El ingreso de divisas para la especulación financiera por las altas tasas de interés que ofrece el Banco Central y el endeudamiento masivo del Estado le permiten al Gobierno disimular las tensiones económicas que se acumulan día a día. La salida neta de dólares por turismo en el exterior, por ejemplo, duplicó solo en el primer trimestre del año la recaudación de todo 2016 por exportaciones de carne: 2996 millones contra 1500 millones. Ni siquiera sumando las ventas externas de pescados y mariscos del año pasado alcanza a compensar la pérdida de divisas por los viajes de compras a Chile, Paraguay, Miami y demás tours de argentinos por el mundo entre enero y marzo de 2017. La cuenta queda todavía en rojo por casi 100 millones de dólares. Otra forma de expresarlo es que el total de las exportaciones de carnes y pescados a lo largo de un año se consumió en apenas un verano. Los datos reflejan que existe una fiesta de consumo para un sector acotado de la sociedad que no derrama fronteras adentro, ya que esas compras no redundan en mayor actividad industrial ni comercial en el país, pero sobre todo desnudan el peligroso ensanchamiento del déficit en moneda dura. El esquema solo se sostiene, como se indicó al comienzo, por las libertades concedidas a los capitales golondrina para venir a disfrutar de rentabilidades extraordinarias con las Lebac y por la emisión de títulos públicos de todos los colores, con tasas también por arriba de la media de la región. Eso lleva a la conclusión de que la sartén por el mango la tienen quienes están financiando el desequilibrio del sector externo, es decir, el famoso mercado, sin cuyo aporte interesado habría todavía más presiones para una devaluación. La eliminación de las regulaciones cambiarias que dispuso el Gobierno al inicio de su gestión, el final del “cepo”, se está patinando en gastos superfluos y en acumulación de dólares por no mucho más de un millón de personas, que son las que participan activamente de ese circuito, de acuerdo a los datos entregados esta semana por el BCRA.
El esquema no es sustentable a mediano plazo. Entre tanto, va ocasionando lesiones profundas en el tejido industrial, en un proceso de sustitución de producción local por importaciones, y para colmo va sumando una carga de intereses por la emisión de deuda que compromete el bienestar de futuras generaciones. Es una dinámica que se consume a grandes sorbos las ganancias de soberanía económica conquistadas la década pasada con el desendeudamiento, y que expone al país a las exigencias del capital financiero. La fundamentación de Cambiemos para liberar el mercado cambiario era que el nuevo contexto de una Argentina maket friendly atraería inversiones extranjeras y potenciaría las capacidades productivas nacionales, reprimidas supuestamente con tanto intervencionismo estatal. Los resultados están a la vista. Desde enero de 2016 a marzo de 2017, el ingreso de inversiones extranjeras directas totalizó 3177 millones de dólares, pero la salida de divisas por giro de utilidades y dividendos escaló a 3318 millones, un balance negativo de 141 millones de dólares. Federico Sturzenegger podrá argumentar que la evolución ha mejorado en lo que va del año, ya que en el primer trimestre el saldo fue positivo en 408 millones de dólares, con 730 millones de inversión extranjera directa frente a 322 millones de giro de utilidades y dividendos, pero aun así los montos son marcadamente insuficientes para desencadenar un proceso de reactivación económica.
Peores son los resultados y la tendencia de la fuga de capitales, que involucra cifras mucho más abultadas y refuerza la dependencia del ingreso de fondos especulativos y del endeudamiento estatal, más allá del aporte circunstancial de los últimos meses por el blanqueo de capitales. La demanda neta para formación de activos externos de libre disponibilidad alcanzó en el primer trimestre del año a 4797 millones de dólares, contra 4237 millones de igual período de 2016. Es decir que a medida que van pasando los meses en lugar de aumentar la confianza, lo que crece es la dolarización de carteras. En términos brutos, la compra de billetes es todavía más alarmante, ya que entre enero y marzo de este año se adquirieron para lo que antes se denominaba dólar ahorro 7448 millones de dólares, contra 4310 millones de igual lapso del año pasado. Un salto del 73 por ciento. En marzo fueron 2520 millones, sosteniendo un ritmo de fuga en niveles record por cinco meses consecutivos. La misma trayectoria, como se mencionó más arriba, se observa en el egreso de dólares por turismo, que también se ubica en máximos históricos. Además, la salida por transferencias al exterior de libre disponibilidad escaló hasta 2637 millones de dólares en el primer trimestre, contra 1680 de igual período de 2016, un 57 por ciento más.
