L a ambigüedad es el ethos de Martín Lousteau, un camaleón posmoderno con un esqueleto hecho en la más pura y oscura cepa de la vieja política. Se trata de una ambigüedad fríamente calculada: así es el comportamiento de este funcionario nacional que juega al opositor vecinalista y también de su bancada de seis legisladores, autodenominada Suma+, que se dice aliada de Horacio Rodríguez Larreta pero que solo apoyó los proyectos oficiales cuando la recompensaron con cargos. El constante ir y venir les sirvió a él y a sus mentores para colonizar en un par de años casilleros poco conocidos para el público pero claves para la burocracia estatal capitalina. Gracias a esa táctica, Lousteau dejó de ser apenas un candidato joven, canchero y aparentemente inmaculado para devenir garante a la distancia del cogobierno que aspiran a ejercer, aunque sea en minoría, los últimos radicales con vocación de poder.
Si bien hay encuestas para todos los gustos y para el suyo también, nadie apostaría el pellejo al aventurar la intención de voto que mantiene Guga, como le gusta hacerse llamar en honor al también rizado brasileño Gustavo Kuerten, el ídolo tenístico que arrastra desde cuando daba clases de ese deporte. En aquella explosión de la segunda vuelta de 2015 sumó a los suyos todos los votos del kirchnerismo, que creyó ver en él una oportunidad de asestarle a Macri una derrota irremontable. En la primera apenas había cosechado un 25,4 por ciento. Solo tres puntos y medio más que Mariano Recalde, a quien nadie asigna hoy chances serias de suceder a Horacio Rodríguez Larreta.
¿Qué convierte a Lousteau en la esperanza blanca del establishment socialdemócrata, antiperonista pero a la vez antiempresario de la reina del Plata? ¿Por qué tanto profesional progre educado en la UBA percibe como una especie de rendentor a un candidato sintetizado en probeta por burócratas radicales a los que vieron con sus propios ojos ordeñar inescrupulosamente durante más de dos décadas los recursos de la universidad? ¿Cómo seduce a la vez a quienes leen bestsellers sobre impresoras 3D y neurociencias y a los peatones hartos de tanta bicicleta plegable y tanta impostación disruptiva?
Lo atractivo es su plasticidad. Su condición de significante vacío. La misma que a la vez lo convierte en el vehículo perfecto para el nosiglismo del siglo XXI, una viscosa amalgama de veteranos empresarios de la política con dirigentes de su edad que hicieron de la UBA su refugio inexpugnable, su botín y su trampolín. Guga es apenas el portaestandarte de esa patrulla perdida de radicales enfrentados con su propia conducción nacional, dispuestos a todo con tal de recuperar lo que consideran propio casi por mandato de la Constitución surgida del Pacto de Olivos: la Ciudad. El lugar que la tripulación del helicóptero delarruista nunca toleró haber perdido.
Otro talento no menos formidable, el mismo que durante años ejerció el incombustible Daniel Scioli y que parece haber heredado la cándida María Eugenia Vidal, es la capacidad de “Guga” para evadir el pago de costos políticos y cagadas administrativas. Un Houdini del error. La cadena de traiciones, tropiezos y fracasos que enhebró Lousteau en todos los cargos que alcanzó a ocupar no hacen mella alguna en su proyección política. En la campaña casi no se le enrostró haber sido el autor de la fallida resolución 125, que desencadenó por un mal cálculo la peor crisis política de toda la década kirchnerista. Tampoco salió a relucir el decreto mediante el cual autorizó los fondos para el quimérico tren bala de Julio De Vido y Ricardo Jaime (que se habían negado a firmar los dos ministros de Economía anteriores) ni las resoluciones mediante las cuales contrajo la deuda más cara de la historia argentina: los Boden 2012 al 15 por ciento anual en dólares con Venezuela.
