Brasil, primera estación

Esta nota fue publicada originalmente en el sitio PolíticaArgentina

En escasas dos semanas, la atención político electoral se concentrará por un mes en Sudamérica. El 5 de octubre se realizarán las elecciones presidenciales en Brasil, una semana más tarde en Bolivia y el 26 en Uruguay. Ese mismo día también se realizará el segundo turno electoral en el país más grande de la región. En el lapso de veinte días Sudamérica vivirá cuatro actos eleccionarios que definirán el mapa político de los próximos cuatro años. Sin lugar a dudas la elección en Brasil concentra la atención de la región y del mundo por el peso específico del país, por la incertidumbre que genera la paridad que anuncian las encuestas, y por las consecuencias que tendrá el resultado para el hemisferio Sur, en especial para nuestro país.

En dos domingos, casi 160 millones de brasileros acudirán a las urnas para definir la continuidad o la clausura del proceso político iniciado por Lula da Silva en enero de 2003. El Partido de los Trabajadores (PT), la agrupación política que dominó la política carioca desde hace 12 años, tendrá la difícil tarea de revalidad títulos en una elección que aparece como la más reñida desde que el PT es gobierno. Esta vez, el desafío político proviene desde las propias entrañas del partido, ya que Marina Silva, la principal candidata opositora en esta contienda, no sólo fue ministra bajo los gobiernos de Lula, sino también una veterana militante del Partido creado por el dos veces presidente de la República. Es decir, por primera vez, el PT debe competir con un espacio político que rescata elementos de su gobierno, que no se presenta como una oposición conservadora en términos ideológicos y que se encuentra cabeza a cabeza en las encuestas preelectorales. Debe aclararse, sin embargo, que las otras contiendas electorales tampoco fueron sencillas para el oficialismo (todas las ganó en segunda vuelta), pero desde el inicio de la campaña partía con una nítida ventaja. A pesar de la popularidad de Lula las elecciones de 2002 y 2006, el PT no pudo obtener más del 50% requerido para vencer en primera vuelta (46,4% y 48,6% respectivamente), en tanto en el 2010 Dilma alcanzó el 46,8%. Por lo que la novedad no es la casi segura segunda vuelta a desarrollarse el 26 de octubre, sino las chances concretas que el oficialismo pierda con una candidata oriunda de sus pagos y con un discurso que promete “mantener lo bueno y cambiar lo malo”, una estrategia que parece ser una constante para los universos opositores en los últimos tiempos en la región.

Este desafío, a su vez, emerge en un contexto distinto a las otras elecciones. Además del lógico desgaste de más de una década de gobierno, se suman las protestas iniciadas el año anterior en las grandes ciudades del país, una economía con menor crecimiento comparado con los años precedentes y las deudas pendientes de una administración que deberá encarar a futuro las reformas de “segunda generación” para dinamizarse. Luego de años de una tasa de crecimiento económico sostenido y de haber incorporado al mercado a gran parte de la población, entre los que se contabiliza un aumento del 40% de los sectores medios según datos del Banco Mundial (la expansión de las clases medias en la región fue del 50% según la misma fuente), hoy el país pasa por los “cuellos de botella” de la mayoría de las economías sudamericanas. La necesidad de un “salto de calidad” en la gestión del Estado, lo que en palabras de José Natanson se expresa como “crisis de crecimiento”, alerta sobre la existencia de un nuevo conjunto de demandas que trasciende las mejoras otrora urgentes de principios de este siglo como eran el desempleo, la pobreza, la indigencia y el acceso a bienes de consumo. El claro mejoramiento de las condiciones de vida de buena parte de la sociedad luego de más de 10 años de gobiernos posneoliberales, dieron origen a nuevas demandas que se instalaron en la agenda pública como son la inseguridad, los problemas del transporte y el deterioro de la calidad de la salud y la educación.

La tasa de aprobación de la gestión de Dilma, según Latinobarómetro, promedió el 70% en sus tres primeros años, aunque es evidente que tuvo un fuerte retroceso en este 2014, tras las fuertes movilizaciones que tuvieron su epicentro en San Pablo, y que luego se desplegaron a otras grandes ciudades, las críticas a la primera mandataria por los gastos faraónicos para la construcción de estadios para el mundial, y los casos de corrupción que se destaparon durante el último mes en torno a Petrobras. De todas maneras, la presidenta brasilera aún mantiene un nivel de adhesión que le permite puntear en esta primera vuelta. Según las últimas mediciones, Dilma alcanza el 38% de las preferencias frente al 33% que cosecha Silva. Muy atrás tercero en las mediciones figura Aécio Neves del tradicional Partido conservador PSDB, quien hasta el trágico accidente del candidato Eduardo Campos, se encontraba en un cómodo segundo lugar, y que se vio superado por el “Huracán” Marina.

En catorce días se jugará el primer partido. El segundo y decisivo tendrá lugar el 26 de octubre. Allí se sabrá si los brasileros decidieron darle continuidad a un gobierno que dignificó la calidad de vida de vastas porciones de su sociedad, o sí resolvieron patear el tablero para iniciar un nuevo camino que, a pesar que desde el discurso no aparece como una ruptura total, significaría cortar con la hegemonía del PT y del principal proceso político de la región. Sin lugar a dudas, lo que suceda en un mes en Sudamérica tendrá un impacto directo en nuestro país. Una victoria de Dilma, permitirá mantener un grado de certeza mayor en lo que hace al intercambio comercial, la política de alianzas y en especial en lo relativo a la inserción regional del país. Una derrota del PT afectará de llenó en las economías del sur y será un cascotazo al rostro de los gobiernos que priorizan la alianza estratégica con Brasil. La evidencia regional muestra que no es nada sencillo ganarle a un presidente en vías de reelegirse. Hasta hoy, desde el giro a la izquierda en Sudamérica, no hay casos de presidentes derrotados. De todas formas, es siempre el soberano quien tiene la palabra ese día. Esperemos un rato entonces.

Acerca de Mariano Fraschini

Doctor en Ciencia Política y docente (UBA- UNSAM- FLACSO)

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