Fortalecido y envalentonado por el veredicto electoral, el presidente Mauricio Macri enunció los lineamientos generales de su programa para los próximos años mediante un discurso general, una ristra de anuncios huérfanos de precisiones. De cualquier modo, reluce el rumbo elegido: ni siquiera hace falta sobreinterpretar. Va una nómina incompleta de los trazos más gruesos. Achicar el Estado, imponer un yugo impositivo a provincias y municipios, reducir de nuevo la carga fiscal para el empresariado, reformar a la baja el sistema jubilatorio, flexibilizar la legislación laboral, avanzar sobre el poder sindical y las Obras sociales, implantar el voto electrónico desahuciado en la mayoría de las democracias del planeta.
Los proyectos oficiales se irán conociendo, la prensa adicta los viene insinuando. El debate minucioso deberá diferirse hasta ese momento, leyendo con lupa los proyectos.
Las “reformas permanentes” deben implementarse por ley. Una luz amarilla se enciende: los Decretos de Necesidad y Urgencia o los Decretos crasos son una de las tantas adicciones del oficialismo… habrá que ver si no sucumbe a su idiosincrasia.
Pocos números adornaron el discurso. Son inequívocos, puntitas de icebergs. Habrá despidos masivos en la Biblioteca Nacional cuya planta de personal es, según el presidente, la más grande del mundo: las campanas doblan por otros empleados estatales.
Sobran gremios en la Argentina, calculó Macri bartoleando cifras. Habría que ser muy bobo o desclasado para pensar que el achicamiento está pensado en clave de fortalecerlos.
Las dos CTA y el sindicalismo alternativo (que representa laburantes y cumple funciones sociales aunque no participe en las paritarias) deben poner las barbas en remojo y prepararse para la defensa propia.
El ropaje ecuménico maquilló flojamente obsesiones de la derecha nativa. La ideología emanó por los poros, eventualmente chorreando. Por ejemplo, enunciar que los juicios laborales son el mayor obstáculo para la creación de empleo es, si se toma al pie de la letra, una tontería panfletaria que el capo de Techint, Paolo Rocca, eludiría pronunciar en esos términos. Pero sí aplaude la ofensiva antiobrera y promueve el espíritu de la catilinaria.
El antiestatismo, de visitante: Al comienzo de la gestión de Macri se divulgó que el Centro Cultural Kirchner (CCK) carecía de instalación eléctrica autorizada y estaba plagado de insectos, ratas y otras alimañas. La desinfección, cabe deducir, resultó exitosa.
El CCK fungió de escenario, adecuado y de primera calidad. Forma parte del acervo público. Claro que costó construirlo y que, como suele ocurrir con la oferta cultural pública, sus actividades no son lucrativas en términos económicos aunque formidables medidas con otros parámetros. La reduccionista ecuación económica no se resuelve cobrando entradas, lo que se puede corroborar mirando las cuentas del Teatro Colón.
El ámbito del cónclave (el viejo edificio del Correo, redundemos) sirve como símbolo del simplismo estructural del discurso de la derecha anti estatista.
Otro jubileo para evasores: El blanqueo de deudas por cargas sociales reconoce como precedente el de capitales al que vale la pena dedicarle unas líneas.
Todo blanqueo es una variante de amnistía para evasores, eximidos por ley de sanciones o penas por delitos o infracciones. Aunque se reconoce menos, es diáfano que a los evasores (pongalé) “rasos” se suman los lavadores de dinero o los vaciadores de empresas, autores de otros delitos. Macri los amnistió en malón; es una consecuencia inevitable de estas medidas, que él no inventó. Pero puede patentar como invención propia el indulto presidencial a su famiglia y a las de otros funcionarios. La innovación perversa le tomó el pelo al Congreso. Se acogieron gustosos parientes cercanos, por cifras astronómicas.
El blanqueo a patronales que evadieron cargas sociales sin duda abrevará en esa fuente e incluirá franquicias parecidas.
Los trabajadores damnificados serán los patos de la boda, las proporciones dependerán de cómo actúan las cúpulas sindicales. El premio y la impunidad para a los incumplidores se disfrazan como promoción del empleo de calidad.
Las provincias y las municipalidades también fueron interpeladas: se les exige que reduzcan la presión impositiva al capital, el paradigma de Cambiemos. Se insinúan avances sobre su legislación política, tal vez poniendo en jaque a las reglas constitucionales.
Las cinchadas respectivas serán claves; tal vez alumbren “unidades en la acción” que brillaron por su ausencia en la etapa macrista.
