La discusión política en la Argentina se define por su actitud militante. Hablar del tema es igual a trenzarse en una disputa dialéctica que nunca se sabe cuándo termina. Lejos de esa vehemencia ilustrada en un panelista de televisión, el investigador y docente Gabriel Vommaro habla pausado y extendido sobre aquello de lo que más sabe: el armado político del PRO y de Cambiemos.
En una entrevista con BAE Negocios, el coautor de Mundo PRO; Hagamos equipo: PRO y la construcción de la nueva derecha argentina, y autor de La larga marcha de Cambiemos: la construcción silenciosa de un proyecto de poder advierte que «el gran problema de este Gobierno es que le habla a su base social, pero ésta no le responde». Del otro lado, señala que el peronismo, como la fuerza que hoy puede disputarle poder a Cambiemos, está «en una gran encrucijada» porque «no pudo o no supo, hasta ahora, construir una elaboración de los 12 años de gobierno kirchnerista».
–Siempre remarca que Cambiemos es un proyecto a largo plazo, ¿pero cuál es ese proyecto?
–Tienen la idea de construir una sociedad más mercadocéntrica que estadocéntrica. Con un Estado más al servicio de la inversión privada, que de la inversión pública y con los contratos sociales en función de esto. El Gobierno va a seguir avanzando todo lo que pueda en flexibilizar y liberalizar ciertos ámbitos sociales en los que cree que la Argentina es muy rígida. Está dispuesto a hacerlo con los tiempos que le dicten los consensos sociales, que es un tiempo largo, porque no creo que busquen hacerlo con un shock.
Pero el gran problema de este Gobierno es que le habla a su base social y ésta no le responde. Le habla al mundo de los negocios para que invierta, arriesgue e innove y el mundo de los negocios le responde comprando Lebac, buscando procesos de rentabilidad muy a corto plazo. Es un proyecto de largo plazo con pie de barro.
–El único que podría ponerle un freno es el peronismo, ¿pero dónde está parado?
–Está en una gran encrucijada: lo más evidente es que no tiene una conducción unificada, pero tampoco tiene grandes promesas electorales que aparezcan en el paisaje político. La segunda cuestión es que el peronismo no pudo o no supo, hasta ahora, construir una elaboración de los 12 años de gobierno kirchnerista. Los diez años del menemismo fueron reelaborados internamente porque el propio peronismo generó un antimenemismo, una crítica interna, así que no hizo falta generar un balance. Pero hoy el peronismo necesita tomar una cierta postura y ahí hay visiones muy diferentes. Esto hay que hacerlo en un contexto de fuerte desprestigio social, de asedio mediático y judicial, tampoco es fácil, hay malas condiciones para hacerlo.
Un tercer punto es que si el peronismo hubiese producido su propia sucesión, y crítica interna, posiblemente hubiese tenido un poskirchnerismo más centrista moderado que hubiese producido solapadamente ese recambio interno. Como ese recambio se produjo por fuera del kirchnerismo, y lo hizo la fuerza de centroderecha, todas esas pulsiones de recambio que existían a lo último del kirchnerismo sienten que le robaron el libreto y que ese peronismo de recambio se parece demasiado al Gobierno.
Si se consolida un polo de centroderecha, sólido, competitivo, amplio, flexible ideológicamente, se podría dar la vieja idea de Torcuato Di tella de que haya un polo de centroderecha y otro de centroizquierda, y el peronismo debería ocupar este último lugar porque históricamente su base es popular y obrera.
El gran salto
–Según los testimonios que aparecen en su último libro, La larga marcha de Cambiemos, puede concluirse que dentro del Gobierno hay una clase empresaria que cree que saltó a la política para salvar a la Nación, ¿en esa convicción radica la cantidad de empresarios y CEOs que anidan dentro de Cambiemos?
