Explicar la economía macrista es una desgracia, una verdadera catarata de números negativos y promesas incumplidas cuya sola enunciación abruma. Las bondades del proceso parecen inhallables. En términos publicitarios cualquier experto en marketing político aconsejaría concentrarse en otras dimensiones. Por ejemplo, en seguir exprimiendo los argumentos de “la pesada herencia” o “la corrupción K”. Pero estos caminos se complicaron. Se suponía que la herencia comenzaría a aliviarse en el mitológico segundo semestre de 2016, y que la lucha contra la corrupción no se daría vuelta como una media con el descubrimiento de “las rutas del dinero M”; los Panamá Papers, el dólar futuro, el Correo Argentino, Avianca y el financiamiento directo para IECSA-Odebrecht, para citar sólo los núcleos más rimbombantes.
Los estrategas de Cambiemos asumieron entonces que no se podía descuidar la economía y, este mes, comenzaron a circular entre funcionarios y militancia PRO un instructivo de ocho puntos para dar la pelea ideológica. No se trata de un documento reservado, sino de una “Carta de la Jefatura de Gabinete” disponible en el sitio web de Casa Rosada. El documento pretende decir dos cosas no muy originales en los procesos de ajuste, que lo sucedido hasta ahora fue el costo de ordenar la economía, y que, producido el doloroso ordenamiento, lo mejor ya comenzó, aunque en las conclusiones se reconozca, con honestidad, que no para todos.
Pero antes que detenerse en refutar números bastante amañados, resulta de interés observar la lógica del relato. Según la “Carta”, luego del shock inflacionario de 2016 que promedió el 40 por ciento (aunque el documento lo ubica en 36,6 para asimilarlo al nivel de 2014), para julio de 2017 se proyecta un valor anualizado del 21 por ciento, lo que significaría haber alcanzado “el nivel más bajo desde 2009”. De esta manera, y con su correspondiente gráfico, pareciera que el gobierno se encontraría en el camino de lograr uno de sus objetivos principales: bajar la inflación. Sin embargo, no sólo los números son exagerados a la baja, sino que enmascaran su contracara, la violenta pérdida de poder adquisitivo de los salarios en lo que va de la gestión, pérdidas que sólo en 2016 variaron, para los trabajadores formales, entre el 6 y el 10 por ciento, con piso en el sector privado y techo en el público, una contracción que todavía no se detuvo.
Pero en materia inflación resulta fundamental ir a las causas. La disminución contra 2016 responde al freno provisorio sobre los principales precios relativos de la economía: el “ancla cambiaria” alimentada con entrada de capitales especulativos y deuda, la impasse en los aumentos tarifarios, y la caída de los salarios, situación que se traduce en el desplome del consumo, que sólo comenzó a mostrar caídas menos pronunciadas porque las comparaciones interanuales se producen contra una base ya deprimida.
El segundo logro sería la existencia de un “Presupuesto transparente y ordenado”, obviando el detalle de las subejecuciones “ideológicas” de obras que contribuyeron a la caída del PIB de 2016 en un 2,3 por ciento, al aumento del déficit hasta el 4,3 por ciento y a la baja del gasto en términos reales. Luego, en los gráficos se insiste en mantener el dibujo sobre el déficit de 2015 que con contabilidad presentó en enero de 2016 Alfonso Prat Gay, un 5,4 por ciento que no fue, para de esa manera conseguir una base bien alta de comparación. Con ello, no sólo la nueva transparencia queda en entredicho, sino que se disfraza la duplicación real del déficit fiscal de 2016 provocada por la contracción del PIB y la eliminación de impuestos y a pesar de los ingresos extraordinarios por el blanqueo de capitales.
Otro de los tópicos exitosos sería el “gradualismo” posibilitado gracias a la toma de un “endeudamiento sustentable”. A ello se agrega algo que ocurriría por primera vez, el “tipo de cambio flotante”, en rigor el modelo que rigió en el país desde 2002 hasta la introducción de controles cambiarios. Sobre deuda y gradualismo deben decirse dos cosas. La principal es que la deuda en dólares no reemplaza gastos en pesos, de otro modo no podría explicarse que crezcan los dos componentes al mismo tiempo, es decir; que tomando 50 mil millones de dólares de deuda en 2016 y bajando el gasto en términos reales el déficit fiscal se haya duplicado. El presunto “gradualismo” –en el marco real de un verdadero shock económico– es en realidad un gran invento de marketing para justificar la recreación de la dependencia vía endeudamiento con el poder financiero global, la que se materializa en la pérdida de grados de libertad de la política económica que queda sujeta al pago de un servicio de deuda que comenzó a pesar en el presupuesto 2017. A ello se suma que los organismos financieros internacionales ya visitan las oficinas económicas locales para demandar recortes que garanticen excedentes para los repagos. La triste dialéctica de los ‘90 en la relación con los organismos está de regreso.
