Se habló mucho del cacerolazo y de su carácter no espontáneo. Hablaron periodistas, polítólogos, políticos, sociólogos, militantes… pero no lingüistas o más específicamente analistas del discurso. Y para algo taaaan pensado desde, para y por el discurso, que empezó como un nombre que se quiso épico (del lado de sus organizadores y promotores) aún antes de que el hecho existiera, en este nos parece humildemente un error. Para subsanarlo, buscamos la opinión de una especialista argentina: la profesora Laura Calabrese, a cargo de la Cátedra de Comunicación Multilingüe en la Universidad Libre de Bruselas y autora de un libro sobre cómo se denomina a los acontecimientos en la prensa (Événement et discours: Le mot à mot de la presse, Lovaina, Academia Bruylant), que saldrá el año que viene. Nos dijo entonces Calabrese:
«La manifestación del 8 de noviembre fue un acontecimiento interesante desde muchos puntos de vista : sociólogos, politólogos e historiadores lo comentaron ampliamente. Como analista del discurso, lo que me interesa en este acontecimiento es básicamente lo que me interesa en todos los otros: el nombre. Hay un par de cosas más o menos obvias para decir y otras no tanto. La más evidente es un fenómeno que se observa a menudo en acontecimientos que oponen países, intereses económicos o entidades políticas, y que los lingüistas llamamos un paradigma de designación: 8N, cacerolazo, manifestación. En la medida en que cada denominación contiene el punto de vista de un grupo, va a haber discusiones en el espacio público alrededor del contenido de cada una, como en este ejemplo: “Llamar al cacerolazo manifestación espontánea es mentir”, dijo Fernando “Chino” Navarro.
«Menos obvia es la manera en que el acontecimiento es nombrado. En las democracias occidentales, son los órganos de información, independientes del Estado, los que se encargan de nombrar el acontecimiento. Claro está, los medios de información no nombran con total libertad sino en función de “libretos” culturales o patrones cognitivos comunes, que reflejan la interpretación habitual que se puede hacer de un acontecimiento (Sandy fue una “catástrofe natural”, el terremoto en Haiti fue una “catástrofe humanitaria”, el 11 de septiembre fue un “atentado”, la vaca loca fue una “catástrofe sanitaria”, Fukushima fue una “explosión nuclear”). Son justamente esos “libretos” (ayudados por la homogeneización de la información que operan las agencias de prensa) los que explican que no haya cacofonía en la nominación de acontecimientos en la prensa (sí entre los actores, como en el ejemplo más arriba, que se puede asimilar al de la gripe que fue porcina, mexicana y norteamericana antes de ser H1N1). Llaman entonces la atención varios elementos: la manifestación del 8 de noviembre fue nombrada por actores de la sociedad civil y política a la vez que ciertos órganos de información (habría que ver cuáles, cómo, cuándo), y el acontecimiento fue tal antes de tener lugar. Claro, hay acontecimientos previsibles, como una elección o una conferencia de prensa, pero pocos tienen nombre, y sobre todo un nombre tan cargado simbólicamente.
«Además, los acontecimientos que los medios suelen nombrar con una fecha pertenecen a una categoría particular: se trata de hechos que rompen el curso habitual de la vida pública: el 11-M en España, el 11-S en Estados Unidos, el 21 de abril en Francia (cuando Le Pen pasó a la segunda vuelta). Esos acontecimiento contienen ya una fecha de conmemoración, lo cual les da un poder inestimable en la memoria pública. Lo que se ha observado con ese tipo de nombres, que se pueden asimilar a los nombres propios (como los topónimos: Fukushima, Beslan, Tchernobyl…), es que tienen una gran capacidad para conservar la memoria social, precisamente porque tienen muy poco contenido semántico. Lo que sucede habitualmente es que el sustantivo común que sirve para describir el acontecimiento (atentado, explosión, elecciones) se borra, para dar lugar a una metonimia: la fecha. En el caso de la manifestación del 8 de noviembre, circuló más bajo la forma breve, metonímica, que bajo la forma de un enunciado original completo. De alguna manera, la denominación nació lista para circular como símbolo, para formar parte de eslóganes, para cargarse de sentido, de fantasmas (como todas las fechas que designan acontecimientos), de imágenes, para marcar una ruptura y dividir aguas (los que fueron, los que no fueron), para marcar un antes y un después».
PS: Ómix pregunta en EeE si no pasa lo mismo con la denominación 7D. Respuesta: claro, pero la gran diferencia es que es que no hay poética de la espontaneidad con eso.