[Publicado originalmente en Enanos en Elefante en febrero de 2008]
Autodeterminación. Toooooooooooodo aquel que se diga anarquista, cualquiera sea su orientación, o que se sienta interpelado por la filosofía, el pensamiento o la ética anarquistas, estará de acuerdo en que de eso se trata. La cuestión, como casi siempre, es qué entendemos por esa palabra que estamos usando.
No hay, no puede haber, autodeterminación si las necesidades básicas del individuo no se cumplen. Quien diga lo contrario miente o se miente. Quien debe preocuparse por asegurarse de que ella o él mismo y su familia tengan qué comer al día siguiente no tiene tiempo para preocuparse por lo que, a sus ojos y con justa razón, serán boludeces (gilipolleces, etc.). El cumplimiento de estas necesidades es la condición necesaria (evidentemente no suficiente) para llegar a la autodeterminación. Todo régimen o sistema que diga estar basado en la libertad o en algún bonito y romántico sinónimo y no plantee la cuestión del cumplimiento de estas necesidades es una impostura, esto incluye, primero y principal, al liberalismo (anarca o no). La supuesta libertad absoluta de, por ejemplo, el anarco-capitalismo es tan falsa como el acuerdo individual sobre el salario entre el obrero y el patrón de la revolución industrial, previo a la existencia de los sindicatos; no era un acuerdo, era un simple ultimátum del que tenía el poder («o aceptas lo que tengo a bien darte por tu trabajo o nada»).
El gran enemigo de la autodeterminación -y este es otro punto en el que todos los anarquistas o filoanarqustas estarán de acuerdo- es la concentración de poder. Hoy por hoy, en el marco del capitalismo globalizado en el que vivimos, pensar que luchar contra la concentración de poder -y de riqueza, porque va parejo- es luchar pura y únicamente contra las formaciones estatales es, por lo menos, anacrónico. Todo el mundo sabe, o debería saber, que los recursos naturales de nuestro planeta alcanzan y sobran para que nadie se muera de hambre -cosa indispensable, como se dijo arriba, para que pueda haber verdadera autodeterminación-, y sin embargo… En eso, al menos, no hay ningún misterio: los subsidios a la agricultura existentes en los Estados Unidos y la Unión Europea, que hacen que esos productos se terminen vendiendo en el resto del mundo muchas veces a precios de dumping, son los culpables de la inviabilidad de la producción agrícola en pequeña escala en un continente monstruosamente rico como África. Ése es un combate que debería importarle a todo anarquista: la reducción y eliminación de los subsidios que vuelven inviables iniciativas de producción en otros países.
El Estado no es el gran cuco; a veces es el principal factor de opresión de toda o una parte de la población, y a veces no. Muchas veces, la opresión, más que del Estado, viene de quienes se benefician de sus reglas; es el caso de los latifundistas y terratenientes que aterrorizan y criminalizan a los pueblos indígenas que reclaman tierras.
El combate anarquista es, debería ser, contra la acumulación de poder y de riqueza. Este puede tomar muchas formas; a veces implica declararse en rebelión contra el Estado, a veces no. Estar siempre y en todas las circunstancias en contra del Estado es ser antiestatista; ser anarquista es o debería ser otra cosa. Si no lo es, pues no seré anarquista; hay peores cosas en la vida.