El papel de Diego Lagomarsino y del «arma amiga», los custodios que no custodiaban, la fractura de la nariz sin sangre y y el misterio de la ketamina. Una causa que espera la decisión de la Cámara Federal.
Cuesta creer, desde lo jurídico pero también desde el sentido común, que la Cámara Federal porteña ratifique que el informático Diego Lagomarsino fue un engranaje fundamental para que el ex fiscal Alberto Nisman fuera asesinado. El tribunal deberá pronunciarse poco después de que termine la feria judicial sobre el voluminoso fallo que firmó el juez Julián Ercolini. Si Nisman, de cuya muerte se cumplen hoy tres años, fue asesinado, y Lagomarsino cumplió su parte aportando –como dice el juez- el “arma amiga”, entonces debió ocurrir una concatenación de hechos, una secuencia en la cual ese episodio (el aporte del arma) aparece en el medio.
Nisman no tenía, nunca tuvo, custodia permanente. De hecho, volvió de Europa para presentar la denuncia contra la ex presidenta y nadie lo acompañó, ni en su estadía en el viejo mundo, ni en el avión que lo trajo de regreso. La ex procuradora general de la Nación Alejandra Gils Carbó le ofreció protección adicional después de presentada la denuncia, y el propio Nisman la rechazó. Los diez custodios que tenía asignados nunca debieron intervenir en una situación de protección. Eran choferes; lo fueron incluso el día en que estaba muerto en su departamento y ellos llevaban y traían a la madre con las llaves del departamento y las claves para tomar el ascensor.
¿Los asesinos pudieron aprovechar esa vulnerabilidad? Debieron haberla conocido en apenas tres días, porque la denuncia que presentó el difunto fiscal sorprendió incluso a sus colaboradores. Presentó la denuncia el 14 de enero de 2015 (esa noche estuvo en el programa “A dos voces”) y los homicidas conocieron todos los movimientos desde ese día y hasta el 17, cuando se recluyó en su departamento y ya no volvió a salir.
Para ingresar al edificio y al departamento debieron haber contado con la vulnerabilidad de la agencia de seguridad privada, de la custodia de la Prefectura en Puerto Madero, de los custodios-choferes y real o tácitamente de todos los habitantes del edificio Le Parc que pudieron haber visto o escuchado algún movimiento extraño.
Algunas (algunas) cámaras de seguridad de Le Parc no funcionaban. Otras sí. Por ejemplo las que captaron las llegadas y partidas de Lagomarsino. Y las que vieron cómo el diariero tradicional dejaba un ejemplar de La Nación en torno a las 9 AM, dos horas después de lo que supuso la resolución de Ercolini. ¿Por qué no funcionaron algunas cámaras de seguridad? De todas las respuestas posibles, hay una que es la menos probable: nadie las descompuso ese fin de semana. Todos los relatos en el expediente indican que no funcionaban desde mucho tiempo antes, incluso, de la denuncia de Nisman. Y, según todo parece indicar, la situación no ha variado mucho tres años después: tres supuestos ladrones comunes fueron detenidos hace unos días en el mismo edificio, cuando intentaban saquear departamentos aprovechando la fragilidad del sistema de vigilancia por imágenes.
Para el juez, Lagomarsino llevó el “arma amiga”. ¿La llevó? ¿cómo sabían los asesinos adónde la había dejado Nisman? Si la hubiera puesto en la caja fuerte, o en la mesita de luz, o en un anaquel del living, o en un cajón del baño, ¿cómo harían para encontrarla y usarla para matarlo? Todo lleva a pensar que Lagomarsino fingió que iba a la casa de Nisman para armar una coartada sobre el arma (“él me la pidió”) pero en realidad, el arma siempre estuvo en manos de los homicidas. Buen punto, salvo que no fue Lagomarsino quien visitó a Nisman sino al revés: el fiscal lo llamó a su casa ese sábado a la tarde. ¿Tenía un problema en su computadora? Tal vez; entonces lo llamó para que Lagomarsino la reparara y éste ideó en segundo un plan según el cual después de reparar la PC le entregaría el arma “amiga” a los asesinos que estaban esperando que se rompiera la computadora para tener una explicación sobre cómo llegó el arma “amiga” al departamento. Parece un trabalenguas.
