Con frecuencia los gobiernos, aquí o en otros lados, atribuyen su mala imagen en la sociedad a un problema de comunicación. «Hacemos grandes cosas pero no las sabemos mostrar» es la síntesis de un diagnóstico que corre por los pasillos de los palacios gubernamentales. Es preocupante, cierto, pero deja a salvo la capacidad de los gobernantes: «sabemos gobernar pero no sabemos comunicar». El paso que suele seguir a esta tranquilizante comprobación es la urgencia en contratar un buen especialista en comunicación e imagen. A paso firme se toma la decisión, se escudriñan los candidatos y se designa al «salvador».
Naturalmente el salvador no salva nada, con lo que las cosas y sobre todo la percepción ciudadana va de mal en peor. Cae el apoyo, aumenta la debilidad del poder, se reducen los márgenes de maniobra, la política tiene menos eficacia y el herpes de la confusión y la angustia envuelve el cuerpo de los dirigentes del país.
Nunca vi funcionar en ningún país latinoamericano la práctica del salvador comunicacional. Siempre fracasó. Pero como nuestros dirigentes son especialmente ignorantes de la historia, repiten y repiten la misma tontería sin saber cómo concluirá.
Alfonsín, rara excepción, conocía la historia pero él y nosotros caímos en el mismo error. Quizás no había suficientes antecedentes de la idiotez comunicacional, lo cual nos excusa en parte, pero cómo atribuir nuestros problemas a la comunicación y no a la inflación galopante que devoraba los salarios, es un misterio de la psico-política.
Un consecuencia de este mal paso de la razón es que se pierde un tiempo precioso para atacar la verdadera causa de la languidez ciudadana. El desvanecimiento del poder de un presidente no es un continuo: se acelera y llega a un punto en el que no hay retorno posible. Por lo general, los observadores extranjeros se dan cuenta más rápidamente que los locales de lo que está sucediendo y de lo que va a pasar.
De allí, lector, que me permito aconsejar tomar una dosis cada cinco o seis meses de algún articulo del exterior. En julio de 2001, seis meses antes de la caída de la convertibilidad y del gobierno de entonces, era común encontrar escritos en los que se consideraba concluido el tiempo del uno a uno.
Si bien esta manera de creer que la culpa es de la comunicación es frecuente, en nuestro país los gobiernos peronistas (por ejemplo las cuatro cabeza de la hidra, Perón, Isabel, Menem o los Kirchner) recurren a otras explicaciones para las multitudes, pero que ellos no lo creen. Es el imperialismo, la Iglesia, la Cuarta Internacional o lo que usted guste, nunca es la acción del propio gobierno.
En cambio,lo no peronistas llegan a creer que su problema es la mala comunicación. Veamos, lector, recorra su experiencia: ¿el problema de la política educativa es la falta de una comunicación apropiada sobre sus metas y métodos? ¿o, simplemente, que estos no existen?. En cuestión de Fuerzas Armadas ¿usted oyó algo? ¿y en Salud Pública? ¿sobre la inflación escuchó o leyó algo sobre cuál es el método para contenerla?. Y sobre la economía, aparte de oír todos los días que si hay inversiones habrá crecimiento, ¿vio alguna explica clara y concisa? No mencionemos el caso de las Relaciones exteriores porque el silencio y el secreto de lo que se hace es mayor que el del paradero del Santo Grial.
El gobierno se engaña si cree que esto es un problema de mala comunicación; es infinitamente más grave: es una cuestión de falta de políticas y de orientación general sobre la Argentina. Para el gobierno de Macri temo que la pregunta «hacia dónde va la Argentina» sea una cuestión abstracta e inútil. La realidad, se cambia con iniciativas prácticas; no importa el destino, importa la práctica de la práctica.
Permítaseme señalar que estas críticas las hago pensando en la presunción concreta y aterradora de que si el gobierno sigue así, volverá el kirchnerismo y que si eso pasa sólo espero que Dios nos tome confesados.
Por otro lado, es notable que estas preocupaciones sobre la comunicación del gobierno hayan borrado de la pantalla de televisión a todos sus integrantes empezando por Mauricio Macri.
Por supuesto, después de la pantagruélico festín de TV de Cristina Kirchner había que ser cuidadosos. Pero no al punto del silencio o de elegir como interlocutora política a la Sra. Legrand (que hace muy bien lo suyo pero que no tiene la formación para sentir y transmitir lo que viven los argentinos).
En breve, lector, que nos acercamos a la elecciones de octubre; que si el gobierno pierde, y hoy es una probabilidad cierta, el retorno de los Kirchner y su banda dejará de ser una fantasía.
