Por un lado, hay una nostalgia por la época de las materias primas con precios altos que tanto hicieron para que Chávez, Correa y Evo Morales con el petróleo y el gas, que multiplicaron su precio casi por diez, y Lula y Kirchner con la soja, que lo multiplicó casi por cinco, pudieran mantenerse en el poder, ellos mismos o sus elegidos, por más de una década, generando aumentos de consumo y bienestar entre sus votantes.
Por el otro, el ascenso de Trump a la presidencia de Estados Unidos recrea las condiciones de antinorteamericanismo de la época de Bush, tan reducidas durante los ocho años de Obama, especialmente en México, donde el odio a su vecino viene creciendo a niveles alarmantes.
Por eso Cristina Kirchner no está sola en el sostenido crecimiento de aprobación en las encuestas que viene teniendo desde su peor momento, en el primer trimestre de 2016. Al similar crecimiento de Lula en Brasil desde su peor momento, en agosto pasado, cuando fue destituida Dilma Rousseff, se suma lo que sucede en Ecuador, Bolivia, Paraguay y México.
No es improbable que finalmente gane el ballottage del 2 de abril en Ecuador el candidato de Correa, Lenín Moreno, y no el opositor Guillermo Lasso. Tampoco se descarta que Evo Morales intente volver a presentarse en las elecciones de 2019 en Bolivia. Mientras que Fernando Lugo tiene la mayor intención de voto para las elecciones de 2018 en Paraguay y puede volver a ser presidente.
En México, el candidato de izquierda Andrés López Obrador podría finalmente ser electo presidente el año próximo después de haberlo intentado sin éxito en 2006 y 2012. Las consecuencias de la baja del precio del petróleo, que en la economía de México fue importante, y la mala evaluación que hace la sociedad del actual presidente Peña Nieto contribuyeron al ascenso de López Obrador. Pero es especialmente el antinorteamericanismo que generó Trump el gran catalizador para que los mexicanos puedan romper su tradición de elegir presidentes de centro/centro-derecha.
México, especialmente a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994, en su sociedad con Estados Unidos fue progresivamente alejándose de Latinoamérica. Pero a partir de Trump, su muro, las deportaciones de sus inmigrantes y su deseo de rever el TLCAN, está volviendo a unirse simbólicamente a Latinoamérica, y un presidente de izquierda sería un síntoma más de esa transformación existencial.
En Sudamérica, donde muchos de sus países sí han vivido la experiencia de más de una década de gobiernos populistas de izquierda, queda en un porcentaje no menor de la sociedad un recuerdo nostalgioso de esos años dorados entre 2003 y 2008, antes de que el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera en Estados Unidos arrastrara al mundo entero a una recesión de la que aún no se repone completamente.
Y no todos los gobiernos populistas de izquierda fueron malos administradores de la riqueza adicional de que gozaron: Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia son ejemplos de gobernantes económicamente exitosos en sus países, las dos presidencias de Lula (2003-2010) en Brasil también fueron eficaces en materia económica, y la de Cristina Kirchner, aunque mediocre, no concluyó como en Venezuela, donde el populismo de izquierda destruyó totalmente la economía.
El futuro de Venezuela tiene tres escenarios: un estallido que adelante las elecciones de fines del año próximo, pero con una ola de violencia que deje heridas en el tejido social que tarden muchos años en cicatrizar; un aterrizaje ordenado por el cual el chavismo consiga llegar a diciembre de 2018 y traspase el mando a una oposición que surja vencedora, y el menos probable pero no imposible de un chavismo que pueda ganarle a la oposición en las próximas elecciones si ésta compitiera dividida con varios candidatos y el chavismo llevara una figura moderada. Diez por ciento de la población de Venezuela, tres millones de personas, se fue yendo del país por motivos económicos durante el chavismo y la mayoría de ellos hubiera votado por la oposición.
Para Estados Unidos, la suerte de Venezuela dejó de tener la importancia que tenía cuando Chávez la presidía porque entonces las exportaciones de petróleo desde Venezuela eran estratégicas para el funcionamiento del país del Norte. A partir de que se hizo viable el fracking en alta escala, Estados Unidos pasó en 2014 a ser el principal productor de petróleo mundial, superando a Arabia Saudita, y la mayoría del petróleo que consume es de fracking, algo inimaginable diez años atrás. Maduro dice que Estados Unidos apostó al fracking para desestabilizar a Venezuela bajando el precio del petróleo a menos de la mitad. Pero hoy lo único que le preocuparía a Estados Unidos de Venezuela es que desatara una guerra civil y Latinoamérica no continuara siendo un territorio sin conflictos armados.
Pero sería un error sobreestimar la nostalgia por aquellos años dulces de los precios de las materias primas muy altos, como hace parte del kirchnerismo más radicalizado, que estas últimas semanas volvió a soñar con el helicóptero de De la Rúa llevándose a Macri antes de concluir su período. Esta especie de contraataque de la izquierda es reactiva al triunfo de la tendencia de lo opuesto en la región, un síntoma al que le falta mucha espesura para terminar convirtiéndose en una marea real, como sí fue al comienzo del siglo XXI, con aquel Estados Unidos de la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, presidido por Bush, con el ascenso mundial de China comprándose todo y el BRIC y los emergentes como una moda para los inversores.