Un poquito cada uno: “Los nuevos consensos” se presentaron en sociedad con un monólogo de casi tres cuartos de hora. Es el formato razonable, que trasunta y divulga la iniciativa del Ejecutivo. El problema no finca ahí sino en el proyecto, sus beneficiarios y damnificados.
Se escogió con cuidado el vocabulario, hasta se coló una mención a la desigualdad, tan ajena al lenguaje de Cambiemos.
Debe agradecerse al orador que haya ahorrado “morcillear” o insertar algunas de sus bromas de vestuario machista.
En un rollo tan largo hasta cupo un esquicio sensato como el de sugerir al Poder Judicial que abrevie la duración de las vacaciones.
Si se tomara en serio el follaje del discurso, se debería discutir el pedido de “ceder cada uno un poco”, planteo inequitativo en una sociedad desigual en la que deberían redistribuirse el poder, la riqueza y las disparidades de cuna. Sin esos requisitos es quimérica la igualdad de oportunidades, mantra de la derecha que avanza.
Excluidos y privilegiados: Macri impostó un tono coloquial y templado. Puso cara de dialoguista justo el mismo día en que renunció la Procuradora General Alejandra Gils Carbó. La funcionaria dimitió con decoro y dignidad, asediada ilegalmente y con cargos falsos por el Ejecutivo, su cohorte judicial y los medios hegemónicos. Estos, en uno de tantos abusos patoteros del derecho a informar, alguna vez difundieron los números de celular de sus hijas. Abruma el contraste entre lo proclamado desde el púlpito y lo actuado.
La nómina de invitados contribuye a la comprensión del mensaje. Ocuparon sillas muchos más empresarios que gremialistas, todo un dato cuanti y cualitativo. Los dueños de la Argentina aplaudieron con mayor entusiasmo, refieren testigos transversales.
La exclusión absoluta de los movimientos sociales y las organizaciones de derechos humanos distinguió al ágape de los realizados durante los gobiernos kirchneristas. Y alertó a los que quedaron afuera: el macrismo va por ellos.
No estarán solos en la mira: millones de argentinos padecerán el nuevo paradigma, si se concreta plena o parcialmente. Muchos de ellos apoyaron hace nueve días a Cambiemos. En la Casa Rosada traducen el innegable aval como un cheque en blanco y una renuncia eterna al voto fundado en razones económicas. Son dos hipótesis ambiciosas que deberán corroborarse según pasen los años.
También un desafío a los legisladores, gobernadores, sindicalistas y líderes sociales no macristas. La vulgata oficial calcula que todo se dirimirá en el Congreso o en roscas de Palacio. La resistencia popular, sin embargo, se expresa en otros formatos para los que el Ejecutivo guarda, apenas disimulada bajo la manga, la carta represiva.
Los proyectos oficiales se irán conociendo, la prensa adicta los viene insinuando. El debate minucioso deberá diferirse hasta ese momento, leyendo con lupa los proyectos.
Las “reformas permanentes” deben implementarse por ley. Una luz amarilla se enciende: los Decretos de Necesidad y Urgencia o los Decretos crasos son una de las tantas adicciones del oficialismo… habrá que ver si no sucumbe a su idiosincrasia.
Pocos números adornaron el discurso. Son inequívocos, puntitas de icebergs. Habrá despidos masivos en la Biblioteca Nacional cuya planta de personal es, según el presidente, la más grande del mundo: las campanas doblan por otros empleados estatales.
Sobran gremios en la Argentina, calculó Macri bartoleando cifras. Habría que ser muy bobo o desclasado para pensar que el achicamiento está pensado en clave de fortalecerlos.
Las dos CTA y el sindicalismo alternativo (que representa laburantes y cumple funciones sociales aunque no participe en las paritarias) deben poner las barbas en remojo y prepararse para la defensa propia.
El ropaje ecuménico maquilló flojamente obsesiones de la derecha nativa. La ideología emanó por los poros, eventualmente chorreando. Por ejemplo, enunciar que los juicios laborales son el mayor obstáculo para la creación de empleo es, si se toma al pie de la letra, una tontería panfletaria que el capo de Techint, Paolo Rocca, eludiría pronunciar en esos términos. Pero sí aplaude la ofensiva antiobrera y promueve el espíritu de la catilinaria.
El antiestatismo, de visitante: Al comienzo de la gestión de Macri se divulgó que el Centro Cultural Kirchner (CCK) carecía de instalación eléctrica autorizada y estaba plagado de insectos, ratas y otras alimañas. La desinfección, cabe deducir, resultó exitosa.
