El panorama para la votación del próximo 8 de agosto en el Senado no es alentador. Parece probable que el aborto no vaya a ser ley este año y que habrá que esperar, como mínimo, hasta 2019 (o más probablemente hasta el año no electoral de 2020). Sin embargo, más allá de eso, no caben dudas de que Argentina ha vivido un proceso histórico a este respecto que no tiene vuelta atrás.
En este sentido, está claro que si hoy en día se discute el aborto en la Argentina no es por una mera gracia presidencial sino por la revolución cultural que supuso el crecimiento del movimiento feminista en los últimos tres años. Aún así, hay que aceptar que Macri tiene razón al afirmar que con su habilitación parlamentaria logró que el tema dejase de ser un tabú para la sociedad argentina.
Porque hasta antes de la habilitación presidencial el aborto no dejaba de ser, públicamente, un reclamo sectorial, anclado dentro de los colectivos feministas. O incluso dentro de solo parte de ellos. Aunque hoy pueda parecer inverosímil, la primera convocatoria al Ni Una Menos en junio de 2015 no incluyó al aborto en su lista oficial de demandas. Se incluyó recién en la marcha de 2016, aunque solo a raíz del caso Belén. La historia de esta joven tucumana llevó ciertamente a pedir por la despenalización universal de la interrupción del embarazo. Aun así, no deja de ser significativo que lo que se denunciaba en su caso era la penalización de un aborto espontáneo, y no la penalización del aborto en general. La protesta contra los femicidios fue, evidentemente, un lugar más fácil por el cual comenzar a visibilizar socialmente los reclamos de género.
Difícilmente Macri esperaba, al habilitar el debate, toparse con el quiebre de este tabú. Es que aunque el tema logró llegar al Congreso gracias al impulso del movimiento feminista, el debate se planteó todavía en términos antiabortistas: no como un asunto de salud pública sino como un tema de conciencia individual de cada legislador. Es decir, como si fuera un problema meramente moral.
Pero fue esta votación en términos morales la que permitió generar (momentáneamente) una nueva grieta hasta entonces impensada en la sociedad argentina, que atravesó transversalmente a todas las fuerzas políticas. Una grieta, fundamentalmente, entre la matriz católica y la matriz liberal (o entre liberales conservadores y verdaderamente liberales). Pero también entre las viejas y nuevas generaciones, y entre Buenos Aires y el interior del país.
Este escenario se pudo dar precisamente porque, a excepción del FIT, ningún partido presentó en Diputados una postura orgánica al respecto. Y por suerte. Porque, de haber sido así, probablemente el proyecto no se hubiese aprobado: a juzgar por la cantidad de votos en un sentido y otro, solo el FPV, la UCR y el FIT hubieran apoyado en pleno la ley. El PRO, la CC, el Peronismo Federal, el Frente Renovador y varios minibloques provinciales hubieran debido votar en su totalidad en contra, alcanzando seguramente una mayoría simple.
Sin embargo sucedió lo que Macri no esperaba. Lo que de antemano pensó que sería, como mucho, una campaña competitiva entre ambos bandos, se evidenció como una abrumadora mayoría a favor de la despenalización. Mucho favoreció la situación, es cierto, que el escenario de discusión fuera la Ciudad y no las provincias del interior. Pero, de cualquier forma, la mayor solidez de los argumentos pro abortistas y, sobre todo, la enorme mayoría de figuras públicas que apoyaron el proyecto generaron un escenario que, más allá de que el aborto se apruebe en agosto de este año o no, parece estar avanzando de forma avasallante sobre las pretensiones anti legalización.
Es posible que más gente de la que se cree esté en contra de la legalización del aborto. Una interesante encuesta hecha por la consultora Ipsos en julio de 2018 muestra que un 40% a nivel nacional es partidario de la ley, mientras que un 49% se manifiesta en contra (aunque al dividir por ingresos se revela que el rechazo a la legalización solo gana en los sectores de clase baja, mostrando seguramente su permeabilidad al discurso de la Iglesia). Pero, aun así, lo determinante es que el apoyo al proyecto, sea por las mayores movilizaciones que suscita o por el apoyo de famosos y profesionales, está sin dudas ganando hoy la opinión pública. Y, como suele suceder en política, el impacto real de una movilización social debe medirse no en términos absolutos sino en términos relativos: comparando lo que fue realmente con lo que se esperaba que fuera.
