Y también es cada día más evidente que el llamado establishment presionará al gobierno para que continúe en ese plan caiga quien caiga, sin importar cuál sea el costo social. Lo mismo sucedió con el cambio de siglo, cuando la crisis de la convertibilidad le estalló a De La Rúa en 2001. Entonces el poder real presionó a los gobiernos de Menem, De La Rúa y Duhalde en favor de sus propios intereses económicos, sin importarle el juego de la política en tiempos de continua decadencia social y económica de la mayoría de los habitantes.
No obstante las similitudes entre ambos períodos, a diferencia de la crisis anterior, el gobierno de Macri tiene un espejo en el que reflejarse, un gobierno con el que lo comparen, un fantasma contra el que luchar para imponer su programa económico: los prósperos años del kirchnerismo. Y lo que resulta de esa comparación no lo beneficia para nada. Calificamos esos doce años de «prósperos» (con todos sus falencias y materias pendientes) al compararlos con todos los años desde la recuperación de la democracia, e incluso antes de ese 1983. Lo que hacemos es una comparación imparcial, basada en los fríos números de las estadísticas, los que benefician claramente a esa «década ganada» de crecimiento de la economía, la industria y el campo, y de redistribución de la renta nacional. Sólo con observar el estado en que todos esos gobiernos recibieron el país y cómo lo dejaron, resalta el período kirchnerista de la misma manera en que lo hace con el peronismo en el siglo pasado con relación a los gobiernos anteriores y posteriores.
Es por eso que el establishment, o «círculo rojo» como lo denomina el presidente, no dejará que el kirchnerismo vuelva a gobernar y deshaga los «logros» de la revolución macrista (como la denominamos nosotros aquí), entre ellos el desmantelamiento de todo resquicio del incipiente estado de bienestar que estaba intentando el gobierno anterior; de la misma manera que lo hizo con los «populismos» anteriores (si utilizamos la terminología del siglo XXI), o «movimientos populares» (si utilizamos la del siglo anterior). Para evitar el regreso del kirchnerismo, el círculo rojo y el gobierno (que forma parte del mismo) utilizarán cualquier método a mano, como lo han hecho en los casos anteriores. Para mencionar tan sólo algunos, recordemos la proscripción, persecución o encarcelamiento de Yrigoyen y muchos de sus funcionarios y partidarios, y la persecución, encarcelamiento o proscripción de Perón y muchos de sus funcionarios y partidarios. Sin embargo, en esos casos ambos gobiernos populares fueron derrocados por la fuerza, cosa que no es viable en este siglo. No obstante, en estos últimos meses suena cada vez más probable las otras dos variantes, la cárcel y la proscripción para los miembros del actual movimiento popular, independientemente de que sean justificadas o no las causas judiciales impulsadas. La propuesta de encarcelamiento o proscripción de la expresidenta no sólo se irradia en los medios de difusión hegemónicos (aliados nada «incondicionales» del gobierno) sino también en las filas de algunos de los partidos aliados u opositores al gobierno, como el de Elisa Carrió o el de Margarita Stolbizer, quienes reclaman, a quien quiera oirlas, la cárcel o la proscripción política de Cristina Fernández.
A modo de ejemplo de la presión de los medios sobre los jueces y fiscales, repasemos unos tramos de un editorial de Joaquín Morales Solá en La Nación:
(…) le será casi imposible a Bonadio eludir una decisión definitoria sobre Cristina Kirchner si Manzanares declarara que cumplió órdenes de la ex presidenta para seguir cobrando la renta de inmuebles intervenidos por la Justicia.
En síntesis, por primera vez Cristina Kirchner está cerca de la prisión.
Sólo un sentido muy profundo de impunidad puede llevar a un juez como Freiler, que hace poco se salvó de la destitución en el Consejo de la Magistratura por un voto, a ejecutar operaciones judiciales para beneficiar a la familia política con más denuncias de corrupción en la historia del país.
