El fallecimiento del comandante Hugo Chávez puso en el centro de la escena varias de las cuestiones que hacen al punto central del debate político argentino y sudamericano. Desde su irrupción, Chávez, tanto como los Kirchner en Argentina (o como Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia y el PT en Brasil), fue en Venezuela el eje organizador alrededor del cual gira la construcción del posicionamiento ideológico de la sociedad.
La gigantesca movilización que lo despidió durante más de una semana revela, también, como varios otros episodios que tuvieron lugar en la región durante la casi última década y media, que la sustentabilidad de los actuales proyectos gobernantes radica en la capacidad de convocatoria y movilización de quienes los conducen.
Chávez asomó a las grandes ligas de la política venezolana como ruptura de la unidimensionalidad que había impuesto el llamado Pacto de Punto Fijo, el estatuto programático inconmovible, común a todas las formaciones partidarias, que sustentó la traza del liberalismo venezolano durante 40 años (1958/1998), y que terminó volando por los aires.
Asimismo conocimos en Argentina la invariabilidad a que fuera sometida nuestra democracia en el ciclo histórico que fuera desde la llegada del ingeniero Celestino Rodrigo al Ministerio de Economía, durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, hasta que finalizó el gobierno del doctor Fernando De La Rúa por su impotencia para hacer frente a una reacción popular de dimensiones similares a lo que fuera el Caracazo venezolano de 1989.
Al cabo de 14 años de gobierno, a nuestro criterio con éxito sin precedentes, lo que se observa en Venezuela es la obstinada pertinacia de la oposición al chavismo en no incorporar a sus respectivos bagajes lo operado por el posneolineralismo.
En esos términos, la oferta que defienden es el recetario clásico de lo que fuera el marco consentido que se quebró a partir de los sucesos que tuvieron lugar durante el lapso de casi diez años que transcurrieron entre el Caracazo y el primer triunfo presidencial de Chávez. Más allá o más acá de la asombrosa incapacidad retórica e intelectual de que hace gala Henrique Capriles, el mascarón de proa del armado opositor, golpista en 2002 y exponente de baja intensidad conceptual y significancia en general, bien a la medida de quien pedalea sobre un programa cuyos lineamientos están por fuera de su capacidad decisoria.
En resumidas cuentas, la única posibilidad ciudadana de disponer decisiones de gobierno y no apenas sus conductores pasa, en Venezuela, por la revolución bolivariana. El cuadro de situación se replica transversalmente a lo largo de toda América del Sur, las líneas de fuerza que guían los comportamientos recorren el territorio subcontinental desatendiendo fronteras geográficas.
Así las cosas, en Argentina el opositor que en las últimas elecciones presidenciales escoltara, a casi 40 puntos de distancia, a Cristina Fernández, el doctor Hermes Binner, sostuvo que de haber tenido oportunidad de sufragar en Venezuela lo habría hecho por Capriles. También en nuestro país la disyuntiva política principal discurre alrededor de la determinación de retroceder, o no, a las lógicas de gobierno vigentes hasta 2001.
La pertenencia sistémica de Binner, que su declaración apenas confirmó, no debería sorprender. Así lo percibió su base electoral en 2011, por eso fue ejemplo de lo que se conoce como ‘voto cruzado’, en su caso –que por entonces alarmó a desprevenidos– en tándem con el diputado PRO Federico Pinedo –hombre de derechas si los habrá en el arco parlamentario nacional–, en el escrutinio de la Ciudad de Buenos Aires, al tiempo que fue el receptor de la fuga masiva de votos que emigraron del duhaldismo entre las PASO y los comicios generales.
Por lo demás, quienes al interior del FAP discutieron la declaración del pésimo ex gobernador santafesino no salen mejor parados cuando ponderan a Chávez al mismo tiempo que denigran a la presidenta a la que el jefe de la revolución bolivariana no se cansaba de elogiar en vida.
El reclamo hereditario que ensayan desde su pretendida autenticidad chavista en detrimento de la supuesta impostura oficial, luce lunáticamente desubicado, no sólo desde que carecen de uno de los principales insumos que alimentan al socialismo del siglo XXI: el sello de calidad que otorgan las urnas; sino y sobre todo porque el derrotero que han recorrido frente a cada capítulo abierto por la experiencia que conduce Argentina desde 2003 los situó invariablemente en la vereda de enfrente a la que ocupara el coronel de paracaidistas.
La nueva epistemología de Estado construida por los gobiernos posneoliberales de la región a partir del sencillo expediente de la reconfiguración de los términos en que se organiza el reparto de la renta nacional en cada uno de esos países –con las derivaciones que en un sinnúmero de sentidos ello supone–, tanto como –esto no en todos los casos– del edificio institucional de aparatos que eran incapaces de interpelar a las sociedades de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, ha abierto una grieta gigantesca entre las matrices beneficiarias del statu quo anterior y las fuerzas que pretenden nacer a lo nuevo.
Lo seguro es que nada de esto responde a caprichos personales de caudillajes que se pretenden fundacionales. Era un clima de época histórico que demandaba ser atendido, algunos simplemente prefirieron comprender que no se trataba de un turno constitucional más. Y si las impugnaciones circulan en torno de quienes atendieron a ese llamado es sólo en función de ocultar las líneas principales subyacentes del diferendo que motivó la nueva era.
Aquí tanto como en Venezuela, más allá de las especificidades propias de cada proceso, el litigio abierto contiene en su interior la pregunta de la opción por el retorno al pasado conocido o la conservación del presente que se ha revelado, bien que no perfecto –más vale–, superador. La partida de Chávez sólo lo ha refrescado. El resto es decorado mediático de ocasión.
Será cuestión de discernir correctamente la contradicción esencial para poder vertebrar la respuesta con éxito.
Pablo, un gran número de argentinos coincidimos con los grandes trazos expresados en tu post, sin embargo quisiera conocer tu parecer sobre un aspecto: ¿por dónde te parece que pasa la cuestión – ejes fundamentales – para que, además de no volver a un nefasto neoliberalismo, no volvamos (sin los ajustes necesarios) a otro punto de nuestra historia que, no por infinitamente más deseable que el pasado cercano, deja de ser inviable habida cuenta de las décadas transcurridas? Dicho de otro modo: ¿qué debemos recuperar, y dónde debemos hacer camino al andar? Un abrazo.
Ah, mi amigo. Si yo supiera eso no lo escribiría, lo haría.
Claro, te entiendo perfectamente, ahora: ¿cómo vamos a llegar si no sabemos a dónde tenemos que ir? Después de diez años de gobierno algunas cosas deberían / deberíamos tener más claras, ¿no?