¿Habilidad u honorabilidad?
El peor pecado –error, falta– que puede cometer un político es anteponer a los proyectos colectivos –y desnudar públicamente esas intenciones– una estrategia estrictamente personalista. No digo que los dirigentes que tienen vocación por conducir mayorías no posean vanidades o intereses personales ni tampoco sostengo, claro, que quienes interpreten esas voluntades no sientan ni deseen que ellos, y solamente ellos, estén llamados a ejercer ese liderazgo. El suicidio político consiste en sacrificar a los conducidos en función del mero beneficio personal, en permitir que las pasiones dominen la acción que debería ser –perdón por la poca elegancia del estilo prescriptivo– lo más cercano posible a la racionalidad o a la maximización de los beneficios personales y colectivos. En la relación entre conductor y conducidos debe haber una sintonía dialéctica en la que ninguno de los dos sectores debe estar, en términos absolutos, al servicio de las estrategias del otro. El jueves, el titular de SMATA, Ricardo Pignanelli, recordó el consejo que alguna vez le había dicho el número uno de la CGT, Hugo Moyano, hace unos años: “Ricardo, nunca hay que poner a los trabajadores de tu gremio en un callejón sin salida. Yo no lo hice ni aun en los años duros contra el menemismo.” Es una máxima fundamental para todo líder gremial, excepto para aquellos que colocan los intereses personales o los de los partidos “minúsculos y maximalistas” por sobre las necesidades del laburante común. ¿Por qué Moyano decidió pegarse un tiro en la boca?
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