Su gestión como embajador no fue más exitosa que su paso por el Ministerio de Economía. El exilio dorado con el que Macri lo tentó para que se tomara un año sabático de la política porteña arrojó como saldo una legación con su sede deteriorada, la residencia en venta, ninguna nueva inversión norteamericana en el país y la única conquista comercial de 2016 en la relación bilateral (el levantamiento de las barreras contra el ingreso de limones) finalmente sin efecto. El amateurismo del que hizo gala al criticar la “campaña de reality show” de Donald Trump y al admitir por radio que al Gobierno le preocupaba su triunfo, pocos días antes de que finalmente se produjera, lo inutilizaron para siempre como una herramienta de lobby en los pasillos de Washington. Aunque no perdió oportunidad para presentarse como “un político con futuro”, tirando agua hacia su propio molino, traicionando de la misma manera que había traicionado a sus votantes al gobierno que lo había designado para un cargo en el cual no había mostrado ninguna calificación mayor que la de Miguel Del Sel.
En Buenos Aires, en cambio, su escudería no perdió el tiempo. En el toma y daca del ex Concejo Deliberante ya habían logrado conquistar una silla en el directorio del Banco Ciudad (para su discípulo Gastón Rossi), un adjunto en la Defensoría del Pueblo, una adjunta en la Auditoría General porteña y la presidencia del Consejo Económico y Social. En 2016 sumaron sendos directores en la Agencia de Bienes porteña (la “inmobiliaria” de Larreta, que venderá más de dos mil inmuebles de la Ciudad incluyendo parte del Tiro Federal) y en Facturación y Cobranza de los Efectores Públicos S.E. (FACOEP S.E.), un ente creado para cobrarle a las obras sociales y prepagas lo que gastan los hospitales porteños en atender a sus afiliados. Son decenas de millones de pesos en presupuestos discrecionales, cientos de contratos para asesores y militantes y una infinidad de recovecos en la gestión que los habilitan a recaudar fondos para el siempre sucio financiamiento de sus futuras campañas.
Son muestras, además, de que el proyecto Lousteau no se agota en octubre. Lo apuntala un tupido entramado de terminales políticas y mecenas que empuñan un nada desdeñable poder económico, territorial y operativo. Y que no paran de acrecentarlo. Entre ellos brillan su verdadero jefe político, Emiliano Yacobitti, el histórico operador devenido empresario de la salud Enrique Nosiglia, la exfuncionaria menemista condenada por corrupción Matilde Menéndez y el financista retirado Chrystian Colombo. Fue el Vikingo, como todavía le dicen al jefe de gabinete de Fernando De la Rúa, quien lo acercó al Coti, con cuya hermana Catalina estuvo casado años atrás. Así fue como se disfrazó de radical para las elecciones de 2013, en las que fue electo diputado nacional por UNEN, pese a haber sido funcionario de distintos gobiernos peronistas casi ininterrumpidamente durante toda la década previa.
Yacobitti, su titiritero, está obsesionado con limpiar su nombre y ocupar por fin un casillero legítimo en el ajedrez del poder, como Michael Corleone en El Padrino III. Con 41 años cumplidos el último 15 de diciembre, el secretario de Hacienda de la UBA y presidente de la UCR porteña precisa enterrar en el olvido su sórdida trayectoria sin soltarse de los andamios aceitosos a los que trepó para armarse del patrimonio y las lealtades que a la vez lo convierten en un dirigente con proyección nacional. Conquistó esa posición al galope de añejos trucos gremiales como el robo de boletas, la saturación de listas fantasma para confundir al votante o la instalación de mesas de votación en lugares inhóspitos y difíciles de fiscalizar, e introdujo métodos más novedosos para el ambiente académico como las batallas campales para dirimir internas, las golpizas, las amenazas y el amedrentamiento de opositores con barrabravas. Ya de adulto, más diversificado, fue imputado y luego sobreseído en Comodoro Py por administración fraudulenta del Hospital de Clínicas. Aún lo investiga el juez Sebastián Casanello por presuntos desvíos de subsidios del Ministerio de Industria.
“Yaco” opera en combinación con el dispositivo judicial y de espionaje capitaneado por Jaime Stiuso, Javier Fernández y Darío Richarte, exvicerrector de la UBA. Trasiega los pasillos del Palacio de Tribunales y fue invitado a la asunción del supremo Carlos Rosenkrantz. Sus métodos de intervención y de financiamiento, por llamarlos de alguna manera, son repudiados por buena parte del comité nacional, al punto de que Ernesto Sanz optó por no respaldarlo en la disputa porteña con el PRO. En el radicalismo porteño, no obstante, solo se le opone Facundo Suárez Lastra. Y Silvana Giudici, una de las pocas correligionarias que condenó su juicio-mordaza contra el autor de estas líneas por haber publicado datos y denuncias en redes sociales sobre su manejo de los fondos de la UBA.
