Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de la Universidad de París con Mención Especial y Licenciada en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, con Diploma de Honor, Liliana de Riz es una referente obligada a la hora de pensar los sistemas electorales y los partidos políticos. En momentos en que la reforma al sistema electoral ha sido rechazada por la oposición en el Congreso, requerimos su opinión experta en un asunto crucial para la calidad institucional del país.
Autor: Alejandro Garvie
El presidente Macri a veces se comporta como un peronista y a veces como De La Rua, sin ser ninguno de los dos del todo. Hay peronistas dentro de Cambiemos y María Eugenia Vidal está haciendo un experimento bastante interesante en la provincia de Buenos Aires. Dependerá también de cuan bien le vaya a Sergio Massa para recomponer la diáspora peronista.
¿Por qué tiene que cambiar el sistema de votación en nuestro país?
En primer lugar, en la Argentina, desde el inicio del actual período democrático iniciado en 1983, el sistema electoral presenta problemas muy serios (ver artículo pionero, «El debate sobre la reforma electoral en Argentina», en Desarrollo Económico N° 32 Julio-septiembre 1992) que hacen a un sistema político y de partidos muy desequilibrado. Tiene grandes problemas que formaron parte de una ambiciosa agenda de reforma política de todo el régimen electoral que no es sólo la forma de votar. El sistema electoral debería ser tratado como tal, como un sistema, y empezar a fijar prioridades en asuntos que hay que corregir en un marco de grandes dificultades para efectuar esas correcciones.
El oficialismo ha planteado un primer paso en ese camino y se decidió por abordar la forma de votar. Ese cambio debe enmarcarse en un contexto federal en el que las provincias tienen una autonomía que ha redundado en un abanico de sistemas electorales muy variopinto, podríamos decir que configuran un laboratorio político de la mayor diversidad posible. A nivel nacional, la propuesta de cambio está centrada en las experiencias de Córdoba y Santa Fe caracterizada por el uso de la boleta única con el fin de impedir un conjunto de prácticas fraudulentas desplegadas en nuestro país que va desde el robo de boletas, las trampas con los colores de las boletas, que además posibilitan el voto cadena, las listas colectoras, listas espejo, etcétera. Sin duda la boleta única ayuda a transparentar el proceso de selección de representantes, reducir la fragmentación de partidos y aumentar la fortaleza de los partidos nacionales. Esa era la propuesta que sufrió el revés legislativo que además contemplaba, siguiendo las experiencias de Salta y la Ciudad de Buenos Aires, la posibilidad de que esa boleta única fuera electrónica. Además de contemplar la limitación de candidaturas y –más importante aún y menos mencionado– el control y la auditoría por un nuevo órgano de justicia electoral independiente, proponía la posibilidad de que en las primarias la fórmula presidencial no incluyera al vice como forma de poder efectuar alianzas que el sistema actual de las PASO no permite. Este conjunto de medidas de cambio, que era un primer paso en un largo camino hacia un sistema electoral más transparente y racional, no tuvo el apoyo de la oposición. Ni hablar de reducir los 600 partidos que en el nivel nacional se presentaron en la última elección, producto de una ley electoral demasiado laxa.
La boleta única también favorece la fragmentación dándole al elector la posibilidad de mezclar candidatos de distintos partidos.
Es que la boleta única debe venir con la limitación en la formación de las alianzas y con la supresión de las candidaturas múltiples. En Santa Fe la UCR objetó –en su momento– la boleta única porque confundía al elector y perjudicaba la fortaleza de los partidos. En síntesis, los sistemas electorales no son perfectos, dependen de un contexto político que en nuestro caso es de alta fragmentación. Creo que el sistema implementado en Córdoba es el que se impone, porque no se sostiene más un cuarto oscuro en el que el elector se pierde o es engañado.
Las trampas conocidas se suprimirían pero como en el fondo el problema es cultural, por la tendencia a sacar ventaja a como dé lugar, la boleta única puede tener sus debilidades, sobre todo si es electrónica.
Cada vez que hay una reforma electoral se supone que es consensuada entre fuerzas que tratan de maximizar sus beneficios con el cambio y tienen un cierto temor al tener que reajustar sus estrategias a las nuevas reglas. Creo que la boleta única tiene un consenso bastante amplio para llevarse a cabo como alternativa a las dificultades que presenta la boleta tradicional completa. Los cortes de boleta son importantes, por ejemplo en la última elección de la provincia de Buenos Aires.