¿Hasta cuándo se puede seguir con desajustes de esa dimensión en el frente externo? La respuesta no la tiene el Gobierno ni el Banco Central. La última palabra la tiene el mercado. El hecho de que la demanda de divisas sea tan intensa en momentos de paz cambiaria –en palabras de la ex presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont– anticipa un frente de tormenta peligroso si aparece algún factor interno, como una eventual derrota electoral del oficialismo en agosto y octubre, o externo, como una aceleración de la suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, que multiplique todavía más las compras de dólares. ¿Los inversores extranjeros seguirían apostando por Argentina o escaparían en bandada tan rápido cómo llegaron? En principio, si el panorama se complica, tanto el Central como el Ministerio de Finanzas deberán ofrecer más tasa para intentar mantener lubricados los canales de financiamiento, con los costos que eso implica tanto en términos recesivos como de la carga de intereses. El Gobierno parece jugarse a que nada de eso ocurrirá, si no que confía que su política de desregulación financiera convencerá paulatinamente a los actores económicos de que es mejor producir que comprar dólares, invertir en maquinarias antes que en títulos públicos. Por ahora van 16 meses de fracaso de esa estrategia.
Los últimos dos episodios de fuga de capitales tan fuertes como el actual ocurrieron en 2008, durante el alzamiento contra las retenciones móviles, y en 2011. En el primer caso, el saldo comercial y las reservas acumuladas por el Central le dieron margen al gobierno de Cristina Kirchner para absorber la presión, mientras que el segundo caso derivó en la imposición de regulaciones cambiarias para detener la salida, el llamado cepo. “El tipo de cambio que tenemos hoy es insostenible, pero una devaluación no solucionará ningún problema y agravará la recesión y la pérdida de ingresos de los trabajadores”, describe el laberinto en el que se fue metiendo el actual gobierno el economista Arnaldo Bocco, director del observatorio de deuda externa de la UMET. Si la presión en lugar de disminuir sigue aumentando los próximos meses, en un año de elecciones cruciales, la salida a la que seguramente echará mano el macrismo será la vuelta a un programa con el FMI, otra vez como prestamista de última instancia. Sería transitar de nuevo el camino de los 90, con el vademécum de reformas laborales, previsionales e impositivas, más el ajuste fiscal permanente, como parte indisoluble del paquete. La Argentina ya vivió esa experiencia. El final fue la tragedia de 2001.
El esquema no es sustentable a mediano plazo. Entre tanto, va ocasionando lesiones profundas en el tejido industrial, en un proceso de sustitución de producción local por importaciones, y para colmo va sumando una carga de intereses por la emisión de deuda que compromete el bienestar de futuras generaciones. Es una dinámica que se consume a grandes sorbos las ganancias de soberanía económica conquistadas la década pasada con el desendeudamiento, y que expone al país a las exigencias del capital financiero. La fundamentación de Cambiemos para liberar el mercado cambiario era que el nuevo contexto de una Argentina maket friendly atraería inversiones extranjeras y potenciaría las capacidades productivas nacionales, reprimidas supuestamente con tanto intervencionismo estatal. Los resultados están a la vista. Desde enero de 2016 a marzo de 2017, el ingreso de inversiones extranjeras directas totalizó 3177 millones de dólares, pero la salida de divisas por giro de utilidades y dividendos escaló a 3318 millones, un balance negativo de 141 millones de dólares. Federico Sturzenegger podrá argumentar que la evolución ha mejorado en lo que va del año, ya que en el primer trimestre el saldo fue positivo en 408 millones de dólares, con 730 millones de inversión extranjera directa frente a 322 millones de giro de utilidades y dividendos, pero aun así los montos son marcadamente insuficientes para desencadenar un proceso de reactivación económica.
