“Un fantasma recorre el mundo: es el fantasma del feminismo. Todas las fuerzas del viejo orden se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: la iglesia, la desigualdad, los machitrolls, la violencia, el mansplaining, la RAE, la ignorancia, la homofobia, el trans odio, la discriminación. ¿Quién no ha sido acusada de feminazi por sus adversarios privilegiados? ¿Quién no ha acusado acaso a una mujer que defiende sus derechos con el epíteto hiriente de loca, bruja o en que está en esos días? De este hecho resulta una doble enseñanza:
— Que el feminismo está ya reconocido como una fuerza poderosa en todo el mundo
— Que ya es hora de que las feministas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del feminismo un manifiesto propio.”
Este 8 de marzo miles de mujeres, lesbianas, travestis y trans saldrán a las calles en el marco del Segundo Paro Internacional de Mujeres. El reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito será una de las consignas centrales para este año en la Argentina, así como el NO al ajuste, los despidos y la precarización laboral. Pero la llamada no es solamente a una movilización o una manifestación en la vía pública, la convocatoria es también a un paro y eso le da un contenido especial que lo hace parte de la experiencia histórica de lxs trabajadorxs en sus luchas por la conquista de derechos, por salario digno, por sus condiciones laborales.
La concentración del ingreso en pocas manos viene en aumento a nivel mundial, y con ella también la desigualdad. Los roles de género atraviesan el funcionamiento de nuestro sistema productivo y amplifican este fenómeno pero las teorías económicas y los análisis que escuchamos habitualmente pocas veces captan esta situación, que reclama repensar conceptos y alternativas políticas. Aun cuando se trata de un factor central en la realidad, el género es una categoría ausente no solo en la teoría económica y las políticas públicas, sino también en muchos de los reclamos de los movimientos y organizaciones sociales. Es por ello que tanto el paro internacional de mujeres del año pasado como este, fueron convocados haciendo énfasis en el rol de las mujeres en la estructura productiva. El paro de mujeres pone sobre tablas algo más profundo, en tanto está basado en una idea que trasciende lo que usualmente consideramos como trabajo y cuestiona el núcleo mismo de este concepto: las mujeres llamamos a parar también en los hogares, en ese ámbito que nos han enseñado como privado y en donde durante mucho tiempo nos han mantenido al margen de la discusión pública. Las mujeres paramos en esos trabajos domésticos y de cuidados, de los que pareciera que somos responsables ‘por naturaleza’. Paramos y al hacerlo estamos cuestionando (y transformando) el rol de la mujer en esta sociedad.
Lo personal es político: los trabajos y las mujeres.
A fin de 2017, el Congreso de la Nación votaba a favor de una reforma previsional que no solo tiene un impacto negativo sobre los ingresos de lxs jubiladxs actuales sino que además va a ampliar la brecha entre mujeres y varones jubiladxs del futuro. Cuando se implementó la moratoria previsional en 2006, el 73% de quienes accedieron a una jubilación fueron mujeres, así como el 86% de quienes la obtuvieron en la segunda. ¿Por qué ellas son la amplísima mayoría? Porque para poder acceder al sistema hay que tener 30 años de aportes y gran parte de estas mujeres experimentó alguna de estas situaciones: trabajó en condiciones precarias, fue ama de casa (de tiempo parcial o de tiempo completo) o se retiró del mercado laboral durante algún tiempo para dedicarse al trabajo hogareño y los cuidados. Para las estadísticas públicas los trabajos que se realizan en los hogares no son una variable relevante. Así se evidencia en el hecho de que no se mide el aporte que realizan estos trabajos en el sistema de cuentas nacionales y, de este modo, no se los valora económicamente, aun cuando son el fundamento del funcionamiento del sistema productivo. La distribución asimétrica de estas tareas domésticas y de cuidados no remunerados (en la Argentina las mujeres realizan el 76% de ellas) hace que muchas mujeres dejen de trabajar de manera remunerada o se vean obligadas a tomar trabajos de media jornada y/o más flexibles, la mayor parte de las veces de manera precarizada, y con los consecuentes salarios más bajos (en promedio, las mujeres ganan 27% menos que los varones y las que están precarizadas 40% menos). Es decir, la brecha salarial de la que habló el presidente Mauricio Macri en la apertura de sesiones es un fenómeno de raíces mucho más profundas y que requiere de una perspectiva de análisis más amplia.