Es cierto que los cortes introducen un problema de gobernabilidad en las elecciones nacionales porque se debilita la cohesión partidaria, pero ese problema no es causado por el sistema de votación, sino por la falta de fortaleza en la propuesta de los partidos que no son capaces de fidelizar a sus votantes. Las personas hoy votan –en todo el mundo– a los candidatos que conocen, votan a personas y no programas.
Podría pensarse que la boleta única refuerza el personalismo en desmedro del partido…
No creo que lo refuerce. Y es seguro que manteniendo el viejo sistema tampoco se soluciona el problema de la personalización, porque es claro que la dificultad mayor de crear legitimidad en torno a un partido existe por la ausencia de propuestas programáticas. La elección de María Eugenia Vidal en la provincia es ejemplificadora de cómo una persona encarna la idea de cambio, porta la esperanza de los electores que cortaron la boleta para favorecer su candidatura.
Otra objeción a la boleta única es la enorme cantidad de candidatos que debería contener para que figuren todos en, por ejemplo, una elección nacional legislativa.
Hoy la lista contiene todos los candidatos y suplentes sin que eso implique conocimiento o transparencia, porque no se sabe muy bien cómo llegaron ahí. Con tener las cabeceras de las listas y los partidos claramente identificados es un primer paso importante. La boleta única no lo soluciona todo. Lo importante es comprender que dentro de las dificultades que podría presentar el cambio, el esquema de boleta única soluciona más problemas que los que conlleva. No es un sistema perfecto, pero es un avance que llevará con esta reducción de listas espejo, etc. a cambios progresivos dentro del sistema. Porque aquí hay algo muy importante que es la ley de financiamiento de los partidos que siempre es una “cancha inclinada” y, por otro lado la ley de partidos políticos. La primera debería ser mucho más severa en los controles, sobre todo del oficialismo de turno en el manejo de los fondos públicos o de campaña. Por ejemplo, hoy ya empezó la campaña para 2017, esto no es legal, pero es inevitable. La segunda ley es permisiva e incentivadora de la fragmentación.
Otro problema que se deriva en este estado de situación es el acortamiento del mandato de seis a cuatro años con una elección de medio término. Un gobierno tarda casi un año en “acomodarse” y al siguiente ya tiene que afrontar una elección legislativa que es una amenaza a la gobernabilidad, en caso de perderla.
La sobrerrepresentación de los distritos chicos frente a los grandes es otro problema que habrá que resolver. Hoy, el peronismo gobierna en un solo distrito grande: Córdoba, pero el control de distritos chicos le “devuelve” fortaleza política. Todas estas piezas de relojería tienen que ir sincronizándose y el primer paso que decidió tomar la actual administración es el cambio de la forma de votación.
¿Por qué cree que el Ejecutivo optó por este primer paso y no por modificar otro engranaje de esa maquinaria de relojería?
No tengo una respuesta para eso. Siempre escuché el argumento de que había que empezar por un primer anillo de reformas, tarea que no es simple, puesto que la oposición no se dignó siquiera a discutirlo o a proponer un cambio. De manera que la forma de encarar una reforma amplia que es necesaria requiere de un consenso o una distribución de fuerzas que el oficialismo hoy no tiene. Con la correlación de fuerzas actual, por ejemplo, sería imposible tratar el problema de la sobrerrepresentación de los distritos chicos.
Mucho menos establecer un organismo independiente para el control de la elección. Ahí tenemos el escándalo de fraude Tucumán que aún hoy no se aclaró. Las administraciones tienen el control de la elección, los padrones, la auditoría y el financiamiento. En el caso de Brasil se ha avanzado hacia un Tribunal Supremo con autonomía, si miramos al Uruguay, Perú, otros vecinos nuestros tenemos una justicia electoral autónoma con recursos y capacidad de organización y control.
La reforma abortada hasta aquí contemplaba esta institucionalidad con una comisión bicameral de seguimiento y una Corte electoral, pero eso no fue ni tratado por los medios. Todo se centró en hacer un casus belli contra los medios electrónicos. Cuando en realidad existe un respaldo papel del voto o se podría haber dejado la boleta única sin hacerla electrónica.
