Está bien, nos podemos tomar unos días. Tenemos tiempo para reirnos del duhaldismo de Bush. El día que se cayó el Muro, la gente no salío a la calle a preguntarse a ver qué onda con el mercado ahora. Salieron a festejar. Seguramente corrieron los chistes inversos a los que hacemos ahora (que, por cierto, están muy buenos). Pero llegará el momento en que venga un aguafiestas a hablar del futuro. Y, en ese futuro, alguien va a pagar los costos de esta crisis.
Quizás haya que estudiarlo, o al menos afirmarlo con más fundamento: el sistema se emparcha. Es, casi, su virtud intrínseca. El capitalismo es peronista en su pragmatismo*. Incluso es más efectivo: no necesita de un líder rosqueador, le alcanza con su propia dinámica para generar sus propios parches (alguno podrá decir que también el peronismo se regenera por dinámica propia: que lo resuelva Manolo, que de esto la sabe lunga). El sistema se va a emparchar, entonces, y a alguien le va a encajar los costos. Muchos compararon esta crisis con la del `29: yo no soy capaz de hacerlo en términos económicos, pero aquélla vez el capitalismo resolvió su crisis con keynesianismo y Estado de bienestar. Y mal no le fue. Que su continuidad es problemática, no lo duda nadie. Su continuidad a secas, tampoco. Pero esta vez, la resolución a largo plazo no me suena para nada a Estado de bienestar. Por lo menos, no para el resto del mundo.
Posiblemente, aquélla solución haya sido el traslado de las contradicciones del capitalismo desde el interior del Estado-Nación al nivel internacional (1). Y ahora la ley leninista de desarrollo desigual se plantee en el escenario mundial. Pero también es cierto que las otras leyes se solucionaron. No implica que definitivamente y no implica que de la mejor manera: se pasó de un cuestionamiento constante a una situación donde no, y eso es una forma de resolver. Hasta sacar las contradicciones al escenario internacional fue una solución. La naturaleza intrínsecamente contradictoria del capitalismo puede ser un hecho o no: lo cierto es que, si lo es, el propio capitalismo sabe como ir resolviéndolas en el camino, patearlas para afuera y adelante.
Cuando llegue el aguafiestas alguien va a pagar por esta crisis. Nos alegramos sabiendo que los efectos inmediatos de la crisis no nos tocaron de cerca; más bien, no nos afectó de la manera en que lo hubiera hecho en, pongámosle, el `97. Somos, por las características propias del mundo, un país sensible a las idas y vueltas de las grandes potencias tanto como otros. Somos, también, menos vulnerables que lo que supimos ser. Y aunque no esperábamos de Clarín otra cosa que sostener que eso se debe a nuestros problemas, por lo menos desde acá lo reconocemos como un valor no-negativo del Gobierno. Pero la pelota ahora va a estar en el escenario internacional, y a alguien le va a caer. El orden social, diría Carlos, no va a morir antes de desarrollar todas sus fuerzas productivas y ninguna forma nueva parece haber madurado en el seno de la vieja sociedad. Yo no sé si va a morir necesariamente (y eso me vuelve no-marxista). De lo que estoy convencido, seguro, es que el emparche va a implicar a los pueblos del Tercer Mundo, y va a implicar Latinoamérica. Y este traslado de la crisis a nuestros países va a ser difícil de resistir. Una cosa es segura: en la anarquía internacional, con reglas de juego desdibujadas por las propias contradicciones, mano a mano perdemos.
*Reconstrucción del diálogo del General:
– Hay cuatro o cinco países del mundo que son comunistas. Todos los demás son capitalistas.
– ¿Y peronistas?
– Ah, no, peronistas son todos.
1- Robert Gilpin, Tres ideologías de la economía política.