Los asesinos llegaron de madrugada, nadie los vio ni advirtió sus presencias. Subieron hasta el departamento, Nisman les abrió y entonces le aplicaron un golpe que le fracturó la nariz y luego le inyectaron ketamina para terminar de neutralizarlo. En el peritaje de Gendarmería aparece, efectivamente, una radiografía de lo que parece una nariz fracturada. ¿Cuándo ocurrió esa fractura? ¿El día de la muerte o años antes? La nariz es una de las zonas del cuerpo de mayor sangrado ante un golpe. Si el golpe fue para neutralizarlo, ¿dónde está esa sangre? Ningún reactivo encontró restos hemáticos en ninguna otra parte del departamento fuera del baño.
¿Cómo llegó la ketamina a las vísceras de Nisman? La cantidad hallada es tan escasa que no permite siquiera saber sus efectos sobre el cuerpo de un hombre de más de 1,80 de estatura y unos 75 kilos de peso. No hay pinchazos en el cadáver. Si se la administraron endovenosa, debió haber estado en sangre. Si fue intramuscular, los tiempos debieron ser más lentos aún. El efecto narcótico para matar a un “ketaminizado” indefenso es de unos 20 a 40 minutos. ¿Ese tiempo es suficiente para que la droga circule por todo el cuerpo y llegue en la forma en que fue hallada en un pool de vísceras?
Los asesinos llevaron el cuerpo a un baño de unos cuatro metros cuadrados y para simular un suicidio lo pusieron de rodillas frente a la bañera, le dispararon y luego acomodaron el cuerpo como si hubiera estado de pie al momento del disparo. ¿Para qué? Si estaba arrodillado, pudieron haberlo dejado caer sobre la bañera, manteniendo la escena original inalterable. Si, en cambio, pretendían fraguar que estaba de pie, pudo haberlo sostenido uno y dispararle el otro. Según el peritaje de Gendarmería, hicieron un mix de ambas acciones. Y en lugar de accionar el arma con la mano inerme de Nisman, lo hicieron con sus propias manos, lo que explica –según el peritaje- que no estaban TODOS los elementos de la deflagración en la piel del fiscal.
En cualquier caso, el que disparó –según Gendarmería- salió rápidamente del baño y el otro, el que lo sostenía, acomodó el cuerpo. Es curioso, porque según el propio informe, cuando estalló el disparo mortal la puerta del baño estaba cerrada, según indican las manchas de sangre. Entonces el asesino disparó, abrió la puerta y se fue, mientras el otro acomodó el cuerpo, puso el arma debajo del hombro izquierdo (un lugar inusual para fingir un suicidio) y también salió, todo sin dejar un solo registro de su presencia allí.
No es cierto que le escena fue contaminada para evitar que se hallaran huellas de los asesinos. La filmación original de la noche de la muerte exhibe que desde el momento de la llegada de la policía científica al lugar, el baño estuvo todo el tiempo preservado, fotografiado y filmado. ¿Pudo haberse alterado antes? Es imposible saberlo, pero en todo caso antes de que llegaran los funcionarios judiciales y policiales, en el departamento de Le Parc sólo estuvieron la madre de Nisman, una amiga de ella y un custodio.
Si Nisman fue asesinado y Lagomarsino es partícipe necesario mas no autor material del crimen, entonces faltan piezas en el rompecabezas. Faltan, por ejemplo, los ejecutores del homicidio, y los cómplices directos que facilitaron toda la secuencia para que se concretara. El juez Ercolini y el fiscal Eduardo Taiano esperan encontrarlos en los entrecruzamientos de llamados telefónicos que pivotean sobre Lagomarsino.
En derecho penal existe el “in dubio pro reo”, un principio que establece que en caso de duda, corresponde beneficiar al acusado. Para condenar, no puede haber dudas. Si las hay, el acusado debe ser absuelto.
Con las pruebas reunidas hasta el momento, a Lagomarsino podría defenderlo en un juicio oral, ante un tribunal colegiado, un estudiante de primer año de Derecho de cualquier universidad y debería sacarlo absuelto. Si ello no ocurriere, el estudiante debería evaluar seriamente la posibilidad de cambiar de carrera.
