En el despacho de Mauricio Macri de Olivos hay una minuta, para incluir en el llamado a extraordinarias, que no se aparta del menú de la primera convocatoria: Mercado de Capitales, ART y. … la reforma política. Este proyecto naufragó en diciembre por el rechazo de un grupo de mandatarios del peronismo, que desairaron, pese a promesas también pagas, al propio Macri. Lo aplastó la cúpula del PJ de José Luis Gioja, que unió fuerzas con el cristinismo residual, que expresa en el Senado el neuquino Marcelo Fuentes, presidente de la comisión que debe entender en el tema -en realidad, un plenario. Prolongó hasta la exasperación la aprobación del dictamen del proyecto que ya había aprobado Diputados, hasta dejarlo fuera de tiempo para ser aprobado en 2016. Aprobarlo entonces era la única posibilidad de que se usase urna electrónica en las próximas elecciones. Para el Gobierno es un proyecto de valor simbólico: le permite identificarse con la transparencia electoral y arrincona al peronismo con lo viejo y travieso, diríase, de elecciones a la tucumana. El Gobierno quiere poner de nuevo la reforma política en el libreto de campaña porque le conviene a sus consignas de renovación, al mismo tiempo esmerilando la resistencia de los peronistas a los cambios. Sabe que si sale el proyecto, será para 2019. Pero le sirve más que cualquier otro para empezar a hacer campaña. Tienen medido que 7 de cada diez argentinos quieren boleta única electrónica, aunque no todos saben bien de qué se trata. Que no la haya en Buenos Aires es la razón por la cual Sergio Massa, uno de los promotores del proyecto, anda diciendo por ahí que no quiere ser candidato a nada este año y, como Elisa Carrió, probar poder desde fuera de los cargos. Un riesgo, porque no hay encuesta que no diga que su salvación está en ir en un ticket junto a Margarita Stolbizer. Sin ella se hunde. Por eso lo manda a Felipe Solá a ser candidato a diputado por la Capital y no por la Provincia.
Macri negocia en persona proyectos de la mesa chica
El regreso de vacaciones de los líderes legislativos le pone prisa a una inquietud de Macri: adelantar el año político con una convocatoria a sesiones extraordinarias. Tiene un solo propósito: poner en acción a los legisladores en negociaciones que se entrecrucen con el armado de la oposición para las elecciones. Cambiemos juega desde la minoría, y ha desarrollado un método de acercamiento a sus adversarios que le cuesta cada vez más caro, pero que le permite avanzar en leyes. Especialmente cuando se trata de proyectos de la mesa chica, la de los CEO, que el peronismo del Congreso espera con celo, porque son los que más leche dan. Macri participa en persona de la negociación de esos proyectos predilectos, y pone toda la pólvora –es decir, la plata— para que avancen. La oposición ya les tomó el tiempo, y los somete a amansadoras carísimas. Ocurrió con la trajinada ley de Participación Pública-Privada, una norma que se hizo ley después de concesiones que administró en cuentagotas el propio Macri. Cuando se trataba en comisión, mandó a su entonces asesor en Presidencia, Horacio Reyser (un ex Southern Cross, fondo estrella en mil negocios), a negociar con los peronistas de la oposición. Escuchó las objeciones al proyecto de boca de Sergio Massa y Diego Bossio y en un momento pidió hacer una llamada. «Esperen que consulto … Mauricio, ¿se pueden cambiar esto? … Ajá …” Cortó y dijo: “Sí se puede, pero hasta ahí nomás”. Hoy Reyser es el secretario de Comercio Exterior. Esa mesa también empujó, en vano hasta ahora, por un tramo de la ley de Mercado de Capitales, que cree puede mejorar el blanqueo. Se trata del caso que exime de una doble imposición a quienes blanqueen en fondos de inversión dedicados a actividades productivas. El grupo trató de poner ese artículo, complementario del blanqueo, en la ley de Presupuesto, pero los peronistas lo sacaron corriendo. A finales de año, cuando Miguel Pichetto hacía las valijas para irse de vacaciones, fue llamado por uno de los vicejefes de Gabinete para interesarlo en que saliese esa norma en las extraordinarias. También los sacó corriendo. Pichetto sabe lo que vale ese proyecto para el Gobierno y lo cobrará caro. Temas como éstos son los que blindan su rol de mediador entre Nación y los gobernadores y senadores de su partido.