El documento sostiene que la toma de deuda reflejaría la confianza del mundo en el nuevo régimen y en la existencia de un Banco Central “fuerte, independiente y creíble”, apartado que introduce sin mediaciones en el relato fantástico. La fortaleza del BC se reflejaría en el aumento de las Reservas Internacionales y en la caída de su financiamiento al Tesoro. Este razonamiento es circular, porque el Tesoro toma deuda en dólares que le cambia al BC por pesos para financiarse, una verdadera ficción instrumental, ya que no sería necesario que el Tesoro le de dólares al Central para recibir pesos. Esta deuda, que en 2016 sumó, redondeando cifras, un neto de 28.000 millones de dólares según el Balance de Pagos, permitió que las reservas crezcan en 13.000 millones a pesar del déficit de 15.000 millones de la Cuenta Corriente, la única proveedora de dólares genuinos y “sustentables”. Dicho de otra manera, se trata de un modelo que se sostiene con endeudamiento. Es decir, insustentable en el mediano plazo o cuando este endeudamiento se corte. Sin embargo, la toma acelerada de deuda es considerada sustentable debido a su baja proporción en relación al PIB, es decir, gracias a “la pesada herencia” y obviando el dato fuerte de que en sólo 18 meses, la relación creció más de 11 puntos, 55.000 millones de dólares netos según el observatorio de la UMET.
El resto de la Carta es relato M puro: las promesas que ya llegan, como el plan de infraestructura o los créditos hipotecarios, y la recuperación del crecimiento y el empleo. Sobre el primer punto se destaca que luego de caer 2,3 por ciento en 2016, el PIB oscila hoy en variaciones positivas cercanas a cero, con lo que según el gobierno y a pesar de la baja base de comparación, la recesión habría terminado. Respecto del segundo punto el Indec anunció esta semana que el desempleo del primer trimestre saltó al 9,2 por ciento, mientras que el SIPA mostraba en marzo una variación interanual del número de trabajadores registrados del “0,0” por ciento. No obstante la contundencia de estos números, el gobierno afirma que el empleo se estaría recuperando.
Los estrategas de Cambiemos asumieron entonces que no se podía descuidar la economía y, este mes, comenzaron a circular entre funcionarios y militancia PRO un instructivo de ocho puntos para dar la pelea ideológica. No se trata de un documento reservado, sino de una “Carta de la Jefatura de Gabinete” disponible en el sitio web de Casa Rosada. El documento pretende decir dos cosas no muy originales en los procesos de ajuste, que lo sucedido hasta ahora fue el costo de ordenar la economía, y que, producido el doloroso ordenamiento, lo mejor ya comenzó, aunque en las conclusiones se reconozca, con honestidad, que no para todos.
Pero antes que detenerse en refutar números bastante amañados, resulta de interés observar la lógica del relato. Según la “Carta”, luego del shock inflacionario de 2016 que promedió el 40 por ciento (aunque el documento lo ubica en 36,6 para asimilarlo al nivel de 2014), para julio de 2017 se proyecta un valor anualizado del 21 por ciento, lo que significaría haber alcanzado “el nivel más bajo desde 2009”. De esta manera, y con su correspondiente gráfico, pareciera que el gobierno se encontraría en el camino de lograr uno de sus objetivos principales: bajar la inflación. Sin embargo, no sólo los números son exagerados a la baja, sino que enmascaran su contracara, la violenta pérdida de poder adquisitivo de los salarios en lo que va de la gestión, pérdidas que sólo en 2016 variaron, para los trabajadores formales, entre el 6 y el 10 por ciento, con piso en el sector privado y techo en el público, una contracción que todavía no se detuvo.