El cursus honorum de Guga en la política se nutrió además de su amistad con Andy Kusnetzoff, de los contactos que se llevó de la Universidad de San Andrés y de los que heredó de su padre, lobbista todoterreno y funcionario de la última dictadura militar. Sus columnas en “Perros de la Calle” lo popularizaron como un economista cool entre los jóvenes porteños cuando ya había hecho sus primeros palotes ejecutivos de la mano de Felipe Solá y su entonces ministro de la Producción, el actual vicejefe de gabinete macrista Gustavo Lopetegui, a quien a la postre traicionaría para presidir el Banco Provincia. Durante aquel primer kirchnerismo también compartía largas tardes con Javier González Fraga en Unidos del Sud, el think tank que financiaba Francisco De Narváez. El hoy jefe del Nación fue su segundo referente profesional después del eyectado Alfonso Prat-Gay, quien llegó a llevarlo como asesor junior en su breve paso por el Banco Central.
La habilidad para el escándalo farandulero soft y la bien calibrada exposición mediática también debe anotarse entre sus activos. Su relación convenientemente documentada con la actriz Juanita Viale, nieta de Mirtha Legrand, le dio horas de aire chimenteril y mejoró sus niveles de conocimiento entre los más despolitizados, allí donde más les cuesta entrar a los políticos. Era la siempre festejada profanación de un lecho noble por parte de un plebeyo y a la vez una forma saludable de visibilizar el tabú de la sexualidad durante el embarazo. Un yerno simpático, un amigo que se levanta a la más deseada, un chongo atractivo: votos y más votos. Después formó familia con una actriz como Carla Peterson, querida por el gran público, carismática y hasta imaginable como contrafigura de María Eugenia Vidal. Otra vez, todo ganancia.
Poco se ha escrito sobre su padre, Guillermo Lousteau Heguy, secretario de Turismo de la última dictadura militar entre 1981 y 1982, quien siguió cobrando ilegalmente una jubilación de privilegio al menos hasta mediados del año pasado, según denunció en junio la Unidad Fiscal de Delitos Relativos a la Seguridad Social (Ufises). Radicado en Miami, Lousteau padre dedicó la última década a pilotear el Instituto Interamericano por la Democracia (IID), una ONG desde la que torpedeó todo lo que pudo a gobiernos como los de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Y que bautizó así sin sonrojarse, pese a haber sido funcionario de un régimen de facto. En una entrevista con infobae.com antes de las elecciones presidenciales de 2015, el veterano abogado dijo que no encontraba “grandes diferencias” entre los tres candidatos mayoritarios y se mostró desilusionado por Macri, a quien no consideraba suficientemente “liberal”. Pero una vez que su hijo fue ungido al frente de la legación en Washington, se lo vio frecuentarla como abrepuertas de inversores. Seguramente lo hizo todo ad honorem.
¿Cómo gestionaron los funcionarios que logró hacer designar Lousteau en la Ciudad? También ambiguamente. La adjunta Mariela Coletta, por ejemplo, se opuso a que la Auditoría General de la Ciudad revisara los controles oficiales porteños previos a la fiesta Time Warp, donde murieron cinco jóvenes por sobredosis. Fue el voto que necesitaba Larreta para bloquear un proyecto de otro adjunto, Facundo Del Gaiso (Coalición Cívica), quien había propuesto que se auditaran todas las inspecciones y actuaciones previas, como se hizo con Cromañón. En la segunda mitad de 2016, cuando Yacobitti empezó a presionar al jefe de Gobierno para que le cediera más espacios, Coletta se puso más estricta.
