Está claro (y ya comentado) que Macri descree de los discursos. Es evidente que no se siente cómodo ni disfruta, como otros políticos, pronunciándolos. Puede que el Presidente, en su visión que tiene del mundo político, considere que son meros ejercicios de la retórica. Ese punto de vista quedó explícito después de sus dos visitas a países con monarquías parlamentarias, España y Holanda. Sus palabras ante las cortes han sido conceptos conocidos que su administración predica -cambio, inserción internacional, inversiones, disminuir la pobreza- en discursos que no levantan vuelo en sus formas o en sus contenidos. Un Presidente elige, como eligieron Frondizi y Alfonsín (dos oradores estupendos), por ejemplo, cómo y qué exponer cuando representa al país en el extranjero, sus ideas-fuerza, intentando mostrar que, detrás de las mayores o menores habilidades para un discurso, hay pensamiento, un intento de dejar una huella. No es ese el caso de Macri por una combinación de factores que tienen que ver con el modo de ejercer el poder y la ¿ausencia? de la necesidad de ir más allá del enunciado.
Se sabe que si detrás de los discursos, por más contenidos que éstos tengan, no hay una acción de gobierno enderezada a hacer posible los enunciados, estos podrán integrarse a un hermoso relato sin sustento. Ese parece ser el criterio de la Casa Rosada.
Un discurso presidencial en las visitas de Estado son oportunidades para que aquellas ideas que en el fragor cotidiano de la lucha doméstica se opacan. No es sólo un acto protocolar, una obligación impuesta menos confortable que pasear en bicicleta en los jardines reales. Es un acto de gobierno, una pieza en la que deberían haber trabajado equipos que le den densidad y proyección a las palabras del Presidente.
Hasta ahora esto no aparece. Lo que emerge, como una reacción a la exuberancia e incontinencia verbal K, es un contrarrelato minimalista y anodino, que no entusiasma por sí mismo.
Desde antes de ser Presidente y después de serlo, Macri ha hablado mucho y se ha movido en busca de inversiones. Pese a la frugalidad de sus discursos, la urgencia se le nota. Se explica: la situación económica interna no ha corregido los desequilibrios. Persisten la inflación y el déficit, el tipo de cambio se ha mantenido casi fijo desde 2016, y los que se han desarrollado fueron negocios financieros. Todo puede ser explicado tanto desde la política como desde la economía. Esa explicación también sirve para las inversiones que tardan en llegar. Ahora, las elecciones legislativas y su resolución son el nuevo horizonte en el que se fijan los que deben poner el dinero. Nadie cree que sea un presidente desapasionado (no hay un boquense que lo sea). Pero los condicionantes de la herencia K también habrían merecido otro discurso. Si hay en esto una especulación de arrastre electoral, habrá que verlo. Por suerte para Macri, hay oposiciones que le son funcionales.
Hay una convicción que la visita a España ha sido un éxito como también la de Holanda. Tanto el gobierno conservador de Rajoy (además de los Reyes de España), como los monarcas de Holanda, han sido muy receptivos a la visita del Presidente argentino.
Allá y aquí, Macri ha mantenido un estilo y un discurso que está a tono con el prejuicio de que demasiada política aburre. Los discursos presidenciales, más largos o más cortos, están impregnados de esa convicción.
Se sabe que si detrás de los discursos, por más contenidos que éstos tengan, no hay una acción de gobierno enderezada a hacer posible los enunciados, estos podrán integrarse a un hermoso relato sin sustento. Ese parece ser el criterio de la Casa Rosada.
Un discurso presidencial en las visitas de Estado son oportunidades para que aquellas ideas que en el fragor cotidiano de la lucha doméstica se opacan. No es sólo un acto protocolar, una obligación impuesta menos confortable que pasear en bicicleta en los jardines reales. Es un acto de gobierno, una pieza en la que deberían haber trabajado equipos que le den densidad y proyección a las palabras del Presidente.
Hasta ahora esto no aparece. Lo que emerge, como una reacción a la exuberancia e incontinencia verbal K, es un contrarrelato minimalista y anodino, que no entusiasma por sí mismo.
Desde antes de ser Presidente y después de serlo, Macri ha hablado mucho y se ha movido en busca de inversiones. Pese a la frugalidad de sus discursos, la urgencia se le nota. Se explica: la situación económica interna no ha corregido los desequilibrios. Persisten la inflación y el déficit, el tipo de cambio se ha mantenido casi fijo desde 2016, y los que se han desarrollado fueron negocios financieros. Todo puede ser explicado tanto desde la política como desde la economía. Esa explicación también sirve para las inversiones que tardan en llegar. Ahora, las elecciones legislativas y su resolución son el nuevo horizonte en el que se fijan los que deben poner el dinero. Nadie cree que sea un presidente desapasionado (no hay un boquense que lo sea). Pero los condicionantes de la herencia K también habrían merecido otro discurso. Si hay en esto una especulación de arrastre electoral, habrá que verlo. Por suerte para Macri, hay oposiciones que le son funcionales.
Hay una convicción que la visita a España ha sido un éxito como también la de Holanda. Tanto el gobierno conservador de Rajoy (además de los Reyes de España), como los monarcas de Holanda, han sido muy receptivos a la visita del Presidente argentino.
Allá y aquí, Macri ha mantenido un estilo y un discurso que está a tono con el prejuicio de que demasiada política aburre. Los discursos presidenciales, más largos o más cortos, están impregnados de esa convicción.