Dedicado a M.S., intendente no corrupto del Conurbano.
Cuenta la leyenda que en una reunión con vecinos del área periférica (Cuartel Noveno, quizás San José), en un anochecer cálido de de 1999, el flamante candidato del Frepaso por la Alianza a la intendencia explicaba sus intenciones gubernamentales vociferando de modo poco inteligible la promoción de una nueva forma de hacer política, el deseo luminoso de combinar participación ciudadana con una mejor calidad institucional, la necesidad de acompañar a Chacho para el cambio a nivel nacional y erradicar las prácticas clientelistas y perimidas del pejotismo.
Cuando los vecinos comprendieron que el candidato había venido a monologar más que a escuchar, ingresaron en un manso estado de exasperación que se potenció en la medida en que el rellenito futuro intendente evitaba referirse a cuestiones concretas vinculadas a las necesidades del barrio, por ejemplo el asfalto que taparía esas calles de tierra. El “puntero” que lo había convencido de que bajara, de que descender a los márgenes no era abismarse en el infierno, se quería cortar las venas al constatar el amateurismo del docente de La Celeste Sutebista, el profesor de matemáticas que chocó la calesita lomense (Rocamora dixit).
Ahora el candidato sazonaba su discurso mentando la importancia de la publicidad de los actos de gobierno y de tener una correcta declaración jurada. Algunos vecinos se levantaban y se iban, la mayoría permanecía por cortesía y lealtad al “puntero”.
Un viejito taciturno que se mantuvo expectante durante todo el monólogo, lo interrumpe y le pregunta: “Pero, usté ¿Qué va a hacer cuando sea intendente, don?”. Y el candidato contesta: “Nosotros vamos a hacer un gobierno socialdemócrata, como en Suecia y los otros países escandinavos”.
El silencio y el desconcierto fue el telón que cerró lentamente esa pintoresca mise en scene proselitista. Pocos intuían que allí se iniciaba la larga marcha frepasista hacia la intendencia lomense, la primera gestión no peronista del distrito desde 1983.
(Digresión: que boutade notable la de los gobernantes progresistas que comparan sus gestiones con las del primer mundo: Sabbatella dice que Morón todavía no es Copenhague, y Aníbal Ibarra soñaba con la alcaldía de Barcelona y con Baltimore)
El profesor Edgardo Di Dio fue favorecido con el dedazo sagrado de la Mesa Provincial del Frente Grande (FG) luego de que en Lomas de Zamora el Frepaso se hubiera impuesto a la UCR en la interna De La Rua-Meijide, y por lo dispuesto en el acuerdo provincial, los ganadores distritales colocaran las candidaturas a intendente y primer concejal.
Di Dio (ceterista) en Lomas, Laborde (pececito ala dura) en Avellaneda y Sabbatella (pececito juvenil) en Morón (¿Para cuando un segundo cordón, muchachos?) se transformarían en los únicas experiencias contrastables empíricamente del progresismo gestionando en el conurbano: aquello que el CONICET debería investigar para que los becarios gasten sus horas rentadas en algo más que un ensayito sobre “la crisis de representatividad política en la Argentina”.
Todos saben que como parte de esa “nouvelle vague” que decía traer formas renovadas de la construcción política, el Frepaso erradicó de su conducta partidaria la elección interna como método democratizador y definitorio de poderes y hegemonías internas.
Los espacios de poder, cargos y candidaturas se dirimían según el peso de los dirigentes nacionales y provinciales, y no por el desarrollo territorial especifico en cada distrito.
Esta lógica verticalista permitió que Mary Sánchez, presidenta del FG de la PBA impusiera a su delfín local Di Dio como exclusivo producto de una gigantesca rosca (al igual que Laborde y Sabbatella en sus distritos por los referentes de sus líneas internas) en conjunto con las otras espadas de la Mesa Chica: el Flaco Rodolfo R. (hoy operador de Ricardito, ayer de Sabbatella, y antes de ayer de Graciela FM)), el petiso Alejandro M (el pibe de la fede) y Juampi C. (el Papal).
