Dos modos: el Programa Nuestra Escuela quiso capacitar a un millón de docentes; el “premio de la educación global” le da un millón a uno solo. No es un juego de palabras, son dos modos de entender la política educativa.
El Programa Nuestra Escuela es único. No es una exageración. ¿En qué reside su potencia? En concebir la formación continua de los educadores como un derecho que, como tal, debe ser garantizado gratuitamente por el Estado Nacional (1).
El derecho a aprender incluye, del mismo modo, a los estudiantes y a los docentes. Para que la inclusión educativa no sea, tan solo, una declaración de principios, los docentes debemos capacitarnos. No es una elección, es una necesidad política. Porque cuando la formación profesional permanente no es un derecho, deviene producto en el mercado de la capacitación educativa. La idea no es suprimir el campo de la formación privada, sino asegurar ámbitos que estén a resguardo de la lógica mercantil, para que los docentes piensen en lo que no saben. Y también en lo que reproducen sin saber.
Nuestra Escuela asume el derecho a la formación gratuita de un millón de docentes. Sí, el millón de docentes que trabajan en el sistema, en todos sus niveles y modalidades, y a lo largo de toda la Argentina. Es un orgullo, sin dudas. Pero es más una proclama profundamente política, ya que expresa un modo colectivo de sostener la experiencia en las aulas. El programa entiende la tarea de cada docente, en cada una de las aulas presenciales y virtuales, como un eslabón engarzado en una gesta nacional. Una misma dirección, un mismo respeto, con las diferencia de cada uno y de cada lugar. Pensar las capacitaciones como una tarea individual es abrazar la perspectiva del héroe solitario como modelo a seguir.
Un profesor excepcional siempre resulta atractivo. Hay mucho para pensar en el plano personal, en el modo que habitamos las escuelas cada día. Pero es un ángulo insuficiente para cartografiar las prácticas educativas actuales.
“¿Qué tiene que tener el mejor maestro del mundo?”, se pregunta la periodista Luciana Vazquez en su nota en el diario La Nación, el 12 de marzo de 2016 (2) . La pregunta es, por lo menos, una pregunta delicada. Casi peligrosa. El interrogante titula la nota sobre el foro educativo realizado en Dubai, donde se premia al mejor docente del mundo con un millón de dólares otorgado por The Global Teacher Prize. El galardón destaca personalidades, ilumina a seres excepcionales, llevando adelante su tarea en la aldea global.
Ahora, ¿hay alguna diferencia entre distinguir a un maestro líder y ubicar al mismo maestro en una trama colectiva de pensamiento y gestión? ¿Podemos sustraer al premio y al foro de las presencias que lo auspician? ¿Qué contrapunto planteamos entre la concepción del Global Teacher Prize y el Programa Nacional de Formación Permanente Nuestra Escuela?
Nuestra Escuela fue diseñada por una política educativa nacional en el marco del Consejo Federal de Educación, integrado por los ministros de todas las provincias y también de los referentes de los cinco gremios nacionales. El Programa acordó, además de sus dos componentes principales (3), líneas de acción con las Universidades Nacionales, Privadas, y con los Institutos Nacionales de Formación Docente, para el diseño de cuatro mil propuestas pedagógicas, que decodifican las necesidades de formación institucionales y jurisdiccionales.
El Global Education and Teacher Prize es el premio que se otorga al cierre de la conferencia del Global Education and Skill Forum(4). Allí en un complejo hotelero en Dubai, con más estrellas que el firmamento, se dan cita “políticos, líderes de las organizaciones globales con más peso, emprendedores de Silicon Valley, emprendedores sociales, millonarios con intereses en la educación y académicos de primer nivel se sienten a debatir cara a cara sobre educación. Por estos días, en Dubai se conversa sobre «el futuro de la educación global”(5) . Unos de sus mecenas Sunny Varkey, considera que la educación y la caridad van de la mano (6) . Una afirmación, por lo menos delicada. Y peligrosa.
¿Qué diferencia existe entre concebir la formación docente como un derecho y concebir la educación de la mano de la caridad?
¿Qué diferencia existe entre pensar la formación de un millón de docentes a premiar con un millón a un solo docente?
La diferencia es un abismo. No, uno no, varios abismos. Recorre la distancia y la profundidad entre concebir el derecho a la educación como un bien público; y concebirlo como una máquina de crear públicos para que circulen los bienes educativos transables en el mercado.
