Luego de la primera vuelta de los comicios presidenciales en 2003, cuando Carlos Menem obtuvo el primer puesto con el 24% de los votos, seguido de Néstor Kirchner con el 22%, todas las encuestas daban ganador a Kirchner por un 60% a 40% o, peor aún, por un 70% a 30%. Pero días después, las presiones del establishment lograron que Menem desista de presentarse a la segunda vuelta, dejando así al próximo presidente con una debilidad de origen -por su escaso porcentaje de apoyo popular explícito- para afrontar el pesado legado del neoliberalismo menemista-aliancista. Y ése fue el comienzo del intento de golpe del poder real y permanente al nuevo gobierno (un golpe de un nuevo tipo, no violento, sin afectar a todas las instituciones sino apuntando directamente a la legitimidad del gobierno, para condicionar su rumbo o hacerlo caer antes de cumplir su mandato); algo de lo que ya fueron víctimas tanto Alfonsín como De La Rúa al final de sus respectivos mandatos, después de perder legitimidad en los comicios.
Esa intentona destituyente se concretó con las exigencias que su principal vocero de entonces (el editorialista del diario La Nación, Claudio Escribano) le presentó al futuro presidente en un encuentro privado, revelado entonces por Horacio Verbitsky en su nota «Los cinco puntos«. Las condiciones exigidas por el establishment a través de Escribano eran: «alineamiento automático con Estados Unidos, encuentro con el embajador y los empresarios, condena a Cuba, reivindicación de la guerra sucia y medidas excepcionales de seguridad«.
Así explica aquel ultimátum de La Nación a Kirchner el mismo Verbitsky a CNN.
Como el presidente electo Kirchner no acató las demandas, ése fue el comienzo de una serie de presiones, tanto mediáticas como económicas y financieras, que el establishment realizó para manipular, condicionar o en su defecto entorpecer el gobierno que nacía en 2003. Pero el kirchnerismo demostró tener las condiciones y habilidades necesarias para capear esa tormenta, aumentar notablemente su caudal electoral año a año a pura gestión y medidas de gobierno a favor de las mayorías, y lograr así resistir todos los intentos destituyentes que siguieron durante sus tres gobiernos consecutivos. De esa manera, doblegó la eficaz metodología utilizada por los grandes medios hegemónicos propietarios de Papel Prensa para condicionar, obtener dádivas y concesiones de los sucesivos gobiernos. Ese modus operandi de los diarios Clarín, La Nación y La Razón en los años ochenta y noventa lo explicaba el mismo José Pirillo, dueño de este último (ya fallecido), repitiendo las instrucciones que le dió Héctor Magnetto:
«Los diarios duran cien años pero los gobiernos (en ese entonces) duran seis, por lo tanto en los primeros dos años al gobierno hay que sacarle todo lo que se pueda, en los segundos hay que pegarles para seguir sacándole más cosas, y los terceros dos años hay que voltearlos para que venga uno nuevo y así recomenzar el ciclo«.
Así lo explicó el mismo Pirillo en un reportaje radial.
Esa manera de presionar a la democracia, priorizando sus intereses particulares por sobre los generales se encontró con el gran escollo de la política a partir de 2003, por eso hubo un cambio de metodología y en la relación de fuerzas entre el gobierno y los medios hegemónicos.
Como bien señala Rubén Dri, filósofo, profesor e investigador de la UBA: «El primer presidente electo por el voto popular, luego de la dictadura genocida, no pudo cumplir su mandato. Tuvo que renunciar. Se había producido el golpe de Estado de siempre, pero por otros medios. Nacía para nosotros la era del denominado “golpe bando” o “golpe suave”, que, en realidad, puede ser tan violento como los otros, pero con otras armas». (…) «El golpe blando es pensado como un proceso en cual se va preparando el terreno«. (…) «Nadie se puede llamar a engaño. La derecha no acepta la democracia, es decir, la democracia “real”, ésa que otorga verdadero poder a los ganadores de la contienda electoral». (…) «no puede extrañar que estas elecciones en las cuales según todos los indicios la victoria del FPV está prácticamente asegurada, sean tachadas de fraudulentas por la denominada Oposición».
Más datos sobre las presiones mediáticas a los gobiernos democráticos, aquí.