No pareciera ser que la iniciativa de reforma está definitivamente enterrada
No, pero de todas formas con el receso legislativo cerca y un año electoral en ciernes, difícilmente el oficialismo encuentre energías y serenidad para replantear el asunto. Porque en definitiva se trata, como en la discusión de ganancias, de pulsear con el oficialismo para determinar quién manda en el país.
El presidente sabe que tiene una correlación de fuerzas desfavorable y que está obligado a negociar. El presidente de la Cámara de Diputados se lo dijo claramente una semana antes del revés por la suba del tope de ganancias.
Ese es el tema de la estrategia política de Mauricio Macri. No le fue mal en la Ciudad, ni en su llegada a la presidencia. Muchos pensaban, antes de la elección nacional, que tenía que aliarse con Sergio Massa, no lo hizo y le fue bien. Otros decían que tenía que aliarse con Francisco de Narváez. Hoy no sabemos ni donde está el “colorado”. Es difícil establecer un parámetro para que la estrategia cambie.
En definitiva creo que estamos frente a un cambio general en la política de gran magnitud, por lo que es muy difícil tener una posición contundente. Ambas posiciones que conviven dentro de Cambiemos tienen argumentos a favor y en contra de ambas, una podría ser la de Emilio Monzó y la otra la de Durán Barba, esta última asociada a la estrategia de Donald Trump de hablarle a la gente en los muros, diciéndole lo que quiere escuchar, apelando a la idea del contacto directo y de la felicidad de las personas. No descarto, de todos modos, que cuando haga falta negociar o ser “tradicionales” el pragmatismo prevalecerá.
Viendo el actual panorama del sistema político ¿Cómo considera aquella idea de Torcuato Di Tella acerca de la conformación de un bipartidismo con un partido progresista y otro conservador?
Torcuato siempre fue un hombre tremendamente inteligente, el que planteó en su momento la idea del empate hegemónico que después Juan Carlos Portantiero se encargó de explicar en clave gramsciana, lenguaje que Torcuato no utilizaba. Ya en la década del ochenta, cuando empezó a fracasar el Plan Austral, en una larga conversación con Torcuato, en el receso de un congreso de Córdoba, me dijo: “vos sos tan radical que no podes ver que el futuro va a ser de dos coaliciones formadas por radicales y peronistas, una agrupando a los elementos progresistas y otro a los conservadores”, porque es estadísticamente comprobado –por los menos por los trabajos de César Aguiar hasta 2011– que ambos partidos contienen la misma proporción de derecha e izquierda en su interior.
Creo que este clivaje puede darse. El presidente Macri a veces se comporta como un peronista y a veces como De La Rua, sin ser ninguno de los dos del todo. Hay peronistas dentro de Cambiemos y María Eugenia Vidal está haciendo un experimento bastante interesante en la provincia de Buenos Aires. Dependerá también de cuan bien le vaya a Sergio Massa para recomponer la diáspora peronista.
¿Cuál es el papel del kirchnerismo en este reacomodamiento probable?
El kirchnerismo se va a disolver en el peronismo tal como pasó con el menemismo o cualquier ismo que quiere reemplazar al peronismo, o absorberlo en su totalidad. Porque la pregunta que hay que hacerse es si va a sobrevivir el peronismo a los cambios de siglo XXI. En un mundo cambiante, el futuro para el peronismo sigue siendo el pasado.
En ese sentido, Cambiemos vino a resolver un problema central de la política argentina: un sistema de partidos desequilibrado y la ausencia de alternancia en el poder. Eso se logró con la contribución de un partido con arraigo territorial, aunque sin liderazgo nacional, la UCR. Ese es un aporte mayor que alguna vez deberá ser reconocido por los propios radicales en la figura de Ernesto Sanz. La Coalición Cívica que es un astro llamado Lilita Carrió con órbitas que nunca se sabe hacia dónde llevan. Y el PRO que aportó el líder nacional. No es cierto como he leído por ahí que Macri nació en un huevo de pascua, o es una tercera fuerza efímera. El PRO puede mostrar ocho años de gestión en la Ciudad de Buenos Aires, que es mucho más de lo que muchos gobernadores ostentaron antes de llegar a la presidencia. El PRO es un partido vecinal, ni radical, ni peronista, que ha hecho un trabajo inteligente con resultados a la vista. Cambiemos cosechó votos en lugares peronistas y no peronistas, lo que indica que la sociedad está cambiando y los sistemas políticos deben moverse para dar respuesta a esos cambios.