Antes del ignoto Di Dio, se barajaron a dos “ilustres”: Marta Maffei (la cuota ceterista del Frepa) y Eduardo Sigal (cuadrito pececito, hoy kirchnerista de la primera hora), que declinaron la oferta, porque todos pensaban que en Lomas era una utopía batir al peronismo, y entonces preferían colar algo seguro y tranquilo (¿una banquita, tal vez?).
El profesor Di Dio era presidente del FG lomense, cargo al que llegó gracias a otro bando de la Mesa Provincial Pontífice luego de que diera por concluida la intervención del partido FG de Lomas. Dicha intervención fue la respuesta al resultado de las elecciones internas de 1997 en el distrito para la elección de autoridades partidarias y candidatos a concejales: la lista que nucleaba a todas las agrupaciones “oficialistas” del FG provincial fue escandalosamente derrotada por una lista local sin representación en la Mesa Provincial Papal del FG, pero legítima ganadora de la interna lomense.
El FG provincial (con el aval de Chacho Alvarez) decidió desconocer el resultado de la interna y procedió a decretar la intervención del FG lomense: la tantas veces teorizada democratización partidaria que Chacho proponía desde los tiempos de la Renovación Peronista y en la revista Unidos era soslayada en la práctica política concreta.
En realidad, las intervenciones distritales tenían un objetivo muy claro: desinfectar al FG de militancia territorial (de origen peronista ida del PJ a raíz del menemismo) que tendía a reproducir la “desordenada” e incontrolable práctica movimientista que tanto temía la Mesa Chica chachista, y que a base de elecciones internas y de un mejor desarrollo territorial ponía en ridículo a las agrupaciones del oficialismo partidario. Pero este proceso de limpieza étnica no había nacido en 1997, más bien en esos años se termina de concretar.
Para cuando se formalice la sepulcral unión con el exangüe radicalismo, el Frepaso ya será un partido sin “excedente militante”, sólo integrado por un elenco estable bendecido por los padrinazgos nacionales y provinciales que no tenían otro interés que sostenerse en la palmera de los cargos según “lo que traccionaran Chacho y Graciela” en el programa de Grondona.
El ingreso de militancia era celosamente controlado y hasta desdeñado, en tanto significaba una potencial competencia para aquellos que ya tenían armada la quintita, espacio estival que se sostenía a base de arteros rosqueos que incluían la venta de la madre y el sacrificio del más exiguo entorno militante si las papas quemaban y la Mesa Provincial retiraba su venia papal.
Este revolucionario mecanismo de ¿construcción política? motivó que el Frepaso chachista cayera sin atenuantes ante el aparato radical en la internita presidencial: da compasión ver como Chacho prefirió rifar en una interna perdida de antemano el espacio de su partido en la coalición, en vez de efectuar lo que mejor sabía: un acuerdo superestructural de reparto equitativo.
Tanto en esta actitud como en la derrota frente a Bordón en la interna del 95 (deglutido por el peronismo duhaldista y moyanista que jugó para el Pilo), se verifica la reticencia ante la instancia en la que se define la acumulación de poder y la vocación de gobierno.
Estas limitaciones políticas del frepasismo van a ser travestidas bajo una supuesta ética de las convicciones que se exacerbaría con la adopción definitiva del discurso anti-corrupción. De este modo fugaría del imaginario progresista la incómoda pregunta por la relación con los sectores populares, que no puede abordarse sin re-examinar los propios criterios de construcción política: es en este dilema donde germina el repudio al “clientelismo” y “el anti-pejotismo” como retórica vertebral del repertoir progresista, sin que se quiera admitir que lo que en realidad se expresa en esa cosmovisión es el gorilismo realmente existente, en tanto se impugnan las formas políticas territoriales que los sectores populares formulan y reconocen como propias.
El equívoco progresista que ya se visualizaba como destino fatal del Frepaso frente a las mayorías, es el que hoy se sigue reproduciendo en ese atenuado campo centroizquierdista que subsiste como kiosco del estío electoral, permitiendo el reciclado legislativo del “elenco estable” que soluciona de este modo su “situación laboral”, y poco más que eso: la palabra “poder” es una mala palabra.