Dados estos antecedentes, Basurero Nacional humildemente advierte que estamos viviendo en estos días el comienzo de un golpe desestabilizador o deslegitimador similar al intentado en 2003. Como el establishment (rebautizado hoy como «Círculo Rojo» por el mismo beneficiado por su apoyo, Mauricio Macri) parece tener la convicción de que ya no puede evitar que el kirchnerismo continúe en el gobierno, ya que aquel plan del poder real (explicado más arriba por José Pirillo) ha perdido su eficacia, ese círculo ha pasado a una nueva fase de su plan: que el gobierno de Scioli-Zannini nazca muy condicionado (como se suponía que lo estaba el de Kirchner-Scioli) como para continuar con el actual modelo de país industrialista y de inclusión, y que finalmente no dure más de un año, como le había augurado La Nación al de 2003.
Impotente para derrotar al gobierno en las urnas, el Círculo Rojo la emprende ahora contra el instrumento mismo que no puede utilizar: el sistema electoral en sí. La excusa es que “El actual sistema es tramposo y está agotado”, pero que nosotros traducimos como: “El actual sistema es tramposo y está agotado porque no nos sirve para echar al kirchnerismo legalmente“. Es que ya no pueden malear un presidente afín a sus intereses como lo hicieron en los noventa, o influenciar a uno dócil por convicción o debilidad como en los primeros años de este siglo. Ahora se embanderan en la limpieza del acto comicial. Ellos, los dirigentes y los voceros de la derecha conservadora que inventó el fraude y el clientelismo electorales en el siglo pasado, y que cuando no pudieron utilizarlo apelaron directamente a la proscripción del partido peligroso para sus intereses.
Los hilos de este nuevo intento de golpe blando (como se lo llama ahora) pueden verse no sólo en los medios del Grupo Clarín sino, como en aquel 2003, en los editorialistas de La Nación.
En las últimas notas de Morales Solá se traslucen los argumentos fundamentales para este intento de golpe blando que detallamos aquí. En sus textos puede verse que ya desde antes de los comicios de Tucumán e incluso antes de las PASO se venía instalando el clima de supuesto fraude, debido a que no se daban los resultados esperados por el Círculo Rojo: el kirchnerismo se dirigía -una vez más- a ganar las elecciones presidenciales.
Pero la estrategia no es sólo minar ese triunfo oficialista sino el ejercicio de la democracia misma, desvalorizando el ejercicio electoral, ya sea atacando el sistema electoral o desvalorizando, menospreciando la voluntad misma de los votantes mediante la impugnación del sistema utilizado desde el regreso de la democracia para compulsar la voluntad popular.
Morales Solá ya había echado un manto de sospecha sobre los comicios antes de las PASO, afirmando sin aportar una sola prueba que «Los comicios inminentes tomaron el peor cariz de cualquier elección: las sospechas de que podría perpetrarse el fraude. (…) la sospecha de fraude ya no abarca sólo a la política, sino también, y sobre todo, a la Justicia».
Este vocero del Círculo Rojo macrista desinforma impunemente al afirmar que «La transparencia de las elecciones no es una obligación del Estado, sino de los partidos políticos, que tienen que nombrar fiscales en todas las mesas para garantizarse que no será estafados». Desconoce o, mejor dicho, oculta que toda mesa de votación no puede funcionar sin un presidente de mesa, verdadera autoridad electoral independiente, que no es ni funcionario estatal ni miembro de partido político pero sí el verdadero garante de la transparencia del acto comicial junto con los miembros de la Justicia Electoral.
Ya después de las PASO, el mismo Morales Solá afirma que «El hurto de boletas, con todo, no fue una catástrofe por la intensa movilización de fiscales de Pro», pero agrega preocupado que «Scioli está ahora más cerca que en la madrugada del lunes de ganar en primera vuelta. Ésa es una certeza». Ésa es la verdadero preocupación del Círculo Rojo y no la transparencia del escrutinio.
Pero luego de los comicios de Tucumán, el editorialista de La Nación, en tandem con los del Grupo Clarín, comienza a generar la deslegitimación de cualquier acto comicial en Argentina, preparando el clima, embarrando la cancha electoral con vistas al que -ellos mismos creen- será el triunfo del oficialismo de octubre. Con ese motivo afirma temerariamente que «Un viejo presagio sostiene que el kirchnerismo no se irá del poder sin violencia y sangre. (…) En Tucumán fue posible, como lo sería en Formosa, Misiones, Chaco, Santiago del Estero o Jujuy. El problema es electoral, pero es también social. Muestra la cara más cruel e inhumana de la política asociada con la pobreza y la indigencia». Como vemos, la culpa la tiene el pueblo que, inocente o no, sigue votando en contra de las recomendaciones del establishment y sus voceros de prensa.