Autor: Alejandro Garvie
El presidente Macri a veces se comporta como un peronista y a veces como De La Rua, sin ser ninguno de los dos del todo. Hay peronistas dentro de Cambiemos y María Eugenia Vidal está haciendo un experimento bastante interesante en la provincia de Buenos Aires. Dependerá también de cuan bien le vaya a Sergio Massa para recomponer la diáspora peronista.
¿Por qué tiene que cambiar el sistema de votación en nuestro país?
En primer lugar, en la Argentina, desde el inicio del actual período democrático iniciado en 1983, el sistema electoral presenta problemas muy serios (ver artículo pionero, «El debate sobre la reforma electoral en Argentina», en Desarrollo Económico N° 32 Julio-septiembre 1992) que hacen a un sistema político y de partidos muy desequilibrado. Tiene grandes problemas que formaron parte de una ambiciosa agenda de reforma política de todo el régimen electoral que no es sólo la forma de votar. El sistema electoral debería ser tratado como tal, como un sistema, y empezar a fijar prioridades en asuntos que hay que corregir en un marco de grandes dificultades para efectuar esas correcciones.
El oficialismo ha planteado un primer paso en ese camino y se decidió por abordar la forma de votar. Ese cambio debe enmarcarse en un contexto federal en el que las provincias tienen una autonomía que ha redundado en un abanico de sistemas electorales muy variopinto, podríamos decir que configuran un laboratorio político de la mayor diversidad posible. A nivel nacional, la propuesta de cambio está centrada en las experiencias de Córdoba y Santa Fe caracterizada por el uso de la boleta única con el fin de impedir un conjunto de prácticas fraudulentas desplegadas en nuestro país que va desde el robo de boletas, las trampas con los colores de las boletas, que además posibilitan el voto cadena, las listas colectoras, listas espejo, etcétera. Sin duda la boleta única ayuda a transparentar el proceso de selección de representantes, reducir la fragmentación de partidos y aumentar la fortaleza de los partidos nacionales. Esa era la propuesta que sufrió el revés legislativo que además contemplaba, siguiendo las experiencias de Salta y la Ciudad de Buenos Aires, la posibilidad de que esa boleta única fuera electrónica. Además de contemplar la limitación de candidaturas y –más importante aún y menos mencionado– el control y la auditoría por un nuevo órgano de justicia electoral independiente, proponía la posibilidad de que en las primarias la fórmula presidencial no incluyera al vice como forma de poder efectuar alianzas que el sistema actual de las PASO no permite. Este conjunto de medidas de cambio, que era un primer paso en un largo camino hacia un sistema electoral más transparente y racional, no tuvo el apoyo de la oposición. Ni hablar de reducir los 600 partidos que en el nivel nacional se presentaron en la última elección, producto de una ley electoral demasiado laxa.
La boleta única también favorece la fragmentación dándole al elector la posibilidad de mezclar candidatos de distintos partidos.
Es que la boleta única debe venir con la limitación en la formación de las alianzas y con la supresión de las candidaturas múltiples. En Santa Fe la UCR objetó –en su momento– la boleta única porque confundía al elector y perjudicaba la fortaleza de los partidos. En síntesis, los sistemas electorales no son perfectos, dependen de un contexto político que en nuestro caso es de alta fragmentación. Creo que el sistema implementado en Córdoba es el que se impone, porque no se sostiene más un cuarto oscuro en el que el elector se pierde o es engañado.
Las trampas conocidas se suprimirían pero como en el fondo el problema es cultural, por la tendencia a sacar ventaja a como dé lugar, la boleta única puede tener sus debilidades, sobre todo si es electrónica.
Cada vez que hay una reforma electoral se supone que es consensuada entre fuerzas que tratan de maximizar sus beneficios con el cambio y tienen un cierto temor al tener que reajustar sus estrategias a las nuevas reglas. Creo que la boleta única tiene un consenso bastante amplio para llevarse a cabo como alternativa a las dificultades que presenta la boleta tradicional completa. Los cortes de boleta son importantes, por ejemplo en la última elección de la provincia de Buenos Aires.