Cuesta creer, desde lo jurídico pero también desde el sentido común, que la Cámara Federal porteña ratifique que el informático Diego Lagomarsino fue un engranaje fundamental para que el ex fiscal Alberto Nisman fuera asesinado. El tribunal deberá pronunciarse poco después de que termine la feria judicial sobre el voluminoso fallo que firmó el juez Julián Ercolini. Si Nisman, de cuya muerte se cumplen hoy tres años, fue asesinado, y Lagomarsino cumplió su parte aportando –como dice el juez- el “arma amiga”, entonces debió ocurrir una concatenación de hechos, una secuencia en la cual ese episodio (el aporte del arma) aparece en el medio.
Nisman no tenía, nunca tuvo, custodia permanente. De hecho, volvió de Europa para presentar la denuncia contra la ex presidenta y nadie lo acompañó, ni en su estadía en el viejo mundo, ni en el avión que lo trajo de regreso. La ex procuradora general de la Nación Alejandra Gils Carbó le ofreció protección adicional después de presentada la denuncia, y el propio Nisman la rechazó. Los diez custodios que tenía asignados nunca debieron intervenir en una situación de protección. Eran choferes; lo fueron incluso el día en que estaba muerto en su departamento y ellos llevaban y traían a la madre con las llaves del departamento y las claves para tomar el ascensor.
¿Los asesinos pudieron aprovechar esa vulnerabilidad? Debieron haberla conocido en apenas tres días, porque la denuncia que presentó el difunto fiscal sorprendió incluso a sus colaboradores. Presentó la denuncia el 14 de enero de 2015 (esa noche estuvo en el programa “A dos voces”) y los homicidas conocieron todos los movimientos desde ese día y hasta el 17, cuando se recluyó en su departamento y ya no volvió a salir.
Para ingresar al edificio y al departamento debieron haber contado con la vulnerabilidad de la agencia de seguridad privada, de la custodia de la Prefectura en Puerto Madero, de los custodios-choferes y real o tácitamente de todos los habitantes del edificio Le Parc que pudieron haber visto o escuchado algún movimiento extraño.
Algunas (algunas) cámaras de seguridad de Le Parc no funcionaban. Otras sí. Por ejemplo las que captaron las llegadas y partidas de Lagomarsino. Y las que vieron cómo el diariero tradicional dejaba un ejemplar de La Nación en torno a las 9 AM, dos horas después de lo que supuso la resolución de Ercolini. ¿Por qué no funcionaron algunas cámaras de seguridad? De todas las respuestas posibles, hay una que es la menos probable: nadie las descompuso ese fin de semana. Todos los relatos en el expediente indican que no funcionaban desde mucho tiempo antes, incluso, de la denuncia de Nisman. Y, según todo parece indicar, la situación no ha variado mucho tres años después: tres supuestos ladrones comunes fueron detenidos hace unos días en el mismo edificio, cuando intentaban saquear departamentos aprovechando la fragilidad del sistema de vigilancia por imágenes.
Para el juez, Lagomarsino llevó el “arma amiga”. ¿La llevó? ¿cómo sabían los asesinos adónde la había dejado Nisman? Si la hubiera puesto en la caja fuerte, o en la mesita de luz, o en un anaquel del living, o en un cajón del baño, ¿cómo harían para encontrarla y usarla para matarlo? Todo lleva a pensar que Lagomarsino fingió que iba a la casa de Nisman para armar una coartada sobre el arma (“él me la pidió”) pero en realidad, el arma siempre estuvo en manos de los homicidas. Buen punto, salvo que no fue Lagomarsino quien visitó a Nisman sino al revés: el fiscal lo llamó a su casa ese sábado a la tarde. ¿Tenía un problema en su computadora? Tal vez; entonces lo llamó para que Lagomarsino la reparara y éste ideó en segundo un plan según el cual después de reparar la PC le entregaría el arma “amiga” a los asesinos que estaban esperando que se rompiera la computadora para tener una explicación sobre cómo llegó el arma “amiga” al departamento. Parece un trabalenguas.
