Macri en el sector militar de Aeroparque sin que ninguno de los dos esperara demasiado al otro. Al caer la noche del martes, mientras el jefe del Tesoro volaba de regreso a Washington, la algarabía en el Palacio Bosch por el éxito de la primera visita de ese nivel desde la de Paul O’Neill en 2002 era desbordante. Un consejero del embajador Noah Mamet, dueño de casa, llegó incluso a expresar entre copas su admiración por Marcos Peña y a consultar a sus invitados si lo imaginaban presidente alguna vez.
El jefe de Gabinete se sabe lejos de seguir el derrotero sucesorio de Horacio Rodríguez Larreta. Y no oculta su resentimiento por los yerros que le achacan sus enemigos internos a la comunicación oficial, su heredad exclusiva. Puertas adentro respondió de forma inusualmente destemplada a quienes bromearon sobre el escándalo que suscitó el breve tránsito presidencial en un colectivo de la línea 520 y su bucólico paseo en bicicleta por el Central Park neoyorquino. El retiro espiritual que organizó en el Centro Cultural Kirchner la semana pasada, donde desgranó ante los 1.000 (¡mil!) voceros de las distintas reparticiones del Gobierno una serie de originales directrices como la de hablar con los periodistas “como personas humanas”, también exhibió la superposición de tareas entre esa multitud de portavoces y las consultoras privadas que muchos ministerios contrataron en paralelo. La más resonante fue la asesoría por un millón y medio de pesos que encargó Fabricaciones Militares a la agencia de lobby e imagen del padre de Nacho Viale, pero el “Davosito” fue antes promocionado por su competidora Urban. Para instalar la conversación que reemplace al relato, el macrismo no repara en gastos.
Tiranteces
El Presupuesto que debate el Congreso plasmó la resignación del Presidente a abandonar el objetivo de la disciplina fiscal con el que asumió. Lo que busca ahora es reanimar la actividad de cara a las elecciones, montado sobre un endeudamiento vertiginoso. El giro todavía enfrenta una tenaz resistencia de una parte del equipo económico y el establishment, que reclaman más ajuste del gasto sin cuestionar las rebajas de impuestos del inicio de la gestión que abultaron el rojo fiscal. En la conferencia anual que organizó ayer en el Four Seasons, por ejemplo, la calificadora de riesgo Moody’s recomendó que el Tesoro deje de pedir prestado dinero hasta el año entrante. Y apuntó que las fortalezas económicas de Argentina “se diluyen por sus políticas históricamente débiles y las dificultades que enfrenta” para financiarse. “Déjenme contagiarles algo de optimismo”, imploró al disertar allí el secretario de Finanzas, Luis Caputo, quien sin embargo admitió que “con las tasas que pagábamos en los 90, o incluso en los 2000, financiar un déficit como el que tenemos ahora sería imposible”.
A pocas cuadras, en el hotel Plaza y convocado por la ortodoxa FIEL, Carlos Melconian hizo advertencias aún más duras que las de Moody’s. “El peor escenario que podemos tener por delante es que nos rompamos todo para bajar los subsidios y luego veamos que no bajó el déficit”, dijo el presidente del Banco Nación. Tras embestir nuevamente contra el reajuste de haberes para los jubilados, que se cansó de torpedear su socio y alter ego Rodolfo Santangelo, opinó que “cuando el déficit se dispara de 6 a 10 (puntos del PBI), es muy difícil meterse ahí”. Después aclaró, para disipar versiones de internas, que “el problema lo tenemos todos los que integramos el equipo del presidente Macri”. Ante sus íntimos se cuida menos.
La pregunta es cuánto se mantendrá el ciclo de bajas tasas de interés con el que Estados Unidos y Europa procuran volver a crecer a fuerza de crédito barato. El director para América del FMI, Alejandro Werner, mostró en la conferencia de FIEL que los inversores de Wall Street apuestan a que, en 20 años, los países ricos seguirán pagando menos del 2% anual. Si se equivocaran no sería la primera vez. Para Wall Street ni para el FMI. Pero el default y la crisis no ocurrirían allí sino acá.
No tan rápido
Werner, un economista ortodoxo de la escudería de Agustín Carstens, un posible sucesor de Christine Lagarde, tiene ascendencia argentina. Su padre era un estrecho colaborador del ministro peronista José Ber Gelbard y debió exiliarse en México, donde él creció. Ya de joven abjuró de la heterodoxia paterna y fue alumno en el MIT de Federico Sturzenegger, de quien se despidió calurosamente ayer, al dar por concluida la misión que redactará el primer informe del Fondo sobre el país en 10 años. Pero tanto en el texto preliminar como en las breves declaraciones que hizo a la prensa, si bien saludó las “reformas” que introdujo Macri, advirtió que no deberían ahogar el crecimiento. Y recordó que reducir la inflación a un dígito, como quiere hacer el jefe del Banco Central en 2019, no llevó menos de una década a ninguno de los países que lo consiguió.
Otro dato con el que sorprendió ayer Werner fue cómo se estancaron en los últimos cuatro años tanto el comercio internacional como las inversiones, cuyo crecimiento se redujo a cero en los últimos 12 meses. Es el mundo al que tal vez se apuró a abrirse el Gobierno, al menos a juzgar por las fábricas que cierran aplastadas por las importaciones, como la que mantuvo abierta durante los últimos 30 años TN Platex en el Chaco. Es la apuesta que ahora también revisa Macri, al menos según proyecciones como los de la consultora Contexto, que augura para 2017 un rebote del 2,8% basado exclusivamente en lo que se recupere el consumo doméstico.
El problema, para el establishment, no es tan económico como político. Tanto a los inversores que reclutó Moody’s como a muchos empresarios criollos les preocupa que Macri choque contra una derrota electoral que entierre las chances del erradicar al peronismo y a la demagogia populista en general. El cisne negro puede nacer en cualquier estanque en cualquier momento, sobre todo en plena temporada de pases antes de los primeros punteos de listas legislativas. ¿O el callado Florencio Randazzo no cultiva una añeja amistad con el embajador Martín Lousteau, quien también recibió a Sergio Massa un par de meses atrás en Washington?
El vicejefe de Gabinete Gustavo Lopetegui, víctima de una de sus primeras traiciones, ya advirtió puertas adentro sobre la camaleónica habilidad para reciclarse del joven embajador apadrinado por Enrique Nosiglia a quien todo el Pro porteño mira con desconfianza. Por las dudas, en la Rosada guardan bajo siete llaves el decreto mediante el cual autorizó los fondos para el quimérico tren bala de Julio De Vido y Ricardo Jaime (que se habían negado a firmar los dos ministros de Economía anteriores) y las resoluciones mediante las cuales contrajo la deuda más cara de la historia: los Boden 2012 al 15% en dólares con Venezuela.