LA pizzeria pedofila conmovió a Washington por la denuncia en redes sociales, que terminó a los tiros.
Las sociedades tienen los medios de comunicación que se merecen, se solía decir en la época que había dictaduras en países de baja densidad periodística y democracias estables donde los medios eran fuertes e independientes de los gobiernos de turno. El ecosistema periodístico de cada país era resultado de la combinación de su sistema económico y las decisiones de su audiencia. Pero la aparición de las redes sociales con su componente viral, que les permite a todas las personas producir y distribuir contenidos a gran escala, es ahora el principal desafío de las democracias, y no ya las dictaduras que censuraban o impedían que se votase.
Si Trump dice que ganó las elecciones gracias a Twitter y Macri gracias a Facebook, y estas herramientas fueron creadas recién en 2007 y 2004 respectivamente, es válido sospechar que algo sustancial de la política se modificó aceleradamente, creando un contexto donde la velocidad tiene prioridad sobre la verdad.
Los políticos mintieron siempre en campaña (a Macri, al cumplir un año de asumir, se le achaca haber prometido que los trabajadores no pagarían impuesto a las ganancias y su eslogan de “pobreza cero”) pero ahora ingresamos directamente en la era de la posverdad.
La posteridad se retroalimenta con las redes sociales, arrastrando a los medios profesionales
Facebook llega a 2 mil millones de personas, concentrando mayor cantidad de tráfico y atención a las noticias que ningún otro medio de comunicación del planeta. En un artículo publicado en NiemanLab, su autor describe que en un pequeño pueblo de Louisiana, en el interior profundo de Estados Unidos, el día antes de las elecciones su Facebook tenía posteados los siguientes títulos: “Hillary Clinton llamará a la guerra civil si Trump gana”, “El papa Francisco conmueve al mundo: apoya la candidatura de Trump”, “Barack Obama admite que nació en Kenia” y “El agente del FBI sospechoso de haber filtrado la corrupción de Hillary apareció muerto”.
El columnista de The New York Times Jim Rutenberg escribió que “la cura para el falso periodismo es una abrumadora dosis de buen periodismo”. Pero su mismo diario tuvo que publicar casi al mismo tiempo dos casos sobre noticias falsas con consecuencia verdaderas desopilantes y entristecedoras.
Caso uno. El día antes de las elecciones, Eric Tucker, dueño de una pequeña empresa de marketing de Austin, Texas, publica en su cuenta de Twitter, que tenía sólo cuarenta seguidores, que los manifestantes anti Trump no fueron espontáneos sino traídos en micros, y adjuntó una foto. Al día siguiente se reprodujo en Reddit, un sitio que tiene áreas de discusión donde los usuarios debaten y votan a favor o en contra de los comentarios de otros usuarios. Horas más tarde la noticia es levanta por Free Republic, un foro de discusión conservador, y de igual tendencia por la página de Facebook de Robertson Family Values y el blog Gateway Pundit que, usando las fotos de los micros, acusó al liberal George Soros de haberlos pagado. Esa noche, el mismísimo Donald Trump escribió en su cuenta de Twitter que las protestas en su contra estaban hechas por profesionales.
Pero resulta que Eric Tucker se equivocó: la foto que él tomó con su teléfono de decenas de micros estacionados supuso que eran para la protesta anti Trump que se había anunciado para ese día en su ciudad, pero eran micros de la empresa Coach USA contratados para la convención de la empresa Tableau Software, en la que participaron 13 mil personas. Ahora la cuenta de Twitter de Eric Tucker pasó de 40 a 960 seguidores pero su noticia falsa fue reproducida 16 mil veces en Twitter y 350 mil veces en Facebook.
Caso dos. Edgar Welch, de 28 años, padre de dos hijos y bombero voluntario, leyó en su cuenta de Facebook y Twitter que la pizzería Comet Ping Pong escondía niños pequeños que usaba como esclavos sexuales y eran parte de la red de tráfico de niños ligada a Hillary Clinton. Muy conmovido, Edgar Welch fue hasta la pizzería y entró con su rifle AR-15 disparando al techo hasta que un policía lo detuvo. Compungido, se entregó sin ofrecer resistencia al ver que no había evidencia de esclavos sexuales en la pizzería.
El Pizzagate se originó cuando Twitter, Facebook e Instagran se inundaron de denuncias sobre que el dueño de la pizzería era un legislador demócrata que integraba la red de pedofilia de ese partido. La pizzería Comet Ping Pong tuvo que cerrar y Edgar Welch está preso.
“La razón por la que es tan difícil detener las noticias falsas es que los hechos no cambian la mente de la gente”, dijo Leslie Harris, ex presidenta del Centro para la Democracia y la Tecnología, una organización sin fines de lucro que promueve la libertad de expresión.
Si a la gente no le importa que los hechos sean verdaderos sino que confirmen sus creencias, otro problema mayor al de las mentiras en las redes sociales se estaría gestando. Que las normas del periodismo del siglo XX, de búsqueda de objetividad, equilibrio entre las fuentes y espacios balanceados a los sectores en contienda, que en parte también fueron condiciones comerciales para llegar a audiencias más amplias y con variados puntos de vista, por un cambio de las condiciones comerciales exacerbado por las redes sociales, donde se crean audiencias divididas e irreconciliables, también terminen cediendo a las pasiones de la audiencia, especializándose en satisfacer mejor los deseos de uno de los sectores en pugna, retroalimentando y cristalizando la era de la posverdad.
En Argentina, personas interesadas en la política se defienden del maniqueísmo consumiendo diarios o canales y sitios de noticias de ambos extremos, creando su propio medio del medio. Pero el punto medio entre dos mentiras tampoco hace una verdad.
