Fútbol. Éramos un grupo más o menos grande de pibes, amigos del barrio y compañeros de colegio, que nos juntábamos los sábados a jugar al fútbol. Salvo la continuidad, no había nada formal en esos encuentros: ni réferi ni equipos estables ni camisetas. Los equipos variaban sábado a sábado, de acuerdo a los presentes o al azar o la astucia de quienes elegían a los jugadores. De modo que para solucionar tanta variabilidad y para tener una visión clara del juego –consecuencia primaria de identificar en la ocasión a los compañeros y a los rivales- apelábamos al recurso simple y conocidísimo pero eficaz de acordar que un equipo jugara con la camiseta puesta y el otro no. Esta sencilla disposición (“cuero-camiseta”) nos permitía, a un primer vistazo, reconocer a los nuestros, no entregarle –por confusión- la pelota a los rivales, situarnos correctamente en la cancha, en fin: establecía un orden muy elemental a partir del cual el juego podía desarrollarse. Esto parece una obviedad, una perogrullada, pero es vital: para sostener cualquier aspiración de triunfo debemos saber para qué equipo jugamos y contra quiénes, cuáles son nuestros intereses y nuestros compañeros, qué nos conviene o nos perjudica, para dónde patear. De ahí a ganar hay un trecho, pero se carece de toda posibilidad si no se establece esta primordial identificación de los grupos. Si advirtiéramos que el que nos aconseja no marcar al número 9, no desplegar a la ofensiva a los marcadores de punta o dejar en el banco a nuestro mejor hombre, es el entrenador del equipo contrario… -bueno- a ese le diríamos, a lo Roberto Arlt: rajá, turrito, rajá ¿o te pensás que soy un otario?
La 125. Las consecuencias a priori impensadas del conflicto “del campo” fueron vastísimas, pero considero la más decisiva la delimitación clara de los intereses en juego y de los sujetos de carne y hueso que los expresaban. Así, a medida que progresaba el conflicto se fueron revelando sus caras, sus deseos, su programa ideológico, su modelo de país. El “campo” –ese significante tan vago y encubridor- se fue desenmascarando y subió a escena con su verdadero rostro: el de la representación de las potentes corporaciones exportadoras de granos que luchaban por imponer el tipo tradicional de país agrícola que ocupa su puesto en la división mundial del trabajo como productor de materias primas. Con tanta brutalidad llevaron adelante medidas de fuerza, con tan torpe vehemencia defendieron sus intereses, que los hicieron evidentes. De ese modo perdieron. Victoria pírrica es una expresión que se usa para designar aquella que se logra a costa de una pérdida inmensa. Así ganaron las patronales agro-exportadoras cuando lograron trabar la sanción de la ley que gravaba la renta agraria. Pero perdieron porque se hicieron visibles como representantes de su propio interés, quedando ligados sus enunciados a un particular lugar de enunciación: el de la Sociedad Rural, los poderosos y transnacionales pooles de siembra, la aristocracia con olor a bosta de vaca –como decía Sarmiento-. Ese conflicto que se ganó cuando se perdía, fue seguido dramáticamente por la mayoría de la población, y volcó a un importante sector hacia la participación y a la militancia política. Su mérito fue develar intereses, establecer alianzas, evidenciar deseos contrapuestos. Cuero-camiseta.
Maniqueo. Un tópico usual de las buenas conciencias argentinas es aborrecer las divisiones maniqueas. Se considera de muy buen tono maldecir las postulaciones binarias, las dicotomías, el mundo blanco o negro. Ni que hablar que alguien diga que fulano es un enemigo político. Eso es tremendo. El que habla en esos términos rudos directamente es un dictador, un mesiánico, un fundamentalista. Resulta que no hay enemigos políticos. Cuando un conflicto progresa hasta el punto exacto en que pueden reconocerse los intereses en pugna, los que pretenden mantener el statu quo apelan santamente a la paz, al diálogo que se mantiene en los “países serios” –un lugar que no tiene otra localización que no sea la fantasía idealizada de quienes lo postulan- y al expediente de disimular sus pretensiones, diluyéndolas en generalidades, confundiéndolas con totalidades. De esa manera se habló de “el campo”, como se habla de “el país” o de “la prensa” o de “la gente”, como se vitupera a “la política” o a “los políticos”. La función retórica que tienen semejantes abstracciones es la mistificación de sus reales posiciones desiderativas, de ahí que les sea altamente conveniente descalificar el supuesto maniqueísmo. “Caballeros ¡por favor!” –dice uno de ellos-, “que el mundo no es un campo de batalla…”. Su triunfo es disimular su dominación. Si no hay enemigos políticos, si todo el mundo tira para el mismo lado, ahí es cuando viene el entrenador del equipo contrario a aconsejarnos que dejemos en el banco a nuestro mejor jugador, etc. Ahí es cuando viene Robert Zoellick -el presidente del Banco Mundial- a decir que es “un error” y un “un síntoma que vamos a tener que vigilar” que los países opten “por políticas nacionales, autárquicas”. Ese es el momento en que sale a escena el comisario europeo de comercio, el belga Karel De Gucht a decir que “este es exactamente el tipo de medidas que tiene que evitarse”. Este, el instante en que entra a los empellones Mario Vargas Llosa a maldecir el “patrioterismo nacionalista”. Lejos de la falsa armonía, si no reconocemos en qué equipo juegan estos fulanos, para nosotros es un caos o el directo desastre. Cuero-camiseta, otra vez, en cambio, un principio de orden.