Por estos días, los profesionales de los equipos de las 13 especializaciones en línea del PNFP estamos en lucha por la defensa de nuestros puestos de trabajo. Puestos de trabajo que se conciben en las relaciones pedagógicas que construimos con los colegas en las aulas virtuales. Ambos derechos enlazados, el de trabajar y el de aprender. Sin salvación individual. La lucha organizada con los sindicatos logró ponerle un freno al desmonte de matrícula que intentó perpetrar el ministerio de educación y deportes de la nación. Un conjunto de resoluciones que eran un bochorno vieron la luz en la víspera navideña.
La organización de los trabajadores, el apoyo, acompañamiento y representación de los delegados sindicales le pusieron un freno al avance sobre Nuestra Escuela.
La disputa continúa y tenemos buenos argumentos para defender nuestra posición. Pero si hubo aprendizaje colectivo por estos días, es que no se trata de héroes, de personalidades rutilantes aisladas. Se trata, más vale, de un colectivo con capacidad de creación y de lucha.
Nadie se salva solo.
* Es Licenciada en sociología de la UBA. Autora de “¿Cómo vivir juntos? La pregunta de la escuela contemporánea” (2015). Se desempeña como docente capacitadora en la Escuela de maestros de CABA. Es Coordinadora académica de la especialización en problemáticas de las ciencias sociales del PNFP. Docente y coordinadora de la formación docente en la universidad de Hurlingham. Investigadora del Programa de Saber juvenil aplicado de la UNSAM.
1 El PNFP expresa los fundamentos de la Ley de Educación Nacional 26.206 del 2006 que enmarca el tema. Artículo 85, apartado c) Asegurará el mejoramiento de la formación inicial y continua de los/as docentes como factor clave de la calidad de la educación, conforme a lo establecido en los artículos 71 a 78 de la presente ley.
2 http://www.lanacion.com.ar/1879163-que-tiene-que-tener-el-mejor-maestro-del-mundo
3 http://nuestraescuela.educacion.gov.ar/el-programa/
4 GESF www.educationandskillsforum.org
5 ibidem
6 https://www.varkeyfoundation.org/homepage
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El Programa Nuestra Escuela es único. No es una exageración. ¿En qué reside su potencia? En concebir la formación continua de los educadores como un derecho que, como tal, debe ser garantizado gratuitamente por el Estado Nacional (1).
El derecho a aprender incluye, del mismo modo, a los estudiantes y a los docentes. Para que la inclusión educativa no sea, tan solo, una declaración de principios, los docentes debemos capacitarnos. No es una elección, es una necesidad política. Porque cuando la formación profesional permanente no es un derecho, deviene producto en el mercado de la capacitación educativa. La idea no es suprimir el campo de la formación privada, sino asegurar ámbitos que estén a resguardo de la lógica mercantil, para que los docentes piensen en lo que no saben. Y también en lo que reproducen sin saber.
Nuestra Escuela asume el derecho a la formación gratuita de un millón de docentes. Sí, el millón de docentes que trabajan en el sistema, en todos sus niveles y modalidades, y a lo largo de toda la Argentina. Es un orgullo, sin dudas. Pero es más una proclama profundamente política, ya que expresa un modo colectivo de sostener la experiencia en las aulas. El programa entiende la tarea de cada docente, en cada una de las aulas presenciales y virtuales, como un eslabón engarzado en una gesta nacional. Una misma dirección, un mismo respeto, con las diferencia de cada uno y de cada lugar. Pensar las capacitaciones como una tarea individual es abrazar la perspectiva del héroe solitario como modelo a seguir.
Un profesor excepcional siempre resulta atractivo. Hay mucho para pensar en el plano personal, en el modo que habitamos las escuelas cada día. Pero es un ángulo insuficiente para cartografiar las prácticas educativas actuales.
“¿Qué tiene que tener el mejor maestro del mundo?”, se pregunta la periodista Luciana Vazquez en su nota en el diario La Nación, el 12 de marzo de 2016 (2) . La pregunta es, por lo menos, una pregunta delicada. Casi peligrosa. El interrogante titula la nota sobre el foro educativo realizado en Dubai, donde se premia al mejor docente del mundo con un millón de dólares otorgado por The Global Teacher Prize. El galardón destaca personalidades, ilumina a seres excepcionales, llevando adelante su tarea en la aldea global.
