Sin duda hay quienes aseguran -junto con Aristóteles-, que es preferible una administración de gobierno que quede reservada a los mejores, por más pocos que estos sean. Por otra parte, debe concederse que, al menos en un país como le nuestro, parece dificil una que lo haga para todos. Y no se trata simplemente que las prerrogativas de unos sean incompatibles con los beneficios del resto, confomando un conjunto donde no existe una propiedad común en la cual centrarse para orientar algún gobierno, la cual los subsuma bajo la misma clase, el mismo término. Mucho más notorio (y menos tendencioso) es que arraigadas convicciones, o mejor, costumbres, escinden el conjunto dandole un aspecto dinámico en sí mismo inconsistente.
Pero lo peor de todo es que dicha inconsitencia es inasible. Quiero decir, simplemente, que el clivaje que lo fragmenta no puede ser considerado (ni si quiera referido) a un dato «duro». El conflicto puede ser visto como síntoma de dicha inconistencia, pero es obvio que siempre versa sobre algo cuya resolución sería insuficiente para terminar de una vez por todas con él. Incluso si dejándonos llevar por una especulación suponemos que uno de los polos del conflicto se ha librado del otro, nos veríamos conducidos al problema de no poder especificar, a ciencia cierta, donde empieza y dónde termina aquél.
Esto parece de lo más desesperanzador (y sin duda lo será para un hegeliano) ya que reduce toda la dialéctica a una pasión inútil. Pero en realidad siempre se puede sortear tomando, más o menos dogmáticamente, cualquier elemento como clivaje e intentar una postulación que, procurando desplazar el centro, se abstraiga de esto.
Por ejemplo. El desarrollo podría pensarse que conrresponde a un ideal común en pos del cual podría conducirse al conjunto. Obvio que esto no es así de modo cabal. Por ejemplo ¿es concebible un país desarrollado cuya economía sea predominantemente primaria? Como no tengo idea, no reponderé la pregunta. Con respeto a la pobreza puede pensarse de un modo similar ¿no sería acaso un ideal común el elevar las condiciones de vida hasta el punto de que la pobreza sea reducida al mínimo? Claro que no todos acordarán con tal ideal; algunos por encontrarlo contrario a otros que privilegiarán, algunos por encontrar su formulación un sesgo que introduce concepciones o tendencias inadmiscibles, etc.
Ahora bien, lo que no puede negarse es que el tema de la pobreza puede considerarse desde dos puntos de vista: el individual y el poblacional. Procediendo de un modo un poco metódico formularía la cuestión en estos términos:
Una gran concepción liberal considera preponderantemente a la pobreza como un problema individual mientras que otra lo ve como problema poblacional, justamente aquel sector que según una expresión surgida de la otra concepción podría considerarse como de tendencias «estatizantes».
El punto de vista individual equivale a consierar una escala que va del individuo más pobre hasta el más exitoso empresario y ver su desarrollo personal al modo en que un médico clínico verá el estado de su salud. Si está enfermo buscará su exposición a factores de riesgo: tal vez no adquirió el hábito de salir a correr, o no abandonó el de fumar, etc.
Visto poblacionalmente el asunto cambia. Y no se trata -como hacen algunos- de ver la presente dicotomía como una en la que unos «culpen» al individuo desgraciado del mal en que se encuentran y otros los exculpen alegando situaciones generadas por el conjunto que escapaban al control de su voluntad. En realidad esta perspectiva es una versión más del -llamémoslo así por diversión- «modelo liberal».
No es causual, por ejemplo, que el individualismo se encuentre asociado con una conducta para la cual sería necesario proveer algún nombre preciso, y que consiste en comparar, con mayor o menor frecuencia, nuestra situación con la de los países del primer mundo. Sería vano insistir en este punto, pero podríamos aplicarle el nombre de «eurolatría» o, para ser más generales, «amolatría» y que los países usados como referentes son los que tienen el poder en la comunidad de las naciones.
En este post me quería referir, sencillamente y mediante a una comparación, a una pequeña falacia (muy común por otra parte) que es explotada por los «eurólatras».
Sucede que uno puede determinar, o pretender determinar, en el marco de una sociedad, la existencia de una factor de riesgo de una enfermedad (y, si extendemos por comparación, de un problema social). El concepto de riesgo relativo es aplicable si su distribución en la sociedad no es homogénea.
Uno puede preguntar ¿porqué unos individuos desarrollan tal enfermedad y no otros? o ¿Porqué determinados individuos son pobres, etc.?
Si uno considera la presión arterial sistólica en varones de edad mediana en Kenya y en la población formada por los funcionarios públicos londinenses, ve que en cada población la variación de la presión arterial es proporcionalmente la misma, pudiendo llegar a conclusiones similares en los dos casos que pueden plantearse como universales o, como mínimo, comunes a ambos, y principalmente contemplando cuestiones genéticas. Y esto conduciría a que las causas de los casos son las mismas en una población que en la otra.
Sim embargo, esto contrasta con un hecho: la hipertensión no existe en Kenya y es común en Londres. Es decir que pese a variar del mismo modo, los valores que se obtienen en cada caso correspondientes a la presión arterial hacen que la curva que describe la su distribución normal esté corrida hacia la derecha en el caso de los londinenses, en contraste con la población masculina de Kenya. Rusumimos esto del siguiente modo: los factores determinantes de la incidencia (del número de casos en una población dada) no son necesariamente los mismo que las causas de los casos. Es decir: las causas de los casos eran las mismas en Londres y en Kenya, pero saber esto no servíría de nada pues la incidencia es mucho mayor en el primero, y no se nos dice con esto nada acerca de dicha diferencia. (El lector encontrará desarrolado esto en el texto de Geoffrey Rose «Sick Individuals and Sick Populations»)
Ahora bien, si conducimos al lector por este rodeo es para mostrar ahora cierta ilusión congnitiva producto de no tener en cuenta lo dicho arriba. Si (como hace mucha gente tal como pudimos comprobar en un estudio «de campo», es decir, en conversaciones comunes indagando este punto) tomamos a la pobreza del país como una cualidad compartida por el mero agregado del conjunto de los pobres, y si la vemos ligada a ciertos «factores de riesgo» (el lector mismo sabrá encontrar ejemplos de cómo se suele pensr esto), entonces, según el procedimiento centrado en los individuos, podemos decir que los pobres de acá son conducidos a tal situación a partir de las mismas causas que los conducen a los que viven (o vivirían o vivieron) en Londres, Zurich, Paris, etc. Creeremos que los individuos del primer mundo ha logrado vencer esas causas que siguen aquejando a los que viven por estos lares. Sin embargo, dado que, como vimos, las causas de la incidencia no son las mismas que las de los casos (no necesariamente) y que, hay que reconocerlo, la incidenia de la pobreza es mayor en Buenos Aires, San Pablo o Caracas que en Nueva York, Londres o Amsterdam, entonces podemos concebir claramente que quizá se trate de otros determininismos que el punto de vista individual no podría poner en evidencia.