–Uno no puede explicar nunca la movilización de actores, de ningún tipo, automáticamente por sus intereses. En el diagnóstico original del PRO, en 2001-2002, estaba la idea que había que renovar, en parte, la clase política y que eso implicaba traer gente de otros ámbitos, principalmente de los negocios y de las ONG. No es que se presentaron espontáneamente. El trabajo de convencerlos tuvo como ayuda ese temor de la inminente chavización de la Argentina. El sentido de urgencia termina siendo un acelerador para hacer algo que creían para el bien de la Argentina.
También uno puede pensar en las causas más internas: en la búsqueda de reconocimiento de estas elites que tenían una posición económica súper holgada, circulaban por ámbitos internacionales de mucho reconocimiento, pero sentían que en la Argentina no tenían un lugar a la altura de lo que aportaban. Y un tercer factor, más psicosocial, es que dan el salto en ese momento de la vida de los CEO, que se da entre los 35 y los 55, en el que ven que hicieron carrera muy rápidamente, y empieza la idea del vacío existencial, el estancamiento como la peor pesadilla.
–Cuando dicen que se meten en la política para «salvar a los argentinos», ¿a quiénes consideran que están representando?
–Cualquier grupo que se quiere erigir en portavoz representante de la sociedad usa la astucia de esa razón representativa, que es la de decir que lo hace por el pueblo. Hay que tener en cuenta que estos actores están muy aislados. La entrada a la política les abre la puerta de un mundo público que no conocían porque son personas que tienen una circulación social muy restringida. Hay un descubrimiento de la complejidad que tiene la sociedad argentina, pero ellos se creen portadores de una verdad que incluye a esos sectores que desconocían. Por supuesto que los incluye de un modo propio de la manera en que estos grupos se relacionan con las clases subalternas: de un modo absolutamente subordinado. El gran proyecto de una sociedad de libre mercado, con un Estado al servicio del emprendedurismo, con una estructura moderna de país, es un proyecto que se pretende inclusivo. Creen que más libremercado es mayor bienestar social.
Una coalición compleja
–Cambiemos llegó al poder como una coalición, ¿pero funciona como tal en la gestión?
–Si entendemos a la coalición como la distribución de poder en la perspectiva del complejo federalismo argentino, es una coalición porque el radicalismo aporta diputados, senadores, intendentes y gobernadores. Pero el Gobierno es del PRO, es un sistema presidencialista y el presidente es un hombre de ese espacio que se junta en su mesa chica con actores que también son del PRO. En el medio hay otros dirigentes, que no son de ese espacio, con los que habla más asiduamente y a los que tiene que convencer, como el caso de (Elisa) Carrió. Es una coalición compleja, no es clásica.
–Es compleja, pero las tensiones internas propias de una coalición perecen bien aplacadas…
–Es que es una coalición diferente a lo que fue la Alianza porque acá hay un grupo dirigencial reducido que maneja las cosas de entrada. No hay un reparto equitativo, esa no es la lógica porque de arranque (Mauricio) Macri avisó que quien ganaba las PASO conducía, y así fue. Es un Gobierno que en un principio se sintió acechado y sitiado por la oposición social y política y que se abroqueló en la defensa de la idea de “nos unimos para que no nos tumben”. Por eso en la mayoría de las discusiones logró neutralizar a sus voces opositoras internas.
–¿Qué lugar queda para el radicalismo en esa estructura tan abroquelada?
–El radicalismo intenta mostrar de vez en cuando sus dientes, su impronta más republicana, como cuando pidieron la renuncia de (Valentín Díaz) Gilligan. Pero pasó en contadas veces, en general hay subordinación a las decisiones que toma el PRO. Ahí también la lógica es mostrarse fuerte, abroquelarse, porque, ante un Gobierno que muchas veces se siente acechado, entra en la memoria del radicalismo el no haber terminado sus gobiernos. Por ahora lo que se ve es una capacidad fuerte de conducción del Presidente y de su equipo PRO, que mostraron desde el primer momento que iban a usar todos los recursos y atributos legales, y al límite, para disciplinar tropa propia y para disciplinar opositores. No es un gobierno que se muestre titubeante al momento de construir autoridad política, hacia adentro y hacia afuera.