Ahora, ¿hay alguna diferencia entre distinguir a un maestro líder y ubicar al mismo maestro en una trama colectiva de pensamiento y gestión? ¿Podemos sustraer al premio y al foro de las presencias que lo auspician? ¿Qué contrapunto planteamos entre la concepción del Global Teacher Prize y el Programa Nacional de Formación Permanente Nuestra Escuela?
Nuestra Escuela fue diseñada por una política educativa nacional en el marco del Consejo Federal de Educación, integrado por los ministros de todas las provincias y también de los referentes de los cinco gremios nacionales. El Programa acordó, además de sus dos componentes principales (3), líneas de acción con las Universidades Nacionales, Privadas, y con los Institutos Nacionales de Formación Docente, para el diseño de cuatro mil propuestas pedagógicas, que decodifican las necesidades de formación institucionales y jurisdiccionales.
El Global Education and Teacher Prize es el premio que se otorga al cierre de la conferencia del Global Education and Skill Forum(4). Allí en un complejo hotelero en Dubai, con más estrellas que el firmamento, se dan cita “políticos, líderes de las organizaciones globales con más peso, emprendedores de Silicon Valley, emprendedores sociales, millonarios con intereses en la educación y académicos de primer nivel se sienten a debatir cara a cara sobre educación. Por estos días, en Dubai se conversa sobre «el futuro de la educación global”(5) . Unos de sus mecenas Sunny Varkey, considera que la educación y la caridad van de la mano (6) . Una afirmación, por lo menos delicada. Y peligrosa.
¿Qué diferencia existe entre concebir la formación docente como un derecho y concebir la educación de la mano de la caridad?
¿Qué diferencia existe entre pensar la formación de un millón de docentes a premiar con un millón a un solo docente?
La diferencia es un abismo. No, uno no, varios abismos. Recorre la distancia y la profundidad entre concebir el derecho a la educación como un bien público; y concebirlo como una máquina de crear públicos para que circulen los bienes educativos transables en el mercado.
Por estos días, los profesionales de los equipos de las 13 especializaciones en línea del PNFP estamos en lucha por la defensa de nuestros puestos de trabajo. Puestos de trabajo que se conciben en las relaciones pedagógicas que construimos con los colegas en las aulas virtuales. Ambos derechos enlazados, el de trabajar y el de aprender. Sin salvación individual. La lucha organizada con los sindicatos logró ponerle un freno al desmonte de matrícula que intentó perpetrar el ministerio de educación y deportes de la nación. Un conjunto de resoluciones que eran un bochorno vieron la luz en la víspera navideña.
La organización de los trabajadores, el apoyo, acompañamiento y representación de los delegados sindicales le pusieron un freno al avance sobre Nuestra Escuela.
La disputa continúa y tenemos buenos argumentos para defender nuestra posición. Pero si hubo aprendizaje colectivo por estos días, es que no se trata de héroes, de personalidades rutilantes aisladas. Se trata, más vale, de un colectivo con capacidad de creación y de lucha.
Nadie se salva solo.
* Es Licenciada en sociología de la UBA. Autora de “¿Cómo vivir juntos? La pregunta de la escuela contemporánea” (2015). Se desempeña como docente capacitadora en la Escuela de maestros de CABA. Es Coordinadora académica de la especialización en problemáticas de las ciencias sociales del PNFP. Docente y coordinadora de la formación docente en la universidad de Hurlingham. Investigadora del Programa de Saber juvenil aplicado de la UNSAM.
1 El PNFP expresa los fundamentos de la Ley de Educación Nacional 26.206 del 2006 que enmarca el tema. Artículo 85, apartado c) Asegurará el mejoramiento de la formación inicial y continua de los/as docentes como factor clave de la calidad de la educación, conforme a lo establecido en los artículos 71 a 78 de la presente ley.
2 http://www.lanacion.com.ar/1879163-que-tiene-que-tener-el-mejor-maestro-del-mundo
3 http://nuestraescuela.educacion.gov.ar/el-programa/
4 GESF www.educationandskillsforum.org
5 ibidem
6 https://www.varkeyfoundation.org/homepage
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