Por Sol Prieto. Las afirmaciones del Ministro Bullrich sobre la religión en las escuelas generaron diferentes reacciones en la opinión pública
La semana pasada el ministro nacional de Educación, Esteban Bullrich, afirmó que «vendría muy bien que todas las religiones tengan su espacio» en las escuelas de gestión estatal. Bullrich dijo esto en la inauguración de obras de ampliación de una escuela y un jardín de infantes en la localidad de Esquina, Corrientes. Esta declaración fue una respuesta a los comentarios del sacerdote Juan Carlos Mendoza, párroco de la iglesia de Santa Rita de esa localidad, quien había sido invitado a bendecir las obras y, durante la bendición, le pidió al Ministro que se volviera a impartir «la educación católica en las aulas».
«Está pasando lo que está pasando porque hemos sacado a Dios de nuestras vidas, hemos sacado los crucifijos de los juzgados, todos los signos de Dios los vamos sacando y hay que recuperarlos», agregó Mendoza en esa ocasión. Ante este pedido, Bullrich le respondió que además de catolicismo las escuelas debían enseñar los valores y las cosmovisiones de otras religiones también. Estas afirmaciones del Ministro generaron diferentes reacciones en la opinión pública.
Para algunos, este tipo de declaraciones, cuando están en boca de un Ministro, constituyen en sí mismas una afrenta al principio de laicidad de la educación estatal. Este principio es más ideológico que legal, teniendo en cuenta que ninguna ley nacional de educación en la historia argentina estableció expresamente la laicidad educativa. Ni siquiera la Ley 1420, recordada como una ley que estableció la educación pública, laica y gratuita, contiene la palabra «laica». Para otros, estas declaraciones constituyen una muestra del contexto de ruptura del monopolio católico y pluralización del campo religioso que atraviesa la Argentina desde la apertura democrática. De acuerdo a estas lecturas, si un Ministro que se reconoce orgullosamente como católico y expresa sus creencias públicamente cada vez que tiene la oportunidad reconoce la diversidad religiosa, esto habla de que este contexto es indiscutiblemente plural.
En ambas perspectivas, resuenan memorias colectivas en las que el encuadramiento de la relación entre religión y educación fue un tema recurrente de debates y divisiones en la política argentina, sobre todo en la política educativa. Ambas perspectivas suponen, además, que si el Ministro de Educación hace este tipo de declaraciones es porque tiene un proyecto (al que algunos caracterizarán como más o menos confesional, otros como más o menos plural) de modificar el encuadramiento nacional de la relación entre religión y educación en las escuelas estatales. Incluso más: son hipótesis que suponen la existencia de un proyecto educativo por parte de Bullrich y, más en general, por parte de este Gobierno.
Sin embargo, existen varios indicios de que esto no ocurre. Un indicio en este sentido es la continuidad del conflicto docente: luego de negarse a la convocatoria de una paritaria nacional, el Gobierno sostiene el conflicto sin ofrecer una medida superadora o compensatoria. Otro indicio es la ausencia de políticas de cara a mejorar la calidad educativa: luego de una conferencia de prensa en la que Bullrich mostró preocupación por los resultados del operativo Aprender, los expertos en comunicación del Gobierno dieron a conocer un punteo llamado «plan Maestro» que, lejos de tratarse efectivamente de un plan, consistió en un compendio de objetivos vagos y generales; el punteo no indica tampoco ninguna política o mecanismo para alcanzar estos objetivos, lo cual refuerza la idea de que no se trata de un plan de mejora educativa sino más bien de un compendio propagandístico de buenas intenciones.
En suma, es posible pensar que lo que está en juego en las declaraciones del ministro Bullrich no es la cuestión de la laicidad educativa o de la enseñanza religiosa en las escuelas estatales sino, más bien, la ausencia de un proyecto educativo por parte del Gobierno de Cambiemos.
La semana pasada el ministro nacional de Educación, Esteban Bullrich, afirmó que «vendría muy bien que todas las religiones tengan su espacio» en las escuelas de gestión estatal. Bullrich dijo esto en la inauguración de obras de ampliación de una escuela y un jardín de infantes en la localidad de Esquina, Corrientes. Esta declaración fue una respuesta a los comentarios del sacerdote Juan Carlos Mendoza, párroco de la iglesia de Santa Rita de esa localidad, quien había sido invitado a bendecir las obras y, durante la bendición, le pidió al Ministro que se volviera a impartir «la educación católica en las aulas».
«Está pasando lo que está pasando porque hemos sacado a Dios de nuestras vidas, hemos sacado los crucifijos de los juzgados, todos los signos de Dios los vamos sacando y hay que recuperarlos», agregó Mendoza en esa ocasión. Ante este pedido, Bullrich le respondió que además de catolicismo las escuelas debían enseñar los valores y las cosmovisiones de otras religiones también. Estas afirmaciones del Ministro generaron diferentes reacciones en la opinión pública.
Para algunos, este tipo de declaraciones, cuando están en boca de un Ministro, constituyen en sí mismas una afrenta al principio de laicidad de la educación estatal. Este principio es más ideológico que legal, teniendo en cuenta que ninguna ley nacional de educación en la historia argentina estableció expresamente la laicidad educativa. Ni siquiera la Ley 1420, recordada como una ley que estableció la educación pública, laica y gratuita, contiene la palabra «laica». Para otros, estas declaraciones constituyen una muestra del contexto de ruptura del monopolio católico y pluralización del campo religioso que atraviesa la Argentina desde la apertura democrática. De acuerdo a estas lecturas, si un Ministro que se reconoce orgullosamente como católico y expresa sus creencias públicamente cada vez que tiene la oportunidad reconoce la diversidad religiosa, esto habla de que este contexto es indiscutiblemente plural.
En ambas perspectivas, resuenan memorias colectivas en las que el encuadramiento de la relación entre religión y educación fue un tema recurrente de debates y divisiones en la política argentina, sobre todo en la política educativa. Ambas perspectivas suponen, además, que si el Ministro de Educación hace este tipo de declaraciones es porque tiene un proyecto (al que algunos caracterizarán como más o menos confesional, otros como más o menos plural) de modificar el encuadramiento nacional de la relación entre religión y educación en las escuelas estatales. Incluso más: son hipótesis que suponen la existencia de un proyecto educativo por parte de Bullrich y, más en general, por parte de este Gobierno.
Sin embargo, existen varios indicios de que esto no ocurre. Un indicio en este sentido es la continuidad del conflicto docente: luego de negarse a la convocatoria de una paritaria nacional, el Gobierno sostiene el conflicto sin ofrecer una medida superadora o compensatoria. Otro indicio es la ausencia de políticas de cara a mejorar la calidad educativa: luego de una conferencia de prensa en la que Bullrich mostró preocupación por los resultados del operativo Aprender, los expertos en comunicación del Gobierno dieron a conocer un punteo llamado «plan Maestro» que, lejos de tratarse efectivamente de un plan, consistió en un compendio de objetivos vagos y generales; el punteo no indica tampoco ninguna política o mecanismo para alcanzar estos objetivos, lo cual refuerza la idea de que no se trata de un plan de mejora educativa sino más bien de un compendio propagandístico de buenas intenciones.
En suma, es posible pensar que lo que está en juego en las declaraciones del ministro Bullrich no es la cuestión de la laicidad educativa o de la enseñanza religiosa en las escuelas estatales sino, más bien, la ausencia de un proyecto educativo por parte del Gobierno de Cambiemos.