Sigue la fiesta, convencido el oficialismo de que apunta más al 60 que al 50% en octubre. Y Ella, entretanto, precisa y determina un perfil propio –casi una separación figurativa del cuerpo y el alma que la unía a Néstor, aunque sin ceder la identidad, dirían sus intérpretes– al tiempo que soporta esporádicas lluvias tropicales. Daño de la Naturaleza, sin duda. No de la oposición humana y política, ya consumida antes del inicio electoral: Eduardo Duhalde sufre por excitar voluntades con un acto en la Plaza de Mayo mientras Ricardo Alfonsín se vuelve reticente ante su propio partido para reclamarle una ratificación de su candidatura. Se lo demanda la Justicia y hay quienes imaginan que no podrá ser candidato si, como los vendedores de autos, sigue flojito de papeles. A Cristina, en cambio, la turba esa inquietante amenaza del dólar y la siesta que, al respecto, dominaba al Banco Central (de ahí las explicaciones de dudosa credibilidad vertidas por Mercedes Marcó del Pont). O se nubla, en Olivos, por la exposición a la que la sometieron dos dirigentes sociales que, sin revisar antecedentes, le llevaron a la madre de Candela para consolarla en su desgracia. Ella quiere preocuparse, ser solícita, comprensiva, amable, pero no ingenua. De ahí que, por su propia cuenta, lo llamara al médico encargado de la autopsia de la nena para confiarle su garantía de que nadie interferiría en su idóneo trabajo. No fuera a pensarse que algún otro factor de poder pudiese entorpecer esa tarea.
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