Este año, sin embargo, a Lousteau no lo ayuda su ambigüedad. En una elección nacional, en la que se eligen diputados que integrarán luego el mismo bloque de Cambiemos, no le resultaría sencillo llamar a votar una lista de radicales encabezados por él y a darle la espalda al PRO, cuyas políticas nacionales evitó criticar, lógicamente, en su rol de embajador. Los operadores de Horacio Rodríguez Larreta perciben y prevén explotar esa contradicción. Por eso aceptaron la oferta salomónica que Macri extendió a ambos: que este año la lista de legisladores porteños del PRO incluya a algunos recomendados del marido de Carla Peterson, que él evite postularse por fuera, y que en 2019 ambos diriman una interna dentro de Cambiemos. Su respuesta recién se conocerá cuando se acerque el cierre de listas, en junio. Hasta entonces habrá ráfagas de fuego amigo.
Si bien hay encuestas para todos los gustos y para el suyo también, nadie apostaría el pellejo al aventurar la intención de voto que mantiene Guga, como le gusta hacerse llamar en honor al también rizado brasileño Gustavo Kuerten, el ídolo tenístico que arrastra desde cuando daba clases de ese deporte. En aquella explosión de la segunda vuelta de 2015 sumó a los suyos todos los votos del kirchnerismo, que creyó ver en él una oportunidad de asestarle a Macri una derrota irremontable. En la primera apenas había cosechado un 25,4 por ciento. Solo tres puntos y medio más que Mariano Recalde, a quien nadie asigna hoy chances serias de suceder a Horacio Rodríguez Larreta.
¿Qué convierte a Lousteau en la esperanza blanca del establishment socialdemócrata, antiperonista pero a la vez antiempresario de la reina del Plata? ¿Por qué tanto profesional progre educado en la UBA percibe como una especie de rendentor a un candidato sintetizado en probeta por burócratas radicales a los que vieron con sus propios ojos ordeñar inescrupulosamente durante más de dos décadas los recursos de la universidad? ¿Cómo seduce a la vez a quienes leen bestsellers sobre impresoras 3D y neurociencias y a los peatones hartos de tanta bicicleta plegable y tanta impostación disruptiva?
Lo atractivo es su plasticidad. Su condición de significante vacío. La misma que a la vez lo convierte en el vehículo perfecto para el nosiglismo del siglo XXI, una viscosa amalgama de veteranos empresarios de la política con dirigentes de su edad que hicieron de la UBA su refugio inexpugnable, su botín y su trampolín. Guga es apenas el portaestandarte de esa patrulla perdida de radicales enfrentados con su propia conducción nacional, dispuestos a todo con tal de recuperar lo que consideran propio casi por mandato de la Constitución surgida del Pacto de Olivos: la Ciudad. El lugar que la tripulación del helicóptero delarruista nunca toleró haber perdido.
Otro talento no menos formidable, el mismo que durante años ejerció el incombustible Daniel Scioli y que parece haber heredado la cándida María Eugenia Vidal, es la capacidad de “Guga” para evadir el pago de costos políticos y cagadas administrativas. Un Houdini del error. La cadena de traiciones, tropiezos y fracasos que enhebró Lousteau en todos los cargos que alcanzó a ocupar no hacen mella alguna en su proyección política. En la campaña casi no se le enrostró haber sido el autor de la fallida resolución 125, que desencadenó por un mal cálculo la peor crisis política de toda la década kirchnerista. Tampoco salió a relucir el decreto mediante el cual autorizó los fondos para el quimérico tren bala de Julio De Vido y Ricardo Jaime (que se habían negado a firmar los dos ministros de Economía anteriores) ni las resoluciones mediante las cuales contrajo la deuda más cara de la historia argentina: los Boden 2012 al 15 por ciento anual en dólares con Venezuela.
Su gestión como embajador no fue más exitosa que su paso por el Ministerio de Economía. El exilio dorado con el que Macri lo tentó para que se tomara un año sabático de la política porteña arrojó como saldo una legación con su sede deteriorada, la residencia en venta, ninguna nueva inversión norteamericana en el país y la única conquista comercial de 2016 en la relación bilateral (el levantamiento de las barreras contra el ingreso de limones) finalmente sin efecto. El amateurismo del que hizo gala al criticar la “campaña de reality show” de Donald Trump y al admitir por radio que al Gobierno le preocupaba su triunfo, pocos días antes de que finalmente se produjera, lo inutilizaron para siempre como una herramienta de lobby en los pasillos de Washington. Aunque no perdió oportunidad para presentarse como “un político con futuro”, tirando agua hacia su propio molino, traicionando de la misma manera que había traicionado a sus votantes al gobierno que lo había designado para un cargo en el cual no había mostrado ninguna calificación mayor que la de Miguel Del Sel.