Es cierto que los cortes introducen un problema de gobernabilidad en las elecciones nacionales porque se debilita la cohesión partidaria, pero ese problema no es causado por el sistema de votación, sino por la falta de fortaleza en la propuesta de los partidos que no son capaces de fidelizar a sus votantes. Las personas hoy votan –en todo el mundo– a los candidatos que conocen, votan a personas y no programas.
Podría pensarse que la boleta única refuerza el personalismo en desmedro del partido…
No creo que lo refuerce. Y es seguro que manteniendo el viejo sistema tampoco se soluciona el problema de la personalización, porque es claro que la dificultad mayor de crear legitimidad en torno a un partido existe por la ausencia de propuestas programáticas. La elección de María Eugenia Vidal en la provincia es ejemplificadora de cómo una persona encarna la idea de cambio, porta la esperanza de los electores que cortaron la boleta para favorecer su candidatura.
Otra objeción a la boleta única es la enorme cantidad de candidatos que debería contener para que figuren todos en, por ejemplo, una elección nacional legislativa.
Hoy la lista contiene todos los candidatos y suplentes sin que eso implique conocimiento o transparencia, porque no se sabe muy bien cómo llegaron ahí. Con tener las cabeceras de las listas y los partidos claramente identificados es un primer paso importante. La boleta única no lo soluciona todo. Lo importante es comprender que dentro de las dificultades que podría presentar el cambio, el esquema de boleta única soluciona más problemas que los que conlleva. No es un sistema perfecto, pero es un avance que llevará con esta reducción de listas espejo, etc. a cambios progresivos dentro del sistema. Porque aquí hay algo muy importante que es la ley de financiamiento de los partidos que siempre es una “cancha inclinada” y, por otro lado la ley de partidos políticos. La primera debería ser mucho más severa en los controles, sobre todo del oficialismo de turno en el manejo de los fondos públicos o de campaña. Por ejemplo, hoy ya empezó la campaña para 2017, esto no es legal, pero es inevitable. La segunda ley es permisiva e incentivadora de la fragmentación.
Otro problema que se deriva en este estado de situación es el acortamiento del mandato de seis a cuatro años con una elección de medio término. Un gobierno tarda casi un año en “acomodarse” y al siguiente ya tiene que afrontar una elección legislativa que es una amenaza a la gobernabilidad, en caso de perderla.
La sobrerrepresentación de los distritos chicos frente a los grandes es otro problema que habrá que resolver. Hoy, el peronismo gobierna en un solo distrito grande: Córdoba, pero el control de distritos chicos le “devuelve” fortaleza política. Todas estas piezas de relojería tienen que ir sincronizándose y el primer paso que decidió tomar la actual administración es el cambio de la forma de votación.
¿Por qué cree que el Ejecutivo optó por este primer paso y no por modificar otro engranaje de esa maquinaria de relojería?
No tengo una respuesta para eso. Siempre escuché el argumento de que había que empezar por un primer anillo de reformas, tarea que no es simple, puesto que la oposición no se dignó siquiera a discutirlo o a proponer un cambio. De manera que la forma de encarar una reforma amplia que es necesaria requiere de un consenso o una distribución de fuerzas que el oficialismo hoy no tiene. Con la correlación de fuerzas actual, por ejemplo, sería imposible tratar el problema de la sobrerrepresentación de los distritos chicos.
Mucho menos establecer un organismo independiente para el control de la elección. Ahí tenemos el escándalo de fraude Tucumán que aún hoy no se aclaró. Las administraciones tienen el control de la elección, los padrones, la auditoría y el financiamiento. En el caso de Brasil se ha avanzado hacia un Tribunal Supremo con autonomía, si miramos al Uruguay, Perú, otros vecinos nuestros tenemos una justicia electoral autónoma con recursos y capacidad de organización y control.
La reforma abortada hasta aquí contemplaba esta institucionalidad con una comisión bicameral de seguimiento y una Corte electoral, pero eso no fue ni tratado por los medios. Todo se centró en hacer un casus belli contra los medios electrónicos. Cuando en realidad existe un respaldo papel del voto o se podría haber dejado la boleta única sin hacerla electrónica.
No pareciera ser que la iniciativa de reforma está definitivamente enterrada
No, pero de todas formas con el receso legislativo cerca y un año electoral en ciernes, difícilmente el oficialismo encuentre energías y serenidad para replantear el asunto. Porque en definitiva se trata, como en la discusión de ganancias, de pulsear con el oficialismo para determinar quién manda en el país.
