Hoy la socióloga Norma Giarracca intenta desafiarnos a debatir en Página/12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-171257-2011-07-01.html) un aspecto muy relegado en las agendas pública de las universidades y de los organismos principales de ciencia y tecnología. Luego de retomar las líneas antecedentes del debate -principalmente en los dorados años sesenta de desarrollismo y política científica- acerca de la posibilidad de transformación que tiene la actividad científica no sólo en el sector socioproductivo, sino también en lo modos de concebir el conocimiento en las sociedades y la posibilidad de instrumentarlos para ciertos fines; Norma dispara una catarata de preguntas maravillosas
«¿Cuál es la situación en Argentina? ¿Por qué, frente a posibilidades de expansión del sector científico en condiciones inéditas, no se han generado aún espacios de discusión semejantes al mexicano? ¿Por qué algunos siguen con la idea lineal de una universidad convertida en la proveedora de conocimientos para el Estado o en oferente de tecnología para grandes empresas? ¿Por qué el país que dio pensadores como Jorge Sabato u Oscar Varsavsky no genera una discusión amplia y democrática?»
Realmente hay un vacío en los pasillos, hay vacíos en las carreras de exactas y de sociales que no se saldan con un nuevo edificio para el Instituto Leloir, ni con más subsidios del Ministerio de Ciencia para las empresas privadas que no invierten en Investigación y Desarrollo e Innovación ¿Por qué no hay cuestionamientos de las leyes y los mecanismos reguladores principales de la investigación científica y tenológica argentina,; leyes que, como la ley 23877, fue aprobada por una exigencia del BID en los años negros del menemismo? ¿Por qué la ciencia aún no puede desligarse del aura de exitismo y de honores a Nobeles y aún no se la ha manchado de barro de la Historia? (Pensemos que ahora Alberto kornblihtt, el «Messi de la ciencia», ¿y el «River» de la ciencia quién es?)
Cuando la ciencia se manchó de Historia fue tildada de marxista, y Norma bien toma ésto como una causa del silenciamiento de la política científica argentina. Y luego, ella considera las otras causas, la más letales por ser las presentes: «la pasividad de muchos hombres de ciencia ante la “cuestión pública” y su desconocimiento de cuestiones sociales y ambientales; 3) el desencuentro actual con pensamientos críticos del siglo XXI.»
Hay una generación de pensadores de la ciencia que fue silenciada, desaparecida de las agendas, y sólo reducida a libros que aisaldamente leen científicos que los retiran de las bibliotecas. Pero su planteos vienen un poco -un poco- a contramano de cómo se conciba a la política científica nacional actualmente.