En Buenos Aires, en cambio, su escudería no perdió el tiempo. En el toma y daca del ex Concejo Deliberante ya habían logrado conquistar una silla en el directorio del Banco Ciudad (para su discípulo Gastón Rossi), un adjunto en la Defensoría del Pueblo, una adjunta en la Auditoría General porteña y la presidencia del Consejo Económico y Social. En 2016 sumaron sendos directores en la Agencia de Bienes porteña (la “inmobiliaria” de Larreta, que venderá más de dos mil inmuebles de la Ciudad incluyendo parte del Tiro Federal) y en Facturación y Cobranza de los Efectores Públicos S.E. (FACOEP S.E.), un ente creado para cobrarle a las obras sociales y prepagas lo que gastan los hospitales porteños en atender a sus afiliados. Son decenas de millones de pesos en presupuestos discrecionales, cientos de contratos para asesores y militantes y una infinidad de recovecos en la gestión que los habilitan a recaudar fondos para el siempre sucio financiamiento de sus futuras campañas.
Son muestras, además, de que el proyecto Lousteau no se agota en octubre. Lo apuntala un tupido entramado de terminales políticas y mecenas que empuñan un nada desdeñable poder económico, territorial y operativo. Y que no paran de acrecentarlo. Entre ellos brillan su verdadero jefe político, Emiliano Yacobitti, el histórico operador devenido empresario de la salud Enrique Nosiglia, la exfuncionaria menemista condenada por corrupción Matilde Menéndez y el financista retirado Chrystian Colombo. Fue el Vikingo, como todavía le dicen al jefe de gabinete de Fernando De la Rúa, quien lo acercó al Coti, con cuya hermana Catalina estuvo casado años atrás. Así fue como se disfrazó de radical para las elecciones de 2013, en las que fue electo diputado nacional por UNEN, pese a haber sido funcionario de distintos gobiernos peronistas casi ininterrumpidamente durante toda la década previa.
Yacobitti, su titiritero, está obsesionado con limpiar su nombre y ocupar por fin un casillero legítimo en el ajedrez del poder, como Michael Corleone en El Padrino III. Con 41 años cumplidos el último 15 de diciembre, el secretario de Hacienda de la UBA y presidente de la UCR porteña precisa enterrar en el olvido su sórdida trayectoria sin soltarse de los andamios aceitosos a los que trepó para armarse del patrimonio y las lealtades que a la vez lo convierten en un dirigente con proyección nacional. Conquistó esa posición al galope de añejos trucos gremiales como el robo de boletas, la saturación de listas fantasma para confundir al votante o la instalación de mesas de votación en lugares inhóspitos y difíciles de fiscalizar, e introdujo métodos más novedosos para el ambiente académico como las batallas campales para dirimir internas, las golpizas, las amenazas y el amedrentamiento de opositores con barrabravas. Ya de adulto, más diversificado, fue imputado y luego sobreseído en Comodoro Py por administración fraudulenta del Hospital de Clínicas. Aún lo investiga el juez Sebastián Casanello por presuntos desvíos de subsidios del Ministerio de Industria.
“Yaco” opera en combinación con el dispositivo judicial y de espionaje capitaneado por Jaime Stiuso, Javier Fernández y Darío Richarte, exvicerrector de la UBA. Trasiega los pasillos del Palacio de Tribunales y fue invitado a la asunción del supremo Carlos Rosenkrantz. Sus métodos de intervención y de financiamiento, por llamarlos de alguna manera, son repudiados por buena parte del comité nacional, al punto de que Ernesto Sanz optó por no respaldarlo en la disputa porteña con el PRO. En el radicalismo porteño, no obstante, solo se le opone Facundo Suárez Lastra. Y Silvana Giudici, una de las pocas correligionarias que condenó su juicio-mordaza contra el autor de estas líneas por haber publicado datos y denuncias en redes sociales sobre su manejo de los fondos de la UBA.
