Industriales trumpistas, broncas de la vieja guardia y ostentaciones en plena sequía

Alejandro Bercovich
abercovich@diariobae.com
El timing no es el mejor. El secretario de Comercio, Mike Braun, aterrizará el lunes en el DF para negociar con el gobierno de Enrique Peña Nieto una ampliación del Acuerdo de Complementación Económica bilateral (ACE 6) vigente hace 29 años. El viaje está pautado hace meses, claro, y forma parte de la misma agenda liberalizadora que llevó a su jefe, Francisco Cabrera, a expresar la semana pasada desde Washington su intención de firmar cuanto antes un tratado de libre comercio con Estados Unidos. Hasta el batacazo de Donald Trump, Braun también planeaba volar durante noviembre a Ottawa para apurar otro tratado entre el Mercosur y Canadá. Pero esos anhelos librecambistas ahora difícilmente se concreten, con Peña Nieto y el canadiense Justin Trudeau concentrados en sobrevivir a una eventual explosión del NAFTA. Son utopías tan improbables como la temida Asociación Transpacífica (TPP), que quedó enterrada por la victoria del magnate proteccionista y la confirmación de que el mundo se está cerrando a una velocidad vertiginosa.
Aunque nadie lo dirá en público, los industriales argentinos respiraron aliviados tras la sorpresa que obligará al Gobierno a revisar la política comercial externa que desplegó en estos 11 meses. Basados en los planes que redactaron durante más de un año en la Fundación Pensar, y sin advertir que la crisis global sigue viva y coleando, Braun y Cabrera venían implementando una apertura aduanera que ya castiga con dureza a los sectores del calzado, la indumentaria, el mueble, los juguetes y la metalurgia, entre otros rubros. Para paliar sus efectos sociales, el Ministerio de Trabajo no tuvo mejor idea que implementar un subsidio estatal a las indemnizaciones de aquellos obreros que se queden sin empleo por la avalancha importadora: un “Repro VIP” de $7500 mensuales durante seis meses que ayer reveló el periodista Mariano Martín, al estilo de los créditos que giraba el Banco Mundial en los 90 para indemnizar a los cesantes de la ola privatizadora menemista.
A Braun hay que concederle que ni en Washington preveían el triunfo republicano. El lunes por la mañana, por caso, el grupo de diputados argentinos que viajó a presenciar los comicios fue recibido allá por el jefe para el Cono Sur del Departamento de Estado, quien destacó cuánto había mejorado la relación bilateral este año. El diplomático ponderó que Barack Obama y Mauricio Macri se hayan reunido tres veces en pocos meses, que el Tesoro haya empujado el acuerdo con los fondos buitre y que Argentina lo haya retribuido contribuyendo a aislar a la Venezuela de Nicolás Maduro. Cuando le preguntaron qué pasaría si ganaba Trump, fue lacónico: “No nos imaginamos una situación así”.
Si bien la canciller Susana Malcorra tampoco lo imaginó, y hasta criticó en público al ganador, Macri la sentó a su lado en la reunión de emergencia a la que convocó el miércoles por la mañana en Olivos y procuró blindarla de las críticas internas. “Nos equivocamos todos, así que ahora perfil bajo y a acomodarse al resultado”, ordenó. Su estratega publicitario Jaime Durán Barba, en rigor, le había advertido que podía ganar Trump. Pero él, que lo conoce desde los ochenta por un negocio inmobiliario que le encargó su padre y que lo llevó a compartir largas y bien regadas noches neoyorquinas con el flamante POTUS, jamás creyó que llegaría.
En la Rosada ahora confían en que ocurra lo que anticipó el miércoles el exsubsecretario de Estado de George W. Bush, Roger Noriega, todavía con las urnas calientes y ante el mismo grupo de diputados del PRO y el massismo. “Sin el partido no puede gobernar, así que deberá moderarse”, auguró el republicano, uno de los peores enemigos internos de la candidatura de Trump. “El problema es que es infantil y caprichoso”, agregó, a metros del despacho que el ubicuo Gustavo Cinosi tiene ahora en la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) cerca del río Potomac.