El CCK fungió de escenario, adecuado y de primera calidad. Forma parte del acervo público. Claro que costó construirlo y que, como suele ocurrir con la oferta cultural pública, sus actividades no son lucrativas en términos económicos aunque formidables medidas con otros parámetros. La reduccionista ecuación económica no se resuelve cobrando entradas, lo que se puede corroborar mirando las cuentas del Teatro Colón.
El ámbito del cónclave (el viejo edificio del Correo, redundemos) sirve como símbolo del simplismo estructural del discurso de la derecha anti estatista.
Otro jubileo para evasores: El blanqueo de deudas por cargas sociales reconoce como precedente el de capitales al que vale la pena dedicarle unas líneas.
Todo blanqueo es una variante de amnistía para evasores, eximidos por ley de sanciones o penas por delitos o infracciones. Aunque se reconoce menos, es diáfano que a los evasores (pongalé) “rasos” se suman los lavadores de dinero o los vaciadores de empresas, autores de otros delitos. Macri los amnistió en malón; es una consecuencia inevitable de estas medidas, que él no inventó. Pero puede patentar como invención propia el indulto presidencial a su famiglia y a las de otros funcionarios. La innovación perversa le tomó el pelo al Congreso. Se acogieron gustosos parientes cercanos, por cifras astronómicas.
El blanqueo a patronales que evadieron cargas sociales sin duda abrevará en esa fuente e incluirá franquicias parecidas.
Los trabajadores damnificados serán los patos de la boda, las proporciones dependerán de cómo actúan las cúpulas sindicales. El premio y la impunidad para a los incumplidores se disfrazan como promoción del empleo de calidad.
Las provincias y las municipalidades también fueron interpeladas: se les exige que reduzcan la presión impositiva al capital, el paradigma de Cambiemos. Se insinúan avances sobre su legislación política, tal vez poniendo en jaque a las reglas constitucionales.
Las cinchadas respectivas serán claves; tal vez alumbren “unidades en la acción” que brillaron por su ausencia en la etapa macrista.
Un poquito cada uno: “Los nuevos consensos” se presentaron en sociedad con un monólogo de casi tres cuartos de hora. Es el formato razonable, que trasunta y divulga la iniciativa del Ejecutivo. El problema no finca ahí sino en el proyecto, sus beneficiarios y damnificados.
Se escogió con cuidado el vocabulario, hasta se coló una mención a la desigualdad, tan ajena al lenguaje de Cambiemos.
Debe agradecerse al orador que haya ahorrado “morcillear” o insertar algunas de sus bromas de vestuario machista.
En un rollo tan largo hasta cupo un esquicio sensato como el de sugerir al Poder Judicial que abrevie la duración de las vacaciones.
Si se tomara en serio el follaje del discurso, se debería discutir el pedido de “ceder cada uno un poco”, planteo inequitativo en una sociedad desigual en la que deberían redistribuirse el poder, la riqueza y las disparidades de cuna. Sin esos requisitos es quimérica la igualdad de oportunidades, mantra de la derecha que avanza.
Excluidos y privilegiados: Macri impostó un tono coloquial y templado. Puso cara de dialoguista justo el mismo día en que renunció la Procuradora General Alejandra Gils Carbó. La funcionaria dimitió con decoro y dignidad, asediada ilegalmente y con cargos falsos por el Ejecutivo, su cohorte judicial y los medios hegemónicos. Estos, en uno de tantos abusos patoteros del derecho a informar, alguna vez difundieron los números de celular de sus hijas. Abruma el contraste entre lo proclamado desde el púlpito y lo actuado.
La nómina de invitados contribuye a la comprensión del mensaje. Ocuparon sillas muchos más empresarios que gremialistas, todo un dato cuanti y cualitativo. Los dueños de la Argentina aplaudieron con mayor entusiasmo, refieren testigos transversales.
La exclusión absoluta de los movimientos sociales y las organizaciones de derechos humanos distinguió al ágape de los realizados durante los gobiernos kirchneristas. Y alertó a los que quedaron afuera: el macrismo va por ellos.
No estarán solos en la mira: millones de argentinos padecerán el nuevo paradigma, si se concreta plena o parcialmente. Muchos de ellos apoyaron hace nueve días a Cambiemos. En la Casa Rosada traducen el innegable aval como un cheque en blanco y una renuncia eterna al voto fundado en razones económicas. Son dos hipótesis ambiciosas que deberán corroborarse según pasen los años.
También un desafío a los legisladores, gobernadores, sindicalistas y líderes sociales no macristas. La vulgata oficial calcula que todo se dirimirá en el Congreso o en roscas de Palacio. La resistencia popular, sin embargo, se expresa en otros formatos para los que el Ejecutivo guarda, apenas disimulada bajo la manga, la carta represiva.