Desventuras de otro “masculino calvo”
Estas anécdotas, que animan algo la molicie de un aburrido verano, muestran las entretelas del sistema de decisiones de este gobierno, pleno de novedades extravagantes cuya eficiencia juzgará la historia. Al gobierno kirchnerista se le señalaba que no había reuniones de Gabinete. Macri le debe haber encontrado algún encanto a esa modalidad, porque lo más parecido a un gobierno integrado que ha podido mostrar son las fotos de la victoria y la instantánea del 3 de octubre pasado en el local de la calle Defensa, con la cual se “relanzó” la mesa política de Cambiemos. “Nunca he estado en un gobierno del cual haya una sola foto como único testimonio de la existencia de un grupo”, ha dicho en estas horas uno de los jefes que estuvo en esa oportunidad y que hoy bufa por la falta de estrategia para enfrentar las elecciones legislativas. No lo menciono aquí para no darle el pase a retiro. En esto el Gobierno es lo más parecido a un grupo de WhatsApp, una colonia de socios que se van contando la vida hora a hora con breves mensajes y fotitos. Así se enteran (y no) de lo que pasa. El periodista que publicó la información de los giros viscosos al “masculino calvo” (así llaman los espías de la ex SIDE a quienes tienen la fisonomía de Gustavo Arribas o un José Luis Gómez Centurión) y disparó la presunción de que eso ocurrió después de que el grupo Oderbrecht liberase una obra de la que iba a participar un primo presidencial, le avisó al Gobierno que tenía esos datos. Lo hizo antes de la publicación. Pero los funcionarios de más alto rango se enteraron por los diarios, por ejemplo algunos aliados de Cambiemos, como Elisa Carrió o Negri. Unos pocos pudieron leer en el grupo correspondiente de WhatsApp que no se preocupasen, que estaba todo bajo control. Igual Carrió hizo la denuncia antes que nadie: con Arribas todo-bien-le-mando-un-beso, pero es para ella la punta de un iceberg que quiere demoler. Cree que la vieja guardia de los espías del anterior gobierno y sus amigos radicales siguen manejando la “secretaría” (así llaman los espías a la ex SIDE) a través, entre otros, de Sebastián Destéfano, delegado de Daniel Angelici, la bête noire a quien quiere dejar fuera de juego. Ésta es la oportunidad.
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La mancha venenosa alcanza a todos los observados por su virtud privada. Tengan poder, o no, sean jefe de espías o ex gobernadores, todos creen ser víctimas de carpetas viejas que juntaron adversarios de antaño y que se encontraron en los despachos vacíos los personeros del nuevo poder. La minucia con la que los fiscales se van enterando de lindezas de la vida privada de funcionarios y ex funcionarios tiene origen en pesquisas hechas antes de diciembre de 2015, que juntaron basura para arrinconar a sus adversarios en peleas internas y de la campaña. Esas carpetas, con nuevos dueños desde la asunción del gobierno Macri, sobrevuelan la plaza y, como decía el viejo dicho anarquista, al que le toca, le toca (la bomba, se entiende). Los detalles sobre movimientos migratorios, transferencias bancarias y los mundos off shore tienen todos los mismos orígenes, y proveen la munición para la ruleta rusa que anima la vida pública.
Scioli por la Roma vaticana
Blanco de esas ráfagas implacables, Daniel Scioli rindió un informe ante el propio papa Francisco, en una aparición fugaz el miércoles en el Vaticano. No son amigos, pero han jugado siempre en la misma vereda. Se entienden más ahora, porque el rol que Bergoglio juega de manera explícita es apañar a las víctimas de las peleas políticas. Por eso el rosariazo a Milagro Sala, los momentos a solas con jueces como Daniel Rafecas o Casanello, o la fiscal mayor Alejandra Gils Carbó. No se entiende la trama religiosa de esos encuentros, pero el formato es claro: es un papa tercermundista, es decir político y de acento pastoral, que bifurcó la línea de sus antecesores, que eran europeístas, primermundistas y de fuerte sentido filosófico y teológico. Este papa es lo contrario: hace política como si estuviera en Pasos Perdidos, recibe a uno y a otros, y se guarda de hacer equilibrio, como los políticos. La teología se la deja a su escriba y conciencia intelectual, el rector de la UCA Víctor “Tucho” Fernández, a quien además le ha confiado misiones políticas clave, algunas públicas, otra privadísimas. Entre las primeras, acercarle a Evo Morales argumentos para pelear contra Chile una salida al mar para Bolivia. Entre las privadas, explicarle a solas a Scioli que la Iglesia no podía permitir que Aníbal Fernández fuera candidato a gobernador de Buenos Aires. Secretísimo de Estado, esta trama que explicará, cuando alguien se ocupe de narrar completa la historia de esa elección, las invocaciones en sermones en favor de Julián Domínguez y las cadenas de oración que hicieron a María Eugenia Vidal gobernadora con más eficacia que los focus groups de Santiago Nieto para Durán Barba Productions. Pero por ahora de eso no se habla. Con el mismo sigilo, lo que habló Scioli con el papa no se lo contará a nadie, ni a los íntimos con quienes festejó en la noche del jueves sus 60 años.
