Pobre Polaquito. ¿Alguien puede dudar de que ese nene de 11 años es la víctima en toda esta situación? Los hechos delictivos que contó (coaccionado o no, secuestrado o no) a las cámaras de Periodismo Para Todos pueden ser reales, o no. Pueden ser la fabulación de un chico con un problema de adicción, o no. Lo que es muy real es la situación en la que vive. El testimonio de Fernanda (su madre) quien denunció además que el menor fue obligado a hablar con los periodistas, es mucho más desgarrador incluso que el suyo. «Gano ocho mil pesos, tengo las AUH de los dos hermanitos y alquilo. Dormimos todos juntos. «El papá está preso desde que el Polaquito tiene 10 meses. La primera vez que me di cuenta que se drogaba con pegamento y la verdad le pegué, lloró y salí a pedir ayuda. Nunca se hizo cargo de que robaba. Cuando se drogaba quedaba como tonto. Mi hijo llega a casa y mira Disney Junior. Un año estuve pidiendo la internación. ¿Ahora me lo van a internar?», son algunas de las frases que dijo la mujer en diálogo con Radio 10, entrevistada por Marcelo Zlotogwiazda.
El problema para el Polaquito es que todos lo miran por lo que representa. Para los impulsores del punitivismo, es una excusa para bajar la edad de imputabilidad. No importa que las cárceles estén colapsadas y en condiciones subhumanas, no importa que sólo uno de los 175 homicidios cometidos en la Ciudad de Buenos Aires en 2015 haya sido perpetrado por un menor de 16 años. Para quienes reclaman mayor asistencia social, es un motivo para reforzar su pedido, aunque 12 años de políticas de inclusión hayan sido insuficientes para ayudar al chico. Para mí es un motivo para escribir esto, lo reconozco, y para muchos que leen es un motivo para indignarse. Nadie lo mira por lo que es: un chico que necesita ayuda. ¿Qué tan alienado hay que estar para ver a un nene de 11 años y con un problema de drogadicción y pensar «esto es una buena nota»?
Grabois tiene razón en cuestionar a Lanata. Haya sido coaccionado o no; sean verdad los crímenes que dijo haber cometido o no; la «nota» de PPT no ayuda a nadie. Menos al Polaquito. ¿Sirvió el informe para impulsar un debate franco sobre asistencialismo y consumos? ¿Ayudó a diseñar o modificar alguna política pública? ¿O funcionó para que cada uno refuerce sus prejuicios, para que quienes piensen que «hay que matarlos a todos» crean que hay que matar a alguien más? Usamos a un chico para enojarnos con quien ya estábamos enojados, y de paso nos enojamos con él. Pobre Polaquito.
Lanata tampoco tiene la culpa de esto. Él también es víctima de una sociedad enferma, aunque en este caso pueda parecer, por momentos, para algunos, victimario. Hace una década que el fundador de Página/12 se dedica al show. Él puede intentar negarlo, y muchos le creerán, pero lo suyo es el espectáculo, al que disfraza de periodismo. Pero hace rato que no es periodismo. En el momento en el que decidió abandonar los cierres de Crítica de la Argentina para hacer stand-up en el Maipo, hace nueve años, él eligió. Y lo que eligió no es el periodismo. No lo cuestiono por eso, es entendible. Hay drogas mucho más duras que el pegamento, el paco, la cocaína o el tabaco. Lanata lo sabe: sigue fumando en un espacio cerrado frente a sus compañeros de radio, a pesar de que le cuesta respirar y de que haya tenido un transplante de riñón. Hay drogas que no están calificadas como sustancias prohibidas, pero que pueden generar mayores dependencias. La adulación, el aplauso, la pantalla son algunas de ellas, y el combo con narcisismo suele pegar muy mal. El problema no es dedicarse a buscar el aplauso; el problema es cuando la droga del aplauso te formatea para ver todo en función del aplauso, para que tu prioridad sea el circuito que satisface esa necesidad, incluso ante un nene de 11 años que tiene un problema con las drogas.
El episodio del Polaquito recuerda a uno que pasó hace 15 años, el de Barbarita, la chica tucumana que lloraba porque tenía hambre. Pueden parecer comparables, pero no lo son. En 2002, Lanata ayudaba a visibilizar a chicos que eran invisibles a la fuerza, que necesitaban algo que la exposición podía, de alguna forma, ayudar a proveer. El Polaquito también necesita ayuda, sí, y visibilizarlo podría a priori parecer la forma de hacerlo. Pero exponerlo en cámara no solo no lo ayuda, sino que lo perjudica, lo estigmatiza, lo hace objetivo de odio. Montar un show en torno al Polaquito no solo no tiene casi nada de periodismo: tiene también muy poco de empatía y humanidad.
