Los trabajadores y trabajadoras nunca nos ponemos contentxs cuando el país revienta. De hecho, hace tres años estamos tratando de mostrarle a quienes defendían a capa y espada al mejor equipo de los últimos 50 años que no era por ahí. Y no por pecar de soberbios, sino porque cuando los nombres que resuenan son los mismos que propiciaron la última gran crisis económica y social de este país, estamos frente a una crónica de una muerte anunciada.
Pero… nos mandaron a agarrar la pala. Y los que no, se han cansado de desacreditarnos por osar decir que algunas políticas impulsadas por el gobierno anterior ( o por el modelo económico anterior) nos parecían acertadas. O por decir que nos hemos sentido incluidxs. Algunxs, bastante más extremistas, se han regocijado (y desbocado) frente a la posibilidad que la coyuntura les brinda de envalentonarse y, por ejemplo, celebrar a gritos el fallecimiento de las Abuelas de Plaza de Mayo. Muchxs demuestran, sin reparo alguno, el disfrute que les provoca ver a las fuerzas de seguridad reprimiendo y deteniendo personas luego de cada movilización masiva que se haya llevado a cabo estos años.
Nos han llenado de adjetivos calificativos ( todos despectivos, claros). La nueva denominación hacia los que creemos que la educación pública no puede recortarse, y no es susceptible de un desfinanciamiento como el que está sufriendo, es troskokirchnerista, o al revés. Ya ni sé. Claro que a priori resulta jocosa. Pero no tiene nada de inocente: uno de los pilares de estos modelos es desencantar de la política a la mayor cantidad de personas. Lo político partidario como una semilla que se planta y envenena, destruye, separa, divide. Como si el hecho de tener opiniones opuestas no fuera una característica inherente a cualquier grupo de personas organizadas. Si no se ponen de acuerdo ni los veinte gatos locos que integran la cartera de ministros, ¿a quién se le puede ocurrir que 45 millones de personas van a «tirar todos juntos para el mismo lado»?.
La grieta, «ARGEN» y «TINA», unitarios y federales. Que pavada es tan grande creer que a todos y todas nos va a representar lo mismo. Si tratás de negociar hasta con tu compañerx cuándo tenés que decidir qué vas a cenar.
La «política tradicional» no es el germen. La política es intereses contrapuestos pujando, encontrando equilibrio y desequilibrándose permanentemente.
Lo político es lo público. Es lo que nos pertenece a todos y a todas. Pensar que una de las pocas cosas que nos pertenece casi naturalmente y que impacta directamente en nuestras vidas a diario, es malo y es mejor ser “apolíticos” para tenerla lejos, es una idea demencial. Una herramienta para transformar, eso es la política. Y no para transformarle la vida a un sector determinado al que no pertenecemos. Las decisiones que toma el Estado son políticas públicas, es decir, que impactan en la vida de la totalidad de lxs ciudadanxs. A nuestros representantes los elegimos a través de un acto político. Y aquellas determinaciones se traducen en forma de políticas públicas que afectan a los que les gusta la política, a los que no, y a los que quieren hacernos creer que nos están resolviendo la vida a través de ella, pero mientras tanto nos dicen que es mejor tenerla lejos.
Esa permanente banalización no es ni más ni menos que una estrategia para promover el alejamiento de la única herramienta con la que vamos a poder cuestionar lo que no nos resulte justo. Y no, no cuestionan solo los dirigentes. Tomar una posición en una discusión sobre el aborto, sobre las fuerzas de seguridad, sobre el aumento de tarifas, sobre tu propia vida ( sea cual fuera) es todo un acto político.
El despertar no tiene que ver con que nos pongamos todos de acuerdo y seamos amigos ( aunque la vida está plagada de amistades entre troskistas y Kirchneristas, o de familias conformadas por padres conservadores e hijes revolucionarios). La verdadera cuestión es dejar de pretender alejarse de algo que estamos ejercitando todo el tiempo. Asumirse como parte activa.
Al acotado porcentaje de esta sociedad que le sirve el pueblo con hambre, no le vamos a pedir nada.
A todxs lxs demás, nos corresponde un mismo lugar. Y capaz nos molesta la bandera del que tenemos al lado. Capaz la preferimos más a la izquierda o un poco más al centro. El error es creer que alguna de esas banderas, las nuestras, alguna vez van a tener los beneficios de las que están bien a la derecha. Esas son muy pocas y las llevan siempre los mismos.
Y si les gusta concebir este asunto en términos de diferenciarse, la línea que nos divide es la que delimita el campo popular. Del otro lado hay alguno pocos y de ellxs nos separa un abismo.
Si los representantes del gobierno hablan como si las decisiones las tomarán entes ajenos, o como si la responsabilidad de que no puedas pagar la luz fuera de una «tormenta», empezá a cuestionar.
Sumarse. Crear espacios de encuentro y de discusión. Acercarse a una marcha para no quedarte únicamente con lo que te cuenta el noticiero. Interpelarnos. Participar. Cambiar de canal. O apagar la tele.
Pero estar, siempre ser parte.
Tu mirada no vale menos que ninguna otra.
Porque lo personal es político. Y porque la política es lo único que tenemos para mejorar la calidad de vida: la propia, la ajena y la futura.