El presidente de Brasil, Michel Temer, presenta el 22/12/2016 en Brasilia una propuesta de reforma para flexibilizar las leyes laborales (foto de Antonio Cruz, DPA)
La economía de Brasil no levanta cabeza. Después de que en 2015 se desplomara 3,8%, el PBI del quinto país más poblado del mundo sigue sin tocar fondo. Según las estimaciones publicadas hoy por el Banco Central de Brasil (BCB), para 2016 se espera un nuevo retroceso, esta vez de 3,4%.
La caída es más pronunciada de lo que el mismo BCB temía (su estimación anterior era retroceder 3,3%) y el alivio del próximo año, menos vigoroso de lo que esperaba: la autoridad monetaria pasó de confiar en un crecimiento de 1,3% para 2017 al más modesto objetivo de 0,8%.
Para encontrar dos años seguidos con un retroceso de ese calibre en la economía brasileña hay que remontarse hasta la década de los treinta, cuando la crisis desatada por el crash de 1929 en Wall Street redujo la demanda global de café y derrumbó los precios de su principal exportación.
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Lo peor es que los del gobierno son los cálculos optimistas. El pronóstico del mercado es aún más lúgubre: apuestan a un retroceso mayor este año (-3,8%) y a una recuperación raquítica el próximo (+0,57%).
Más allá de las diferencias, el punto en común entre todos los pronósticos es la gravedad de la situación, que el presidente Michel Temer ha prometido revertir.
“Recuperar el crecimiento y la creación de empleo”, dijo hoy que era su objetivo para el 1° de enero de 2019, cuando termina su mandato. A juzgar por lo hecho hasta ahora, confía en lograrlo con dos medidas clásicas: mejores condiciones para el sector privado y disciplinamiento fiscal para el Estado.
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En el primer grupo se enmarca la propuesta de reforma laboral que presentó hoy: pasa del tope de 44 horas laborables por semana a un nuevo máximo de 48 horas; permite jornadas de hasta 12 horas seguidas (compensadas con una libranza de 36 horas); y extiende hasta 8 meses la posibilidad de trabajar con contratos temporales en los que el empleador no hace aportes (hasta ahora, su duración máxima es de 90 días).
“Es un regalo de Navidad”, dijo Temer sobre la propuesta. “Son medidas que de hecho permiten a las personas trabajar más productivamente y a las empresas también producir con mayor eficacia”, dijo su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles. El desempleo en Brasil afecta a 12 millones de personas, el 11% de la población activa.
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No son las únicas reformas de su gobierno. A mediados de diciembre, y con el objetivo de controlar la deuda pública, logró que el Senado aprobara durante nada menos que veinte años un congelamiento del gasto en salud, educación y jubilaciones. La medida provocó una queja del observador de las Naciones Unidas para la pobreza extrema y los Derechos Humanos, Philip Alston. “Toda una generación será condenada”, dijo una semana antes de que se aprobara la ley.
Con la economía por los suelos y un escándalo que lo vincula con las coimas de la constructora Odebrecht, Temer tiene apenas un 10% de apoyo entre los brasileños, según el instituto Datafolha. Pero para el presidente, incluso eso es un buen signo. “La baja popularidad del gobierno es lo que ha permitido tomar medidas que alguien con popularidad extraordinaria, con propósitos electorales, no podría tomar”, dijo hoy.
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Reducir la inflación es la otra clave para Temer. En 2015 fue de 10,67% y en 2016 se espera que sea de 6,5%. Para combatirla, el BCB mantiene las tasas en niveles altos, desincentivando dos variables clave para la reactivación de la economía: el consumo con cuotas y la toma de créditos productivos por parte de las empresas.
Está por verse si las reformas de Temer sirven para reactivar o no la economía. Entre otras cosas, porque nadie sabe qué va a pasar con Donald Trump. La retórica anti China y lo imprevisible del presidente electo de Estados Unidos podría tener grandes consecuencias sobre la economía global. Como se demostró en 1929, cuando algo grave le pasa a Estados Unidos, también le pasa al resto del mundo.
