Ocurre cuando el escenario político, a contramano de cómo quedará planteado de acá en más, y aún sin haberse alterado en sus grandes líneas, comenzaba a alumbrar ciertos matices al clivaje que ha organizado la discusión política invariablemente desde 2003: kirchnerismo-antikirchnerismo.
En especial, por efecto de las disputas al interior del propio espacio oficialista; principal, pero no únicamente, en derredor de la disputa gobierno nacional-CGT por el contenido y las condiciones de despliegue del programa profundizador; pero, también, y aún más, por la conducción política del sujeto protagónico del proceso histórico –y además, de este último en sí–. Por decirlo brutamente: porque aparecieron quienes, quizás sin saltar el charco, pudieron, con pergaminos y alguna atendible representatividad, “correr por izquierda” a CFK.
La reacción, ahora, arremete y define el objeto de sus agresiones: el kirchnerismo, no sólo como espacio socio-político con el que contradecir intereses, sino también como capítulo –fallido, a criterio de los reaccionarios– de la historia argentina. Que de dinero se trata, vamos. Siempre es así, a fin de cuentas, qué tanta sorpresa.
En los últimos tiempos se ha oído que también al interior del kirchnerismo se puede encontrar empresariado adinerado, lo cual es innegable; y que, por tanto, es improcedente considerar al gobierno de Cristina como como adversario del poder económico: esto último ya es insostenible de medio a medio.
Para el caso, poco importa cuánto dinero se tenga, sino cómo se condiciona, a partir de ello, el rumbo de un proyecto de país. Es lo segundo, y no lo primero, lo que constituye la noción de poder económico. Por la capacidad que otorga a un privado para determinar al resto de sus pares en la sociedad. Pasando por encima o cooptando la voluntad de los que deben operar el curso institucional popularmente consagrado.
El sujeto histórico del programa económico procesista extendió sus capacidades de condicionamiento de la institucionalidad, formal por ello hasta 2003, cuando ingresó en una tensión que devino crisis sistémica terminal hacia 2008/09 –por las retenciones agrarias, primero; por la ley de medios, después–. Es el bloque nucleado en AEA, organizado por el Grupo Clarín, movilizado por la Mesa de Enlace, articulado en los circuitos de valorización financiera diseñada por Martínez de Hoz (y perfeccionada por Cavallo) y que fue impecablemente descripto por el trabajo de Eduardo Basualdo.
Ese programa arrojó resultados no sorprendentes atento a sus objetivos; hirió de muerte, casi, a los sectores populares. El kirchnerismo, con objetivos y praxis diametralmente opuestos, obtuvo, a 2011, saldos francamente superadores, y a nivel general, porque tampoco es que ha lanzado a la pauperización a los vencedores del período anterior.
Para decirlo más claramente: ¿qué decisión trascendente, con carácter de lesivo para, por decir algo, la clase obrera sindicalizada, ha tomado el kirchnerismo como producto de presiones extrainstitucionales por parte de Cristobal López o Electroingeniería? Antes bien, sus cuentas pendientes tienen más que ver con la incompletitud de su acción a favor de la normalización de los procesos de decisión gubernamental. La matriz del subdesarrollo argentino hace eje en AEA y no en Cristobal López ni en Electroingeniería.
En cualquier caso, el triunfo presidencial de Cristina en 2011, por ser el primero al que se opuso abierta y explícitamente el bloque de AEA desde 1983 a la fecha –se opusieron tenuemente y de callados en 2007–, termina de abrir un nuevo ciclo histórico, que, ayudado porque la magnitud del mismo debilitó los canales de expresión institucional opositora, deriva en la particular forma en que explotaron manifestaciones opositoras en los últimos días.
Los términos en que se desplegó el caceroleo, ajenos a cualquier posibilidad de ser enmarcados por carril institucional ninguno, en virtud del programa que se plantea –desplazamiento de la Presidenta antes de lo institucionalmente dispuesto, planteamiento de programa conservador de gobierno a través de la no aceptación de la discusión de la renta agraria–, no pueden sorprender, a partir de la observación de los datos que ha arrojado el devenir del juego político desde la reasunción de Cristina Fernández.
La aceleración por parte del gobierno nacional en las lógicas de acción que lo sustentan, con capítulos tales como el fin de la convertibilidad, la reforma de la Carta Orgánica del BCRA, la designación de directores por el Estado en empresas privadas de que se heredaron tenencias accionarias por la reestatización del sistema previsional, renacionalización de YPF y desacople de la política hidrocarburífera toda de las lógicas del mercado, entre otras; vertebran un trazo proyectivo ya plenamente diferenciado como alternativa contradictora del programa procesista. Con intenciones y capacidad de concluir el desplazamiento definitivo de este último.
El reciente fallo de la Corte sobre la ley de medios pone en peligro al cerebro organizativo del bloque de clases dominante de la estructura económica nacional. El caso Papel Prensa, junto a otras causas radicadas en distintas sedes tribunalicias, caminan en dirección a consolidar la reconfiguración de la respuesta estatal al orden impuesto por el Proceso. Los objetivos programáticos que permitieron que todo aquello sucediera.
Moyano, decíamos en la nota anterior, tiene, por legítimo jefe obrero que es, un rol histórico a ocupar en esa pelea, que involucra las posibilidades de reparación para sus representados. Scioli ha quedado jugando un rol definido, a pesar de que se movía en función de evitar determinaciones tajantes tan anticipadamente, en un intento de equilibrio que se volvió imposible.
El tablero se reorganizó a gusto del Gobierno por pura y exclusiva voluntad del establishment empresarial. Que, por burros, corren al kirchnerismo por derecha cuando las últimas elecciones consagraron amplio acuerdo social con la posibilidad de poner al gobierno de la sociedad bajo tutela estatal de una buena vez por todas. Le regalaron al oficialismo una nueva e inmejorable oportunidad para renovar su legitimidad como portador del sentido progresivo de la historia.
La fórmula que resume la cuestión, en virtud de todo lo expuesto, y esta vez no por habilidad estratégica del Gobierno en su planteamiento, es, de nuevo, kirchnerismo vs. antikirchnerismo. Cada quien se sabrá de qué lado se pone.