El cursus honorum de Guga en la política se nutrió además de su amistad con Andy Kusnetzoff, de los contactos que se llevó de la Universidad de San Andrés y de los que heredó de su padre, lobbista todoterreno y funcionario de la última dictadura militar. Sus columnas en “Perros de la Calle” lo popularizaron como un economista cool entre los jóvenes porteños cuando ya había hecho sus primeros palotes ejecutivos de la mano de Felipe Solá y su entonces ministro de la Producción, el actual vicejefe de gabinete macrista Gustavo Lopetegui, a quien a la postre traicionaría para presidir el Banco Provincia. Durante aquel primer kirchnerismo también compartía largas tardes con Javier González Fraga en Unidos del Sud, el think tank que financiaba Francisco De Narváez. El hoy jefe del Nación fue su segundo referente profesional después del eyectado Alfonso Prat-Gay, quien llegó a llevarlo como asesor junior en su breve paso por el Banco Central.
La habilidad para el escándalo farandulero soft y la bien calibrada exposición mediática también debe anotarse entre sus activos. Su relación convenientemente documentada con la actriz Juanita Viale, nieta de Mirtha Legrand, le dio horas de aire chimenteril y mejoró sus niveles de conocimiento entre los más despolitizados, allí donde más les cuesta entrar a los políticos. Era la siempre festejada profanación de un lecho noble por parte de un plebeyo y a la vez una forma saludable de visibilizar el tabú de la sexualidad durante el embarazo. Un yerno simpático, un amigo que se levanta a la más deseada, un chongo atractivo: votos y más votos. Después formó familia con una actriz como Carla Peterson, querida por el gran público, carismática y hasta imaginable como contrafigura de María Eugenia Vidal. Otra vez, todo ganancia.
Poco se ha escrito sobre su padre, Guillermo Lousteau Heguy, secretario de Turismo de la última dictadura militar entre 1981 y 1982, quien siguió cobrando ilegalmente una jubilación de privilegio al menos hasta mediados del año pasado, según denunció en junio la Unidad Fiscal de Delitos Relativos a la Seguridad Social (Ufises). Radicado en Miami, Lousteau padre dedicó la última década a pilotear el Instituto Interamericano por la Democracia (IID), una ONG desde la que torpedeó todo lo que pudo a gobiernos como los de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa. Y que bautizó así sin sonrojarse, pese a haber sido funcionario de un régimen de facto. En una entrevista con infobae.com antes de las elecciones presidenciales de 2015, el veterano abogado dijo que no encontraba “grandes diferencias” entre los tres candidatos mayoritarios y se mostró desilusionado por Macri, a quien no consideraba suficientemente “liberal”. Pero una vez que su hijo fue ungido al frente de la legación en Washington, se lo vio frecuentarla como abrepuertas de inversores. Seguramente lo hizo todo ad honorem.
¿Cómo gestionaron los funcionarios que logró hacer designar Lousteau en la Ciudad? También ambiguamente. La adjunta Mariela Coletta, por ejemplo, se opuso a que la Auditoría General de la Ciudad revisara los controles oficiales porteños previos a la fiesta Time Warp, donde murieron cinco jóvenes por sobredosis. Fue el voto que necesitaba Larreta para bloquear un proyecto de otro adjunto, Facundo Del Gaiso (Coalición Cívica), quien había propuesto que se auditaran todas las inspecciones y actuaciones previas, como se hizo con Cromañón. En la segunda mitad de 2016, cuando Yacobitti empezó a presionar al jefe de Gobierno para que le cediera más espacios, Coletta se puso más estricta.
Este año, sin embargo, a Lousteau no lo ayuda su ambigüedad. En una elección nacional, en la que se eligen diputados que integrarán luego el mismo bloque de Cambiemos, no le resultaría sencillo llamar a votar una lista de radicales encabezados por él y a darle la espalda al PRO, cuyas políticas nacionales evitó criticar, lógicamente, en su rol de embajador. Los operadores de Horacio Rodríguez Larreta perciben y prevén explotar esa contradicción. Por eso aceptaron la oferta salomónica que Macri extendió a ambos: que este año la lista de legisladores porteños del PRO incluya a algunos recomendados del marido de Carla Peterson, que él evite postularse por fuera, y que en 2019 ambos diriman una interna dentro de Cambiemos. Su respuesta recién se conocerá cuando se acerque el cierre de listas, en junio. Hasta entonces habrá ráfagas de fuego amigo.