Satisfacer la necesidad del cliente con una oferta tan básica como eficiente, sin lujos y al menor precio posible. Ese modelo comercial, que hizo de los vuelos «low cost» un éxito mundial, viene creciendo en el país en el rubro de la alimentación. Las opciones para comer hasta 70% más barato se multiplicaron en los últimos dos años y son cada vez más elegidas en las compras diarias y salidas.
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Como en otras épocas de «bolsillos flacos», el síntoma más visible del fenómeno es la expansión de cadenas de venta de empanadas, pizzas, facturas y helados con precios ultra bajos. Y con formato de kiosco: locales pequeños con pocos empleados, sin envío domicilio y pocas opciones que, para quien busca ahorrar, ofrecen calidades aceptables.
«Las empanadas más ricas y económicas», es el lema de Quiero Empanadas. La cadena, en expansión, ofrece un menú de 11 sabores a sólo $ 11 cada una o $ 132 la docena, frente a $ 250 a $ 300 de las marcas líderes. A toda hora, las colas de clientes suelen extenderse por la vereda.
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Similar, en Kiosco de Empanadas y Pizzas -marca «low cost» de Morita- ofrecen la docena surtida a $ 156 o a sólo $ 99 si son de carne o humita. Venden también «pizzas populares» a $ 60 cada una. La empresa ofrece franquicias desde 2014 y ya tiene 56 sucursales.
Autoservicio. En las panaderías Costumbres Argentinas los compradores arman su pedido. GUILLERMO RODRIGUEZ ADAMI
Fábrica de Pizzas, en tanto, abrió 50 locales en el último año y ya tiene 130. ¿Qué ofrece? Pizzas especiales a $ 60 cada una y la grande de muzzarella -el hit- a sólo $ 50, aunque en ciertos días el valor cae a $ 35 si se llevan tres. Muy lejos de los $ 185 de un producto similar en las pizzerías tradicionales.
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Entre las panaderías, Costumbres Argentinas comenzó a ofrecer, con producción industrial y un formato «100% autoservicio», el kilo de pan a $ 30 (contra $ 40 o $ 50 de otros locales) y la docena de facturas a $ 45 (contra $ 120 a $ 140). Si es de medialunas, baja a $ 40. La cadena abrió 20 locales en lo que va del año, ya suma 45 y prevé cerrar 2017 con 25 más. «Compran desde obreros o jubilados hasta profesionales de clase acomodada que valoran la calidad del producto. Medialunas, facturas y pan es lo que más sale», contaron a Clarín.
El helado, finalmente, encuentra su auge «low cost» en propuestas de bajo perfil como Nicolo, que lo vende a $ 150 el kilo desde 26 pequeños locales a los que el público no puede ingresar sino que es atendido por una ventanilla. No hacen delivery y muchas veces tienen cola aún en pleno invierno. Hasta agosto cobraban $ 120 el kilo, menos de la mitad que los $ 325 de sus competidores top.
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«Ante un consumidor muy austero y racional, los formatos que más están creciendo son los de poco personal y precios bajos. Para las salidas, hamburgueserías y cervecerías encabezan el fenómeno porque le permiten a la gente gastar poco en lugares con estilo, sin que parezca que están ahorrando. Lo mismo pasa con ciertos bares y pizzerías. Son sitios donde se puede cenar con cerveza por $ 220, contra al menos $ 350 o $ 400 de locales tradicionales», analizó Martín Blanco, director de la consultora Moebius Marketing.
En los supermercados, la tendencia «low cost» se tradujo en un vuelco a las marcas más económicas. Este año el 87% de los consumidores dijo haber cambiado de marcas para ahorrar. El 42% compró segundas y terceras marcas, 25% compró las propias del súper, 26% buscó los productos del programa “Precios Cuidados” y un 10% compró online productos sueltos «tipo» marca líder, según el estudio nacional ADN Social de la consultora BAcanal. Sólo un 10% de los encuestados dijo que está llevando “los mismos productos y marcas de siempre”.
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«Desde fines del año pasado venimos observando un crecimiento de las marcas económicas, especialmente las segundas y terceras, que ganaron penetración y sumaron el volumen que perdieron principalmente las primeras marcas», destacó Joaquín Oría, ejecutivo de cuentas de Kantar Worldpanel.
Según datos de esa firma, las marcas económicas -incluidas las propias de los comercios- ya representan un 40% del gasto. «Su participación creció un punto cada año desde 2015», subrayan. Detallan a su vez que se eligen en especial en alimentos como arroz, conservas, tapas de tartas y empanadas, y cada vez más en lácteos, bebidas y congelados.
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Sucede que el ahorro puede ser grande al «bajar” de la marca líder a la más baratas. Un paquete de polenta, por caso, pasa de $ 23,20 a $ 10,90 (-53%), uno de fideos secos de $ 24 a $ 8,50 (-65%) y un frasco de mermelada de $ 44 a $ 21,25 (-50%). En gaseosas cola el gasto por botella se reduce de $ 58 a $ 22,60 (-61%). Y un sachet de leche, en vez de $ 25,50, vale $ 15,95 (-37%).
«El vuelco a segundas marcas permite al consumidor ahorros del 25% en promedio, pero el fenómeno que se consolidó este año es la compra de terceras marcas en mayoristas o las propias del minorista, donde los ahorros llegan al 50%», analizó Damián Di Pace, director de la consultora Focos Market.
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Para el experto, otra conducta en alza es resolver almuerzos laborales en negocios de «comida al peso». «Se vuelven una forma de racionalizar el gasto -agregó-, no solo por la posibilidad de medir la cantidad consumida sino porque funciona con bandas horarias. Pasada la hora pico, luego de las 14.30, el precio baja 25% y muchos lo aprovechan.»
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