Peores son los resultados y la tendencia de la fuga de capitales, que involucra cifras mucho más abultadas y refuerza la dependencia del ingreso de fondos especulativos y del endeudamiento estatal, más allá del aporte circunstancial de los últimos meses por el blanqueo de capitales. La demanda neta para formación de activos externos de libre disponibilidad alcanzó en el primer trimestre del año a 4797 millones de dólares, contra 4237 millones de igual período de 2016. Es decir que a medida que van pasando los meses en lugar de aumentar la confianza, lo que crece es la dolarización de carteras. En términos brutos, la compra de billetes es todavía más alarmante, ya que entre enero y marzo de este año se adquirieron para lo que antes se denominaba dólar ahorro 7448 millones de dólares, contra 4310 millones de igual lapso del año pasado. Un salto del 73 por ciento. En marzo fueron 2520 millones, sosteniendo un ritmo de fuga en niveles record por cinco meses consecutivos. La misma trayectoria, como se mencionó más arriba, se observa en el egreso de dólares por turismo, que también se ubica en máximos históricos. Además, la salida por transferencias al exterior de libre disponibilidad escaló hasta 2637 millones de dólares en el primer trimestre, contra 1680 de igual período de 2016, un 57 por ciento más.
¿Hasta cuándo se puede seguir con desajustes de esa dimensión en el frente externo? La respuesta no la tiene el Gobierno ni el Banco Central. La última palabra la tiene el mercado. El hecho de que la demanda de divisas sea tan intensa en momentos de paz cambiaria –en palabras de la ex presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont– anticipa un frente de tormenta peligroso si aparece algún factor interno, como una eventual derrota electoral del oficialismo en agosto y octubre, o externo, como una aceleración de la suba de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, que multiplique todavía más las compras de dólares. ¿Los inversores extranjeros seguirían apostando por Argentina o escaparían en bandada tan rápido cómo llegaron? En principio, si el panorama se complica, tanto el Central como el Ministerio de Finanzas deberán ofrecer más tasa para intentar mantener lubricados los canales de financiamiento, con los costos que eso implica tanto en términos recesivos como de la carga de intereses. El Gobierno parece jugarse a que nada de eso ocurrirá, si no que confía que su política de desregulación financiera convencerá paulatinamente a los actores económicos de que es mejor producir que comprar dólares, invertir en maquinarias antes que en títulos públicos. Por ahora van 16 meses de fracaso de esa estrategia.
Los últimos dos episodios de fuga de capitales tan fuertes como el actual ocurrieron en 2008, durante el alzamiento contra las retenciones móviles, y en 2011. En el primer caso, el saldo comercial y las reservas acumuladas por el Central le dieron margen al gobierno de Cristina Kirchner para absorber la presión, mientras que el segundo caso derivó en la imposición de regulaciones cambiarias para detener la salida, el llamado cepo. “El tipo de cambio que tenemos hoy es insostenible, pero una devaluación no solucionará ningún problema y agravará la recesión y la pérdida de ingresos de los trabajadores”, describe el laberinto en el que se fue metiendo el actual gobierno el economista Arnaldo Bocco, director del observatorio de deuda externa de la UMET. Si la presión en lugar de disminuir sigue aumentando los próximos meses, en un año de elecciones cruciales, la salida a la que seguramente echará mano el macrismo será la vuelta a un programa con el FMI, otra vez como prestamista de última instancia. Sería transitar de nuevo el camino de los 90, con el vademécum de reformas laborales, previsionales e impositivas, más el ajuste fiscal permanente, como parte indisoluble del paquete. La Argentina ya vivió esa experiencia. El final fue la tragedia de 2001.