YPF. Tras la expropiación de las acciones pertenecientes a Repsol en la empresa YPF., -de eso hablaba el bueno de Zoellick el 18 de abril último al abrir la asamblea semestral del Banco Mundial- una de las mistificaciones que por estos días nos asolan es que la Argentina le ha cerrado las puertas al mundo. “El mundo ha hecho saber públicamente, con menor o con mayor intensidad, su rechazo a la expropiación de YPF” (Joaquín Morales Solá), “la expropiación nos endeuda y nos aleja del mundo” (Mauricio Macri), “la confiscación de Repsol-YPF ha lesionado gravemente la credibilidad argentina frente al mundo” (Mariano Grondona), “Argentina tiene un problema de conducta en su relacionamiento con el resto del mundo que ha ido agravándose en los últimos años” (Emilio Cárdenas), “la decisión tomada por el gobierno somete a la Argentina a un escenario de cuestionamiento general (…) Los argentinos deben entender que hace años que generamos desconfianza. Todo esto genera una imagen de la Argentina complejísima» (Alberto Fernández), “el gobierno argentino ha quebrado la confianza de la comunidad internacional” (José Manuel García-Margallo y Marfil), “las políticas basadas en el nacionalismo, expropiación o el estatismo son tan dañinos porque alejan a las inversiones” (Felipe Calderón). Cito algunos, entre tantos dolorosamente ofendidos por la decisión estatal sobre YPF.
La pregunta que puede ordenar el campo de juego es si esa supuesta totalidad, si ese “mundo” es el nuestro. Las respuestas provienen de la determinación de los intereses que motivan, que nutren los enunciados, del lugar que no es general, sino muy particular desde el que enuncian. A poco que se repare que José Manuel García-Margallo y Marfil es el ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación del gobierno español, que Alberto Fernández es consultor externo de Repsol, que Emilio Cárdenas fundó un estudio de abogados que asesoraba a las empresas extranjeras en materia de transacciones comerciales internacionales, petróleo y gas y que fue funcionario del gobierno argentino que impulsó la privatización de YPF., que Joaquín Morales Solá percibe de Repsol una importante suma como pauta publicitaria de su programa, que Felipe Calderón es el presidente de México, cuya empresa petrolera PEMEX es socia de Repsol y que las declaraciones citadas las realizó en la sexta edición de la Cátedra Kissinger de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, que Mariano Grondona… bueno, es Mariano Grondona…, a poco que se repare –decía- desde qué lugar enuncian, se deduce cuál es su mundo, qué cosas son exitosas para ellos y ante qué otras se escandalizan.
Sería ingenuo pedirles que no sostuvieran esas posiciones, que no hicieran lo que está a su alcance por imponerlas, tanto como esperar que el equipo contrario nos hiciera el favor de no patear muy fuerte los penales. Pero sería desastroso que los confundiéramos con los nuestros, que nos engañáramos creyéndolos buenos consejeros, que desconociéramos que nosotros jugamos en cuero y ellos con camiseta.
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Como decía el nono, hay que llamar a las cosas por su nombre, al pan pan y al vino, vino. Muy claro y oportuno su post.
De acuerdo.
Un tema que me parece interesante señalar que surgió a cuento de esto de YPF y para mí está relacionado con tu entrada, es la amenaza del presidente de la UCR a los diputados radicales que votaran en contra de la expropiación.
http://www.lavoz.com.ar/noticias/politica/ypf-barletta-dijo-que-ningun-radical-votara-contra
¿Cómo? No era que cuando los diputados no pueden votar lo que sus «conciencias» les dictan, estamos ante una metodología «autoritaria», «verticalista» y «antirrepublicana», cuando no directamente fascista?
¿No era que el parlamento se transformó una «escribanía», simplemente porque la presidenta utiliza su mayoría parlamentaria? (como lo hacen dicho sea de paso TODOS los gobiernos democráticos del mundo, andá a preguntarle a los ingleses o los españoles qué le pasa a un diputado que vota fuera de su bloque).
Espero después de esto no volver a escuchar las mismas sandeces de siempre al respecto de la «falta de respeto a las instituciones» de mis EX (y ponele muchos ex por favor) correligionarios cuando el gobierno utilice su mayoría y ellos quieran votar en contra. ¿No les gusta perder? Consíganse votos. Así fucionan las repúblicas DEMOCRATICAS.
La relación con tu entrada es para mí obvia: en estos años la oposición política y corporativo-mediática ha construido el mito de que cualquier tipo de confrontación es «antirepublicana». Parece que sólo se es «republicano» cuando todos somos amigos y no hay discrepancias. Y se llega al absurdo de considerar al VOTO (que es justamente un mecanismo para evitar que las discrepancias se resuelvan en forma violenta) como un elemento «antirrepublicano».