Días pasados me preguntó un compañero de facultad si no me arrepentía de haber dicho, el año pasado, que en la elección para gobernador de la provincia de Córdoba prefería la victoria del doctor José Manuel De La Sota sobre Luis Juez –y la candidatura testimonial de Oscar Aguad–. Respuesta: no me arrepiento, sigo pensando lo mismo.
¿Hubiera sido mejor para el kirchnerismo que ganara Juez? Juez hubiese sido igual de opositor, pero administrativamente –por así decirlo– a cualquier ser racional deja más tranquilo que sea Gallego quien está a cargo de la provincia, pues, independientemente de que se acuerde o no con él en términos ideológicos, lo cierto es que no se trata de un irresponsable como Luis Juez, ni un vago como Maurizio Macrì. Comprende, el actual gobernador mediterráneo, sobre gobernabilidad sistémica.
El acuerdo con De La Sota posibilitó la llegada al poder de varios intendentes y legisladores provinciales del Frente Para la Victoria como parte del acuerdo en el PJ unificado; Luis Juez no ofrecía esa variable. Es decir, se pagó el precio de hacer un gobernador opositor, a cambio de, por fin, vertebrar un armado propio en una provincia en la que recién en 2011 el kirchnerismo pudo obtener un triunfo, cuando la lista de candidatos a diputados nacionales auspiciada por la presidenta CFK primó en las PASO, obligando al retiro de las generales de octubre de la de De La Sota; y la propia Cristina lideró tanto en agosto como en octubre las presidenciales en dicho territorio, en línea con su rotundo desempeño nacional.
Nosotros demostramos, en un post del año pasado, con datos fríos en las manos, que Juez triunfó en la provincia sólo cuando kirchnerismo y delasotismo marcharon separados.
Y dijimos: “(…) donde pesa más la dinámica local, prima el delasotismo; cuando entran a jugar variables nacionales, el kirchnerismo hace valer lo suyo. Pero se insiste: el de Córdoba es, a la fecha, y visto lo hasta acá acontecido, un marco no definido, en el que el triunfo será para el peronismo sólo si marchan unidos el espacio local con el nacional; resolviendo puertas adentro, pero sintetizando a fin de cuentas. Nadie está en condiciones de cortarse sólo. Ni sola. (…) calibró mal DLS: primero, reconoció la necesidad de unificar el sector como clave para triunfar, y tuvo razón; luego de vencer, se sintió dueño exclusivo del asunto… y entonces falló.”
La política es, ante todo, correlación de fuerzas: si hubiese competido en soledad, y por ende con la victoria de Juez, el kirchnerismo habría “sufrido” el mismo nivel de oposición por parte de la gobernación cordobesa, una pata más fuerte para Binner y el descenso a rango de hipótesis del desarrollo de la fuerza propia aunque todavía incipiente: los legisladores locales e intendentes mencionados. Fue lo mejor que pudo hacer, bien que eso es lo que queda las más de las veces en las discusiones del rubro, habida cuenta de la imposibilidad de obtener siempre todo lo que se quiere.
En fin, no hay que dar por el pito más que lo que vale: De La Sota debería tener sin cuidado a Cristina; sus mediciones nacionales nunca han sido destacadas, sus actuales cursos de acción tienen escaso peso por fuera de las tapas de Clarín. De hecho, recibe el apoyo de un sector del sindicalismo opositor que viene de protagonizar dos fracasos gigantescos: el paro general escasamente convocante del 20 de noviembre último, que no tuvo éxito por fuera de piquetes obstructivos de acceso a la Ciudad de Buenos Aires, y la manifestación del subsiguiente 19 de diciembre, que evidenció la testimonialidad raquítica de Moyano, Micheli y Barrionuevo.
De La Sota no ha podido trascender nunca las fronteras de Córdoba, sufre de igual dilema que los Rodríguez Saá: dueños, ambos, de las acciones al interior de sus respectivos feudos, nunca han logrado dar el salto de una propuesta nacional, quizás por el exceso de celo puesto en el cuidado del rancho propio. Esto tiene su contracara: obsérvense las dificultades que sufre el kirchnerismo, quizá el único proyecto verdaderamente nacional del tablero político actual, para poner bajo control el juego en su patria chica, Santa Cruz, desde la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación.