Los asesinos llegaron de madrugada, nadie los vio ni advirtió sus presencias. Subieron hasta el departamento, Nisman les abrió y entonces le aplicaron un golpe que le fracturó la nariz y luego le inyectaron ketamina para terminar de neutralizarlo. En el peritaje de Gendarmería aparece, efectivamente, una radiografía de lo que parece una nariz fracturada. ¿Cuándo ocurrió esa fractura? ¿El día de la muerte o años antes? La nariz es una de las zonas del cuerpo de mayor sangrado ante un golpe. Si el golpe fue para neutralizarlo, ¿dónde está esa sangre? Ningún reactivo encontró restos hemáticos en ninguna otra parte del departamento fuera del baño.
¿Cómo llegó la ketamina a las vísceras de Nisman? La cantidad hallada es tan escasa que no permite siquiera saber sus efectos sobre el cuerpo de un hombre de más de 1,80 de estatura y unos 75 kilos de peso. No hay pinchazos en el cadáver. Si se la administraron endovenosa, debió haber estado en sangre. Si fue intramuscular, los tiempos debieron ser más lentos aún. El efecto narcótico para matar a un “ketaminizado” indefenso es de unos 20 a 40 minutos. ¿Ese tiempo es suficiente para que la droga circule por todo el cuerpo y llegue en la forma en que fue hallada en un pool de vísceras?
Los asesinos llevaron el cuerpo a un baño de unos cuatro metros cuadrados y para simular un suicidio lo pusieron de rodillas frente a la bañera, le dispararon y luego acomodaron el cuerpo como si hubiera estado de pie al momento del disparo. ¿Para qué? Si estaba arrodillado, pudieron haberlo dejado caer sobre la bañera, manteniendo la escena original inalterable. Si, en cambio, pretendían fraguar que estaba de pie, pudo haberlo sostenido uno y dispararle el otro. Según el peritaje de Gendarmería, hicieron un mix de ambas acciones. Y en lugar de accionar el arma con la mano inerme de Nisman, lo hicieron con sus propias manos, lo que explica –según el peritaje- que no estaban TODOS los elementos de la deflagración en la piel del fiscal.
En cualquier caso, el que disparó –según Gendarmería- salió rápidamente del baño y el otro, el que lo sostenía, acomodó el cuerpo. Es curioso, porque según el propio informe, cuando estalló el disparo mortal la puerta del baño estaba cerrada, según indican las manchas de sangre. Entonces el asesino disparó, abrió la puerta y se fue, mientras el otro acomodó el cuerpo, puso el arma debajo del hombro izquierdo (un lugar inusual para fingir un suicidio) y también salió, todo sin dejar un solo registro de su presencia allí.
No es cierto que le escena fue contaminada para evitar que se hallaran huellas de los asesinos. La filmación original de la noche de la muerte exhibe que desde el momento de la llegada de la policía científica al lugar, el baño estuvo todo el tiempo preservado, fotografiado y filmado. ¿Pudo haberse alterado antes? Es imposible saberlo, pero en todo caso antes de que llegaran los funcionarios judiciales y policiales, en el departamento de Le Parc sólo estuvieron la madre de Nisman, una amiga de ella y un custodio.
Si Nisman fue asesinado y Lagomarsino es partícipe necesario mas no autor material del crimen, entonces faltan piezas en el rompecabezas. Faltan, por ejemplo, los ejecutores del homicidio, y los cómplices directos que facilitaron toda la secuencia para que se concretara. El juez Ercolini y el fiscal Eduardo Taiano esperan encontrarlos en los entrecruzamientos de llamados telefónicos que pivotean sobre Lagomarsino.
En derecho penal existe el “in dubio pro reo”, un principio que establece que en caso de duda, corresponde beneficiar al acusado. Para condenar, no puede haber dudas. Si las hay, el acusado debe ser absuelto.
Con las pruebas reunidas hasta el momento, a Lagomarsino podría defenderlo en un juicio oral, ante un tribunal colegiado, un estudiante de primer año de Derecho de cualquier universidad y debería sacarlo absuelto. Si ello no ocurriere, el estudiante debería evaluar seriamente la posibilidad de cambiar de carrera.