Hay argumentos muy válidos en favor de la focalización y en contra de la universalidad.
De alguna manera (y como reafirmación de tal postura), si tenemos que definir sintéticamente qué es una política redistributiva diríamos que se trataría de cobrarles a los ricos para transferirles a los pobres. La universalidad no cumple (a priori) con esta premisa.
Sin embargo, nos parece que todavía estamos en una etapa previa a la de abordar esa discusión. Nos encontramos con una idea de Estado que estableció sus postulados sobre seguridad social en un mundo distinto al actual.
Partimos entonces de una situación básica de desigualdad. Porque la seguridad social, desde el estado, estaba pensada para una sociedad en la que imperara el pleno empleo. Entonces, un trabajador registrado cobraba asignación para su hijo; el emergente social de los cambios de contexto, o sea, el trabajador informal o el desempleado, no tenía prevista la misma cobertura.
La AUH sirve para subsanar esa desigualdad de inicio. No es, ni más ni menos, que extender los postulados de seguridad social para alcanzar la cobertura de actores sociales «nuevos».
Este reconocimiento alienta el elogio: es maravillosa la AUH. Y éste elogio es un guiño en favor de la vocación de universalidad: darles a los que no lo tienen (que encima son pobres), aquello que tienen los demás. Es una especie de reparación.
Pero también exige una responsabilidad: porque no alcanza. Decir esto no es menoscabar el esfuerzo increíble por ir de a poco llevando a cabo la titánica tarea de reconstruir un Estado deconstruido y, al mismo tiempo, adaptarlo para que dé abasto en una situación distinta.
Por el contrario, nos tiene que servir para darnos cuenta de que tenemos que enfrentarnos incluso a prejuicios propios, tan arraigados que hasta se nos han naturalizado.
Después de estos últimos años de historia, nos hicimos una idea de Estado (insisto con lo de «idea», no hablo de las deficiencias) que lejos de reconocer la desigualdad intrínseca que genera el modo de acumulación capitalista, y actuar en dirección contraria, está pensado y diseñado para operar en la misma dirección. Un ejemplo: resigna recursos en exenciones de impuesto a las Ganancias, que a otros les niega en simples asignaciones familiares. La simple reparación de esta desigualdad ya nos pone en pie de debate.
La AUH como derecho, entonces, es imprescindible. No para regocijarnos en la espera de que nos lleguen los laureles por haberla concebido. Sino para propiciar la recuperación de esa igualdad de origen perdida, que nos permita ya sí empezar a ver cómo construimos una idea de Estado distinta. Una idea de Estado que contrapese parcialmenteel sesgo inevitablemente desigual de la matriz distributiva en una sociedad capitalista. En ese espacio operan (irremplazables) las políticas focalizadas.
En la medida en que, día tras día, la máquina reemplace al hombre, resulta inevitable comenzar a pensar en que a futuro va a trabajar únicamente un 10% de la humanidad, y que un 1% de ese 10% serán los propietarios de la máquinas.
Es inevitable, y tal vez urgente, ponerse a pensar cómo será ese mundo ya no tan futuro como actual, y cómo se hará el Estado de los recursos necesarios para sostener el 90% del mundo «sobrante».
Otra que el 82% móvil. Hay que rediseñar todo.