Esto cambió por completo el panorama, colocando de pronto a los antiabortistas a la defensiva (o perdiendo la hegemonía, diría Gramsci). Es decir que, lentamente, el aborto está dejando de verse como una cuestión de conciencia personal para comenzar a verse como una responsabilidad institucional, en tanto problema de salud pública. Por eso resultan tan significativas declaraciones institucionales a favor de la despenalización, como la decisión del bloque de senadores del FPV-PJ de votar en su totalidad a favor del proyecto.
En la medida en que el sentido común empiece a entender al asunto del aborto como una cuestión de salud pública a los senadores les será cada vez más difícil evadirse de su responsabilidad de votar contra la legalización, aun cuando personalmente estén y sigan estando en contra de interrumpir el embarazo. El cambio de postura de Cristina Kirchner, y de tantos otros senadores o diputados, podrá obedecer a una calculada conveniencia política. Pero de cualquier manera son un síntoma de este nuevo enfoque con el que se está comenzando a percibir el problema.
¿Y el Gobierno cómo queda parado en todo esto? En algún sentido Macri logró llevar a cabo el sueño inconcluso de Margarita Stolbizer: al habilitar el debate “ya ganó”. No solo porque aprovecha un casillero vacío que dejó el kirchnerismo y porque logra que momentáneamente no se hable solo de los acuciantes problemas económicos, sino sobre todo porque, al dar cabida a una medida moral y socialmente progresiva, muestra una nueva cara diferente de su tradicional veta ajustista y conservadora.
Lo sorprendente de este inesperado auge pro aborto es, sin embargo, que se da el escenario irónico en el que el Gobierno logrará aprovechar más esta nueva cara si pierde la postura mayoritaria en su partido. Porque evidentemente, como están las cosas, el peor escenario posible sería ser visto como el núcleo conservador gracias al cual no se aprobó la ley (aún peor si se da por un eventual voto desempate de la vicepresidente).
Por el contrario, favorecería mucho más al macrismo poder decir que formó parte del proceso de aprobación (aunque en los hechos la mayoría de su partido haya votado en contra) de una ley progresiva tan histórica como el divorcio o el matrimonio igualitario. El Gobierno evidentemente lo sabe y por eso dejó que el ministro de Salud, Adolfo Rubinstein, fuera a convencer a los indecisos al Senado tras haber hecho lo propio ya en Diputados.
El núcleo duro de votantes conservadores de Cambiemos difícilmente deje de elegir a Macri como opción política. Sobre todo porque, en definitiva, nadie lo quiere demasiado por sí mismo sino más bien como la mejor opción antiperonista o antikirchnerista, y ese escenario no se modificó.
En definitiva, la aprobación del aborto le permitiría al Presidente seguir haciendo lo que hizo desde que asumió: mostrarse como lo que no es. Pero, esta vez, en un plano inédito para él como es el las políticas sociales, en las que hasta ahora solo dejó ver su esencia ajustista o antirredistributiva. Aparecer como promovedor, aunque sea indirecto, de esta ley hará que le sea más fácil penetrar o tomar aire en un núcleo de votantes que la actual coyuntura de crisis le vuelve esquivo. Además, claro, de que la confrontación con la Iglesia le da algo más de realismo a su intención de establecerse como una derecha moderna y liberal.
En resumen: el rechazo al aborto no aportará nada nuevo a un Gobierno que, desde diciembre pasado, viene padeciendo un importante desgaste. Por el contrario, su aprobación puede generarle una renovación de imagen que tanto necesita en este momento en el que lo económico no ayuda.
A quienes crean que la postura mayoritaria de Cambiemos en contra del aborto impediría que Macri capitalice políticamente la ley, cabría recordarles que en ocasión del Matrimonio Igualitario el FPV tampoco presentó una posición orgánica a favor. Es cierto que el tablero se da vuelta: la gran mayoría de los legisladores kirchneristas votaron en ese momento a favor, igual que ahora la mayoría del macrismo votó en contra. Pero, en tiempos de redes sociales, la imagen de la diputada Lospennato siendo aplaudida por la Cámara de Diputados en pleno en la última alocución previa a la votación parece valer más que mil datos duros.