“Lo personal es político“ cobra sentido aquí. En una sociedad en la que 7 de cada 10 mujeres trabaja en el mercado y en que más de un tercio de los hogares tiene una jefa de hogar mujer, esta distribución de trabajos no pagos genera una doble jornada laboral. No solo es injusto, sino que además es insalubre y tiene consecuencias sobre la vida en un sentido muy amplio. El ejercicio real de la moratoria en el sistema de jubilaciones es un ejemplo de cómo una política pública puede cerrar brechas de género y también mejorar condiciones de vida. Antes de 2005 tan solo el 65% de la población (en edad) tenía cobertura jubilatoria, hoy alcanza el 97%. Si bien el Gobierno nacional hoy propone una pensión universal, el monto que se asignaría a quienes accedan a ella es, dicho coloquialmente, un certificado de pobreza ($5.700). Al mismo tiempo, esta reforma nos hace retroceder en términos del reconocimiento del aporte del ama de casa (parcial o de tiempo completo) al sistema productivo. La reforma previsional dejó al desnudo que, ni ayer ni hoy, hemos podido apreciar en profundidad de qué manera incluir en los reclamos, leyes y políticas a este trabajo fundamental.
Para 2018 se plantea avanzar con la reforma laboral. El borrador del proyecto que entró a los despachos durante 2017, antes del caos que generó la reforma jubilatoria, desnuda otra ceguera de género: en el primer artículo se deja fuera de la discusión a las personas que trabajan en casas particulares. Es decir, de un plumazo borra a casi el 20% de trabajadoras argentinas que se ocupan en el servicio doméstico, en cuyas filas se encuentra la población más precarizada (con un 76% de informalidad, que las aleja también de los 30 años de aportes) y más pobre del país (con los salarios promedios más bajos de la economía). Entre muchos otros aspectos que se podrían discutir de esta reforma, tampoco se hace hincapié en la situación especial de las mujeres en términos de su participación económica, sus mayores niveles de precarización laboral y desocupación.
Este año, la Argentina también será sede de la cumbre del G20, recibiendo visitas de todo el mundo. Uno de los temas centrales de la agenda de estas jornadas es “el futuro del empleo“. Se habla de automatización, reemplazo de trabajadores por nuevas tecnologías y de cómo reaccionar a eso. Se hace alusión a trabajadores más flexibles, al desarrollo de nuevas capacidades, a la adaptabilidad como clave para sobrevivir en un mercado laboral que será a todo o nada, con pocos grises. Pero poco se habla de qué se hace por estos trabajadores del futuro. Las millennials, que en el Instagram mental son una chica cool con auriculares yendo a su espacio de co-working en algún trabajo de diseño, en la vida real son jóvenes precarizadas a las que se le terminan los datos del celular mientras viaja apretada en el bondi esquivando manoseos y corre para llegar a ‘ayudar’ en la casa, o a cuidar a sus hijos después de 8 horas de trabajo y 3 de tráfico. En algunas provincias, una de cada cinco de estas chicas está desempleada. La generación que le sigue tampoco la ve mucho mejor, el 48% de los niños menores de 14 años vive en un hogar pobre. El presente y el futuro del trabajo están en las agendas de todos los sectores progresistas pero las opciones que se ofrecen en muchos casos tienen olor a pasado, a ajustarse, a soñar bajito, o a alquilar el quincho y la parrilla.
Las preguntas fundamentales de la economía son cuatro: ¿cómo producimos? ¿cómo intercambiamos esa producción? ¿cómo distribuimos la riqueza social? ¿qué consumimos? Por eso es tan importante el paro del #8M. Porque es un momento para poner de manifiesto que si nosotras paramos, se para el mundo. Porque estamos mostrando que así, en la forma en que estamos produciendo, estamos yendo en contra de lo que necesitamos y queremos. El paro, de este modo, es un espacio de expresión para todas estas trabajadoras pagas y no pagas. Es la expresión social de demandas pero también es una apelación a transformar la idea que tenemos del trabajo y de la forma de realizarlo.
Ante una desigualdad económica creciente, el movimiento feminista propone la construcción de un futuro igualitario y de solidaridad. Esta propuesta, si la consideramos seriamente, es muy ambiciosa, porque conseguir la igualdad implica no solo una profunda transformación social, sino una inversión completa del mundo en el que vivimos. El paro es un momento de construcción colectiva y es la forma en la que luchamos por nuestros salarios, condiciones de trabajo, derechos y por igualdad. Pero también es un espacio para ir un poco más allá y no solo atrevernos a pensar qué mundo queremos construir, sino también empezar a vivirlo.