Pero en materia inflación resulta fundamental ir a las causas. La disminución contra 2016 responde al freno provisorio sobre los principales precios relativos de la economía: el “ancla cambiaria” alimentada con entrada de capitales especulativos y deuda, la impasse en los aumentos tarifarios, y la caída de los salarios, situación que se traduce en el desplome del consumo, que sólo comenzó a mostrar caídas menos pronunciadas porque las comparaciones interanuales se producen contra una base ya deprimida.
El segundo logro sería la existencia de un “Presupuesto transparente y ordenado”, obviando el detalle de las subejecuciones “ideológicas” de obras que contribuyeron a la caída del PIB de 2016 en un 2,3 por ciento, al aumento del déficit hasta el 4,3 por ciento y a la baja del gasto en términos reales. Luego, en los gráficos se insiste en mantener el dibujo sobre el déficit de 2015 que con contabilidad presentó en enero de 2016 Alfonso Prat Gay, un 5,4 por ciento que no fue, para de esa manera conseguir una base bien alta de comparación. Con ello, no sólo la nueva transparencia queda en entredicho, sino que se disfraza la duplicación real del déficit fiscal de 2016 provocada por la contracción del PIB y la eliminación de impuestos y a pesar de los ingresos extraordinarios por el blanqueo de capitales.
Otro de los tópicos exitosos sería el “gradualismo” posibilitado gracias a la toma de un “endeudamiento sustentable”. A ello se agrega algo que ocurriría por primera vez, el “tipo de cambio flotante”, en rigor el modelo que rigió en el país desde 2002 hasta la introducción de controles cambiarios. Sobre deuda y gradualismo deben decirse dos cosas. La principal es que la deuda en dólares no reemplaza gastos en pesos, de otro modo no podría explicarse que crezcan los dos componentes al mismo tiempo, es decir; que tomando 50 mil millones de dólares de deuda en 2016 y bajando el gasto en términos reales el déficit fiscal se haya duplicado. El presunto “gradualismo” –en el marco real de un verdadero shock económico– es en realidad un gran invento de marketing para justificar la recreación de la dependencia vía endeudamiento con el poder financiero global, la que se materializa en la pérdida de grados de libertad de la política económica que queda sujeta al pago de un servicio de deuda que comenzó a pesar en el presupuesto 2017. A ello se suma que los organismos financieros internacionales ya visitan las oficinas económicas locales para demandar recortes que garanticen excedentes para los repagos. La triste dialéctica de los ‘90 en la relación con los organismos está de regreso.
El documento sostiene que la toma de deuda reflejaría la confianza del mundo en el nuevo régimen y en la existencia de un Banco Central “fuerte, independiente y creíble”, apartado que introduce sin mediaciones en el relato fantástico. La fortaleza del BC se reflejaría en el aumento de las Reservas Internacionales y en la caída de su financiamiento al Tesoro. Este razonamiento es circular, porque el Tesoro toma deuda en dólares que le cambia al BC por pesos para financiarse, una verdadera ficción instrumental, ya que no sería necesario que el Tesoro le de dólares al Central para recibir pesos. Esta deuda, que en 2016 sumó, redondeando cifras, un neto de 28.000 millones de dólares según el Balance de Pagos, permitió que las reservas crezcan en 13.000 millones a pesar del déficit de 15.000 millones de la Cuenta Corriente, la única proveedora de dólares genuinos y “sustentables”. Dicho de otra manera, se trata de un modelo que se sostiene con endeudamiento. Es decir, insustentable en el mediano plazo o cuando este endeudamiento se corte. Sin embargo, la toma acelerada de deuda es considerada sustentable debido a su baja proporción en relación al PIB, es decir, gracias a “la pesada herencia” y obviando el dato fuerte de que en sólo 18 meses, la relación creció más de 11 puntos, 55.000 millones de dólares netos según el observatorio de la UMET.
El resto de la Carta es relato M puro: las promesas que ya llegan, como el plan de infraestructura o los créditos hipotecarios, y la recuperación del crecimiento y el empleo. Sobre el primer punto se destaca que luego de caer 2,3 por ciento en 2016, el PIB oscila hoy en variaciones positivas cercanas a cero, con lo que según el gobierno y a pesar de la baja base de comparación, la recesión habría terminado. Respecto del segundo punto el Indec anunció esta semana que el desempleo del primer trimestre saltó al 9,2 por ciento, mientras que el SIPA mostraba en marzo una variación interanual del número de trabajadores registrados del “0,0” por ciento. No obstante la contundencia de estos números, el gobierno afirma que el empleo se estaría recuperando.