Es impresionante ver que en menos de un año y medio de gobierno Macri, ya devoró dos de las cuatro etapas que suelen vivir los presidentes. La primera, dominada por la irresistible dulzura de la ocupación del poder. La segunda, por la autocomplacencia al que creer de que uno es el poder, no porque esté allí donde se lo ejerce sino por sus increíbles aptitudes; la tercera y actual, es que los otros no entienden lo que uno sabe, que es irritante explicar lo obvio; y la cuarta: la frustración.
Dante Caputo fue canciller durante la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989)
Naturalmente el salvador no salva nada, con lo que las cosas y sobre todo la percepción ciudadana va de mal en peor. Cae el apoyo, aumenta la debilidad del poder, se reducen los márgenes de maniobra, la política tiene menos eficacia y el herpes de la confusión y la angustia envuelve el cuerpo de los dirigentes del país.
Nunca vi funcionar en ningún país latinoamericano la práctica del salvador comunicacional. Siempre fracasó. Pero como nuestros dirigentes son especialmente ignorantes de la historia, repiten y repiten la misma tontería sin saber cómo concluirá.
Alfonsín, rara excepción, conocía la historia pero él y nosotros caímos en el mismo error. Quizás no había suficientes antecedentes de la idiotez comunicacional, lo cual nos excusa en parte, pero cómo atribuir nuestros problemas a la comunicación y no a la inflación galopante que devoraba los salarios, es un misterio de la psico-política.
Un consecuencia de este mal paso de la razón es que se pierde un tiempo precioso para atacar la verdadera causa de la languidez ciudadana. El desvanecimiento del poder de un presidente no es un continuo: se acelera y llega a un punto en el que no hay retorno posible. Por lo general, los observadores extranjeros se dan cuenta más rápidamente que los locales de lo que está sucediendo y de lo que va a pasar.
De allí, lector, que me permito aconsejar tomar una dosis cada cinco o seis meses de algún articulo del exterior. En julio de 2001, seis meses antes de la caída de la convertibilidad y del gobierno de entonces, era común encontrar escritos en los que se consideraba concluido el tiempo del uno a uno.
Si bien esta manera de creer que la culpa es de la comunicación es frecuente, en nuestro país los gobiernos peronistas (por ejemplo las cuatro cabeza de la hidra, Perón, Isabel, Menem o los Kirchner) recurren a otras explicaciones para las multitudes, pero que ellos no lo creen. Es el imperialismo, la Iglesia, la Cuarta Internacional o lo que usted guste, nunca es la acción del propio gobierno.
En cambio,lo no peronistas llegan a creer que su problema es la mala comunicación. Veamos, lector, recorra su experiencia: ¿el problema de la política educativa es la falta de una comunicación apropiada sobre sus metas y métodos? ¿o, simplemente, que estos no existen?. En cuestión de Fuerzas Armadas ¿usted oyó algo? ¿y en Salud Pública? ¿sobre la inflación escuchó o leyó algo sobre cuál es el método para contenerla?. Y sobre la economía, aparte de oír todos los días que si hay inversiones habrá crecimiento, ¿vio alguna explica clara y concisa? No mencionemos el caso de las Relaciones exteriores porque el silencio y el secreto de lo que se hace es mayor que el del paradero del Santo Grial.
El gobierno se engaña si cree que esto es un problema de mala comunicación; es infinitamente más grave: es una cuestión de falta de políticas y de orientación general sobre la Argentina. Para el gobierno de Macri temo que la pregunta «hacia dónde va la Argentina» sea una cuestión abstracta e inútil. La realidad, se cambia con iniciativas prácticas; no importa el destino, importa la práctica de la práctica.
Permítaseme señalar que estas críticas las hago pensando en la presunción concreta y aterradora de que si el gobierno sigue así, volverá el kirchnerismo y que si eso pasa sólo espero que Dios nos tome confesados.
Por otro lado, es notable que estas preocupaciones sobre la comunicación del gobierno hayan borrado de la pantalla de televisión a todos sus integrantes empezando por Mauricio Macri.
Por supuesto, después de la pantagruélico festín de TV de Cristina Kirchner había que ser cuidadosos. Pero no al punto del silencio o de elegir como interlocutora política a la Sra. Legrand (que hace muy bien lo suyo pero que no tiene la formación para sentir y transmitir lo que viven los argentinos).
En breve, lector, que nos acercamos a la elecciones de octubre; que si el gobierno pierde, y hoy es una probabilidad cierta, el retorno de los Kirchner y su banda dejará de ser una fantasía.
Es impresionante ver que en menos de un año y medio de gobierno Macri, ya devoró dos de las cuatro etapas que suelen vivir los presidentes. La primera, dominada por la irresistible dulzura de la ocupación del poder. La segunda, por la autocomplacencia al que creer de que uno es el poder, no porque esté allí donde se lo ejerce sino por sus increíbles aptitudes; la tercera y actual, es que los otros no entienden lo que uno sabe, que es irritante explicar lo obvio; y la cuarta: la frustración.
Dante Caputo fue canciller durante la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989)