En la apertura de sesiones ordinarias, el presidente Mauricio Macri anunció la voluntad de promover una ley de salario igualitario y de extender la licencia por paternidad. Ambas propuestas fueron mencionadas al referirse, muy ambiguamente, a la reforma laboral que promueve el gobierno y que quedó en suspenso luego de los altísimos costos políticos que tuvieron que afrontar tras aprobar la reforma previsional en diciembre del año pasado.
Las dos propuestas son paradójicas en boca del Gobierno nacional, porque constituyen un reconocimiento implícito a que el mercado librado a su suerte, sin intervención estatal, produce desigualdad.
Tanto la cuestión de la brecha salarial como las asimetrías normativas que continúan vigentes en relación con el cuidado de los niños y niñas son dos problemáticas relevantes que afectan la inclusión laboral de las mujeres. Sin embargo, la desigualdad de género en el mundo del trabajo difícilmente pueda ser resuelta a través de medidas aisladas en un contexto de flexibilización laboral como el que promueve el gobierno y sin el acompañamiento de políticas sociales activas.
Entre 2004 y 2015 la brecha de ingresos entre varones y mujeres se achicó como resultado del crecimiento económico y del empleo formal, y por la incorporación de más trabajadores y trabajadoras a más convenios colectivos de trabajo. Con el cambio de gestión, la desregulación del mercado de trabajo y el ajuste macroeconómico llevaron la brecha desde el 22% en 2015 a 27% en 2017.
Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), distrito que cuenta con los indicadores de desarrollo económico más elevados del país, los datos sobre la inclusión laboral de las mujeres son preocupantes y las inequidades tienden a profundizarse. Y hace 10 años que gobierna el PRO.
La inclusión femenina en el mercado de trabajo continúa siendo significativamente inferior a la masculina. De acuerdo con los datos de la Encuesta Anual de Hogares (EAH) de 2016, la tasa de actividad masculina de CABA es de 72%, mientras que la femenina alcanza solamente al 58% de las mujeres. Esta tendencia se repite en la tasa de empleo, donde la brecha entre hombres y mujeres es de 15 puntos.
La inclusión laboral de las mujeres en el territorio porteño, además de ser significativamente más baja que la de los hombres, no es homogénea. Mientras que la Comuna 6 (Centro) tiene la tasa de actividad femenina más alta (62.7%), la Comuna 8 (Sur) tiene el indicador más bajo, alcanzando solamente al 50.4% de las mujeres que la habita.
Al mismo tiempo, según la Encuesta sobre Uso del Tiempo en la Ciudad de Buenos Aires en 2016, las mujeres que viven en la zona sur realizan trabajo no remunerado casi el doble de tiempo que los hombres que viven en la misma zona (6:27 horas diarias contra 3:36). Las mujeres del sur de la Ciudad también destinan una hora y media más al trabajo no remunerado que las mujeres de la zona norte (4:09 horas).
Esta importante dedicación de las mujeres, principalmente aquellas con menos recursos, a las tareas de cuidado ocurre en un contexto de debilitamiento de la inversión social en el distrito y ante la falta de atención del gobierno porteño para saldar, de una vez, la grave crisis que atraviesa el sistema de educación pública en términos de vacantes para el nivel inicial.
Por otra parte, los indicadores del mundo de trabajo también reflejan las dificultades específicas que atraviesan las mujeres para insertarse igualitariamente en el mercado laboral.
El sesgo de género se manifiesta en el tipo de trabajo realizado. De acuerdo con la EAH de 2016, las mujeres son mayoritarias en las ramas de actividad tradicionalmente asociadas al cuidado. Ellas monopolizan la oferta laboral del servicio doméstico con un 99,7% de las personas empleadas y predominan en la educación, los servicios sociales y la salud, alcanzando el 69,9%.
La segregación ocupacional se encuentra emparentada con una importante desigualdad salarial. De acuerdo con los datos del segundo trimestre de 2017 de la Encuesta Trimestral de Ocupación e Ingresos, tomando como medida la mediana de ingresos de la ocupación principal, los varones ganan un 18% más que las mujeres. Las brechas salariales por género se profundizan ante la creciente informalidad laboral. Mientras que la diferencia salarial entre varones y mujeres con trabajo registrado es de 9% a favor de los varones, la brecha salarial asciende a un 30%, a favor de los hombres, cuando se trata de trabajo no registrado.
Finalmente, el crecimiento profesional también se encuentra condicionado por el género. Al analizar los datos publicados por la EAH 2016 observamos que el 69% de los patrones son hombres.
Estos últimos indicadores ponen en evidencia que las pautas de discriminación hacia las mujeres tienen un peso significativo en nuestra sociedad y, al mismo tiempo, nos permiten observar que las propuestas de flexibilización y reducción de derechos laborales probablemente tengan un impacto negativo más fuerte sobre las trabajadoras mujeres.
Las dos propuestas son paradójicas en boca del Gobierno nacional, porque constituyen un reconocimiento implícito a que el mercado librado a su suerte, sin intervención estatal, produce desigualdad.
Tanto la cuestión de la brecha salarial como las asimetrías normativas que continúan vigentes en relación con el cuidado de los niños y niñas son dos problemáticas relevantes que afectan la inclusión laboral de las mujeres. Sin embargo, la desigualdad de género en el mundo del trabajo difícilmente pueda ser resuelta a través de medidas aisladas en un contexto de flexibilización laboral como el que promueve el gobierno y sin el acompañamiento de políticas sociales activas.
Entre 2004 y 2015 la brecha de ingresos entre varones y mujeres se achicó como resultado del crecimiento económico y del empleo formal, y por la incorporación de más trabajadores y trabajadoras a más convenios colectivos de trabajo. Con el cambio de gestión, la desregulación del mercado de trabajo y el ajuste macroeconómico llevaron la brecha desde el 22% en 2015 a 27% en 2017.
Por ejemplo, en la Ciudad de Buenos Aires (CABA), distrito que cuenta con los indicadores de desarrollo económico más elevados del país, los datos sobre la inclusión laboral de las mujeres son preocupantes y las inequidades tienden a profundizarse. Y hace 10 años que gobierna el PRO.
La inclusión femenina en el mercado de trabajo continúa siendo significativamente inferior a la masculina. De acuerdo con los datos de la Encuesta Anual de Hogares (EAH) de 2016, la tasa de actividad masculina de CABA es de 72%, mientras que la femenina alcanza solamente al 58% de las mujeres. Esta tendencia se repite en la tasa de empleo, donde la brecha entre hombres y mujeres es de 15 puntos.
La inclusión laboral de las mujeres en el territorio porteño, además de ser significativamente más baja que la de los hombres, no es homogénea. Mientras que la Comuna 6 (Centro) tiene la tasa de actividad femenina más alta (62.7%), la Comuna 8 (Sur) tiene el indicador más bajo, alcanzando solamente al 50.4% de las mujeres que la habita.
Al mismo tiempo, según la Encuesta sobre Uso del Tiempo en la Ciudad de Buenos Aires en 2016, las mujeres que viven en la zona sur realizan trabajo no remunerado casi el doble de tiempo que los hombres que viven en la misma zona (6:27 horas diarias contra 3:36). Las mujeres del sur de la Ciudad también destinan una hora y media más al trabajo no remunerado que las mujeres de la zona norte (4:09 horas).
Esta importante dedicación de las mujeres, principalmente aquellas con menos recursos, a las tareas de cuidado ocurre en un contexto de debilitamiento de la inversión social en el distrito y ante la falta de atención del gobierno porteño para saldar, de una vez, la grave crisis que atraviesa el sistema de educación pública en términos de vacantes para el nivel inicial.
Por otra parte, los indicadores del mundo de trabajo también reflejan las dificultades específicas que atraviesan las mujeres para insertarse igualitariamente en el mercado laboral.
El sesgo de género se manifiesta en el tipo de trabajo realizado. De acuerdo con la EAH de 2016, las mujeres son mayoritarias en las ramas de actividad tradicionalmente asociadas al cuidado. Ellas monopolizan la oferta laboral del servicio doméstico con un 99,7% de las personas empleadas y predominan en la educación, los servicios sociales y la salud, alcanzando el 69,9%.
La segregación ocupacional se encuentra emparentada con una importante desigualdad salarial. De acuerdo con los datos del segundo trimestre de 2017 de la Encuesta Trimestral de Ocupación e Ingresos, tomando como medida la mediana de ingresos de la ocupación principal, los varones ganan un 18% más que las mujeres. Las brechas salariales por género se profundizan ante la creciente informalidad laboral. Mientras que la diferencia salarial entre varones y mujeres con trabajo registrado es de 9% a favor de los varones, la brecha salarial asciende a un 30%, a favor de los hombres, cuando se trata de trabajo no registrado.
Finalmente, el crecimiento profesional también se encuentra condicionado por el género. Al analizar los datos publicados por la EAH 2016 observamos que el 69% de los patrones son hombres.
Estos últimos indicadores ponen en evidencia que las pautas de discriminación hacia las mujeres tienen un peso significativo en nuestra sociedad y, al mismo tiempo, nos permiten observar que las propuestas de flexibilización y reducción de derechos laborales probablemente tengan un impacto negativo más fuerte sobre las trabajadoras mujeres.