A su modo, María Eugenia Vidal usa la metáfora de la inundación, esa que enseña que cuando baja lo peor, afloran otra vez los viejos problemas. En este caso, el agua al cuello serían la inflación y las tarifas; y la deuda estructural, insoportablemente latente apenas escurre lo otro, la inseguridad.
Aun cuando, según sus colaboradores, cae en la tentación de marcar cierta mejora –”los índices que se pueden medir, robos y homicidios, bajaron un poco”, les asegura–, la gobernadora les hace ver que es consciente de que las últimas historias de inseguridad en Provincia, con final infeliz, levantaron el tema de modo preocupante para su futuro político.
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En charlas informales con funcionarios de su confianza, Vidal concede que los casos del doctor paraguayo y al carnicero de Zárate, con delincuentes muertos y el complejo debate de la Justicia por mano propia, universalizaron otra vez el problema. Lo pusieron en la línea de flotación de la clase media.
Dicen que en los análisis del desastre por la inseguridad que heredó de Daniel Scioli, repasa tópicos habituales (Bonaerense corrupta, jueces pro puerta giratoria, falta de equipamiento), pero hace dos marcaciones personales. Una, que lo más obsoleto del sistema, donde nunca se encaró una renovación, es el Servicio Penitenciario. Lo marca como lo peor de peor. Un lugar imposible para pensar en la reinserción de nadie.
Y también les remarca una opinión que hoy pareciera contradecirse con el pedido urgente de gendarmes y prefectos. Que más policías en la calle, no es más seguridad. En realidad, los agentes que Vidal descarta son los “policías locales” que, de apuro, Scioli tiró a la calle antes de la elección. Lo contó Clarín: según una auditoría, un tercio no sirve para ser policía. La gobernadora, se descuenta, presionó por reemplazarlos en el mientras tanto con fuerzas federales.
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Más allá del optimismo PRO que conserva, la gobernadora no deja de transmitirles a sus allegados cierta preocupación por la elección de 2017. Sabe, como todo el oficialismo, que es un paso fundamental para, como mínimo, llegar sólidos al final del mandato. Lo lleva a un dramatismo particular. Cuando les explica el porqué, eleva el tono: “La elección del año que viene es mucho más importante que la que pasó. Porque es la que tiene que consolidar el cambio”. Y que sube la apuesta. Casi que instala un eslogan y su propia campaña del miedo:“Hay que salir a la calle e interpelar a la gente. ¿Qué querés? ¿Querés cambiar o volver a lo otro (por el kirchnerismo)?”.
Se tiene fe.
Aun cuando, según sus colaboradores, cae en la tentación de marcar cierta mejora –”los índices que se pueden medir, robos y homicidios, bajaron un poco”, les asegura–, la gobernadora les hace ver que es consciente de que las últimas historias de inseguridad en Provincia, con final infeliz, levantaron el tema de modo preocupante para su futuro político.
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En charlas informales con funcionarios de su confianza, Vidal concede que los casos del doctor paraguayo y al carnicero de Zárate, con delincuentes muertos y el complejo debate de la Justicia por mano propia, universalizaron otra vez el problema. Lo pusieron en la línea de flotación de la clase media.
Dicen que en los análisis del desastre por la inseguridad que heredó de Daniel Scioli, repasa tópicos habituales (Bonaerense corrupta, jueces pro puerta giratoria, falta de equipamiento), pero hace dos marcaciones personales. Una, que lo más obsoleto del sistema, donde nunca se encaró una renovación, es el Servicio Penitenciario. Lo marca como lo peor de peor. Un lugar imposible para pensar en la reinserción de nadie.
Y también les remarca una opinión que hoy pareciera contradecirse con el pedido urgente de gendarmes y prefectos. Que más policías en la calle, no es más seguridad. En realidad, los agentes que Vidal descarta son los “policías locales” que, de apuro, Scioli tiró a la calle antes de la elección. Lo contó Clarín: según una auditoría, un tercio no sirve para ser policía. La gobernadora, se descuenta, presionó por reemplazarlos en el mientras tanto con fuerzas federales.
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Más allá del optimismo PRO que conserva, la gobernadora no deja de transmitirles a sus allegados cierta preocupación por la elección de 2017. Sabe, como todo el oficialismo, que es un paso fundamental para, como mínimo, llegar sólidos al final del mandato. Lo lleva a un dramatismo particular. Cuando les explica el porqué, eleva el tono: “La elección del año que viene es mucho más importante que la que pasó. Porque es la que tiene que consolidar el cambio”. Y que sube la apuesta. Casi que instala un eslogan y su propia campaña del miedo:“Hay que salir a la calle e interpelar a la gente. ¿Qué querés? ¿Querés cambiar o volver a lo otro (por el kirchnerismo)?”.
Se tiene fe.