En una entrevista con BAE Negocios, el coautor de Mundo PRO; Hagamos equipo: PRO y la construcción de la nueva derecha argentina, y autor de La larga marcha de Cambiemos: la construcción silenciosa de un proyecto de poder advierte que «el gran problema de este Gobierno es que le habla a su base social, pero ésta no le responde». Del otro lado, señala que el peronismo, como la fuerza que hoy puede disputarle poder a Cambiemos, está «en una gran encrucijada» porque «no pudo o no supo, hasta ahora, construir una elaboración de los 12 años de gobierno kirchnerista».
–Siempre remarca que Cambiemos es un proyecto a largo plazo, ¿pero cuál es ese proyecto?
–Tienen la idea de construir una sociedad más mercadocéntrica que estadocéntrica. Con un Estado más al servicio de la inversión privada, que de la inversión pública y con los contratos sociales en función de esto. El Gobierno va a seguir avanzando todo lo que pueda en flexibilizar y liberalizar ciertos ámbitos sociales en los que cree que la Argentina es muy rígida. Está dispuesto a hacerlo con los tiempos que le dicten los consensos sociales, que es un tiempo largo, porque no creo que busquen hacerlo con un shock.
Pero el gran problema de este Gobierno es que le habla a su base social y ésta no le responde. Le habla al mundo de los negocios para que invierta, arriesgue e innove y el mundo de los negocios le responde comprando Lebac, buscando procesos de rentabilidad muy a corto plazo. Es un proyecto de largo plazo con pie de barro.
–El único que podría ponerle un freno es el peronismo, ¿pero dónde está parado?
–Está en una gran encrucijada: lo más evidente es que no tiene una conducción unificada, pero tampoco tiene grandes promesas electorales que aparezcan en el paisaje político. La segunda cuestión es que el peronismo no pudo o no supo, hasta ahora, construir una elaboración de los 12 años de gobierno kirchnerista. Los diez años del menemismo fueron reelaborados internamente porque el propio peronismo generó un antimenemismo, una crítica interna, así que no hizo falta generar un balance. Pero hoy el peronismo necesita tomar una cierta postura y ahí hay visiones muy diferentes. Esto hay que hacerlo en un contexto de fuerte desprestigio social, de asedio mediático y judicial, tampoco es fácil, hay malas condiciones para hacerlo.
Un tercer punto es que si el peronismo hubiese producido su propia sucesión, y crítica interna, posiblemente hubiese tenido un poskirchnerismo más centrista moderado que hubiese producido solapadamente ese recambio interno. Como ese recambio se produjo por fuera del kirchnerismo, y lo hizo la fuerza de centroderecha, todas esas pulsiones de recambio que existían a lo último del kirchnerismo sienten que le robaron el libreto y que ese peronismo de recambio se parece demasiado al Gobierno.
Si se consolida un polo de centroderecha, sólido, competitivo, amplio, flexible ideológicamente, se podría dar la vieja idea de Torcuato Di tella de que haya un polo de centroderecha y otro de centroizquierda, y el peronismo debería ocupar este último lugar porque históricamente su base es popular y obrera.
El gran salto
–Según los testimonios que aparecen en su último libro, La larga marcha de Cambiemos, puede concluirse que dentro del Gobierno hay una clase empresaria que cree que saltó a la política para salvar a la Nación, ¿en esa convicción radica la cantidad de empresarios y CEOs que anidan dentro de Cambiemos?
–Uno no puede explicar nunca la movilización de actores, de ningún tipo, automáticamente por sus intereses. En el diagnóstico original del PRO, en 2001-2002, estaba la idea que había que renovar, en parte, la clase política y que eso implicaba traer gente de otros ámbitos, principalmente de los negocios y de las ONG. No es que se presentaron espontáneamente. El trabajo de convencerlos tuvo como ayuda ese temor de la inminente chavización de la Argentina. El sentido de urgencia termina siendo un acelerador para hacer algo que creían para el bien de la Argentina.