Pero es para Macri una señal más de que el odio al kirchnerismo de parte de la sociedad no le garantiza seguir contando con la aprobación o el apoyo de la mayoría sin devolver resultados económicos generalizados.
Por el otro, el ascenso de Trump a la presidencia de Estados Unidos recrea las condiciones de antinorteamericanismo de la época de Bush, tan reducidas durante los ocho años de Obama, especialmente en México, donde el odio a su vecino viene creciendo a niveles alarmantes.
Por eso Cristina Kirchner no está sola en el sostenido crecimiento de aprobación en las encuestas que viene teniendo desde su peor momento, en el primer trimestre de 2016. Al similar crecimiento de Lula en Brasil desde su peor momento, en agosto pasado, cuando fue destituida Dilma Rousseff, se suma lo que sucede en Ecuador, Bolivia, Paraguay y México.
No es improbable que finalmente gane el ballottage del 2 de abril en Ecuador el candidato de Correa, Lenín Moreno, y no el opositor Guillermo Lasso. Tampoco se descarta que Evo Morales intente volver a presentarse en las elecciones de 2019 en Bolivia. Mientras que Fernando Lugo tiene la mayor intención de voto para las elecciones de 2018 en Paraguay y puede volver a ser presidente.
En México, el candidato de izquierda Andrés López Obrador podría finalmente ser electo presidente el año próximo después de haberlo intentado sin éxito en 2006 y 2012. Las consecuencias de la baja del precio del petróleo, que en la economía de México fue importante, y la mala evaluación que hace la sociedad del actual presidente Peña Nieto contribuyeron al ascenso de López Obrador. Pero es especialmente el antinorteamericanismo que generó Trump el gran catalizador para que los mexicanos puedan romper su tradición de elegir presidentes de centro/centro-derecha.
México, especialmente a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en 1994, en su sociedad con Estados Unidos fue progresivamente alejándose de Latinoamérica. Pero a partir de Trump, su muro, las deportaciones de sus inmigrantes y su deseo de rever el TLCAN, está volviendo a unirse simbólicamente a Latinoamérica, y un presidente de izquierda sería un síntoma más de esa transformación existencial.
En Sudamérica, donde muchos de sus países sí han vivido la experiencia de más de una década de gobiernos populistas de izquierda, queda en un porcentaje no menor de la sociedad un recuerdo nostalgioso de esos años dorados entre 2003 y 2008, antes de que el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera en Estados Unidos arrastrara al mundo entero a una recesión de la que aún no se repone completamente.
Y no todos los gobiernos populistas de izquierda fueron malos administradores de la riqueza adicional de que gozaron: Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia son ejemplos de gobernantes económicamente exitosos en sus países, las dos presidencias de Lula (2003-2010) en Brasil también fueron eficaces en materia económica, y la de Cristina Kirchner, aunque mediocre, no concluyó como en Venezuela, donde el populismo de izquierda destruyó totalmente la economía.
El futuro de Venezuela tiene tres escenarios: un estallido que adelante las elecciones de fines del año próximo, pero con una ola de violencia que deje heridas en el tejido social que tarden muchos años en cicatrizar; un aterrizaje ordenado por el cual el chavismo consiga llegar a diciembre de 2018 y traspase el mando a una oposición que surja vencedora, y el menos probable pero no imposible de un chavismo que pueda ganarle a la oposición en las próximas elecciones si ésta compitiera dividida con varios candidatos y el chavismo llevara una figura moderada. Diez por ciento de la población de Venezuela, tres millones de personas, se fue yendo del país por motivos económicos durante el chavismo y la mayoría de ellos hubiera votado por la oposición.
Para Estados Unidos, la suerte de Venezuela dejó de tener la importancia que tenía cuando Chávez la presidía porque entonces las exportaciones de petróleo desde Venezuela eran estratégicas para el funcionamiento del país del Norte. A partir de que se hizo viable el fracking en alta escala, Estados Unidos pasó en 2014 a ser el principal productor de petróleo mundial, superando a Arabia Saudita, y la mayoría del petróleo que consume es de fracking, algo inimaginable diez años atrás. Maduro dice que Estados Unidos apostó al fracking para desestabilizar a Venezuela bajando el precio del petróleo a menos de la mitad. Pero hoy lo único que le preocuparía a Estados Unidos de Venezuela es que desatara una guerra civil y Latinoamérica no continuara siendo un territorio sin conflictos armados.
Pero sería un error sobreestimar la nostalgia por aquellos años dulces de los precios de las materias primas muy altos, como hace parte del kirchnerismo más radicalizado, que estas últimas semanas volvió a soñar con el helicóptero de De la Rúa llevándose a Macri antes de concluir su período. Esta especie de contraataque de la izquierda es reactiva al triunfo de la tendencia de lo opuesto en la región, un síntoma al que le falta mucha espesura para terminar convirtiéndose en una marea real, como sí fue al comienzo del siglo XXI, con aquel Estados Unidos de la caída de las Torres Gemelas en Nueva York, presidido por Bush, con el ascenso mundial de China comprándose todo y el BRIC y los emergentes como una moda para los inversores.
Pero es para Macri una señal más de que el odio al kirchnerismo de parte de la sociedad no le garantiza seguir contando con la aprobación o el apoyo de la mayoría sin devolver resultados económicos generalizados.