— Que el feminismo está ya reconocido como una fuerza poderosa en todo el mundo
— Que ya es hora de que las feministas expongan a la faz del mundo entero sus conceptos, sus fines y sus tendencias, que opongan a la leyenda del fantasma del feminismo un manifiesto propio.”
Este 8 de marzo miles de mujeres, lesbianas, travestis y trans saldrán a las calles en el marco del Segundo Paro Internacional de Mujeres. El reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito será una de las consignas centrales para este año en la Argentina, así como el NO al ajuste, los despidos y la precarización laboral. Pero la llamada no es solamente a una movilización o una manifestación en la vía pública, la convocatoria es también a un paro y eso le da un contenido especial que lo hace parte de la experiencia histórica de lxs trabajadorxs en sus luchas por la conquista de derechos, por salario digno, por sus condiciones laborales.
La concentración del ingreso en pocas manos viene en aumento a nivel mundial, y con ella también la desigualdad. Los roles de género atraviesan el funcionamiento de nuestro sistema productivo y amplifican este fenómeno pero las teorías económicas y los análisis que escuchamos habitualmente pocas veces captan esta situación, que reclama repensar conceptos y alternativas políticas. Aun cuando se trata de un factor central en la realidad, el género es una categoría ausente no solo en la teoría económica y las políticas públicas, sino también en muchos de los reclamos de los movimientos y organizaciones sociales. Es por ello que tanto el paro internacional de mujeres del año pasado como este, fueron convocados haciendo énfasis en el rol de las mujeres en la estructura productiva. El paro de mujeres pone sobre tablas algo más profundo, en tanto está basado en una idea que trasciende lo que usualmente consideramos como trabajo y cuestiona el núcleo mismo de este concepto: las mujeres llamamos a parar también en los hogares, en ese ámbito que nos han enseñado como privado y en donde durante mucho tiempo nos han mantenido al margen de la discusión pública. Las mujeres paramos en esos trabajos domésticos y de cuidados, de los que pareciera que somos responsables ‘por naturaleza’. Paramos y al hacerlo estamos cuestionando (y transformando) el rol de la mujer en esta sociedad.
Lo personal es político: los trabajos y las mujeres.
A fin de 2017, el Congreso de la Nación votaba a favor de una reforma previsional que no solo tiene un impacto negativo sobre los ingresos de lxs jubiladxs actuales sino que además va a ampliar la brecha entre mujeres y varones jubiladxs del futuro. Cuando se implementó la moratoria previsional en 2006, el 73% de quienes accedieron a una jubilación fueron mujeres, así como el 86% de quienes la obtuvieron en la segunda. ¿Por qué ellas son la amplísima mayoría? Porque para poder acceder al sistema hay que tener 30 años de aportes y gran parte de estas mujeres experimentó alguna de estas situaciones: trabajó en condiciones precarias, fue ama de casa (de tiempo parcial o de tiempo completo) o se retiró del mercado laboral durante algún tiempo para dedicarse al trabajo hogareño y los cuidados. Para las estadísticas públicas los trabajos que se realizan en los hogares no son una variable relevante. Así se evidencia en el hecho de que no se mide el aporte que realizan estos trabajos en el sistema de cuentas nacionales y, de este modo, no se los valora económicamente, aun cuando son el fundamento del funcionamiento del sistema productivo. La distribución asimétrica de estas tareas domésticas y de cuidados no remunerados (en la Argentina las mujeres realizan el 76% de ellas) hace que muchas mujeres dejen de trabajar de manera remunerada o se vean obligadas a tomar trabajos de media jornada y/o más flexibles, la mayor parte de las veces de manera precarizada, y con los consecuentes salarios más bajos (en promedio, las mujeres ganan 27% menos que los varones y las que están precarizadas 40% menos). Es decir, la brecha salarial de la que habló el presidente Mauricio Macri en la apertura de sesiones es un fenómeno de raíces mucho más profundas y que requiere de una perspectiva de análisis más amplia.