Macri negocia en persona proyectos de la mesa chica
El regreso de vacaciones de los líderes legislativos le pone prisa a una inquietud de Macri: adelantar el año político con una convocatoria a sesiones extraordinarias. Tiene un solo propósito: poner en acción a los legisladores en negociaciones que se entrecrucen con el armado de la oposición para las elecciones. Cambiemos juega desde la minoría, y ha desarrollado un método de acercamiento a sus adversarios que le cuesta cada vez más caro, pero que le permite avanzar en leyes. Especialmente cuando se trata de proyectos de la mesa chica, la de los CEO, que el peronismo del Congreso espera con celo, porque son los que más leche dan. Macri participa en persona de la negociación de esos proyectos predilectos, y pone toda la pólvora –es decir, la plata— para que avancen. La oposición ya les tomó el tiempo, y los somete a amansadoras carísimas. Ocurrió con la trajinada ley de Participación Pública-Privada, una norma que se hizo ley después de concesiones que administró en cuentagotas el propio Macri. Cuando se trataba en comisión, mandó a su entonces asesor en Presidencia, Horacio Reyser (un ex Southern Cross, fondo estrella en mil negocios), a negociar con los peronistas de la oposición. Escuchó las objeciones al proyecto de boca de Sergio Massa y Diego Bossio y en un momento pidió hacer una llamada. «Esperen que consulto … Mauricio, ¿se pueden cambiar esto? … Ajá …” Cortó y dijo: “Sí se puede, pero hasta ahí nomás”. Hoy Reyser es el secretario de Comercio Exterior. Esa mesa también empujó, en vano hasta ahora, por un tramo de la ley de Mercado de Capitales, que cree puede mejorar el blanqueo. Se trata del caso que exime de una doble imposición a quienes blanqueen en fondos de inversión dedicados a actividades productivas. El grupo trató de poner ese artículo, complementario del blanqueo, en la ley de Presupuesto, pero los peronistas lo sacaron corriendo. A finales de año, cuando Miguel Pichetto hacía las valijas para irse de vacaciones, fue llamado por uno de los vicejefes de Gabinete para interesarlo en que saliese esa norma en las extraordinarias. También los sacó corriendo. Pichetto sabe lo que vale ese proyecto para el Gobierno y lo cobrará caro. Temas como éstos son los que blindan su rol de mediador entre Nación y los gobernadores y senadores de su partido.