El presidente sabe que tiene una correlación de fuerzas desfavorable y que está obligado a negociar. El presidente de la Cámara de Diputados se lo dijo claramente una semana antes del revés por la suba del tope de ganancias.
Ese es el tema de la estrategia política de Mauricio Macri. No le fue mal en la Ciudad, ni en su llegada a la presidencia. Muchos pensaban, antes de la elección nacional, que tenía que aliarse con Sergio Massa, no lo hizo y le fue bien. Otros decían que tenía que aliarse con Francisco de Narváez. Hoy no sabemos ni donde está el “colorado”. Es difícil establecer un parámetro para que la estrategia cambie.
En definitiva creo que estamos frente a un cambio general en la política de gran magnitud, por lo que es muy difícil tener una posición contundente. Ambas posiciones que conviven dentro de Cambiemos tienen argumentos a favor y en contra de ambas, una podría ser la de Emilio Monzó y la otra la de Durán Barba, esta última asociada a la estrategia de Donald Trump de hablarle a la gente en los muros, diciéndole lo que quiere escuchar, apelando a la idea del contacto directo y de la felicidad de las personas. No descarto, de todos modos, que cuando haga falta negociar o ser “tradicionales” el pragmatismo prevalecerá.
Viendo el actual panorama del sistema político ¿Cómo considera aquella idea de Torcuato Di Tella acerca de la conformación de un bipartidismo con un partido progresista y otro conservador?
Torcuato siempre fue un hombre tremendamente inteligente, el que planteó en su momento la idea del empate hegemónico que después Juan Carlos Portantiero se encargó de explicar en clave gramsciana, lenguaje que Torcuato no utilizaba. Ya en la década del ochenta, cuando empezó a fracasar el Plan Austral, en una larga conversación con Torcuato, en el receso de un congreso de Córdoba, me dijo: “vos sos tan radical que no podes ver que el futuro va a ser de dos coaliciones formadas por radicales y peronistas, una agrupando a los elementos progresistas y otro a los conservadores”, porque es estadísticamente comprobado –por los menos por los trabajos de César Aguiar hasta 2011– que ambos partidos contienen la misma proporción de derecha e izquierda en su interior.
Creo que este clivaje puede darse. El presidente Macri a veces se comporta como un peronista y a veces como De La Rua, sin ser ninguno de los dos del todo. Hay peronistas dentro de Cambiemos y María Eugenia Vidal está haciendo un experimento bastante interesante en la provincia de Buenos Aires. Dependerá también de cuan bien le vaya a Sergio Massa para recomponer la diáspora peronista.
¿Cuál es el papel del kirchnerismo en este reacomodamiento probable?
El kirchnerismo se va a disolver en el peronismo tal como pasó con el menemismo o cualquier ismo que quiere reemplazar al peronismo, o absorberlo en su totalidad. Porque la pregunta que hay que hacerse es si va a sobrevivir el peronismo a los cambios de siglo XXI. En un mundo cambiante, el futuro para el peronismo sigue siendo el pasado.
En ese sentido, Cambiemos vino a resolver un problema central de la política argentina: un sistema de partidos desequilibrado y la ausencia de alternancia en el poder. Eso se logró con la contribución de un partido con arraigo territorial, aunque sin liderazgo nacional, la UCR. Ese es un aporte mayor que alguna vez deberá ser reconocido por los propios radicales en la figura de Ernesto Sanz. La Coalición Cívica que es un astro llamado Lilita Carrió con órbitas que nunca se sabe hacia dónde llevan. Y el PRO que aportó el líder nacional. No es cierto como he leído por ahí que Macri nació en un huevo de pascua, o es una tercera fuerza efímera. El PRO puede mostrar ocho años de gestión en la Ciudad de Buenos Aires, que es mucho más de lo que muchos gobernadores ostentaron antes de llegar a la presidencia. El PRO es un partido vecinal, ni radical, ni peronista, que ha hecho un trabajo inteligente con resultados a la vista. Cambiemos cosechó votos en lugares peronistas y no peronistas, lo que indica que la sociedad está cambiando y los sistemas políticos deben moverse para dar respuesta a esos cambios.