Pero Lanata no puede verlo, porque el aplauso solo te prepara para recibir aplausos. No puede siquiera entender en qué términos lo critica Grabois, que intenta apelar, sin éxito, a su sensibilidad. «Ganamos todos los juicios», se limita a responder ante el cuestionamiento. Y no puede hacer otra cosa, aparte de insultar, gritar y cortar. El Lanata que lloraba con Barbarita debería llorar por el Polaquito, pero ante todo debería llorar por lo que el aplauso hizo de sí mismo. Ya es tarde: el aplauso le impide pensar que puede estar equivocado. Pobre Lanata.
El problema para el Polaquito es que todos lo miran por lo que representa. Para los impulsores del punitivismo, es una excusa para bajar la edad de imputabilidad. No importa que las cárceles estén colapsadas y en condiciones subhumanas, no importa que sólo uno de los 175 homicidios cometidos en la Ciudad de Buenos Aires en 2015 haya sido perpetrado por un menor de 16 años. Para quienes reclaman mayor asistencia social, es un motivo para reforzar su pedido, aunque 12 años de políticas de inclusión hayan sido insuficientes para ayudar al chico. Para mí es un motivo para escribir esto, lo reconozco, y para muchos que leen es un motivo para indignarse. Nadie lo mira por lo que es: un chico que necesita ayuda. ¿Qué tan alienado hay que estar para ver a un nene de 11 años y con un problema de drogadicción y pensar «esto es una buena nota»?
Grabois tiene razón en cuestionar a Lanata. Haya sido coaccionado o no; sean verdad los crímenes que dijo haber cometido o no; la «nota» de PPT no ayuda a nadie. Menos al Polaquito. ¿Sirvió el informe para impulsar un debate franco sobre asistencialismo y consumos? ¿Ayudó a diseñar o modificar alguna política pública? ¿O funcionó para que cada uno refuerce sus prejuicios, para que quienes piensen que «hay que matarlos a todos» crean que hay que matar a alguien más? Usamos a un chico para enojarnos con quien ya estábamos enojados, y de paso nos enojamos con él. Pobre Polaquito.
Lanata tampoco tiene la culpa de esto. Él también es víctima de una sociedad enferma, aunque en este caso pueda parecer, por momentos, para algunos, victimario. Hace una década que el fundador de Página/12 se dedica al show. Él puede intentar negarlo, y muchos le creerán, pero lo suyo es el espectáculo, al que disfraza de periodismo. Pero hace rato que no es periodismo. En el momento en el que decidió abandonar los cierres de Crítica de la Argentina para hacer stand-up en el Maipo, hace nueve años, él eligió. Y lo que eligió no es el periodismo. No lo cuestiono por eso, es entendible. Hay drogas mucho más duras que el pegamento, el paco, la cocaína o el tabaco. Lanata lo sabe: sigue fumando en un espacio cerrado frente a sus compañeros de radio, a pesar de que le cuesta respirar y de que haya tenido un transplante de riñón. Hay drogas que no están calificadas como sustancias prohibidas, pero que pueden generar mayores dependencias. La adulación, el aplauso, la pantalla son algunas de ellas, y el combo con narcisismo suele pegar muy mal. El problema no es dedicarse a buscar el aplauso; el problema es cuando la droga del aplauso te formatea para ver todo en función del aplauso, para que tu prioridad sea el circuito que satisface esa necesidad, incluso ante un nene de 11 años que tiene un problema con las drogas.
El episodio del Polaquito recuerda a uno que pasó hace 15 años, el de Barbarita, la chica tucumana que lloraba porque tenía hambre. Pueden parecer comparables, pero no lo son. En 2002, Lanata ayudaba a visibilizar a chicos que eran invisibles a la fuerza, que necesitaban algo que la exposición podía, de alguna forma, ayudar a proveer. El Polaquito también necesita ayuda, sí, y visibilizarlo podría a priori parecer la forma de hacerlo. Pero exponerlo en cámara no solo no lo ayuda, sino que lo perjudica, lo estigmatiza, lo hace objetivo de odio. Montar un show en torno al Polaquito no solo no tiene casi nada de periodismo: tiene también muy poco de empatía y humanidad.
Pero Lanata no puede verlo, porque el aplauso solo te prepara para recibir aplausos. No puede siquiera entender en qué términos lo critica Grabois, que intenta apelar, sin éxito, a su sensibilidad. «Ganamos todos los juicios», se limita a responder ante el cuestionamiento. Y no puede hacer otra cosa, aparte de insultar, gritar y cortar. El Lanata que lloraba con Barbarita debería llorar por el Polaquito, pero ante todo debería llorar por lo que el aplauso hizo de sí mismo. Ya es tarde: el aplauso le impide pensar que puede estar equivocado. Pobre Lanata.