Desventuras de otro “masculino calvo”
Estas anécdotas, que animan algo la molicie de un aburrido verano, muestran las entretelas del sistema de decisiones de este gobierno, pleno de novedades extravagantes cuya eficiencia juzgará la historia. Al gobierno kirchnerista se le señalaba que no había reuniones de Gabinete. Macri le debe haber encontrado algún encanto a esa modalidad, porque lo más parecido a un gobierno integrado que ha podido mostrar son las fotos de la victoria y la instantánea del 3 de octubre pasado en el local de la calle Defensa, con la cual se “relanzó” la mesa política de Cambiemos. “Nunca he estado en un gobierno del cual haya una sola foto como único testimonio de la existencia de un grupo”, ha dicho en estas horas uno de los jefes que estuvo en esa oportunidad y que hoy bufa por la falta de estrategia para enfrentar las elecciones legislativas. No lo menciono aquí para no darle el pase a retiro. En esto el Gobierno es lo más parecido a un grupo de WhatsApp, una colonia de socios que se van contando la vida hora a hora con breves mensajes y fotitos. Así se enteran (y no) de lo que pasa. El periodista que publicó la información de los giros viscosos al “masculino calvo” (así llaman los espías de la ex SIDE a quienes tienen la fisonomía de Gustavo Arribas o un José Luis Gómez Centurión) y disparó la presunción de que eso ocurrió después de que el grupo Oderbrecht liberase una obra de la que iba a participar un primo presidencial, le avisó al Gobierno que tenía esos datos. Lo hizo antes de la publicación. Pero los funcionarios de más alto rango se enteraron por los diarios, por ejemplo algunos aliados de Cambiemos, como Elisa Carrió o Negri. Unos pocos pudieron leer en el grupo correspondiente de WhatsApp que no se preocupasen, que estaba todo bajo control. Igual Carrió hizo la denuncia antes que nadie: con Arribas todo-bien-le-mando-un-beso, pero es para ella la punta de un iceberg que quiere demoler. Cree que la vieja guardia de los espías del anterior gobierno y sus amigos radicales siguen manejando la “secretaría” (así llaman los espías a la ex SIDE) a través, entre otros, de Sebastián Destéfano, delegado de Daniel Angelici, la bête noire a quien quiere dejar fuera de juego. Ésta es la oportunidad.
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El pacto sindical que le moja la oreja al kirchnerismo
Víctimas nuevas de carpetas viejas
La mancha venenosa alcanza a todos los observados por su virtud privada. Tengan poder, o no, sean jefe de espías o ex gobernadores, todos creen ser víctimas de carpetas viejas que juntaron adversarios de antaño y que se encontraron en los despachos vacíos los personeros del nuevo poder. La minucia con la que los fiscales se van enterando de lindezas de la vida privada de funcionarios y ex funcionarios tiene origen en pesquisas hechas antes de diciembre de 2015, que juntaron basura para arrinconar a sus adversarios en peleas internas y de la campaña. Esas carpetas, con nuevos dueños desde la asunción del gobierno Macri, sobrevuelan la plaza y, como decía el viejo dicho anarquista, al que le toca, le toca (la bomba, se entiende). Los detalles sobre movimientos migratorios, transferencias bancarias y los mundos off shore tienen todos los mismos orígenes, y proveen la munición para la ruleta rusa que anima la vida pública.
Scioli por la Roma vaticana
Blanco de esas ráfagas implacables, Daniel Scioli rindió un informe ante el propio papa Francisco, en una aparición fugaz el miércoles en el Vaticano. No son amigos, pero han jugado siempre en la misma vereda. Se entienden más ahora, porque el rol que Bergoglio juega de manera explícita es apañar a las víctimas de las peleas políticas. Por eso el rosariazo a Milagro Sala, los momentos a solas con jueces como Daniel Rafecas o Casanello, o la fiscal mayor Alejandra Gils Carbó. No se entiende la trama religiosa de esos encuentros, pero el formato es claro: es un papa tercermundista, es decir político y de acento pastoral, que bifurcó la línea de sus antecesores, que eran europeístas, primermundistas y de fuerte sentido filosófico y teológico. Este papa es lo contrario: hace política como si estuviera en Pasos Perdidos, recibe a uno y a otros, y se guarda de hacer equilibrio, como los políticos. La teología se la deja a su escriba y conciencia intelectual, el rector de la UCA Víctor “Tucho” Fernández, a quien además le ha confiado misiones políticas clave, algunas públicas, otra privadísimas. Entre las primeras, acercarle a Evo Morales argumentos para pelear contra Chile una salida al mar para Bolivia. Entre las privadas, explicarle a solas a Scioli que la Iglesia no podía permitir que Aníbal Fernández fuera candidato a gobernador de Buenos Aires. Secretísimo de Estado, esta trama que explicará, cuando alguien se ocupe de narrar completa la historia de esa elección, las invocaciones en sermones en favor de Julián Domínguez y las cadenas de oración que hicieron a María Eugenia Vidal gobernadora con más eficacia que los focus groups de Santiago Nieto para Durán Barba Productions. Pero por ahora de eso no se habla. Con el mismo sigilo, lo que habló Scioli con el papa no se lo contará a nadie, ni a los íntimos con quienes festejó en la noche del jueves sus 60 años.