Las sociedades tienen los medios de comunicación que se merecen, se solía decir en la época que había dictaduras en países de baja densidad periodística y democracias estables donde los medios eran fuertes e independientes de los gobiernos de turno. El ecosistema periodístico de cada país era resultado de la combinación de su sistema económico y las decisiones de su audiencia. Pero la aparición de las redes sociales con su componente viral, que les permite a todas las personas producir y distribuir contenidos a gran escala, es ahora el principal desafío de las democracias, y no ya las dictaduras que censuraban o impedían que se votase.
Si Trump dice que ganó las elecciones gracias a Twitter y Macri gracias a Facebook, y estas herramientas fueron creadas recién en 2007 y 2004 respectivamente, es válido sospechar que algo sustancial de la política se modificó aceleradamente, creando un contexto donde la velocidad tiene prioridad sobre la verdad.
Los políticos mintieron siempre en campaña (a Macri, al cumplir un año de asumir, se le achaca haber prometido que los trabajadores no pagarían impuesto a las ganancias y su eslogan de “pobreza cero”) pero ahora ingresamos directamente en la era de la posverdad.
La posteridad se retroalimenta con las redes sociales, arrastrando a los medios profesionales
Facebook llega a 2 mil millones de personas, concentrando mayor cantidad de tráfico y atención a las noticias que ningún otro medio de comunicación del planeta. En un artículo publicado en NiemanLab, su autor describe que en un pequeño pueblo de Louisiana, en el interior profundo de Estados Unidos, el día antes de las elecciones su Facebook tenía posteados los siguientes títulos: “Hillary Clinton llamará a la guerra civil si Trump gana”, “El papa Francisco conmueve al mundo: apoya la candidatura de Trump”, “Barack Obama admite que nació en Kenia” y “El agente del FBI sospechoso de haber filtrado la corrupción de Hillary apareció muerto”.
El columnista de The New York Times Jim Rutenberg escribió que “la cura para el falso periodismo es una abrumadora dosis de buen periodismo”. Pero su mismo diario tuvo que publicar casi al mismo tiempo dos casos sobre noticias falsas con consecuencia verdaderas desopilantes y entristecedoras.
Caso uno. El día antes de las elecciones, Eric Tucker, dueño de una pequeña empresa de marketing de Austin, Texas, publica en su cuenta de Twitter, que tenía sólo cuarenta seguidores, que los manifestantes anti Trump no fueron espontáneos sino traídos en micros, y adjuntó una foto. Al día siguiente se reprodujo en Reddit, un sitio que tiene áreas de discusión donde los usuarios debaten y votan a favor o en contra de los comentarios de otros usuarios. Horas más tarde la noticia es levanta por Free Republic, un foro de discusión conservador, y de igual tendencia por la página de Facebook de Robertson Family Values y el blog Gateway Pundit que, usando las fotos de los micros, acusó al liberal George Soros de haberlos pagado. Esa noche, el mismísimo Donald Trump escribió en su cuenta de Twitter que las protestas en su contra estaban hechas por profesionales.
Pero resulta que Eric Tucker se equivocó: la foto que él tomó con su teléfono de decenas de micros estacionados supuso que eran para la protesta anti Trump que se había anunciado para ese día en su ciudad, pero eran micros de la empresa Coach USA contratados para la convención de la empresa Tableau Software, en la que participaron 13 mil personas. Ahora la cuenta de Twitter de Eric Tucker pasó de 40 a 960 seguidores pero su noticia falsa fue reproducida 16 mil veces en Twitter y 350 mil veces en Facebook.
Caso dos. Edgar Welch, de 28 años, padre de dos hijos y bombero voluntario, leyó en su cuenta de Facebook y Twitter que la pizzería Comet Ping Pong escondía niños pequeños que usaba como esclavos sexuales y eran parte de la red de tráfico de niños ligada a Hillary Clinton. Muy conmovido, Edgar Welch fue hasta la pizzería y entró con su rifle AR-15 disparando al techo hasta que un policía lo detuvo. Compungido, se entregó sin ofrecer resistencia al ver que no había evidencia de esclavos sexuales en la pizzería.
El Pizzagate se originó cuando Twitter, Facebook e Instagran se inundaron de denuncias sobre que el dueño de la pizzería era un legislador demócrata que integraba la red de pedofilia de ese partido. La pizzería Comet Ping Pong tuvo que cerrar y Edgar Welch está preso.
“La razón por la que es tan difícil detener las noticias falsas es que los hechos no cambian la mente de la gente”, dijo Leslie Harris, ex presidenta del Centro para la Democracia y la Tecnología, una organización sin fines de lucro que promueve la libertad de expresión.
Si a la gente no le importa que los hechos sean verdaderos sino que confirmen sus creencias, otro problema mayor al de las mentiras en las redes sociales se estaría gestando. Que las normas del periodismo del siglo XX, de búsqueda de objetividad, equilibrio entre las fuentes y espacios balanceados a los sectores en contienda, que en parte también fueron condiciones comerciales para llegar a audiencias más amplias y con variados puntos de vista, por un cambio de las condiciones comerciales exacerbado por las redes sociales, donde se crean audiencias divididas e irreconciliables, también terminen cediendo a las pasiones de la audiencia, especializándose en satisfacer mejor los deseos de uno de los sectores en pugna, retroalimentando y cristalizando la era de la posverdad.
En Argentina, personas interesadas en la política se defienden del maniqueísmo consumiendo diarios o canales y sitios de noticias de ambos extremos, creando su propio medio del medio. Pero el punto medio entre dos mentiras tampoco hace una verdad.