Por lo demás, el comportamiento de De La Sota en la cuestión de la TDA, una de las tantas desde la que intenta –y sólo eso, porque es una acción de escaso impacto social– actuar adversión al gobierno nacional, por estos días tan en discusión, pone de manifiesto a las claras, tanto como el debate por la tarifa del subterráneo en la Ciudad de Buenos Aires, sobre qué tipo de lógica política pedalean De La Sota y Maurizio Macrì.
Allí donde exista espacio para un negocio privado, no le cabe al Estado sino convalidar incondicionalmente, en el caso de De La Sota. Ese marco implica un precio, y sólo habrá derechos, en este caso a contar con TV por cable, para quienes puedan afrontar su pago. Y quien no pueda, será como en el caso de aquellos que no podían acceder al fútbol codificado: verán las tribunas, observarán como otros disfrutan de lo que ellos son incapaces de alcanzar sin que el Estado deba intentar nada para revertir tal situación.
Lo de Macrì es un tanto más complejo, pero en línea similar: una ecuación, a la que para variar llaman técnica –vocablo cuyo significado ya cuesta ubicar con exactitud–, dicen, diagnostica un precio tal para el boleto. Va de suyo que ninguna de las variables que integran dicha operación, de tipo cuasi matemático, incluye asuntos como la rentabilidad social o el impacto sistémico que pudiera significar tal decisión elaborada con prescindencia de otro factor que la potestad decisoria unilateral que indudablemente ostenta la Ciudad de Buenos Aires. Y no queda entonces ya más resquicio para discutir nada.
Aquello que la gramática comercial dispone, según esta particular forma de entender el gobierno del Estado, es regla fundamental. Lo que en consecuencia determina que el bienestar ciudadano no es contemplado como valor a custodiar en sí mismo, sino una cuestión de rango subordinado a la probabilística de la hipotética buena marcha de otra cantidad de asuntos que concurren al trámite en condiciones de igualdad, sin importar que el primero involucre personas y los restantes no.
Así las cosas, se consagra la imposibilidad de establecer democráticamente un estándar de privilegio popular, en tanto ello se juzga viable sólo en tanto y en cuanto coincida con la decisión mercantil; de otro modo, sólo hay margen para sobrevivir. Son los topes impuestos por la cultura de la democracia de la derrota de que venimos hablando desde iniciado 2013. Y revela que, por fuera del kirchnerismo, toda propuesta electoral, con apenas matices entre sí, no propone otra cosa que la devolución de la conducción del país a la tensión oferta/demanda; el retorno liso y llano a las directrices previas al 19/20 de diciembre de 2001.
Las apoyaturas sociales cuasi inexistentes con que cuentan ambos (De La Sota y Macrì) les dejan la única posibilidad de intentar vertebrar la representación del bloque de beneficiarios del statu quo anterior: frente a eso sí existe una por lo menos primera minoría compacta, sólida, dispuesta a impedir el desarme de lo enhebrado por el kirchnerismo; un porcentaje poblacional contra el cual resulta difícil imaginar la gobernabilidad sin el elemento de las formas represivas que ya no están a mano: el golpe de Estado dejó de ser alternativa y además la sociedad en general ha desarrollado aversión de alto grado e innegociable contra hipotéticas respuestas estatales violentas.
Frente a eso discute el kirchnerismo, no frente a De La Sota o Macrì en términos individuales. Ya varias veces lo ha venido haciendo con éxito, ése es el vacío que debe llenar en cuanto a lo programático a la hora de ofrecerse como alternativa política nacional en las elecciones de medio término de este año.
«Es decir, se pagó el precio de hacer un gobernador opositor, a cambio de, por fin, vertebrar un armado propio en una provincia en la que recién en 2011 el kirchnerismo pudo obtener un triunfo, cuando la lista de candidatos a diputados nacionales auspiciada por la presidenta CFK primó en las PASO, obligando al retiro de las generales de octubre de la de De La Sota»
Fue Cristina la que arrastro votos, no los que integraban las listas. La prueba está en que ninguno es hoy potencial candidato a nada. Existen organizaciones juveniles (no las que tienen que esperar que de BsAs le pasen la orden del día) y sectores del peronismo que se podrían volcar definitivamente para este lado; y si no lo hacen es porque parte de la voluntad para pensar y construir bases propias en la provincia es reemplazada por el encargo a un delegado de allá, que sin entender mucho de la lógicas de la región viene a negociar con José Manuel…Fue exactamente al revés, no parar un candidato a la gobernación fue lo peor que le pudo pasar al kirchnerismo en la provincia. Los pocos fiscales del delasotismo votaban a la lista del FPV.