Octubre rojo
Los popes del consumo masivo, que la semana próxima se reunirán en las jornadas anuales de la Asociación de Supermercadistas Unidos (ASU), cerraron un octubre para el olvido. La única explicación que encuentran para el desplome que todavía no terminaron de mensurar son las lluvias que mantuvieron a la clientela lejos de los locales. Pero en otros rubros, como la indumentaria, hay importantes marcas nacionales que por primera vez en su historia vendieron menos en octubre que en septiembre, un mes tradicionalmente planchado. Una de las más conocidas incluso facturó menos (¡en pesos!) que en octubre de 2015. La reversión del fallo contra el tarifazo, al parecer, no solo devolvió la inflación al rango del 3% mensual sino que amilanó también a la clase media.
El riesgo es el que José Ignacio de Mendiguren les advirtió más de una vez a macristas como Jaime Durán Barba, con quien volvió a cruzarse esta semana en Washington: que de tanto machacar sobre la corrupción kirchnerista en medio de la malaria que deprime al mercado interno, el Gobierno termine por reavivar de cara al 2017 la llama del “que se vayan todos” que sofocó Néstor Kirchner a fuerza de volver a meter a la gente en el supermercado. Es la misma lección que les dio Trump a los demócratas: el descontento está ahí, latente, y puede estallar para cualquier lado.
En ese contexto, y en pleno tire y afloje por un bono de fin de año que apenas paliará lo perdido por los trabajadores durante el año, la ostentación de algunos funcionarios empieza a hacer ruido entre sus superiores. El secretario de Empleo, Ezequiel Sabor, es uno de ellos. No solo empezó a moverse por el country Los Cardales en una camioneta Dodge RAM último modelo valuada en $750.000 sino que la deja estacionada frente a su casa porque un chofer oficial lo lleva a Callao y Alem. Su esposa, la ministra de Gobierno de Campana, Mariela Schvartz, tampoco la lleva a trabajar. En ese mismo exclusivo barrio privado acaba de alquilarse la mansión más fastuosa: su nuevo habitante es el ministro de Justicia bonaerense, Gustavo Ferrari.
Viejos amigos
La provincia es territorio de febriles especulaciones electorales. Jorge Macri, a quien María Eugenia Vidal mantuvo ocupado este año en el vínculo con los intendentes, vio esfumarse su influencia en la medida en que intentó reflotar el pacto tácito según el cual él encabezaría la lista de senadores de Cambiemos por la provincia. La gobernadora, única dirigente del oficialismo con mejor imagen que el Presidente, no dejará que nadie arme por ella las listas. Ni siquiera su mano derecha, Federico Salvai. El intendente de Vicente López no tiene chances de imponerse: si encabezara la lista, Cambiemos quedaría tercero.
Vidal prefiere como candidata a Gladys Gonzalez (la mujer de su protegido Manuel Mosca), a quien se le vence la diputación el año próximo. Ambas compartieron despacho como colaboradoras de Soledad Acuña cuando asumió como legisladora porteña en 2003, los albores del macrismo. Tampoco le disgusta a la gobernadora una eventual candidatura del neurólogo radical Facundo Manes, ante quien se confiesa fascinada.
Su ministro Edgardo Cenzón, otro de los que vio tocar a Macri en Cemento, empieza a paladear su anunciado retiro de la función pública y su inmersión en la vida plácida que le asegura la pequeña fortuna que supo amasar. Pero se va dolido por el ninguneo del jefe máximo a su mentor y verdadero referente, Nicky Caputo. Es el dolor de toda la vieja guardia donde militan también Guillermo Montenegro y Néstor Grindetti. Caputo lo sintió por primera vez cuando su entrañable amigo del Cardenal Newman evitó mencionarlo en su discurso de asunción, casi un año atrás. Era el momento para el cual habían trabajado juntos durante una década y media. Nada fue igual desde entonces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *