Aunque la Argentina ha tenido en su historia reciente crisis para todos los gustos, la que atraviesa el gobierno de Mauricio Macri tiene como característica principal su velocidad. Se desató en apenas quince días. El miércoles 25 de abril comenzó una tormenta política, económica y financiera que obligó al Presidente a jugar una carta extrema. El pedido de un crédito al Fondo Monetario Internacional, la bestia más negra que la dirigencia argentina construyó en las últimas cuatro décadas.
Ese día confluyeron tres hechos que se volverían paradigmáticos. El peronismo logró aprobar en comisión un proyecto para ponerle un tope a la suba de tarifas con lo que se aseguraba la posibilidad de convertirlo en ley. El Banco Central vendió más de 1.500 millones de dólares. Y todo ese dinero no resultó suficiente para frenar al billete que obsesiona a los argentinos. Esa tarde, cerró a $ 20,55 pero mostró los dientes amenazantes. Ya nada fue igual. El virus de la desconfianza se apoderó del sector más influyente de la sociedad. Y Macri quedó en el ojo del huracán.
Menem, Kirchner, Cristina. Los presidentes peronistas siempre cayeron en desgracia por abuso de poder. Alfonsín, De la Rúa. Los presidentes no peronistas siempre sufrieron el karma de la debilidad. ¿De qué modo resolverá Macri su propio calvario? El Presidente tiene la ventaja insoslayable de poder aprender de los errores de la Alianza, aquella coalición parecida a la de Cambiemos que se derrumbó por el internismo feroz de sus integrantes y por la falta de carácter de sus líderes ante los primeros síntomas de adversidad.
Macri parece caminar por un andarivel diferente y eso es saludable. El domingo salió del encierro de las últimas semanas y convocó a sus principales aliados políticos. El lunes se reunió con María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Y también lo hizo con los gobernadores radicales, Alfredo Cornejo y Gerardo Morales.
A todos ellos los une una característica que cobra magnitud a la hora de las crisis. Son jefes territoriales y ganan protagonismo en detrimento de los funcionarios. Sobre todo de los tecnócratas que comienzan a sufrir las consecuencias de las variables económicas fuera de control. Nicolás Dujovne y Luis Caputo concentraron todas las críticas por la conferencia de prensa del viernes en la que debieron salir a vender optimismo en medio del temporal. Y los coordinadores Mario Quintana y Gustavo Lopetegui son cada vez más las víctimas propiciatorias del resto de los ministros por ser quienes auditan cada área para el Jefe de Gabinete, Marcos Peña. Las sombras del ocaso acechan a cada uno de los especialistas económicos que antes parecían infalibles.
Un caso especial es el de Elisa Carrió. Se apartó a tiempo de la tragedia de la Alianza pero lleva en sus espaldas la mochila de aquella experiencia para usarla cuando saltan las alarmas en el universo de Cambiemos. El jueves pasado estuvo con el ministro de Energía, el tiroteado Juan José Aranguren, justo cuando la tensión sobre el Gobierno se hacía insoportable y nadie daba la cara. El ex Shell había preparado las respuestas a las 20 preguntas que Lilita le había disparado y la llamó para hacérselas llegar.
– No me las traigas; voy yo para allá…-, le avisó Carrió, quien un rato más tarde se sacó una foto con el ministro y su equipo para postearla en su influyente cuenta de twitter. Después cruzó la calle Yrigoyen y se metió en la Casa Rosada con la excusa de visitar a Fernando Sánchez, el dirigente de la Coalición Cívica que trabaja junto a Peña. Resultó lógico que los periodistas la consultaran y que la respuesta de Lilita sobre el dólar (“está todo bien muchachos”) fuera la única voz oficial de ese día cargado de teorías conspirativas. La voz de los momentos importantes.
Con el acierto o el error, Macri es quien escribirá el destino que le espera en el futuro inmediato. Si los millones del Fondo Monetario son reaseguro suficiente y restituye la pérdida de credibilidad, podrá volver al sendero de la competitividad electoral que lo hizo pensar en su reelección antes de tiempo. Si las correcciones políticas y económicas no fueran suficientes para superar la montaña del ballotage de 2019, tal vez deberá pensar en Vidal o en algún otro candidato que ponga a salvo la herencia de Cambiemos.
Un horizonte incierto se abre, en cambio, si la ayuda del FMI y las modificaciones en la gestión no alcanzaran para revertir la crisis. Está claro que el peronismo ha empezado a explorar los caminos del regreso al poder como está claro también que aún carece de un líder en condiciones de entusiasmar a una sociedad agobiada por la montaña rusa de sinsabores en que se ha convertido la Argentina.
Ese día confluyeron tres hechos que se volverían paradigmáticos. El peronismo logró aprobar en comisión un proyecto para ponerle un tope a la suba de tarifas con lo que se aseguraba la posibilidad de convertirlo en ley. El Banco Central vendió más de 1.500 millones de dólares. Y todo ese dinero no resultó suficiente para frenar al billete que obsesiona a los argentinos. Esa tarde, cerró a $ 20,55 pero mostró los dientes amenazantes. Ya nada fue igual. El virus de la desconfianza se apoderó del sector más influyente de la sociedad. Y Macri quedó en el ojo del huracán.
Menem, Kirchner, Cristina. Los presidentes peronistas siempre cayeron en desgracia por abuso de poder. Alfonsín, De la Rúa. Los presidentes no peronistas siempre sufrieron el karma de la debilidad. ¿De qué modo resolverá Macri su propio calvario? El Presidente tiene la ventaja insoslayable de poder aprender de los errores de la Alianza, aquella coalición parecida a la de Cambiemos que se derrumbó por el internismo feroz de sus integrantes y por la falta de carácter de sus líderes ante los primeros síntomas de adversidad.
Macri parece caminar por un andarivel diferente y eso es saludable. El domingo salió del encierro de las últimas semanas y convocó a sus principales aliados políticos. El lunes se reunió con María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Y también lo hizo con los gobernadores radicales, Alfredo Cornejo y Gerardo Morales.
A todos ellos los une una característica que cobra magnitud a la hora de las crisis. Son jefes territoriales y ganan protagonismo en detrimento de los funcionarios. Sobre todo de los tecnócratas que comienzan a sufrir las consecuencias de las variables económicas fuera de control. Nicolás Dujovne y Luis Caputo concentraron todas las críticas por la conferencia de prensa del viernes en la que debieron salir a vender optimismo en medio del temporal. Y los coordinadores Mario Quintana y Gustavo Lopetegui son cada vez más las víctimas propiciatorias del resto de los ministros por ser quienes auditan cada área para el Jefe de Gabinete, Marcos Peña. Las sombras del ocaso acechan a cada uno de los especialistas económicos que antes parecían infalibles.
Un caso especial es el de Elisa Carrió. Se apartó a tiempo de la tragedia de la Alianza pero lleva en sus espaldas la mochila de aquella experiencia para usarla cuando saltan las alarmas en el universo de Cambiemos. El jueves pasado estuvo con el ministro de Energía, el tiroteado Juan José Aranguren, justo cuando la tensión sobre el Gobierno se hacía insoportable y nadie daba la cara. El ex Shell había preparado las respuestas a las 20 preguntas que Lilita le había disparado y la llamó para hacérselas llegar.
– No me las traigas; voy yo para allá…-, le avisó Carrió, quien un rato más tarde se sacó una foto con el ministro y su equipo para postearla en su influyente cuenta de twitter. Después cruzó la calle Yrigoyen y se metió en la Casa Rosada con la excusa de visitar a Fernando Sánchez, el dirigente de la Coalición Cívica que trabaja junto a Peña. Resultó lógico que los periodistas la consultaran y que la respuesta de Lilita sobre el dólar (“está todo bien muchachos”) fuera la única voz oficial de ese día cargado de teorías conspirativas. La voz de los momentos importantes.
Con el acierto o el error, Macri es quien escribirá el destino que le espera en el futuro inmediato. Si los millones del Fondo Monetario son reaseguro suficiente y restituye la pérdida de credibilidad, podrá volver al sendero de la competitividad electoral que lo hizo pensar en su reelección antes de tiempo. Si las correcciones políticas y económicas no fueran suficientes para superar la montaña del ballotage de 2019, tal vez deberá pensar en Vidal o en algún otro candidato que ponga a salvo la herencia de Cambiemos.
Un horizonte incierto se abre, en cambio, si la ayuda del FMI y las modificaciones en la gestión no alcanzaran para revertir la crisis. Está claro que el peronismo ha empezado a explorar los caminos del regreso al poder como está claro también que aún carece de un líder en condiciones de entusiasmar a una sociedad agobiada por la montaña rusa de sinsabores en que se ha convertido la Argentina.