En diálogo con el periodista Sergio Ranieri y con Ricardo, editor del magnífico Los Huevos y Las Ideas, coincidimos en cuanto al especial interés del Frente Renovador en un triunfo de Marina Silva en las venideras presidenciales brasileñas.
Las implicancias de Brasil en Argentina, y viceversa, no requieren de mayor abundamiento. Que, por otro lado, el lector las encontrará mejor explicadas en otros lados que éste. Por caso, en la pluma de José Natanson, probablemente quien mejor ha estudiado las novedades posneoliberales de la política regional. Hemos leído buenos textos que explican la sólida estabilidad de las líneas macro del modelo económico de Brasil. Que acotan los términos de la discusión programática. Ahora bien: una cosa es destacar la condición de mayor suavidad de los cambios que admite la estructura productiva del país vecino, y otra, muy distinta, negar directamente cualquier contradicción. La ilusión del consenso definitivo, inmutable, eterno.
(Proyecciones –pretendidamente anticipatorias– transfronterizas: de mínima, voluntaristas.)
De hecho, ello está confirmado en la “reacción adversa de los mercados” ante el repunte de Dilma Rousseff en las encuestas. Litigios abiertos no faltan allí, evidentemente. Parece mentira tener que repetir todo esto, todavía a esta altura de la soireé.
Es cierto: siempre es necesario matizar, complejizar, relativizar. La linealidad es mala consejera. Concedamos que Marina Silva no es un troyano del establishment (que, insistimos, existe; y que, en gran medida, adversa al gobierno petista). Lo cierto es que lo definitorio, como repetimos siempre en este espacio, no pasa por el examen de las individualidades del elenco dirigencial en pugna. Conviene, en cambio, enfatizar en el examen de las apoyaturas sociales que expresan. A fin de cuentas, la política es representación, en el campo institucional, de intereses (sociales, económicos, culturales, etc.).
Marina emerge, explican bien casi todos los que han analizado el tema, en función de las nuevas demandas de los desempobrecidos en tres mandatos de PT, que las tropas de Lula no logran abarcar. O, cuidado, que han decidido subalternar, en opción por los que aún continúan muy relegados en la pirámide social. Una cosa queda clara: con eso sólo a Silva no le alcanzaría para ganar las elecciones. Ni hablemos ya de gobernar, si es que acaso pretende no hacer mera administración de lo dado, habida cuenta de su autodenominada circunstancia de agente de cambio. La potencia de la antítesis la excede. Y la arrastra. No es para cualquiera eso de cambiar las relaciones de fuerza de una época.
Cualquier parecido con la realidad nacional no es mera coincidencia.
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Acerca de las necesidades argentinas respecto del resultado eleccionario del próximo domingo, con su seguro sucesivo segundo turno (dejamos esto para el final, a los fines de evitar el ombliguismo nacionalista), y aún con lo dicho arriba sobre el relativamente poco controversial modelo de negocios brasilero, quizá el pasado más cercano pueda proveernos de pistas para un mejor entendimiento del interrogante. Está fresco el recuerdo de los trastornos que provocó a nuestro país la devaluación de Fernando Enrique Cardoso en 1999. Tiempos en que la región funcionaba lejos de la sinfonía común actual, con todas los pero que a esta afirmación puedan aceptarse, porque es innegable que la institucionalidad mercosuriana/unasuriana (más CELAC) aún descansa en demasía sobre los personalismos. Con toda la precariedad que tales diseños legales suponen.
No obstante esto último, y aún cuando Argentina debe, en cualquier hipótesis, reimpulsar sus esfuerzos exportadores en la bilateral, y además reconfigurar su despegue desde allí hacia la diversificación de su comercio internacional (especialmente en la coyuntura post Griesa, que anuncia un giro en nuestra estrategia global), la recuperación de fuerza política en Brasil de quienes pregonan la necesidad de “mayor dureza” para con su vecino top, sólo puede significar la mala nueva de más piedras en el camino de una de por sí dificultosa situación en la que cada centavo de la balanza se está tramitando con demasiada viscosidad. Así y todo, a la geoestrategia PT no le da igual cómo le va a Argentina. Eso basta para descartar indiferencia.
A fin de cuentas, terminarán teniendo razón los liberales: las formas importan.