También uno puede pensar en las causas más internas: en la búsqueda de reconocimiento de estas elites que tenían una posición económica súper holgada, circulaban por ámbitos internacionales de mucho reconocimiento, pero sentían que en la Argentina no tenían un lugar a la altura de lo que aportaban. Y un tercer factor, más psicosocial, es que dan el salto en ese momento de la vida de los CEO, que se da entre los 35 y los 55, en el que ven que hicieron carrera muy rápidamente, y empieza la idea del vacío existencial, el estancamiento como la peor pesadilla.
–Cuando dicen que se meten en la política para «salvar a los argentinos», ¿a quiénes consideran que están representando?
–Cualquier grupo que se quiere erigir en portavoz representante de la sociedad usa la astucia de esa razón representativa, que es la de decir que lo hace por el pueblo. Hay que tener en cuenta que estos actores están muy aislados. La entrada a la política les abre la puerta de un mundo público que no conocían porque son personas que tienen una circulación social muy restringida. Hay un descubrimiento de la complejidad que tiene la sociedad argentina, pero ellos se creen portadores de una verdad que incluye a esos sectores que desconocían. Por supuesto que los incluye de un modo propio de la manera en que estos grupos se relacionan con las clases subalternas: de un modo absolutamente subordinado. El gran proyecto de una sociedad de libre mercado, con un Estado al servicio del emprendedurismo, con una estructura moderna de país, es un proyecto que se pretende inclusivo. Creen que más libremercado es mayor bienestar social.
Una coalición compleja
–Cambiemos llegó al poder como una coalición, ¿pero funciona como tal en la gestión?
–Si entendemos a la coalición como la distribución de poder en la perspectiva del complejo federalismo argentino, es una coalición porque el radicalismo aporta diputados, senadores, intendentes y gobernadores. Pero el Gobierno es del PRO, es un sistema presidencialista y el presidente es un hombre de ese espacio que se junta en su mesa chica con actores que también son del PRO. En el medio hay otros dirigentes, que no son de ese espacio, con los que habla más asiduamente y a los que tiene que convencer, como el caso de (Elisa) Carrió. Es una coalición compleja, no es clásica.
–Es compleja, pero las tensiones internas propias de una coalición perecen bien aplacadas…
–Es que es una coalición diferente a lo que fue la Alianza porque acá hay un grupo dirigencial reducido que maneja las cosas de entrada. No hay un reparto equitativo, esa no es la lógica porque de arranque (Mauricio) Macri avisó que quien ganaba las PASO conducía, y así fue. Es un Gobierno que en un principio se sintió acechado y sitiado por la oposición social y política y que se abroqueló en la defensa de la idea de “nos unimos para que no nos tumben”. Por eso en la mayoría de las discusiones logró neutralizar a sus voces opositoras internas.
–¿Qué lugar queda para el radicalismo en esa estructura tan abroquelada?
–El radicalismo intenta mostrar de vez en cuando sus dientes, su impronta más republicana, como cuando pidieron la renuncia de (Valentín Díaz) Gilligan. Pero pasó en contadas veces, en general hay subordinación a las decisiones que toma el PRO. Ahí también la lógica es mostrarse fuerte, abroquelarse, porque, ante un Gobierno que muchas veces se siente acechado, entra en la memoria del radicalismo el no haber terminado sus gobiernos. Por ahora lo que se ve es una capacidad fuerte de conducción del Presidente y de su equipo PRO, que mostraron desde el primer momento que iban a usar todos los recursos y atributos legales, y al límite, para disciplinar tropa propia y para disciplinar opositores. No es un gobierno que se muestre titubeante al momento de construir autoridad política, hacia adentro y hacia afuera.