Jueces como Freiler son inexplicables en la Justicia y revelan, en alguna medida al menos, el porqué del rezago argentino en la condena de la corrupción que asoló el país durante más de una década. Son también imprescindibles para Cristina Kirchner, en un momento en el que el destino la puso más cerca que nunca de la cárcel.
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La hipótesis del encarcelamiento o proscripción de la expresidenta, a medida que los medios la señalan como posible (y algunos de ellos lo señalan como deseable), ya se ha hecho carne en la sociedad, y eso se refleja en los trascendidos en la prensa que frecuenta los círculos de los grandes empresarios, como lo señala Alejandro Bercovich en el diario BAE Negocios:
Por primera vez, tras la detención en Río Gallegos de Víctor «Polo» Manzanares, el establishment empezó a evaluar seriamente las consecuencias para la gobernabilidad y los negocios de un eventual encarcelamiento de Cristina Kirchner antes de las elecciones de octubre. El contador de la familia de la expresidenta (…) cayó preso justo para el arranque formal de una campaña en la que Cambiemos no termina de afirmarse y mientras la economía sigue sin dar señales de un rebote robusto.
Nadie sabe a ciencia cierta si el juez Claudio Bonadío dio finalmente con el «arrepentido» que le aportará los elementos para encerrar a la candidata a senadora que puntea en las encuestas bonaerenses antes de que puedan votarla.
Las preguntas que se hacían anoche varios socios de la Bolsa en el acto por su cumpleaños número 163 son las mismas que se repitieron en los refugios de montaña y los centros de ski donde vacacionan otros capitanes de la industria. ¿Cómo reaccionaría el mercado ante una orden de detención de Cristina (…)? ¿Generaría acaso una conmoción social incontrolable o apenas una seguidilla menguante de protestas de sus seguidores incondicionales? ¿Cómo afectaría la imagen institucional del país en el exterior, mientras Mauricio Macri condena los atropellos de Nicolás Maduro contra la oposición venezolana?
El espejo brasileño
El terror de Manzanares puede allanar el camino de Bonadío hacia las pruebas que no obtuvo de Báez ni de López para incriminar de manera decisiva a Cristina Kirchner en las causas donde la investiga. De ahí que haya renunciado al descanso que le ofrecía la feria judicial. El magistrado busca mirarse en el espejo del juez brasileño Sergio Moro, descubridor de la trama de corrupción que empezó a salir a la luz en Petrobras pero que tenía su epicentro en la contratista Odebrecht y empezó a salpicar desde ahí a todos los políticos de su país.
Las diferencias son notables, tanto entre las carreras y perfiles de Moro y de Bonadio como entre las situaciones políticas a un lado y otro de la frontera. Sin embargo, hay un hilo conductor nítido: la urgencia que expresaban los empresarios brasileños por reducir el costo laboral cuando todavía no había sido destituida Dilma Rousseff y la que expresa ahora buena parte de sus colegas argentinos, cada vez más impaciente ante el «gradualismo» de Macri.
La pregunta vuelve a ser, como a inicios de la administración Cambiemos, si es viable políticamente un ajuste sin crisis previa. Y ahí aparece la lección del socio mayor del Mercosur: si bien el establishment paulista logró imponerle allí a Rousseff un ministro de Hacienda ortodoxo y un plan draconiano de ajuste fiscal que terminó de hundir su popularidad, no logró en cambio forzar al PT a flexibilizar el mercado laboral. Con mucho menos poder pero aprovechando la dispar relación de fuerzas que impusieron dos años seguidos de masiva destrucción de empleo, la endeble coalición que sostiene a Michel Temer acaba de darle el gusto.
Ahora, con esa reforma aprobada en Brasil, los incentivos para producir en Argentina son todavía menores y la presión sobre los gremios para que acepten resignar derechos y condiciones de trabajo promete seguir en ascenso. La cuestión, inconfesable, es quién podría ejercerla de forma más efectiva para garantizar la rebaja del costo laboral. Si un Macri fortalecido en las urnas -algo cada vez menos probable- o una coalición más efímera, quizá conducida por él mismo pero con mucho menos margen de movimiento, surgida de un escenario con candidatos presos, elecciones impugnadas y disturbios callejeros.