Morales Solá, ignorando que los únicos detenidos por haber quemado urnas pertenecen a la oposición derrotada y que no hubo ni una denuncia de fraude o irregularidades en los comicios presentada en la justicia electoral, afirma sin brindar ni una sola prueba concreta que «Un fiscal opositor vale entre 3000 y 4000 pesos. Es el precio que cobra para traicionar a su partido e irse a su casa antes de la firma de las actas, al final de un día de elecciones». (…) Y luego de esta falacia agrega otra sospecha infundada «Sólo falta que voten los muertos. si es que ya no lo hicieron». Es decir que el actual vocero más influyente de la derecha que inventó el fraude en Argentina señala con el dedo a uno de los partidos populares que fueron víctimas de esas prácticas fraudulentas y proscripciones (ejercidas una y otra vez por esa derecha autóctona) como victimario, ampliando el límite de lo falaz a niveles insospechados.
Más adelante sigue con las falacias. Luego de denunciar -otra vez sin una sola prueba- una serie de supuestas irregularidades comiciales efectuadas en Tucumán, reconoce, muy a pesar suyo, que «los datos del Correo sólo sirven para el escrutinio provisional. En una elección presidencial, el único escrutinio que vale es el definitivo, que está en manos de jueces federales de primera instancia y de la Cámara Nacional Electoral». Y luego apela al nuevo argumento destituyente del Círculo Rojo -o «desestabilizador» del «establishment», como se decía durante el alfonsinismo– para erosionar, minar al próximo gobierno: «Pero su gobierno se encierra en la defensa de un sistema electoral indefendible, que incluye la privatización del derecho al voto, en manos de fiscales leales o traidores». Y como broche final, sincera el objetivo principal del ataque al voto popular que adivinan les será esquivo a los intereses de clase que siempre defendió el matutino: «Ése es el desafío que deberá enfrentar Scioli. En un mundo donde lo que parece es más importante que lo que es, prevalece más la fugaz imagen que el contenido de las cosas. Y la imagen del fraude sería letal para cualquier próximo presidente».
Y si lo anterior no fue lo suficientemente claro para algún político, periodista u operador antikirchnerista distraído, días después lo pone más claro, más crudo, en negro sobre blanco: «Un problema mayor surge, en cambio, cuando el escándalo tucumano se inscribe en un contexto mucho más amplio, que cubre a todo el país«. (…) «Después de doce años de poder, ningún gobierno se va sin la suspicacia del fraude«. Y termina su nota anunciando el objetivo primordial de la operación contra la voluntad popular en marcha (con la excusa de impugnar el método comicial) : «Es probable, por lo tanto, que los argentinos se vayan a dormir el 25 de octubre sin saber si eligieron un presidente o si deberán volver a las urnas un mes más tarde. La desidia política frente al sistema electoral tiene, como cualquier desidia, un precio que alguna vez se pagará».
Y luego se acopla a estos argumentos del más influyente vocero del «régimen falaz y descreído» (como solía llamarlo el verdadero padre del voto libre, secreto y obligatorio, Hipólito Yrigoyen), en Clarín Ricardo Kirschbaum en su propia editorial La antropología del fraude, afirmando que «Manzur pudo haber ganado en Tucumán por métodos no sospechados. Su presunto triunfo ya está manchado. (…) Se haga lo que se haga, las elecciones tucumanas están manchadas de trampa y esa será la etiqueta real». Acota luego sus propias falacias, sin mostrar pruebas concretas él tampoco, sobre «votos comprados, urnas con más votos que votantes o quemadas». Y, finalmente, se suma al fundamento del golpe blando, golpe mediático y simbólico en definitiva, aportando su estilo y cinismo: «Pero ni el conteo de votos ni el fallo de la Justicia le podrán imponer validez real en la gente a unos comicios tan irregulares. Mal comienzo para cualquier político. Manzur pudo haber ganado –o no– en otras condiciones de legitimidad. No como ahora».
Más claro, el agua… Ya pegan las elecciones en Tucumán a las nacionales de octubre, y las supuestas irregularidades tucumanas (que la Justicia ni menciona) a las que ya descuentan que habrá en octubre.
Por todo esto, como decimos en el título de la nota: El golpe contra el gobierno de Scioli-Zannini ya empezó. Pero, no obstante, aclaramos que de todos nosotros, oficialistas, opositores e independientes pero democráticos depende que se concrete o no.
Fuentes utilizadas:
El peor final: violencia y sangre
Sospechas de fraude que alcanzan a la Justicia
Una elección que abrió nuevas incógnitas
Las sospechas de Tucumán se extienden a todo el país
Muchas y viejas trampas del sistema electoral