El nuevo gobierno cumple una semana, y no hizo falta mucho tiempo para que los anuncios sobre nuevas medidas destapen la olla de opiniones tan diversas como eufóricas por parte de la ciudadanía.
Hace tiempo se conoce la línea de trabajo en la que se orientaría lo que hoy conocemos como un paquete de medidas que persiguen el objetivo de paliar la emergencia económica y social producto de, la crisis en la que se encuentra el país. Sin embargo, para muchos y muchas fueron sorpresivas y, tan pronto como se anunciaron, las mismas se hicieron de sus propios talibanes y reaccionarios. Este panorama, que ya hemos naturalizado, es lo único que no sorprende.
El nuevo gobierno trajo aparejada la idea (y la necesidad) de unir a los argentinos, pero a pocos días de su asunción pareciera que esa reivindicación ya tambaleara frente a los ojos de quienes asumen las decisiones tomadas por el Ejecutivo como meras declaraciones de guerra de los dos lados de la contienda.
A los ojos de gran parte de los y las argentinas, los esfuerzos que exigia el gobierno anterior eran desproporcionados e irracionales. En efecto, no hubo medias tintas a la hora de manifestar el desacuerdo frente a determinadas medidas vinculadas al aumento de tarifas, a las políticas de cobertura de medicamentos o frente a la modificación de distintos esquemas de lo que no es ni mas ni menos que el modo de distribución de la riqueza.
Las opiniones en contra de aquellas determinaciones fueron objeto de disputa y, como sucede habitualmente, lo que primó fue una discusión acerca de quienes son los que tienen mayores niveles de moralidad. Desde ese lugar de voceros de la verdad absoluta, unos y otros promueven un enfrentamiento escaso de pensamiento crítico (no por ausencia de ideas sino porque las mismas no se ponen al servicio del debate de fondo), signado por discusiones ideológicas de las más acérrimas y con una total imposiblildad para, al menos, entender que es imprescindible encontrar ciertos puntos de coincidencias. Esas coincidencias básicas para que la unidad impulsada y defendida por el actual gobierno nacional no termine por convertirse en una aspiración o en un mero slogan de campaña sin su correspondiente correlato efectivo en el campo popular.
¿De que sirve disputar el sentido desde las convicciones legítimas cuando las acciones de algunos sectores se convierten en una obsesión por denigrar a quienes manifiestan su descontento al verse afectados por este paquete de medidas o por las que promovió el macrismo? ¿ Agredir con calificativos del orden moral no nos vuelve ciertamente similares a aquello que hasta hace pocos días repudiabamos? ¿Cuál es el límite entre promover debates sólidos y caer en dogmatismos que pareciera nos acreditan a deslegitimar las opiniones distintas?
Diferenciarnos en base a miradas distintas de una misma realidad y aprender a articular las demandas es la verdadera unidad en la que necesita enfocarse el arca política pero también los y las ciudadanas que, en su totalidad, adoptan para si una postura política respecto de sus individualidades pero que reflejan gran parte de la percepción que se tiene sobre los modos de conducir la economía de un país, desde distintas dimensiones de esa percepción.
El desafío no era solo triunfar en las urnas, sino asumir la responsabilidad de trabajar para que la mayoría del 40 por ciento del electorado que no votó al gobierno de turno pueda sentirse abrazado por un proyecto que los contenga.
No es difícil pedir esfuerzos a los propios. La dificultad real tiene que ver con persuadir a aquellos y aquellas que aún se sienten ajenos. Más precisamente, la verdadera cuestión subyace en las formas en las que se intente conseguir esa creación de sentido de pertenencia, en cómo lograr que esxs que dejaron de sentirse parte del campo popular vuelvan a identificarse.
Es preciso trabajar mucho más sobre los consensos ciudadanos y dejar el tironeo que pretende medir quien pidió los esfuerzos moralmente más sensatos. Correr el eje de esa pretensión de demostrar quiénes son mejores es imprescindible para el éxito de un proyecto que necesita de un pueblo que acompañe para sortear una crisis profunda y salir de ella fortalecido y mejor posicionado.
Ahondar en la búsqueda de esos consensos es una responsabilidad política pero también social y militante, y será allí cuando “volver mejores” se traduzca en acciones concretas y no se diluya en una arenga discursiva de un día en el que muchos y muchas recuperaron la capacidad de volver a creer en que es fácticamente posible achicar la brecha de la desigualdad.