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Como dijimos, la economía no arranca sino que, por el contrario, no para de caer y como consecuencia de ello crece el desempleo, la pobreza, la indigencia. Para empeorar las cosas, la única salida que intenta el gobierno ante la ausencia de inversiones nacionales o internacionales y la recaudación en picada, es generar una epidemia de endeudamiento.
El panorama complicado para el oficialismo se completa con las encuestas que señalan a diario que las posibilidades electorales de Cristina Fernández en la provincia crecen, lo que la convertiría no sólo en un freno a la política macrista a partir de octubre sino también en una contendiente de fuste para las presidenciales de 2019. Esto constituye un escenario trágico para los intereses del círculo rojo.
Ante este panorama, la afirmación paranoica de este humilde analista improvisado de la política nacional no parece ser tan irreal.
Es por eso que, como dijimos varias veces también aquí, la derecha argentina siempre busca reconquistar el poder real, el poder económico y sus privilegios de clase cuando un gobierno popular los distribuye en forma más justa y equitativa. Y suele hacerlo a cualquier precio. Porque esto ya sucedió varias veces en nuestra historia, como bien lo saben los radicales de Yrigoyen y los justicialistas de Perón. Y hoy lo están viviendo los kirchneristas de Cristina Fernández. Para los más escépticos que dudan, porque no han vivido en aquellas épocas o no conocen lo suficiente nuestra historia, podríamos afirmar aquí: si la derecha argentina ya lo hizo dos veces (salvando las pertinentes diferencias de épocas y circunstancias), ¿por qué no lo haría otra vez?
A lo mejor ya es hora de que también lo analicen quienes no comulgan con el kirchnerismo y creen que este huracán restaurador del país conservador modelo siglo XIX que es Cambiemos, sólo viene por los kirchneristas…
Lo que puede suceder si se concreta lo que señalamos aquí no lo sabemos a ciencia cierta, pero no será nada bueno, por cierto. En ese caso se abriría una caja de Pandora con resultados impredecibles pero netamente perjudiciales para la mayoría de la población. Aunque no para ciertas minorías que suelen beneficiarse con las crisis, como bien lo sabemos ya los argentinos. Y justamente son esas minorías quienes patrocinaron el ascenso al poder ejecutivo de Cambiemos, quienes ahora lo apoyan y presionan en ese rumbo hacia la eliminación de la oposición kirchnerista a cualquier costo. Asimismo, el resultado de una nueva crisis política y económica no sería tan diferente de lo sucedido en los casos anteriores, aunque ahora contaríamos con el condimento social de lo sucedido luego de la crisis de 2001, las idas y venidas de los ciudadanos de a pié y la acción de las organizaciones sociales independientes, la aparentemente superada decadencia de los partidos políticos de entonces, sumado a la utilización de la redes sociales, bastante ajenas a la influencia hegemónica de los medios concentrados. No obstante, una crisis es siempre una crisis, y el resultado final no puede detallarse de antemano.
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Ahora bien, puede suceder que aquellos ciudadanos que creen en esta «nueva derecha» conservadora y restauradora del proyecto de país agroganadero exportador y con una industria de baja intensidad, similar al de la Argentina de principios del siglo XX, preyrigoyenista, quizás consideren que lo afirmado aquí no es más que un delirio de un paranoico, como decimos en el título, o bien que nuestras prevenciones son triviales o injustificadas, y que nuestra propuesta de rebelarse contra un destino que parece inflexible es un mero sueño arcaico. Sin embargo, éste es el mismo analista paranoico que señalaba, antes de la segunda vuelta presidencial en 2015, cuáles serían las medidas que tomaría un eventual presidente Macri aquí mismo en 10 razones para votar a Macri y 10 razones para votar a Scioli, y casi todas ya se han materializado.
De ser así, en este caso, decimos hoy, parafraseando a John Lennon:
You may say I’m a dreamer
But I’m not the only one…
(Podés decir que soy un soñador
Pero no soy el único…)