Más que un partido de cuadros, el frepasismo era una cofradía de operadores, un ejército de devaluados epígonos del Coti Nosigilia que pugnaban por huir de cualquier práctica territorial para encaramarse en la rama más alta del rosqueo. Naturalmente, quiénes mejor se movían en esa maleza eran los frepasistas de filiación pececita ala dura (muchos de ellos hoy militan en el sabbatellismo) y los docentes del ceterismo celeste (hoy en el centroizquierdismo testimonial, en el acuerdo cívico pan-radical y en el kirchnerismo no peronista). El futuro intendente lomense era de esta notable estirpe, un operador aceptable con amplia capacidad de fuego a la hora de un cierre de listas, de esos que manejan bien la lapicera.
En 1999 el Frepaso le gana al PJ la intendencia por dos mil votos que se discutieron con furia en la Junta Electoral y en las oficinas municipales: contra todos los pronósticos, el peronismo lomense perdía el invicto. El Frepaso, que no pensaba en gobernar, debió comprarse de apuro ropa de gestión, pero no consiguió talle.
Para el justicialismo local se iniciaba un período de fuerte fragmentación interna e incapacidad de unidad que se expresaron como nunca en las elecciones de 2007, cuando Jorge Rossi fue ungido con el 17% de los votos.
Varios factores explican el resultado de 1999: el más elocuente tiene que ver con algunos déficits en el último tramo de la muy buena gestión justicialista de Tavano (1991-1999) relacionados con el desequilibrio fiscal y el resentimiento de la calidad de algunos servicios municipales.
Desde 1983 el peronismo gobernante en el distrito venía desarrollando una gestión ordenada y aceptable: Duhalde, Toledo y Tavano no habían hecho nada del otro mundo, pero garantizaban el pleno funcionamiento del municipio en sus aspectos básicos (obra pública, piso sanitario, acción social y servicios generales); pero en 1999 se presentan fisuras de gestión y se incurre en un retraso en el pago de salarios. Sin embargo, ello no será obstáculo para que la municipalidad continúe con su funcionamiento administrativo y la prestación de los servicios: esta será una diferencia sustancial respecto de la gestión frepasista. Gobernar es hacerlo con dificultades y restricciones (preguntemos en La Matanza).
No obstante, el intendente Tavano padece la misma situación que Quindimil en las elecciones de 2007 (a buen entendedor peronista pocas palabras), pero ni aun en esas circunstancias el justicialismo sufre una merma cualitativa de votos: 42% sumada la colectora de la UCD. Sucede que en este caso la oposición aliancista se presentaba como una opción cohesionada que tuvo la capacidad de evitar la dispersión del voto no peronista gracias al traccionamiento nacional y pudo así polarizar la elección local.
Veáse que en un contexto ampliamente favorable para la Alianza y disvalioso para el peronismo, se produce un empate técnico con 0,7% a favor del frepasismo.
El aliancismo lomense iniciaba su efímero ejercicio surrealista de gobierno, y se transformaba en el amargo calco del delarruismo nacional. El progresismo dejaba el atril y debía empezar a laburar.
Formidable crónica. No emito opinión sobre la rigurosa historicidad de los hechos narrados, ni sobre su interpretación o crítica. Pero está muy bien escrita, felicitaciones Luciano !
Estoy totalmente de acuerdo con la nota. Me parece que es justamente esto lo que diferencia a todos los intendentes fracasados del Frepaso (Lomas, Avellaneda, por decir un par) que se cayeron como un piano, mientras que Martín Sabbatella, mucho más vivo, político (en el buen sentido de la palabra) y eficiente, gobierna hace 10 años porque por lo menos se fijó en los problemas concretos de la gente y reunió una militancia que sustenta su gestión local. Reitero, muy clara la nota
Abrazo
En el 99 hubo una ayudita: la TV se dedicó a salir con el espantamoscas contra Tavano.