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La economía de Brasil no levanta cabeza. Después de que en 2015 se desplomara 3,8%, el PBI del quinto país más poblado del mundo sigue sin tocar fondo. Según las estimaciones publicadas hoy por el Banco Central de Brasil (BCB), para 2016 se espera un nuevo retroceso, esta vez de 3,4%.
La caída es más pronunciada de lo que el mismo BCB temía (su estimación anterior era retroceder 3,3%) y el alivio del próximo año, menos vigoroso de lo que esperaba: la autoridad monetaria pasó de confiar en un crecimiento de 1,3% para 2017 al más modesto objetivo de 0,8%.
Para encontrar dos años seguidos con un retroceso de ese calibre en la economía brasileña hay que remontarse hasta la década de los treinta, cuando la crisis desatada por el crash de 1929 en Wall Street redujo la demanda global de café y derrumbó los precios de su principal exportación.
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Lo peor es que los del gobierno son los cálculos optimistas. El pronóstico del mercado es aún más lúgubre: apuestan a un retroceso mayor este año (-3,8%) y a una recuperación raquítica el próximo (+0,57%).
Más allá de las diferencias, el punto en común entre todos los pronósticos es la gravedad de la situación, que el presidente Michel Temer ha prometido revertir.
“Recuperar el crecimiento y la creación de empleo”, dijo hoy que era su objetivo para el 1° de enero de 2019, cuando termina su mandato. A juzgar por lo hecho hasta ahora, confía en lograrlo con dos medidas clásicas: mejores condiciones para el sector privado y disciplinamiento fiscal para el Estado.
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En el primer grupo se enmarca la propuesta de reforma laboral que presentó hoy: pasa del tope de 44 horas laborables por semana a un nuevo máximo de 48 horas; permite jornadas de hasta 12 horas seguidas (compensadas con una libranza de 36 horas); y extiende hasta 8 meses la posibilidad de trabajar con contratos temporales en los que el empleador no hace aportes (hasta ahora, su duración máxima es de 90 días).
“Es un regalo de Navidad”, dijo Temer sobre la propuesta. “Son medidas que de hecho permiten a las personas trabajar más productivamente y a las empresas también producir con mayor eficacia”, dijo su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles. El desempleo en Brasil afecta a 12 millones de personas, el 11% de la población activa.
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No son las únicas reformas de su gobierno. A mediados de diciembre, y con el objetivo de controlar la deuda pública, logró que el Senado aprobara durante nada menos que veinte años un congelamiento del gasto en salud, educación y jubilaciones. La medida provocó una queja del observador de las Naciones Unidas para la pobreza extrema y los Derechos Humanos, Philip Alston. “Toda una generación será condenada”, dijo una semana antes de que se aprobara la ley.
Con la economía por los suelos y un escándalo que lo vincula con las coimas de la constructora Odebrecht, Temer tiene apenas un 10% de apoyo entre los brasileños, según el instituto Datafolha. Pero para el presidente, incluso eso es un buen signo. “La baja popularidad del gobierno es lo que ha permitido tomar medidas que alguien con popularidad extraordinaria, con propósitos electorales, no podría tomar”, dijo hoy.
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Reducir la inflación es la otra clave para Temer. En 2015 fue de 10,67% y en 2016 se espera que sea de 6,5%. Para combatirla, el BCB mantiene las tasas en niveles altos, desincentivando dos variables clave para la reactivación de la economía: el consumo con cuotas y la toma de créditos productivos por parte de las empresas.
Está por verse si las reformas de Temer sirven para reactivar o no la economía. Entre otras cosas, porque nadie sabe qué va a pasar con Donald Trump. La retórica anti China y lo imprevisible del presidente electo de Estados Unidos podría tener grandes consecuencias sobre la economía global. Como se demostró en 1929, cuando algo grave le pasa a Estados Unidos, también le pasa al resto del mundo.
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