De un tiempo a esta parte, las distintas elecciones provinciales y municipales que se suceden deben leerse más desde especificidades locales que de tendencias generales. Nunca falta ni de una ni de otra; varían las proporciones según el caso, apenas.
El último domingo comicial en Santiago del Estero no fue la excepción.
El kirchnerismo se ha expresado, desde que la provincia norteña se normalizó institucionalmente en 2005, en más de una versión, a veces hasta en tres. Eso le ha permitido al contar siempre con los tres senadores nacionales que aporta Santiago a la cámara alta. El ex gobernador y actual presidente provisional del Senado, Gerardo Zamora, y su máximo rival en la interna provincial, el intendente de La Banda, Héctor Ruiz, han compartido, pese a ello, el Frente para la Victoria hasta las elecciones legislativas del año pasado. Ambos tienen alambrados sus territorios pero, a la vez, han sabido proyectarse, y respetable y competitivamente, a nivel federal.
Siempre, eso sí, con ventaja en las urnas para la tropa de Zamora. Que en octubre de 2013, a través de una división artificial de su Frente Cívico, arrebató, en 1/2, la senaduría minoritaria a Chabay, quien competía bajo la sigla FpV y quedó relegado al cuarto lugar (tercero fue UNEN). En la elección a gobernador, un mes después, fue igual: y Zamora impuso a su esposa.
Eso es todo cuanto puede extraerse como dato relevante para lo que será la discusión sucesoria presidencial de 2015. Y lo único que importa para entender el salto de Ruiz al Frente Renovador. La mejor –por no decir única– jugada que pudo intentar el jefe político bandeño para evitar su encierro definitivo en el municipio. Que apunta en dirección a la candidatura a jefe del Estado santiagueño por la administración central en 2017 –eso supone que será Massa entonces–. Por su parte, el ex intendente de Tigre compró un caballo de comisario que por estas horas le permite un discurso triunfalista inverosímil, bañado de frepaseo republicanista/libertario (de sabor antiperonista), sobredimensionado en el microclima porteño. Humo, y barato.
Pero lo cierto es que, a fin de cuentas, lo que triunfó en la única sobre 26 intendencias santiagueñas disputadas que se llevó el FR –contra 24 del zamorismo, que promedió más de 60% de los votos globalmente considerados– fue el oficialismo municipal.
Es natural y entendible esta disputa dialéctica que emprende Massa (el relato, al final del día, es una pasión transversal), al tiempo que explora el despliegue de su partido, por ahora distrital, en el interior. De hecho, le hace, le hará muchísima falta. A dichos respectos, es tan posible decir que quien apuesta al futuro institucional (Ruiz) lo hace sobre la montura del FR, como que el oficialismo provincial, frente a un desafío a su posición de privilegio –si se suscribe lo anterior–, no abandona el dispositivo que sintetiza la presidenta CFK, aún en la incierta perspectiva de 2015. No es por ahí, pues, que deben encararse los análisis; si se estiran tales razonamientos se caerá en inconsistencias a uno y otro lados del mostrador.
El año pasado dijimos, a propósito de la elección a gobernador correntino, triunfo de la UCR en la única provincia que conserva, y siendo que se estaba diciendo que a partir de ello se podía aventurar un reverdecer radical, que no se trataba “de negar que el radicalismo tenga posibilidades de vencer dentro de dos años. Pero en modo alguno se puede colegir semejante cosa apenas a través del resultado de Corrientes. Mínimo, voluntarismo.”
Cámbiese UCR por Massa y Corrientes por Santiago del Estero, cópiese y péguese.