“Lo personal es político“ cobra sentido aquí. En una sociedad en la que 7 de cada 10 mujeres trabaja en el mercado y en que más de un tercio de los hogares tiene una jefa de hogar mujer, esta distribución de trabajos no pagos genera una doble jornada laboral. No solo es injusto, sino que además es insalubre y tiene consecuencias sobre la vida en un sentido muy amplio. El ejercicio real de la moratoria en el sistema de jubilaciones es un ejemplo de cómo una política pública puede cerrar brechas de género y también mejorar condiciones de vida. Antes de 2005 tan solo el 65% de la población (en edad) tenía cobertura jubilatoria, hoy alcanza el 97%. Si bien el Gobierno nacional hoy propone una pensión universal, el monto que se asignaría a quienes accedan a ella es, dicho coloquialmente, un certificado de pobreza ($5.700). Al mismo tiempo, esta reforma nos hace retroceder en términos del reconocimiento del aporte del ama de casa (parcial o de tiempo completo) al sistema productivo. La reforma previsional dejó al desnudo que, ni ayer ni hoy, hemos podido apreciar en profundidad de qué manera incluir en los reclamos, leyes y políticas a este trabajo fundamental.
Para 2018 se plantea avanzar con la reforma laboral. El borrador del proyecto que entró a los despachos durante 2017, antes del caos que generó la reforma jubilatoria, desnuda otra ceguera de género: en el primer artículo se deja fuera de la discusión a las personas que trabajan en casas particulares. Es decir, de un plumazo borra a casi el 20% de trabajadoras argentinas que se ocupan en el servicio doméstico, en cuyas filas se encuentra la población más precarizada (con un 76% de informalidad, que las aleja también de los 30 años de aportes) y más pobre del país (con los salarios promedios más bajos de la economía). Entre muchos otros aspectos que se podrían discutir de esta reforma, tampoco se hace hincapié en la situación especial de las mujeres en términos de su participación económica, sus mayores niveles de precarización laboral y desocupación.
Este año, la Argentina también será sede de la cumbre del G20, recibiendo visitas de todo el mundo. Uno de los temas centrales de la agenda de estas jornadas es “el futuro del empleo“. Se habla de automatización, reemplazo de trabajadores por nuevas tecnologías y de cómo reaccionar a eso. Se hace alusión a trabajadores más flexibles, al desarrollo de nuevas capacidades, a la adaptabilidad como clave para sobrevivir en un mercado laboral que será a todo o nada, con pocos grises. Pero poco se habla de qué se hace por estos trabajadores del futuro. Las millennials, que en el Instagram mental son una chica cool con auriculares yendo a su espacio de co-working en algún trabajo de diseño, en la vida real son jóvenes precarizadas a las que se le terminan los datos del celular mientras viaja apretada en el bondi esquivando manoseos y corre para llegar a ‘ayudar’ en la casa, o a cuidar a sus hijos después de 8 horas de trabajo y 3 de tráfico. En algunas provincias, una de cada cinco de estas chicas está desempleada. La generación que le sigue tampoco la ve mucho mejor, el 48% de los niños menores de 14 años vive en un hogar pobre. El presente y el futuro del trabajo están en las agendas de todos los sectores progresistas pero las opciones que se ofrecen en muchos casos tienen olor a pasado, a ajustarse, a soñar bajito, o a alquilar el quincho y la parrilla.
Las preguntas fundamentales de la economía son cuatro: ¿cómo producimos? ¿cómo intercambiamos esa producción? ¿cómo distribuimos la riqueza social? ¿qué consumimos? Por eso es tan importante el paro del #8M. Porque es un momento para poner de manifiesto que si nosotras paramos, se para el mundo. Porque estamos mostrando que así, en la forma en que estamos produciendo, estamos yendo en contra de lo que necesitamos y queremos. El paro, de este modo, es un espacio de expresión para todas estas trabajadoras pagas y no pagas. Es la expresión social de demandas pero también es una apelación a transformar la idea que tenemos del trabajo y de la forma de realizarlo.
Ante una desigualdad económica creciente, el movimiento feminista propone la construcción de un futuro igualitario y de solidaridad. Esta propuesta, si la consideramos seriamente, es muy ambiciosa, porque conseguir la igualdad implica no solo una profunda transformación social, sino una inversión completa del mundo en el que vivimos. El paro es un momento de construcción colectiva y es la forma en la que luchamos por nuestros salarios, condiciones de trabajo, derechos y por igualdad. Pero también es un espacio para ir un poco más allá y no solo atrevernos a pensar qué mundo queremos construir, sino también empezar a vivirlo.